Capítulo 35. «Esperanza, duelo, resignación»
Los secretos son parte importante de la vida.
Secretos oscuros, secretos pequeños, simples, o complicados.
Secretos que tienen un poco de inventado, a esos se le llama chismes.
No solo están esos, sino que también existen los secretos que son grandes, que tienen forma de telaraña, que se enredan y se mueven, creciendo, añadiendo pecados, enojos, felicidades, un poco de todo.
Amaris creía que su madre no le ocultaba nada, pero era completamente falso. Estaba la identidad su padre, las alianzas y amistades que había hecho con el padre de Zedric en algunas ocasiones, secretos pequeños sobre la magia y su verdadero uso, sobre la Luna, sobre su poder. Secreto tras secreto, su relación comenzó a sostenerse a base de eso, y Amaris comenzó a verlo como algo normal, dejó de notar los engaños de su madre, aquellas cosas que solo hacía para mantenerla tranquila.
Porque si algo había que caracterizaba a Amaris, seguro era el hecho de que era una persona nerviosa, calculadora, que le temía todo el tiempo a qué algo pudiera salir mal. Sentía que las cosas podían salir mal siempre, pero tenía una extraña sensación de que con ella sucedía aún más a menudo.
Amaris tenía que saberlo todo. Junto con su madre habían hablado muchas veces de cosas sencillas a detalle, cosas como el poder, economía, dinero, o familia. Ahí es donde entraba el secreto de su padre. En sí, la reina nunca había mentido sobre él, simplemente no había entrado en detalle. Decía que era para protegerlo a él, porque un hombre como él no encajaría en el mundo de los nobles.
Y era cierto. Un dios, un hombre tan poderoso, daría muchas cosas de las que hablar en la corte, en los demás reinos, o entre el mismo pueblo. Aún cuando Erydas no revelara su identidad, el hecho de que no contrajera nupcias con la reina, que le diera herederos así de la nada, era algo controversial. La reina había sabido manejarlo bien, pero a él siempre lo señalarían si daba señales de vida.
Las cosas no solo cambiaron desde el momento en que Amaris se enteró de su verdadera ascendencia, sino que hicieron que ella tomara una nueva perspectiva de las cosas. Entendió que su madre no había ocultado la identidad de Erydas solamente para protegerlo a él, sino también para protegerlas a ellas. Los nobles siempre tomaban demasiado enserio todo lo que tuviera que ver con el poder, su procedencia, las capacidades de los demás. Algunas veces, incluso, llegaban a temerle a aquellos que tenían demasiado poder.
Tener mucho poder tenía que ver con cosas más complicadas que un simple regalo divino. Siempre aparecía por alguna razón. Mayormente solo uno de los descendientes de una familia, (noble o no), salían llamados por la Luna, y, generalmente, aquellos eran los primogénitos. Solo familias muy poderosas, (las nobles), tenían más de un hijo con habilidades en su estirpe, y así se veía en las casas Stormsword, Birdwind, Ramgaze, o Sandwave.
Siendo así, que Amaris y todas sus hermanas salieran poderosas fue, en un principio, inquietante para la sociedad. La reina insistió duramente en hacerle creer a los demás que aquello había sucedido porque ellas eran de la realeza, y la Luna siempre le había dado más poder a la casa Stormsword. Eso acalló los rumores un poco, más no por completo. Aún después de varios años, Amaris aún seguía escuchando las dudas de algunos nobles que, de alguna manera, codiciaban todo ese poder.
Había mentido para protegerlas. Para que nadie supiera que todas ellas, en conjunto, eran semidiosas. Eso es lo que pensaba.
O lo que, al menos, pensó hasta el momento en que escuchó a Belina hablar de su ascendencia. Sabía que ella y su madre eran cercanas, pero, de todos modos, aquel era un secreto muy grande. Demasiado grande. Saber que ella sabía se sintió como una traición. Una traición muy grande.
—¿Cómo es qué...? —empezó a decir, más se detuvo, entrecerrando los ojos y bajando la mirada, mientras que también apretaba los puños. No importaba la traición. Importaba el hecho de negociar, verse confiada, de ser amable— ¿Cómo está ella? ¿Ha cambiado mucho?
—Tú madre está bien, pero eso no es lo que quieres preguntarme, ¿Verdad? Quieres saber como sé lo que sé.
—Sólo puedes saberlo si ella te lo dijo, y de eso no tengo porque preguntar —contestó Amaris.
—Bueno, entonces quieres saber porque sé lo que sé, ¿No? ¿Por qué ella confío en mí? ¿Por qué me dijo cosas que ni a ti pudo decirte?
Amaris bajó la mirada. Es cierto que tenía curiosidad, pero no solo por eso, sino porque su madre siempre se había mostrado fiel a la Luna, pero no conocedora de ella. ¿Sabía que Erydas era hijo de la Luna? ¿Qué la Luna era esposa del Sol? Y si lo sabía, ¿Por qué nunca se lo había dicho a nadie más? ¿Por qué a ella?
