Capítulo 29. «Descontrol»
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El primer consejo de guerra fue tempestuoso. Zedric quería regresar al nuevo continente, así recuperando todas aquellas minas de hierro y cobre que se necesitaban para reabastecerse de armas. Por su parte, los líderes con deseo de poder querían ir al Reino Luna e invadir la cordillera del este, dónde las tierras de Belina Earmight, (la anterior consejera y mano derecha de su madre), estaban. Conseguir aquel puerto sería muy útil, pero, antes que eso, inesperado.
Era un lugar sumamente fortificado, pero, al mismo tiempo, fácil de rodear e invadir. Las fronteras eran muy vigiladas, pero que hubiera barcos y naves mercantiles pasando de aquí a allá facilitaría muchísimo invadir de forma naval, así como también Amaris conocía los puntos débiles de la parte baja del pueblo, la de los mercados.
Si hacían un buen asedio, no sería tan difícil rodear y conseguir avanzar, llegando a tierras importantes para el comercio y la pesca. De eso discutían día y noche, con Amaris como consejera principal, aún cuando solían despreciar la mayoría de sus consejos de paz.
Cuando ella dijo que deberían de intentar hablar primero con Belina antes de invadir, todos rieron. Ella insistió, firme y con dura mirada, diciendo:
—Belina apoyaba a mi madre. Lo que Alannah hizo fue traicionarnos a todos, pero, en especial, a ella.
—Esa no es la historia que yo escuché —contestó el rey, divertido—. Me han dicho que en realidad la reina entregó su trono fácilmente y sin oposición, que apoyó a Alannah desde el principio.
—La historia que escuchó estuvo mal —insistió Amaris—. La reina no esperaba el golpe que Alannah daría. Piperina, Adaliah y Skrain lucharon, pero con el poder del cetro derrotó a todos los que estuvieron en su camino. Ya como último recurso, (y para que Alannah no terminara con su vida), mi madre firmó una proclama en la que abdicó el trono y sacó de la línea de sucesión a Adaliah por, lo que Alannah nombraría, «inestabilidad fisica», daños mortales que Alannah misma provocó, y que estoy segura que habrán visto alguna vez. Muchos podrían llamarlo cobardía, pero Alannah tomaría el trono de una u otra forma. Mi madre lo único que hizo fue elegir su destino, elegir el único final en el que terminaría con vida.
Un silencio inestable llenó el ambiente.
—Skrain, ¿El qué sirve de mediador en algunas luchas? —preguntó Trevor Flamechase, otro cabecilla al que, de igual manera, su padre le acababa de dar el poder. Su cabello rubio parecía peinado con laca súper fuerte, tanto así que brillaba aún cuando el cuarto en el que estaban no se veía totalmente iluminado por sol—. ¿Es él poderoso, o tampoco sirvió mucho para luchar cuando fue el momento?
—Wilbur Skrain es descendiente del dios del mismo nombre —explicó Zedric—. Señor del aire, de los cielos, y de la muerte. Es muy poderoso, tiene que serlo, tomando en cuenta que prácticamente es un semidiós. El poder que Skrain le dió a su primer primogénito sigue pasando de generación en generación, intacto.
—Entonces ese cetro, del que ahora tenemos solo la mitad —empezó a deducir el maestro sabio más poderoso entre todos, un tal Cleggor Fogos, hombre barbudo, de unos cincuenta, pero bastante vivaz— Es lo suficientemente poderoso cómo para, ¿Qué? ¿Cuánto potencia el poder de quién lo usa?
—Está hecho para crear dioses, simplemente eso diré —musitó Zedric con lentitud. Que lo dijera con tanta seriedad hizo que, al menos, dos rostros, (el de Lakescream y el de el sabio), palidecieran al escucharlo.
Otro silencio incómodo. Sería el rey el que lo rompería, diciendo:
—Tenemos que tomar una decisión, ya —tenía una pequeña sonrisa en su rostro, como si supiera que dependía de Zedric la siguiente decisión a tomar.
—Pues, entonces, organizaremos un encuentro con Belina —fue lo que Amaris dijo, decidida. Tal vez sino denotaba las dudas e inseguridades que le abrumaban en su tono de voz, entonces no le negarían nada—. Los ejércitos pueden estar avanzando directamente, sin detenerse, pero no atacarán hasta que yo les diga que lo hagan. Les estamos dando la oportunidad de detener esto, por más gracioso que les parezca.
—Me parece bien —contestó el rey, completamente satisfecho. Parecía que Amaris le agradaba. Ella no estaba muy cómoda, pero había establecido sus ideas con rapidez, sabiendo que aquella era la única opción. La única.
