Capítulo 37. «Trascender»
Tan rápido como Belina apareció, se fue. La invasión fue más rápida de lo que habían esperado. De pronto Piperina se encontró en el suelo, con la cabeza gacha, tratando de entender lo que acababa de suceder.
Y es que Nathan no solo había asesinado a Gemma. Sus sombras se habían expandido, bajando de la gran muralla hasta llegar a la parte donde los guardias que habían podido salir del palacio habían quedado atrapados por la tierra de Piperina. A ellos también los mató, y sus sombras avanzaron aún más, entrando al palacio y llevándoselo todo a su paso.
Piperina conocía a esas personas. Sabía que Gemma recién se había casado, que tenía hijos. Conocía las organizaciones de los palacios. Sabía que ellos estaban ahí, y que probablemente habían muerto.
Zedric y Nathan intentaron hablar con ella, pero los mandó lejos antes de que pudieran hacer algo, insistiendo en que habían muchas cosas por organizar. Belina y Uribe apenas alcanzaron a escapar, pero se alegraba de eso, porque aunque apoyaban al lado bueno, al menos ellos habían sobrevivido. Al menos ellos vivirían para contar lo que esa guerra podía causar, para temerle a Nathan y, para tal vez, detenerla.
Skrain, que había estado entre los que vigilaban desde los barcos cercanos, llegó entonces, y, sorprendido por lo mal que se veía el estado de ánimo de Piperina, se acercó a ella, tomó uno de sus hombros, y dijo:
—La guerra es así. Por la guerra hacemos cosas terribles. Nathan no pudo controlarse, y...
—Lo que pasa es que no vi dolor en sus ojos. Simplemente fue él, matando a todas esas personas, y se veía diferente, hambriento, no tenía control de sí mismo. ¿Cómo se supone que confíe en él? ¿Estoy mal dándole toda esta confianza, realmente quiero casarme con alguien que no puede controlarse a sí mismo?
—Para casarte tienes que estar segura de lo que haces, Piperina. No puedes solo tomar una decisión así como así. ¿Lo amas?
Piperina bajó la mirada, taciturna.
—Ahora entiendo porque Amaris está cansada de que le pregunten si está segura de casarse con Zedric. Yo he visto que lo ama. Hay una atracción que los rodea, como si tuvieran que estar juntos. La Luna y el Sol están coordinados, y pocas veces se les ve juntos en un mismo cielo, pero ellos están, simplemente están, y se ven bien, se ven bien juntos, destinados. Y yo...
—¿Y tú qué? —preguntó Skrain, incrédulo. Nunca la había visto tan mal. Estaba pálida, su expresión era indescifrable, y, en cierto modo, hablaba por hablar—. Piperina, vuelve conmigo. Estás bien, estás a salvo. Quiero que me cuentes lo que sientes, porque solo así puedes resolver lo siguiente que harás.
—Es que no sé lo que siento, ese es el problema. ¡¿Sabes qué es lo qué más me molesta?! Yo lo vi. Lo ví matar a todas esas personas, y me sentí un tanto aterrada, pero vi como las sombras los rodeaban a los demás, a todos, incluso a mí. Hizo mal, pero supo controlarse hasta cierto punto. Vi lo malo que era, y aún así no dejé de quererlo, porque sé que nunca me haría daño, ni aunque quisiera.
—No tienes que estar todo el tiempo con él, ¿Sabes? Tal vez él no quiera hacerte daño a propósito, pero lo hace.
—¿Entonces qué? ¿Qué debo hacer, romper el compromiso?
—Tal vez no ahora, pero olvídalo y concéntrate en ganar. Eso es lo que todos queremos.
Piperina suspiró. Skrain le tendió la mano para ayudarla a levantarse. Ella, que estaba totalmente llena de sentimientos, dejó que él la abrazara y le transmitiera de su calor por unos segundos.
—Eres muy bien amigo —murmuró ella mientras, al mismo tiempo, aspiraba aire.
—Lo sé —fue lo que él contestó, aturdido—. Mira, para Nathan es difícil. Él sufre aunque no quiera demostrarlo. Tal vez solo sea mejor que te alejes poco a poco.
—Lo sé —contestó.
🌙🌙🌙
R
anik se había asegurado de observar todo desde la atalaya más cercana. Él se había dedicado más a organizar a los hombres que a otras cosas, asegurándose desde lo lejos que la organización fuera lo suficientemente buena en cuanto al frente y a los que avanzaban a él.
Vió todo. Desde la hábil forma en que Piperina había usado sus habilidades para detener a Belina y su ejército, la magnífica forma en la que los había vencido. Ella lo había hecho y Nathan, por su parte, lo había terminado.
