Capítulo 38. «Mentiras, verdades, y calamidades».

—Es aquí —dijo el joven guerrero una vez que hubieron llegado a la parte más alta de la torre más alta también. Ahí estaba la celda más grande y aislada de todas, lo más lejana al agua que podía estar y llena de conjuros mágicos hechos por brujas de la antigüedad.

Originalmente se tenían a unas cinco personas arrimadas ahí, pero en ese momento habían escogido tener a unas diez. Ranik los reconoció enseguida.  Todos eran miembros jóvenes de casas poderosas, y, entre ellos, estaban sus dos hermanos. Timoteé y Elara.

Ranik no había visto a sus hermanos desde incluso antes de morir. Elara, que era mayor que él por dos años, se veía cansada y decidida. Lo miró con ojos furiosos, y su cabello oscuro estaba, como siempre, desordenado, lleno de vida, de acorde a lo que fue antes su personalidad. Ahora se veía distinta, algo había cambiado.

Timoteé era el menor, y estaba totalmente distinto a como lo recordaba. Había crecido, tenía el cabello corto al ras, más músculos y cuerpo que antes. Él lo miró con una decepción latente que hizo a Ranik sentirse como lo que era, un traidor.

—Hablaré con mis hermanos —dijo Ranik, con voz queda y un tanto agónica—. Traiganlos a mí.

Tal vez no sus hermanos no estaban de buen humor, pero tampoco se opusieron cuando los hicieron hablar con Ranik. Pronto estuvieron frente a frente, y, como siempre, Elara fue la primera en hablar.

—Así que por fin te acuerdas de nosotros, rey. Creí que tú familia ya no existía para ti.

—Sé que dije eso —contestó él, que recordaba claramente todo lo que había hecho mientras estaba casado con Alannah—. Pero no era yo, y ustedes lo saben.

—¿No eras tú? —preguntó Elara de vuelta, furiosa— ¿No fuiste tú el que decidió dejarlo todo para ir detrás de Amaris en cada misión a la que se embarcaba? ¿Realmente tenías que ir con ella?

Ranik apretó los labios, avergonzado.

—Lo hice, pero porque hay cosas increíbles sucediendo, cosas que también les podrían afectar a ustedes, y que estaba evitando. ¿Está mal querer luchar por quienes uno ama?

Timoteé no había dicho nada en todo lo que llevaban hablando. Antes era totalmente parlanchín, pero, en aquel momento, no hacía otra cosa que mantenerse cruzado de brazos mientras miraba fijamente a algún punto indeterminado detrás de Ranik, evitándolo específicamente a él, y solo a él.

—A ella es a la que amas. Tú familia quedó de lado en el momento en que te fuiste.

—¿Y es por eso qué ustedes me dejaron también? —preguntó Ranik, taciturno—. Siempre he llevado esta vida, Elara. He viajado, he conocido el mundo, buscando las maravillas de la naturaleza, de la magia. Luché por ustedes, y por ella también, tengo que admitir, luché hasta morir. Morí, e incluso después de la muerte me mantuve luchando para que todos tuviésemos un mundo mejor. Me olvidé de mi mismo, del amor, y, cuando creí que por fin podría descansar, ella me trajó de vuelta. Me hizo convertirme en alguien que no era, hice cosas terribles en su nombre, obligado, pero las hice. ¿Qué hicieron ustedes entonces? ¿Trataron de ayudarme, como yo los había ayudado a ustedes luchando para detener las fuerzas de la oscuridad? No. La que luchó por mí fue Amaris, fue ella la queme trajó de vuelta con su amor. Yo la amo, es cierto, pero no tienen que juzgarme por hacerlo. Tú, entre todas, eras la única persona que me conocía incluso más que ella. Tú, Elara, pudiste intentarlo, más no hiciste nada. También te amo a ti, hermana, y a todos en nuestra familia también. Eso también te incluye a tí, Timoteé. Y que me ignores no va a solucionar las cosas.