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—La boda será en tres semanas. Tres malditas semanas —musitó Zedric en voz baja y lenta al salir de hablar con su padre esa misma tarde, y después de encontrarse con Nathan, que lo esperaba en el jardín de siempre. Ya era hora tarde y estaba apunto de anochecer.
—Te casarás incluso antes que yo —fue lo que dijo él, lleno de resentimiento porque Piperina seguía atrasando su compromiso más y más tiempo. Zedric apretó los labios al ver el estado de ánimo, Nathan trató de minimizarlo negando con la cabeza, y agregando—: Maravilloso. ¿La fiesta de compromiso será mañana o pasado mañana?
—Pasado mañana —respondió Zedric. Días antes habría estado emocionado por casarse con Amaris, pero todo se había complicado hasta un punto inimaginable. Él se movía de un lado al otro, como gato enjaulado, y lo único que se escuchaba en aquel lugar era el traquetear interminable de sus pasos—. Entonces iremos directamente hacia la guerra, y después, si es que ganamos, me casaré. Estoy seguro de que la amo, pero nunca esperé que esto sucediera tan pronto, o que se volviera tan importante para mí. Simplemente no lo esperé.
—Nunca se esperan este tipo de cosas —murmuró Nathan, lento.
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El día siguiente estuvo lleno de noticias para nada favorecedoras. Alannah estaba movilizando su ejército de nuevo, más no se le había visto por ninguna parte desde varios días atrás, como si estuviera intentando esconderse a propósito.
Daba órdenes inteligentes, como que no avanzaran con mucha rapidez, o que se mantuvieran vigilados los puertos. Parecía pasiva, más Zedric sabía que era todo menos eso. También había recibido noticias de ataques de monstruos en algunas aldeas fronterizas, monstruos que no se habían visto desde hacia milenios, y que precisamente habían decidido aparecer justo cuando la guerra estaba apunto de comenzar. Tal vez Alannah no había conseguido conquistar tierras nuevas, pero el reino Sol ya había perdido al menos cinco de sus citios fronterizos dónde había almacenes y cosechas apunto de recogerse, debilitándose de forma inesperada y peligrosa.
Amaris se sentía atemorizada. Veía que las cosas empeoraban, y, por eso mismo, le parecía tedioso estar haciendo preparaciones para su boda. El rey quería que portara un atuendo de oro puro, porque las bodas en el Reino Sol eran así, con vestidos y adornos de oro, velos de oro, cubiertos y todo, absolutamente todo, de aquel color amarillo brillante, dorado. Ella no quería, porque las bodas en el Reino Luna siempre se vestía de blanco, vestidos blancos, azules, y rojos. Solamente en las bodas del Reino Luna se usaba el rojo, pero específicamente se veía en los bordes de los velos, en rosas en los vestidos, eso y mucho más.
Eso no era lo único en lo que pensaba a cada momento. Pensaba en Zedric y Ranik, en la posibilidad de que pudieran morir, en su reunión con...
Con Belina. La mejor amiga de su madre, quien podía o no podía actuar en su favor. Todo era demasiado.
Piperina fue a buscarla aquella mañana. Llevaba unos cuantos días sin hablar bien con Amaris, separadas por todos esos hechos que las habían mantenido ocupadas, desde la boda, la fiesta de compromiso, y todos los preparativos que conllevaban. En el Reino Sol las bodas eran demasiado ostentosas, había damas de honor, rituales antes y después de la ceremonia, vestimentas ornamentarias, títulos y nombramientos, regalos, celebraciones que podrían parecer eternas. Esto se tenía que preparar en solo dos semanas, y era lo que las mantenía a ambas ocupadas.
—Iré a la guerra —fue lo que le anunció Piperina a Amaris cuando entró a sus habitaciones. Ella se estaba probando su vestido de bodas, así que no podía voltear o moverse, porque de ser así todos los alfileres y partes medio cocidas del vestido se desarmarían—. Creo que Zedric necesita ayuda. Además, si el plan que piensan usar es llevado a cabo, entonces...
Piperina se detuvo un momento al observar el vestido de Amaris. Era blanco, como tejido por copos de nieve, pero tenía bordes de tres colores distintos. Rojos, amarillos, y azules. En algunas partes el oro lo hacía más brillante, como en el corsé o en la caída, cual la nieve al ser iluminada por el sol, y su cola, majestuosa, era tan larga que había tenido que ser enrollada apartir de la mitad. Era bellísimo, y se coordinaba perfectamente con la corona y velos de Amaris. El velo era dorado, más destilado de un blanco brillante y llamativo, mientras que la corona, blanca y azul oscura, daba un toque imponente como toque final.
