Capítulo 24. «Primer y último encuentro»
-Estoy ciega como nunca lo he estado -dijo Amaris con voz baja y lenta-. Lo necesito, lo necesito cerca.
-Amaris -le contestó Ranik-. Eres una persona singular, no lo necesitas cerca de tí. Menos dentro, en tú cabeza, viéndolo todo.
-¿Dónde estuviste? -preguntó ella. Ranik quitó su vista del mar y la miró fijamente, más no dijo nada. Amaris se acercó a él, tomó su mano y farfulló con lentitud-: Prometieron que no habría más guerra. No parece que eso esté sucediendo.
-Me había olvidado de lo poderosa que eres -contestó él-. Toda mi vida anterior se ve borrosa, pero especialmente, tú. Es como si mi mente borrara todo lo que tiene que ver contigo en una niebla densa y oscura.
-No soy lo suficientemente fuerte. No como querría.
-Dices esto por lo que te dijo Alannah. Eso de que eres lo suficientemente poderosa como para hacerme el que era antes sin ayuda del cetro.
-No lo digas de esa forma -Amaris bajó la mirada y apretó los puños, tratando e esconder la obvia furia que le provocaba escuchar a Ranik hablar con tanta frialdad-. No quiero escucharte. Es más, no quiero verte. No quiero tenerte cerca. No sino eres tú mismo. No puedo tolerarlo.
-Demasiados nos en una oración, pero, es imposible. Soy el único que no le teme a tú poder ni está tan asustado como para querer mantenerse lejos de tí, así que Alannah me ha mandado a estar cerca, aunque sea como vigilante, aunque también un poco para torturarte.
-¿Cómo es qué sabes tanto de ella y lo que quiere?
-Desde que desperté hemos estado conectados psíquicamente así como estaban Zedric y tú. La única diferencia entre nosotros y ustedes es que nosotros somos un canal de dos lados, y el suyo solo tiene uno.
-Es curioso que en este estado tuyo aún tengas la capacidad de burlarte y ser cruel con los demás. Es como si estuvieras enojado y celoso por nuestra, «conexión».
-Sólo digo lo que veo -contestó. Amaris lo miró fijamente, y se acercó a él tanto como para enrollar los brazos en él. Ranik se puso tenso, y ella dijo:
-Extrañaba tenerte cerca. Te extrañaba mucho. Aún te extraño.
Ranik tomó las manos de Amaris y la alejó de él. Ella sintió que una pequeña lágrima corrió por su mejilla, y no pudo más que mirar al mar para no sentirse avergonzada. Subió la mirada entonces hacia el cielo, dónde varias figuras oscuras parecían venir, como pequeños pájaros que parecían estar a mucha distancia.
Esas cosas negras se movían demasiado rápido. Entonces estuvieron más cerca, y un grito le confirmó a Amaris que su vista no estaba mal, porque lo que veía, antes que nada, parecía increíble.
-¿Qué es eso? ¿Son dragones? ¡Son dragones!
Esa voz era de alguien conocido, aunque nunca la había escuchado tan asustada. Amaris giró su rostro y encontró a Sephira agachada a su lado. Estaba joven. Demasiado joven. Sus ojos se veían humedecidos, y, asustada, giraba su rostro de un lado al otro.
-¿Qué haces aquí? -preguntó Amaris-. ¿Nunca habías visto algo así?
-No -contestó Sephira-. No. Los dragones están lejos, en el Gran Bosque.
-El bosque encantado -murmuró Amaris por lo bajo.
-¿Y cómo es qué puedes verme? -preguntó Sephira con voz incrédula y baja-. ¿Tú también tienes mi poder? ¿En qué tiempo estamos?
-En el futuro -contestó Amaris, volviendo su vista hacia el mar, donde los dragones volaban de un lado al otro, como si jugar entre ellos-. Realmente es la primera vez. No puedo creerlo. Entonces, Sephira, ponte detrás de mí y observa. Los sueños se tratan de eso, de observar. Agradece que no estás en un problema, porque si viajas en el tiempo y te encuentras con alguien peligroso, alguien que será tú enemigo y puede verte, entonces todo estará perdido.
-¿Un enemigo? ¿Qué tipo de enemigo?
-Un enemigo. Lo sabrás cuando lo veas.
-Tengo muchos enemigos -habló Sephira-. Enemigos de mi familia. Enemigos malos, y poderosos, pero ellos no podrían verme. No así. Creo que comienza a darme miedo lo que pueda ver.
-Puedes ver cosas magníficas -insistió Amaris-. Verás cosas magníficas.
Los dragones llegaron a la costa. Eran tres, todos azules, con escamas blanquecinas y brillantes. Las personas comenzaron a gritar, temerosas, y el más grande de ellos, que tenía una cresta enorme, se adelantó hacia los templos y comenzó a lanzar llamaradas azules directamente hacia ellos.
Amaris estiró su mano. El agua de mar fue directamente hacia el fuego, apagándolo. Entonces Alannah apareció, con los ojos negros, el cetro en sus manos, y su cabello, brillante, ondeando por el viento. Se veía imponente y poderosa.