—Sabíamos que estabas mal, Ranik —fue lo que contestó él—. Pero aún con eso no pudimos luchar, porque no teníamos poder, éramos débiles. Pensamos en tí como un caso perdido, y tratamos de sobrevivir a eso.

Ranik bajó la mirada. Parecía totalmente creíble. Dió un suspiro, acercándose a Elara para darle un rápido abrazo, terminando con un beso rápido en su coronilla.

—¿Entonces? ¿Seguirán estando del lado de Alannah? —preguntó. Ambos apretaron los labios, indecisos. No sabían exactamente que hacer, y se notaba.

—Si actuamos de tú lado nos considerarán como traidores —contestó Elara—, y, después de eso, los que sufrirán son todos nuestros demás familiares. No quiero vivir con esa culpa, prefiero estar encerrada aquí, esperando a que me maten por haber estado en el lugar equivocado, que libre y con la culpa por haber causado la muerte de las personas que más quería.

—Hablaré con nuestro padre, le pediré que esté de nuestro lado.

—¿Del lado del Reino Sol? —preguntó Timoteé, excéptico—. Alannah es mala, cruel, y dura, pero ella es una llamada por la Luna. Es de nuestra sangre. Ellos son... —suspiró—. Para nuestro padre sería como entregarle su poder a todas esas personas que ha visto vivir de la crueldad, lujuria, mentiras y caos desde que nació.

—Piperina y Amaris están dirigiendo esta invasión —insistió Ranik—. Piperina misma fue la que conquistó estas tierras. Ella misma está yendo hacia las aldeas, y declarándose como la gobernante legítima que nuestro reino merece. Unirse a esta conquista representa unirse a ella.

—Ve con él entonces —contestó Elara—. Y cuando todos ellos estén a salvo y de tú lado entonces aceptaremos que estamos de tú lado también.

—¿Y los demás? ¿Qué pasa con los otros que están aquí encerrados con ustedes?

Elara miró rápidamente a los demás que estaban en la celda. Eran nobles menores, pero también temían por la seguridad de sus familias. Aún así, era difícil saber lo que harían si los dejaban salir, o si llegarían a sucumbir a cambio de un trato.

—Hablaremos con ellos. Me imagino que elegirán lo mismo que nosotros. Ranik, sé que crees que estás haciendo lo mejor, pero ten cuidado. Alannah no le había hecho nada a nuestra familia porque somos, hasta cierto grado, influyentes, pero quién sabe cómo estalle su humor cuando se entere de lo que ha pasado en estas tierras, y no hay nada más temible que ella cuando está furiosa.

🌸🌸🌸

Amaris despertó esa misma tarde. Como no estaba nadie cerca de ella, ni siquiera vigilando su tienda, fue fácil escabullirse e ir directamente hacia el mar. Algo en él la llamaba, más no sabía qué. Caminó con los pies descalzos, sin sentir dolor o algo más, y pasó desapercibida ante el numeroso ejército del Reino Sol que no hacía otra cosa más que festejar y trabajar, una combinación extraña. Algunos se veían mal, como si llevarán varios días sucumbiendo a la bebida y festejando sin parar. Ese tipo de malestar y apariencia no se lograba en un día, lo que quería decir que Amaris no había despertado desde, al menos, dos días atrás.

El olor a sal de mar la tranquilizó en cierto modo. Entonces, su mente se dejó llevar y comenzó a vagar y llegar hasta todas esas cosas que había estado soñando todo el tiempo que se había mantenido dormida. Piperina, la lucha, Nathan. Oh, pobre Nathan.

Amaris se acercó lentamente al borde del océano y lo tocó por un instante. Siempre producía aquella sensación en ella, llenándola de bienestar y poder que enseguida la hacían sentirse tranquila y cómoda. Suspiró, su mente observaba a Piperina, buscándola, aunque a la que veía no era a ella, sino a todas las personas que, a su alrededor, sufrían las consecuencias de lo que ella estaba haciendo. Granjeros felices que tenían nuevos establos, cosechas, y que sonreían hacia sus renovadas familias. Eso es lo que Piperina había hecho.