—Sabes que no es eso por lo que te he venido a buscar —fue lo que pudo contestar. Entonces subió la mirada, y confiada se la devolvió a ella, que aunque se veía mucho más cansada y acabada, eso no quitaba de su rostro la inexplicable pero tenebrosa seguridad que siempre tenía. Su madre decía que era parte de ella y una de sus mejores fortalezas, porque así nadie podía negarle las cosas,no se intimidaba, era tenaz. Amaris tendría que luchar contra eso— Quiero que esta guerra termine pronto, y con la menor muerte y devastación posible.
—Pero si de eso se tratan las guerras —contestó Belina, divertida—. Mientras más muere y caos haya más grande será el cambio. Este es solo el principio.
—Belina, sabes que las cosas deverian de ser distintas. Esto no está bien, Alannah tomó el poder sin que le perteneciera, traicionó a nuestro reino y sus ideales. Ella inició la guerra, y el Reino Sol solo quiere terminarla.
—Amaris, la guerra es inevitable. Tarde o temprano terminaría ocurriendo. Ese, «Reino Sol» del que hablas, no quiere detenerse. Quieren poder, conquistar, y están usándolas a ti y a Piperina como puente para que no parezca tan brutal. ¿Cómo has podido dejarte engañar tan rápido tú, la hija de Erydas, una semidiosa, descendiente directa de la Luna? Hasta Alannah parece tener más control sobre eso.
—Basta Belina, no tenemos que hablar de mi ascendencia. No me parece que sea algo que influya mucho en las decisiones que vas a tomar y que determinarán el rumbo de tú provincia.
Belina negó con la cabeza. Acto seguido, insistió:
—Sé pocas cosas de tú madre. No fue ella la que me contó de tú ascendencia. Eso lo deduje yo misma. Luego empezaron a rondar por el reino copias y recopilaciones de los discursos de tú prometido, fue entonces cuando todo tomó sentido. Siempre supe quien eras, pero no el papel que estabas destinada a tomar en esta guerra. ¿No estás cansada de qué te manipulen, que te digan lo que tienes que hacer antes de que siquiera puedas decidir algo tú?
—Soy quién soy, y eso es inevitable.
—Tan inevitable como la guerra, tan inevitable como que termines como la Luna. Solo mírate ahora, casándote con Zedric, volviéndote como ella.
Amaris suspiró. La conversación estaba yendo por un lado complicado, tenía que saber redirigirla.
—Tenemos la mitad del cetro, a tres semidioses, a dos dioses que están en proceso de convertirse completamente en lo que ya de por sí son. Venimos hacia tí y arrasaremos por completo si no actúas rápidamente. ¿Entiendes eso?
—Yo tengo a cinco semidioses —contestó Belina. Amaris entrecerró los ojos, ella explicó—. Silas, de la oscuridad. Yo también soy una, y mis dos hijos, Gemma y Uribe, son otros dos. Alannah cuenta como una diosa, casi.
—Tú eres... ¿Qué? ¿Cómo?
—Tú y tus hermanas no son las primeras que nacen de un revolcón con Erydas —se burló Belina—. Mi abuela en su juventud, también se enamoró de él. Tiene mucho tiempo, y, a diferencia de Skrain, el poder que le da a sus hijos se va difuminando por generaciones. Eso no quiere decir que no seamos fuertes. Tenemos suficiente poder como para vencerlos.
—Hay otras formas de actuar, ¿No querrías detener esto? Te escuché hablar muchas veces con mi madre de lo importante que era la paz, la tranquilidad, y cosas semejantes. ¿Qué cambió?
—Las posibilidades —contestó Belina con un tono de furia y excitación preocupantes— Antes solo éramos semidioses, teníamos poder, tierras, y fuerza, eso no lo puedo negar, pero ahora hay mucho más. Podemos ser dioses.
—No eres tú la que decide eso. Es el destino. La misma energía. Seremos dioses, no tienes que serlo tú. Elegiremos nosotros, y así se quedarán las cosas.
Amaris suspiró. Aquello no tenía nada que ver con lo que esperaba oír. Quería lograr cosas distintas, que las cosas fueran en un rumbo diferente.
Belina se dedicó a mirarla fijamente. Le estaba indicando que no la dejaría irse así como así, que quería luchar. Amaris tragó hondo, y dijo:
—No quieres negociar, está bien. Espera a que lleguemos contra ti.
—¿Contra mí? No se atreverían. No cuando ya sé que vienen. Le avisaré a Alannah, y ella estará aquí antes de que lo noten. ¿Realmente quieren que las cosas estallen ya?
—Estallarán —contestó Amaris. Y sabía, estaba segura, de que ya estaban estallando. Piperina y Zedric actuarían, aún cuando ella no estuviera cerca. Sabía que ya se estaban organizando, y que antes de que la luz del día llegara ya estarían actuando—. Solo quería aligerarlo para tí, para nuestro pueblo.