-Oh, dragones de Veratas, ¡Yo los he invocado! ¡Vengan a mí!
Los dragones comenzaron a volar a su alrededor. Parecían perritos siguiendo a su dueño. Alannah extendió sus manos, como guiándolos.
-Es aterradora -dijo Sephira-. Su poder es... -carraspeó-, en cierta forma, brutal.
-Peligroso -comentó Amaris-. Demasiado peligroso. ¿Qué hace?
-Un estrepitoso ritual que mi madre desaprobaría -contestó Sephira-. Está llamando a los dragones, tratando de usarlos como alguna fuente de energía, de poder. Es algo muy antiguo. Tanto que no está escrito ni creo que lo esté.
Alannah daba vueltas, cual desquiciada. Los dragones comenzaron a revolotear sus alas con fuerza, y varios jóvenes, flacos, delgados, y pequeños, danzaron a su alrededor mientras decían palabras en la lengua madre, tan antigua como lo que decía Sephira.
Parecía que los dragones se estaban resistiendo al control que Alannah quería ejercer sobre ellos. Sus ojos brillaban y fuego inconsistente salía de sus hocicos.
Y, cuando Amaris creía que las cosas no podían ponerse más extrañas, Alannah alzó las manos y cerró los puños en un gesto de magia maravilloso y descontrolado. Los dragones aletearon con fuerza, cayendo directamente hacia un mar congelado que los esperaba.
-¿Qué es esto? -Amaris se giró hacia Ranik, que había ignorado sus pláticas con Sephira y mantenía su vista fija en Alannah-. ¡Ranik, mírame!
Ranik parecía no estar ahí. Amaris tomó su rostro entre sus manos, notando que estaba pálido y sus ojos, generalmente de un azul claro, se veían un tanto más oscuros. Parecían inyectados en sangre, algo dentro de él estaba muy mal.
-¡Yo los reclamo! -la voz de Alannah llamó su atención, y Amaris giró su rostro para observar la forma en que había llegado frente al más pequeño de ellos, alzando el cetro y convirtiéndolo en un puñal-. En el nombre de la Luna, en el nombre del cielo, la tierra, y el Inframundo, les ordeno que duerman, que se entreguen hacia el fuego eterno, y que entreguen su poder.
-Alannah, de la casa Stormsword -ese dragón y no era un dragón, sino un humano, deformándose de una forma que Amaris no sabía que podía suceder-. Los cielos observan. Los dioses toman nota, dioses más altos, ¡Esto no termina aquí!
Tan pronto como terminó de hablar, el dragón volvió a su forma original. Alannah alzó el cetro, (que se convirtió en una vistosa espada), y lo enterró en el pecho del dragón, desgarrando sin un ápice de delicadeza o culpa visibles, dejando al aire muchísima sangre que no paraba de salir de su pecho, hasta que ella tomó el corazón que latía en él, y que aún palpitaba.
-Esto es para tí -dijo directamente hacia Amaris. Entonces, lo aplastó.
Amaris sintió que el poder la abrumó fuerte, inquebrantable, y abrumador. Todo lo que podía sentir era distinto, porque era mucho más, porque sentía y veía como si fuera aquel dragón, con todos sus años de vida, con todo su poder ancestral, maravilloso, y conocimiento perfecto de sí mismo.
El segundo corazón hizo que Amaris se sintiera aún más abrumada. Para el tercero, perdió el control. Todo a su alrededor comenzó a congelarse, incluyendo a Ranik, el césped, y el mar cercano, respondiendo a la frialdad y dolor de su corazón. Pronto cayó al suelo, miró a Ranik, se acercó a él y lo rodeó en un cálido abrazo. Lo necesitaba cerca.
-Yo te maté -dijo, entre lágrimas-. Por mí es que estás así. Por mí es que todo es tan difícil.
-¡Amaris! -una voz lejana, Sephira.
-Yo, no... -Ranik, que apenas si tenía conciencia.
-¡Vuelve, en el nombre de la Luna! -de Alannah, que seguía haciendo sus conjuraciones, arrebatada por la ansiedad de poder y el compromiso que tenía.
Entonces, Amaris tomó la mano de Ranik, y lo trajo de vuelta. Cuando después, mucho tiempo después, le preguntaran como lo había hecho, no podría explicarlo con claridad. De por sí era difícil explicar cómo se conectaban entre ellos, una conexión antigua y que requería de magia pura, entonces, explicar que se había conectado con Ranik, que había buscado en el pasado y en el futuro, que había roto la conexión que tenía con Alannah, y, al mismo tiempo, se había desprendido de sí misma para traerlo de vuelta. Tendría que explicar esa conexión que tenía con él, inquebrantable, fuerte, ese amor incondicional, esa sensación de que necesitaba tenerlo cerca, ese aprecio y admiración que había nublado todos y cada uno de sus sentidos.
Tendría que explicar todo eso, pero incluso más, porque todo aquel proceso había hecho que se olvidara de sí misma, de su poder, y que dejara entrar a la Luna.
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