Estaba preocupado por ambos, sí. Era completamente seguro el hecho de que tenían problemas que resolver en su relación. Además, Ranik conocía a Belina. Sabía que su familia era extensa, y no había querido invadir por esa misma razón. Porque sentía que los estaba traicionando, al menos un poco. Me habían educado para defenderlos, y no había hecho nada cuando la destrucción se aproximó hacia ellos.
Y Nathan, él, no estaba seguro de porque lo había hecho. Aquello había sido una declaratoria de guerra difícil de ignorar. Todos aquellos grandes mandatarios del Reino Sol lo amarían, saber que su ejército era tan poderoso, que alguien como Piperina estaba de su lado. Su poder había crecido demasiado desde el momento en que los había descubierto, prácticamente había tenido que chasquear los dedos para conseguir bloquear el palacio.
—Maese Ranik, el príncipe Zedric quiere verlo —un joven lo sacó de sus pensamientos, traía la armadura del ejército del Sol, pero como era demasiado joven y enclenque le quedaba un poco grande, más o menos la imagen de cuando Ranik tenía unos quince o catorce años. Aún tenía mucho camino por recorrer.
Ranik caminó a lo largo del campamento con paso decidido. Fuera lo que fuera que Zedric quisiera, no podía ser bueno. Los ánimos del ejército parecían renovados, los tarros de cerveza andaban por doquier, barriles completos había por todas partes, y festejaban, felices, que habían ganado.
Llegó a la gran carpa de Zedric antes de que pudiera notarlo. Todo en ella era elegante, había muchas personas rondando de un lado al otro, atareadas. No era sencillo ocuparse de la invasión de una nueva ciudad, porque tenían que citarse nuevas reglas, impuestos, o cosas semejantes.
Zedric estaba hasta el fondo. Había un extraño escritorio grande y escritorio frente a él, junto con bastantes papeles y contadores que discutían entre ellos sobre lo siguiente que tenían que hacer para establecer una buena línea de comercio entre sus puertos y los del Reino Sol.
—Estoy aquí —dijo Ranik para anunciar su llegada. Zedric alzó la mirada, se concentró en Ranik, y dijo por fin:
—Es bueno tener a alguien para ayudarme en el medio de esta catástrofe.
Se veía cansado. Sus ojos, generalmente brillantes y castaños claros, se veían oscuros. Su cabello, ya más largo, se veía descuidado, así como también su ropa, ya que, aunque llevaba la misma armadura que le había visto al joven chico que lo había llamado, la llevaba desarmada, con el cinturón de fuera y el peto desabrochado.
—Pero ganaron, Zedric, no sé que es lo que ves de catastrófico en eso.
Zedric bufó, y contestó:
—Me han estado llegando cartas de todas las casas reales exigiendo noticias y tratados nuevos. Quieren ir más lejos, asegurar el poder de toda la provincia. Nathan desapareció, Piperina está avanzando por si sola, conquistando aldea tras aldea, Amaris lleva durmiendo más de dos días, y tú...
—Tengo que admitir que he estado un poco ausente —contestó Ranik—. Pero sabes que la he estado protegiendo. No puedo dejarla sola.
—¿Y eso en qué nos ayuda, Ranik? —preguntó Zedric con tosudez—. Piperina ha tenido un buen papel en esto. Hace tratos y usa su nombre para conseguir la rendición de varias aldeas sin tener que luchar. Les hace casas, les ayuda con sus cosechas, está resultando más útil en esto. Aún así, no siento que esté realmente bien. Cuando vió a Nathan hacer, bueno —carraspeó— Lo que hizo, su rostro cambió por completo.
—Piperina conocía a esas personas, no me sorprende que actuara así cuando vió lo que vió —interrupió Skrain, que observaba todo desde la otra esquina de la carpa, y que parecía tranquilo leyendo algún raro espécimen que no tenía su título en la cubierta. Él se veía bien, más bien de lo que se pensaría que él estaría— Traté de ayudarla, y por un momento funcionó, pero al siguiente ya se había ido, lo que interpreté cómo que no quiere estar cerca de nadie, ni de su hermana. Creo que debemos de darle su espacio.
—No puedo olvidar lo que hizo Nathan —fue lo que dijo Zedric—. Muchos murieron. Su hambre se está haciendo más incontrolable, y comienzo a entender porque el dios de las sombras fue a esconderse en las profundidades del mar. Pero, también, tienen que entender que no lo está haciendo por voluntad propia. Por algo huyó, y es porque se siente culpable. El poder que tiene no lo representa.
—A la mayoría de nosotros lo hace —contestó Skrain—. Es curioso que Zara termine como la diosa de la venganza, o que Calum como el de la ira. Son sentimientos que han estado con ellos desde el comienzo de los tiempos. Tal vez Nathan estuvo destinado todo el tiempo a dejarse llevar por las sombras, porque son parte de él. Solo que ahora que se quebró, es que sucede.