—¿Qué plan? —preguntó Amaris. Había ido al consejo de guerra, pero los planes seguían modificándose a cada minuto, cosas como el clima o la vegetación hacían las cosas más complicadas, del todo imprecisas, y con mucho más ansias de ser meditadas. Piperina dejó de concentrarse en la vestimenta de su hermana, y contestó:
—Quieren usar a Nathan —el miedo se reflejó por completo en la forma en que habló, demasiado rápido y cortando las palabras—, hacer la invasión por la noche, cuando nadie lo espere, y hacer que él permita que el ejército avance a través del bosque encantado, atravesando las fronteras de Belina antes de que pueda notarlo. Pero, lo que me preocupa es que...
Piperina se detuvo. Por un momento sus ojos se mantuvieron fijos en un punto indefinido, luego miró de un lado al otro, como si estuviera buscando algo. Lo que más le llamó la atención a Amaris fue la forma en que movió los pies, cambiando de peso de forma irregular y pausada. Entonces, después de lo que parecieron varios minutos, ella dijo:
—Hay un monstruo —su voz fue queda, apenas entendible, pero segura, lo que aterró aún más a Amaris—. Cerca de la frontera. Puedo sentir la forma en que camina, y Nathan... Nathan también. Va hacia él. Lo que no entiendo es...
—¿Qué es lo que no entiendes? —insistió Amaris, que ya estaba perdiendo los escrúpulos y apenas sí pudo contenerse de no desprender las costuras que la modista, impacible, hacía— ¡Habla, maldita sea!
Piperina abrió las ventanas del cuarto en el que estaban antes de que Amaris pudiera detenerla. Ya en el balcón, llamó a una columna de tierra para que le sirviera de escalón y llevara directamente hacia aquel monstruo, aunque también hacia su prometido, porque, cuando Nathan usaba su poder, era difícil controlarlo y traerlo de vuelta.
Por primera vez Piperina sintió que la tierra le respondía como si fuera un miembro más de su cuerpo, haciendo que los árboles y plantas se quitaran de su camino, poniendo a las personas que se le atravesaran en zonas seguras, guiándola hacia donde aquel monstruo se encontraba.
Que la tierra respondiera a sus mandatos no significó, en todo caso, que las cosas se resolvieran por completo. Le resultó muy difícil mantener el equilibrio, como si estuviera surfeando o algo parecido, así como también se le complicó que su cabello no se viera jalado por las ramas que había en el camino, e incluso también todo el recorrido que tuvo que hacer por el pueblo, del que de seguro recibiría quejas por lo dañadas que terminarían las calles, las personas apunto de ser atropelladas, jaloneadas, y todos esos puestos itinerantes que prácticamente habían terminado derribados. Fue todo un caos, pero el destino al que tenía que llegar hizo que aquello tuviera sentido.
Y es que había algo raro en el monstruo. Era demasiado poderoso. La magia que desprendía era perceptible aún desde lo lejos, y Piperina temía que no hubiera nadie más cerca para ayudarla. Zedric se había ido desde el día anterior a hacer misiones de reconocimiento con Yian, así que no estaba cerca para ayudar. Amaris estaba probándose aquel ostentoso vestido, y Skrain...
Skrain apareció a su lado como si solo pensar en él hubiera invocado su presencia. Piperina ya estaba cerca de la frontera, y él avanzaba a su lado con ayuda de un brillante corcel que parecía hecho de nubes. Era magnífico, grande, gris tormentoso, e incluso relinchaba de vez en cuando haciendo alarde con un sonido estridente, mágico, y maravilloso. Piperina no podía estar más sorprendida, pero enseguida volvió a concentrar su mirada en el frente, tratando de no perder el control.
Pronto hubieron llegado a la frontera con el bosque encantado. El ambiente estaba oscuro y nublado alrededor de la primera línea de árboles a la vista, así como, también, estos se movían de un lado al otro, afectados por la dura lucha que azotaba aquel lugar.
—¡Cuidado! —antes de que Piperina pudiera avanzar más, Skrain se adelantó hacia ella, saltó de su corcel y calló a su lado, empujándola justo a tiempo, porque, enseguida, una oscura explosión puso el ambiente callado y negro por unos momentos. Energía pura como la que Nathan exhudaba volaba por todas partes, incontrolable.
Piperina respiraba entrecortadamente, dolorida. Apenas si podía mantenerse cuerda y tranquila, porque, uno, Skrain la mantenía inmovilizada, con sus ojos fijos en ella y sus brazos rodeándola con fuerza, y dos, porque la explosión había sido demasiado fuerte, llevándose con ella al menos unos doscientos pies a la redonda de bosque. Todo estaba negro, destruido, pero, al mismo tiempo, extremadamente calmado.
—¿Cómo es qué sentiste que eso pasaría? —musitó Piperina con dificultad. Apenas se pudo levantar, y cuando lo hizo pudo ver que había un círculo negro a su alrededor. La energía, curiosamente, los había rodeado.