—No fue difícil encontrarte —dijo Ranik entonces, detrás de ella—. Siempre vas al mar. Esa vez que te salvé, la primera, no, pero también es cierto que te tenía encerrada, y que de todos modos ya estabas en el mar.

—La sopa de camarón estaba deliciosa —murmuró Amaris con diversión. Por un lado le ponía atención a Ranik y a sus palabras, por el otro observaba todo lo que sucedía a su alrededor—. Gracias, gracias por ayudar a Zedric. Él no está, bien. No completamente. Tiene demasiado peso sobre sus hombros.

—Ya me había olvidado lo tenebroso que era escucharte farfullar las cosas así, con esa mirada de sabiduría —se burló Ranik haciendo que una pequeña sonrisa se instalara en el rostro de ella— Creo que nunca me acostumbraré.

—Es que no puedo evitarlo después de pasar tanto tiempo dormida —explicó Amaris. Bajó la mirada, y continuó—: Mi cuerpo terminó demasiado cansado. Te juro que no soñé nada, no viajé, simplemente dormí, dormí muy profundamente.

—Por un momento estuve preocupado por tí —se burló Ranik, divertido—. Pero entonces escuché tú respiración, acompasada, y supe que te estabas recuperando.

Amaris sonrió. Lentamente fue hacia Ranik, rodeándolo en un abrazo antes de que él pudiera detenerla. Estuvieron así por más o menos un minuto, entonces ella se separó, y le dijo:

—Gracias por no abandonarme.

Volvieron a abrazarse. Justo cuando se estaban separando, Ranik dijo:

—Nunca lo haré, Amaris, porque te amo.

Amaris contuvo la respiración, incrédula. ¿Qué significaba eso? ¿Qué tipo de amor le acababa de profesar?

—Yo... —murmuró— Yo también te amo. Has estado para mí por un buen rato, y después de todo lo que hemos vivido, simplemente no puedo evitar necesitar estar cerca de ti. Eres...

Se detuvo, porque su mente no sabía cómo continuar con aquello. Temía ir demasiado lejos. Él simplemente estaba ahí, frente a ella, mirándola con aquellos ojos azules que parecían semejantes a un cielo tormentoso, esa mirada fuerte y penetrante que no podía ignorar.

—Hoy hablé con mis hermanos —explicó—. Y Elara me reclamó por ponerte tanta atención. Por un momento me sentí sorprendido, porque simplemente es algo tan fuerte que no puedo evitarlo. No, por más que quiera estás aquí, en mi mente, y eso no se detiene.

Amaris tragó hondo. Antes de que pudiera notarlo, sus ojos y los de Ranik se fundieron en un mismo sentido, ambos reflejaban reconocimiento por algo que habían estado negando tanto tiempo.

—No creo que debamos...

Amaris no pudo terminar de hablar debido a lo rápido que Ranik fue hacia ella y la tomó en sus brazos, haciendo que ambos se fundieran un apasionado a inesperado beso.

No, ella lo había esperado. Lo había esperado por mucho tiempo, solo que no había podido aceptarlo. Ranik y ella eran buenos juntos, él le inspiraba tranquilidad, deseo, y, más que nada, era honesto. Todo eso le daba una seguridad que no sabía que podía tener. Amaris llevó las manos a su cabello, rizado y desenfrenado, Ranik pasó las manos por su cintura, atrayéndola más a él. No podía tener suficiente de ella. Cuando hizo esto, un gemido entrecortado salió de los labios de ella, que, abrumada por las sensaciones que todo esto le causaba, se separó, confundida.

—No puedo hacer esto —dijo—. Es cierto que se siente bien, que lo he deseado por mucho tiempo, pero simplemente no puedo. No puedo traicionar a Zedric.

—Ya lo hiciste —contestó Ranik—. Ya lo hicimos. Yo... no entiendo porque lo hice. Es solo que después de hablar con Elara me dí cuenta de lo que realmente siento, y ahora yo...