—Lo que a mí parece que sientes —el ánimo entre Zedric y Skrain no parecía estar en muy buen estado, y se notaba por la forma en que se respondían, pesados y taciturnos— Es celos. Has estado celoso de Nathan desde que notaste que realmente sientes algo por Piperina, y te sientes mal porque Alannah te traicionó y debiste preferir a Piperina en primer lugar.
—¡No te atrevas a decir eso, que no sabes lo que dices!
—Sé lo que digo, porque lo veo en tú mente. No trates de retarme, porque yo...
—¿Qué estoy haciendo aquí? —preguntó Ranik antes de que la conversación fuera más lejos— Me llamaste porque quieres que te ayude con algo, solo me tienes que decir con qué.
—Ah, sí, es cierto. Tiene que ver con los... —Zedric bajó la mirada, incómodo—. Rebeldes. Había unas cuantas personas aquí aparte de las que estaban en el palacio que pertenecen a casas nobles y son fuertes llamados por la Luna. Los hemos inmovilizado y capturado, pero tengo distintas, opiniones que me dictan lo que tengo que hacer. Hay cartas de todos lados. Los nobles de casas guerreras sugieren que los ejecute cuanto antes, mientras que, los sabios, sugieren que se les mantenga presos por tiempo indefinido hasta que presenten su rendición. La cosa es que ellos no quieren aceptar la autoridad de Piperina y Amaris, y no se rinden, así que esperaba que tú, que los conoces, pudieras hablar con ellos.
—¿Quiénes son? ¿Cómo sabes qué soy cercanos a ellos, o esperas que les hable con sensibilidad y aprecio después de lo que he apoyado que hagan? Deben de estar totalmente ofendidos, y lo estarán más si ven que un traidor intenta convencerlo de lo contrario. No sé si lo recuerdes, pero aún sigo siendo el traidor rey consorte que abandonó a su esposa para ojos de ellos.
—Rey consorte que fue obligado a casarse —aclaró Skrain—, vivió como un muerto viviente por meses, y que mató e hizo y deshizo en nombre de una reina que tomó y traicionó en primer lugar, y que después de meses ahora ya es él mismo, y no eres otra persona porque ellos te hayan ayudado, hay que aclarar eso.
—¿De qué lado estás? —preguntó Ranik con ojos entrecerrados, Skrain, inmutable, solo arqueó una de sus cejas, y contestó:
—Los bandos no existen. No hay bien ni mal, solo... —suspiró, porque su mente parecía estar colapsando después de pensar tanta filosofía— Caos. Antes no lo entendía. Maté a quienes más quería, me culpé por mucho tiempo a mí mismo, y viví buscando alguna razón que me mantuviera vivo, cuerdo, algo a qué aferrarme. Sé que a ustedes no les importa mucho eso, pero entiendo a Nathan y a sus acciones por eso mismo, porque entiendo que lo único que hacemos es intentar sobrevivir, que el mundo y el universo crecen y crecen, y lo único que aumenta es el caos. Ya en la medida en que aumente es otra cosa. Lo que quiero explicar es que... bueno, no creo que valga la pena pelear por pequeñeces o seguir promoviendo esto de los bandos. Ustedes son uno, ¿Es qué no lo han notado?
Zedric y Ranik bajaron la mirada, avergonzados. Todos estaban estresados y sensibles después de lo que la guerra, que recién había comenzado formalmente, había causado. Estaba claro que lo último que tenían que hacer era ponerse a pelear por cosas referentes a bandos y lados. Solamente tenían que conseguir un avance, unirse, y acabar con la corrupción y sufrimiento que no dejaban de aumentar.
—Es cierto —dijo Ranik. Sus ojos demostraban su vergüenza, pero también su nueva perspectiva y energía renovada—. Lo último que necesitamos ahora es dividirnos. Hablaré con ellos.
Dicho aquello, salió de la carpa con rapidez antes de que Zedric pudiera decir algo más y las cosas volvieran a ponerse difíciles de nuevo. Zedric gritó, entonces:
—¡Ya sabes dónde es, en la parte más alta de las torres!
Ranik respondió con un asentimiento. Veinte minutos después estaba entrando en las celdas, y, como desde que se había unido al ejército del Reino Sol, lo trataron con seriedad y una tanta distancia cuando le indicaron el camino a través de los túneles más altos del palacio. Esa actitud estaba especialmente reservada para él, porque sabía que entre ellos los guerreros del Reino Luna eran más bien llevaderos y un tanto informales. Ranik pertenecía a esas tierras, más no a sus nuevos ocupantes, y eso resultaba extraño.
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