—No entiendo cómo puedes decir eso —insistió Belina, furiosa—. ¡Estás del lado incorrecto, traicionándonos, apunto de unirte al bando enemigo! ¡Nunca se había hecho algo parecido!
—Pero se hará, y nadie podrá detenerlo.
—¡Traidora! —gritó Belina. Alzó sus manos, llamando al agua que había a su alrededor. Varios árboles se secaron al instante, y, cuando sus ojos se oscurecieron, Amaris entrecerró los ojos para entender lo que sucedía. Y es que, de alguna manera, sus manos dejaron de ser sus manos y se convirtieron en agua, agua pura, como si Belina fuera un espíritu del bosque o algo parecido. Sus brazos se extendieron y llegaron hasta Amaris, un dentáculo largo y brillante que le dió una bofetada, una bofetada que no pudo detener, porque el agua que ya era parte de Belina no le respondía a Amaris, se movía con vida propia, incontenible.
Amaris sacó sus propias armas. Primero se dedicó a ver en el futuro, a aquello que Belina haría para intentar detenerla. Así supo que Belina usaría el agua del mar que estaba detrás de ellas, y obtuvo el mandato de ella antes de eso. Así, Belina solo tenía para sí misma el agua de los árboles y las plantas. Todas ellas murieron, Amaris nunca había visto tal despliegue de poder.
—Sé que piensas que esto es algo nuevo —se burló Belina—. Pero tú podrías hacerlo si quisieras, pero no sabes aprovechar tú poder. Nadie en este lugar lo aprovecha.
Amaris estaba furiosa. Belina se daba aires de grandeza, desprestigiando los esfuerzos de todos los demás, haciendo las cosas más difíciles. Gritó, haciendo que el agua del mar saliera y fuera hacia ella. A la mitad la mantuvo intacta, más al otro tanto lo convirtió en hielo, que filoso fue directamente hacia ella. Belina actuó rápido y convirtió todo su cuerpo en agua antes de que las armas de Amaris cayeran completamente sobre ella.
Amaris buscó en el futuro, pero se veía borroso, como si la misma Belina aún estuviera decidiendo su siguiente acción. No teniendo más opción, concentró su mente en buscar el agua cercana, en percibir cuál manejaba Belina, cual era ella. Fue difícil, porque había mucha agua a su alrededor, y toda se veía igual. No tenía tiempo que perder.
Pero aquello no sirvió de mucho. Belina era toda el agua, aún la que estaba bajo sus mandatos, aún la que no lo estaba. Amaris no tenía una forma de defenderse, de encontrarla. Podía estar en cualquier lugar.
Pronto sintió que el agua comenzó a congelarse en sus pies, jalándola lentamente hacia el mar. Amaris saltó, usando a la propia agua que aún le contestaba para propulsarse, y haciendo una especie de barrera para los miles de cristales brillantes que Belina ya había lanzado hacia ella.
Una especie de forma acuática estaba formándose de nuevo. Amaris no quería seguir luchando, así que abrió su mente y se lanzó hacia el mar antes de que algo más pudiera suceder. El agua estaba helada, y aunque no le hacía daño la detuvo por un momento, porque era nuevo para ella. Ya llevaba mucho tiempo sin nadar. A duras penas consiguió avanzar con rapidez, ya que su cuerpo se sentía medianamente bien, pero más que nada flácido, dolorido, tanto que le dolía cada pataleada que daba.
Pronto Amaris comenzó a sentir la presencia de Belina, que la jaloneó de vuelta a las profundidades sosteniendo sus pies antes de que pudieran moverse. Amaris se sentía exhausta, apenas si podía decirle al agua que luchara contra el poder de Belina, siendo así que, aunque no se hundía más en lo profundo del abismo, tampoco podía volver a la superficie. El agua comenzó a hacerse pesada, y filosa cuál pequeñas cuchillas atravesó su piel, que dejó salir sangre que tiñó el agua de rojo. Amaris no podía más. Su poder, su mente, su cuerpo, estaba agotada.
Entonces, comenzó a gritar. Un grito fuerte, tan fuerte que fue deformando las olas a su alrededor, que separó el agua de su cuerpo y creó unas extrañas ondas que obligaron a Belina a tomar su forma de nuevo. Aquel era un nuevo poder, parecido al de Alannah con el arpa lunar. Si algo era bien sabido es que en las presentaciones la que cantaba era Amaris, mientras que sus demás hermanas la acompañaban con sus propios instrumentos. Alannah el arpa lunar, Adaliah el violín, y Piperina al piano. Todas sabían bailar, la reina se había ocupado de que tuvieran amplios conocimientos en el arte del entretenimiento. Y tal vez ahí estaba un poco de su poder, un poder que, en parte, la liberó.
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