—No nos compliquemos —dijo Amaris, que estaba perdiendo el control de su mente, ansiosa por lo que la culpa de lo que acababa de hacer la seguiría—. Hablaremos de esto, sí, pero...

—No ahora —dijo Ranik—. No con todo lo que está pasando.

—Así es —Amaris, como siempre, no se sorprendió de la familiaridad con la que Ranik podía leerla sin siquiera intentarlo. Bajó la mirada, decaída, pero aún no podía controlarse. Entonces Ranik miró algo detrás de ella, dónde estaba el mar, y comenzó a alejarse instantáneamente.

—¡Vete! —gritó—. ¡Vete!

Amaris giró lentamente, no queriendo saber lo que estaba sucediendo. Ya estaba cansada de sorpresas.

Lo primero que vió fue el agua, traslúcida, transparente. Se movía con vida propia, así hasta que tomó forma humana.

—Esperaba encontrarlos así, retozando, pero no tan pronto.

Era Alannah. Una versión traslúcida de ella. Realmente no estaba ahí, porque si fuera así, (de la misma forma que con Belina), ya hubiera tomado una forma física y normal. Se veía como si estuviera usando el agua para comunicarse desde lo lejos.

—Deja de decir estupideces —dijo Amaris con voz ronca y furiosa. Después de encontrarse con sus sentimientos ya no de encontraba dispuesta a hablar con Alannah, la fuente de todos y cada uno de sus problemas—. Y vete de aquí.

—Vengo a darte un mensaje —dijo Alannah con voz queda, como si antes no hubiera dijo palabras en tono filoso, y fuera la misma que antes.

—Ah, sí, pues no queremos oírlo —contestó Ranik, que comenzó a alejarse de la costa antes de que Alannah pudiera decir algo más. Amaris lo detuvo tomándole de la mano antes de que pudiera marcharse. Podía presentir que Alannah no era peligrosa en ese estado, así que, fuera lo que fuera a decir, podía darles información.

—Quiero prevenirlos —dijo Alannah entonces. Así, formada solo y puramente de agua, parecía uno de esos espíritus de las leyendas. Aquello era escalofríantemente mítico, y hubiera sido bello sino se tratara de ella.

Amaris notó que Ranik estaba tenso a su lado. Desde su grito anterior ya se había notado que estaba furioso, que le dolía solo mirarla. Y es cierto, Alannah le había hecho mucho daño.

—De sus aliados —continuó—. Ellos no están dándoles poder, parece que es así, pero segura que no lo están haciendo. Están en peligro, y no dejaré que eso avance más.

—¿Qué te importa que nosotros estemos en peligro? —preguntó Amaris, furiosa. Acto seguido, agregó—: Vete, Alannah. No queremos saber nada de ti.

—Recuerda que tú eres el recipiente de la Luna, es por eso que me preocupo por ti —contestó Alannah. Luego miró pesarosamente a Ranik, y murmuró por lo bajo—. Por ti siempre me preocuparé, Ranik, porque te amo.

—Lo que me hiciste no se le hace a alguien a quien se ama.

Alannah bajó la mirada. Estaba tratando de contenerse y se notaba. Tampoco es que pudiera hacer mucho en el estado en el que estaba. Amaris trató de leerla, de encontrar algo que pudiera ayudarles. Fue entonces que las visiones la embargaron, y que se encontró de vuelta en el Reino Luna, en su hogar.

El palacio estaba solo, frío, y abandonado. Alannah miraba al mar con un resentimiento notorio, su mente parecía estar en todos lados menos en su reino. Justo en ese momento entró un viejecillo de pequeña estatura, Amaris lo reconoció como Tenzin, el fiel lacayo de su madre. Enseguida dejó varios papeles en su mesita de noche, y dijo:

—Mi reina, le ha llegado un mensaje de...

—Silencio. Está cerca.

El rostro de Tenzin palideció enseguida, y tan pronto como hubo llegado estuvo huyendo de ahí.