—El don que el dios me dió. Recuerda, puedo sentir el poder de los demás.
—Ya lo recuerdo —respondió Piperina. Inmediatamente después de levantarse, y al no ver a Nathan por ninguna parte, preguntó—: ¿Dónde está?
Skrain giró su rostro hacia el bosque.
—Allá —señaló, dónde los árboles estaban más poblados y altos, además de que, como la parte que recién Nathan acababa de destruir, se agitaban de un lado al otro, presas de la neblina oscura, grisácea, y morada que había volado todo en pedazos, así como también de la fuerza con la que Nathan y el monstruo, (que no parecían separarse en ningún momento), se movían—. Saldrán pronto. Trata de prepararte, porque esto es más complicado de lo que puedas imaginar.
Piperina soltó una exhalación, tratando de pensar en la mejor defensa que podía utilizar. No veía nada más que el moverse de los árboles, así que, a grandes rasgos, lo único que sabía es que aquel monstruo era grande, y Nathan, probablemente, se había convertido en una bestia de tamaño similar para poder igualarlo.
Así pues, la mejor forma de luchar sería usando la tierra a su favor. Piperina trató de concentrarse en mandarle a la tierra que hiciera una armadura para ella, que la rodeara y protegiera cada una de las partes de su cuerpo. Piperina se sentía pesada, pero, al mismo tiempo, creía que podría defenderse.
Entonces, otra explosión azotó el bosque, pero esta vez varios animales y bestias salieron huyendo de él, así como, también, una ráfaga de lluvia comenzó a estabilizar el ambiente. Los ojos de Skrain brillaban, fijos en el bosque, de dónde, enseguida, salieron los dos contrincantes.
La bestia contra la que Nathan luchaba era grande, amorfa, extrañamente terrible. Parecía una especie de demonio, con piel morada, blanquecina, y negra, escamosa como la de un reptil. Tenía forma humanoide, al menos media unos tres o cuatro metros, así como también su rostro era feo y grotesco, con dientes filosos, orejas puntiagudas, y una nariz bastante pequeña para una bestia de aquel tamaño. Nathan apenas y lograba mantenerlo a raya, aún cuando ya ni siquiera era él el que luchaba, sino una bestia de oscuridad del mismo tamaño, aunque bastante más amorfo y variable que la bestia con la que estaba luchando.
Se daban golpes frenéticos y se lanzaban de un lado al otro, furiosos. Skrain apareció en escena, lanzando varios tornados que los rodearon e impidieron que avanzaran más de lo debido, hacia el pueblo. Piperina trató de ayudar haciendo lo mismo y generando una capa extra de tierra que creció y que generó una especie de arena o cuadrilátero en el que Nathan y la bestia luchaban entre sí.
Un golpe, Nathan lo atrapó entre sus brazos y lo inmovilizó del cuello. Entonces, la bestia le dió completamente la vuelta, dejándolo inmovilizado y llenando a Piperina de miedo y desconcierto. Con el pánico fluyendo en su sangre, alzó la mano y le mandó a la tierra que formara un brazo que tomara a la bestia por el cuello para mandarla lejos de Nathan. Entonces esa bestia reparó en ella, y sus ojos, fieros y rojos, la vieron fijamente, haciendo que sus miembros se inmovilizaran por un momento, que no pensara en otra cosa aparte de lo mucho que necesitaba pelear, luchar, mostrar el poder que tenía.
—¡No! —Skrain se lanzó hacia ella, poniéndose en su campo de visión antes de que perdiera el control—. Él es un dios. Es el dios de la ira, de la furia, de la guerra. Está aquí para provocar a cualquiera que esté en su camino, y , aún cuando tú generalmente no te ves envuelta en los hechizos mentales, este parece estarte afectando.
El monstruo actuó antes de que Skrain pudiera notarlo. Pasó de ser está gigantesca y poderosa bestia a convertirse en un hombre grande, alto, y fuerte. Tenía el cabello rubio, estos ojos rojos y poderosos, una sonrisa maliciosa, pero, y más poderoso que todo eso, una fuerza y rapidez totalmente incontrolables. Llegó enseguida a Skrain, lo tomó de la espalda y lanzó por los aires antes de que pudiera hacer algo para defenderse.
Entonces, con toda su fuerza, fue hasta Piperina y le dió un golpe en el tórax, un golpe tan fuerte que fue capaz de deshacer su armadura, rompiéndola en pedazos antes de que pudiera defenderse. Ella calló al suelo, él se acercó a ella, mirándola con una fijación tenebrosa y asfixiante, alzando la mano, y murmurando, mientras tocaba su barbilla:
—Ella dijo que serían más poderosos, que decepción.
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