—Avisaré a todos los que aún estamos aquí que se acerca un golpe nuevo. Se supone que siempre son por las noches, porque...

Amaris lo perdió de vista antes de poder escuchar sus palabras terminar. Alannah siguió observando el mar desde su alta torre, y el poder vibraba en el ambiente. Era cierto que se notaba que alguna criatura mágica estaba cerca.

Entonces, como la primera vez, aquella bestia gigante y poderosa salió del mar. Ya los había visitado varias veces antes, como en el mar mientras navegaban en su primera misión, (cuando casi los mandaba al inframundo de forma prematura), o la última vez que la Luna se había aparecido ante ellos, en la gran capital de la provincia de los Tenigan. Al parecer, seguía apareciendo, y ella junto con las bellas y extrañas sirenas, moiras, o ninfas, (fueran lo que fueran), y que la acompañaban, habían causado toda la destrucción que se veía en la ciudad capital. Ya incluso habían atravesado el muro de hielo que protegía la ciudad, y eso era mucho.

Amaris las vio luchar contra Alannah, y ella seguía ganando, pero, también, perdiendo poder en el proceso. Los habitantes de la capital habían sido evacuados, solo quedaban los más esenciales, que se escondían en las criptas y caminos subterráneos para que no les hicieran daño. Muchos habían muerto ya, y no solo víctimas de la bestia, sino de ser sospechosos de esparcir rumores sobre ella. Alannah había sabido rastrear bien a los chismosos.

—Así que es esto —murmuró Amaris, furiosa—. Tú, ¡Maldita sea, tú! ¡Lo qué has hecho nos está debilitando! ¡Por eso temes que podamos alcanzarlos, santa Luna!

—Cuida lo que dices —se burló Alannah, divertida—. Bien sabes que la Luna no tiene nada de santa, ahora, también, es tú enemiga.

—¡Maldita sea, Alannah! —gritó Amaris, furiosa. El agua respondió a su estado de ánimo, borboteando y calentándose tanto que pequeño vapor comenzó a salir de ella. El vapor afecto a toda la costa cercana menos a Alannah, que seguía igual, divertida por su falta de control, por la reacción que estaba consiguiendo en ella—.  ¡¿Es qué no puedes detenerte?! Tú egoísmo nos ha hecho daño a todos, estás terminando con nuestro pueblo, la herencia de nuestros padres. ¿Cuántos más tendrán qué morir para que entiendas lo que estás haciendo? Tú maldición nos llevará a la ruina.

—¿Mi maldición? —preguntó ella, que también ya estaba comenzando a perder los estribos—. ¡Esto no ha surgido de la nada, me preparé por años!

—Adaliah también. De ella era el trono.

—Pues ya no es suyo. Ya no puede gobernar, ni lo hará.

—Por lo que has hecho es que tenemos estos problemas —insistió Amaris. Ya se había controlado, a penas—. El trono era suyo, lo robaste, y ahora el destino viene a cobrar lo que hiciste, de forma literal. Acéptalo, y entonces las cosas serán más fáciles.

—¡No daré mi trono, por más que quieran, y lo defenderé hasta la muerte!

—¡¿Es eso lo qué harás?! Pues no cuentes con nosotros. La única razón por la que has venido aquí es porque estás débil, y lo sabes. Llegará el momento en que ganaremos, y no podrás evitarlo. No temas que nadie más se va a quedar con el poder, ¿Entiendes? Con Piperina es suficiente para conquistar todo lo que crees que tienes, y, cuando llegue el momento, correré a todos los del Reino Sol de nuestras tierras, para siempre.

—¿Y a Zedric, tú esposo? ¿A él lo correrás?

Amaris apretó los labios. La furia se adueñó de ella, acto seguido, alzó la mano y le mandó al reflejo de Alannah que se congelara. Aquello se volvió una lucha de temperamentos, y la que tuviera más fuerza pura dominaría el poder sobre el agua de aquella costa. Naturalmente, Amaris ganó.

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