Capítulo 23. «Plática y desconexión»

—Nos has arruinado dejándola en manos de Alannah. Ella era nuestra salvación. ¿Quieres ser rey, de verdad? Pues deja de hacer cosas como estas. Un verdadero rey no cede tan fácilmente.

Zedric estaba cabizbajo, con las ganas perdidas y cada uno de sus músculos doliendo por el esfuerzo. Estaban entrenando, más su padre, aún después de que habían pasado más de dos días desde que Amaris se había marchado, seguía molestando con sus preguntas y regaños.

Ni siquiera tenía fuerzas para contestar. Tenía mucho peso sobre sus hombros, aquellas pesas de roca que su pueblo usaba para mejorar el estado físico. Hacia sentadillas poco a poco, subiendo y bajando, mientras que su padre no dejaba de vociferar aquellos insultos, uno tras otro. Entonces, realmente pasó el límite cuando dijo:

—Si realmente la amas, no debiste haberla dejado ir. ¿Estás escuchando?

Zedric dejó caer todo el peso que tenía sobre sus hombros de una vez. Entonces miró fijamente a su padre, y gritó:

—¡La amo, la amo como no he amado a nadie!

—¿Entonces...? —el rey no se inmutó. No alzó ni un poco la voz, sino que siguió haciendo esas dolorosas preguntas sin reparo alguno—. ¿Por qué cometer semejante error? Tal vez Alannah no le haya dejado a Ranik el cetro, pero su promesa fue tan vacía, tan vacía...

—¿A qué te refieres? —preguntó Zedric, mientras que mentalmente se regañaba a sí mismo por concentrar su mente por completo en Amaris, y no buscar algo más.

El ejército de Ranik no se ha ido. El paradero de su líder varía y varía, pero su ejército sigue cerca, esperando para atacar. Son miles, tal vez no son la cuadrilla completa que eran antes, pero son muchos, y podrían atacar en cualquier momento.

Zedric observó la seriedad con la que su padre hablaba. Realmente parecía preocupado. No estaba haciendo mucho alarde de su poder, ni diciendo que estaban seguros, ni siquiera lo estaba regañando. Serio, realmente veía lo serio que estaba en su semblante.

—Yo... —contestó—. Tenemos un ejército lo suficientemente grande como para detenerlo, estoy seguro de eso.

—La mayoría de los hombres que habíamos reunido ahora están en camino a sus casas. ¿Debemos creer en la tregua? ¿Hacer qué lo otros regresen también?

—No lo sé —contestó. Su mente estaba, por primera vez en esos días, separándose de Amaris y buscando algo más, lo que lo abrumó mucho de una vez, así que, a duras penas, logró decir—: Dame tiempo. Necesito buscar. Saber que es lo que quieren hacer.

El rey apretó los labios. Aquello no sería suficiente. Zedric, por su parte, cerró los ojos y se concentró en buscar al ejército de Ranik. No sabía siquiera dónde estaban, pero había mentes que podían guiarlo.

Primero encontró granjas, granjas con campesinos que estaban molestos por cosas banales, luego granjas que estaban llenas de campesinos molestos, pero molestos de verdad, y esto era por la guerra. La guerra que ni siquiera había iniciado pero que de todos modos les había traído ya problemas, casi la ruina.

Y, a unos cuantos pasos de ellos, estaba el ejército. Toda la legión que Ranik había dejado bajo el mando de un oficial de bastante alto rango, Percival Lenninger. Zedric lo había visto muchas veces antes en fiestas, regodeándose del poder y estrategias militares que había tenido mucho tiempo atrás.

Ranik había vuelto considerablemente más habilidoso de la muerte. Por lo que podía ver de las personas a su alrededor, hacía todo metódicamente, de forma casi inhumana, y realmente planeada. Pero no era sólo eso. Había plantado escudos mentales para que Zedric no viera nada sobre sus planes. Eran muros de hielo, más no físicos, que rodeaban las mentes de aquellas personas y las mantenían apenas abiertas, haciendo que Zedric solo pudiera ver pensamientos recientes, más no recuerdos, ni conocimiento, prácticamente lo había dejado ciego.

—Eres muy poderoso —la voz del rey sacó a Zedric de su búsqueda, trayéndolo de vuelta al mundo real—. Pero no será suficiente, y lo sabes.

Zedric apretó los labios. Por un momento su mente se sintió un poco lenta, como si se estuviera rindiendo antes de siquiera luchar.

—Encontraré algo —insistió—. Eso que viste fue solo un poco de lo que puedo hacer. Averiguaré más en las mentes que Ranik pudo haber considerado no importantes. Mandaré un ultimátum a esa legión, y, sino se van pronto, habrá represalias.

—¿Y crees qué eso sea suficiente?

—Tiene que serlo. En caso de que no lo sea, entonces, tendré que... —se detuvo, hasta en su mente sonaba demasiado arriesgado lo que estaba apunto de decir—: Qué anunciar mi compromiso con Amaris, y declarar formalmente la guerra contra el Reino Luna antes de que Alannah nos ataque. Así, podremos avanzar poco a poco, declarando que estamos conquistando por y en su nombre.

—No sé si puedo creerte. Nunca habías aceptado la posibilidad de comprometerte con Amaris, y, de pronto, lo haces.

—Creo que es lo mejor —mintió Zedric—. Tomarlos por sorpresa.

La verdad era, (y Zedric lo sabía), que no tenían muchas opciones. Amaris estaba con Alannah, y, sino lograba rescatarla pronto, un poder mucho más grande andaría en la tierra, un poder lo suficientemente grande como para conquistar todo Erydas de una vez. Los riesgos también estaban en la guerra, las muertes que supondrían, y la calidad de vida del pueblo, que ya de por sí se había visto disminuida después de que Alannah tomara el trono.

Ella prácticamente había monopolizado el poder. Ningún barco salía de la costa sin que ella lo autorizara, le había quitado sus títulos y tierras a todos aquellos que se habían negado a respetar su reinado, y, por si fuera poco, gastaba como nadie había gastado en toda la historia del Reino.

Mantener un ejército entero no es fácil. Llevarlo de a un lado al otro cuesta bastante, así como también conseguir comida, suministros de guerra, y muchas cosas más. Solo eso había sido un gran gasto, pero la cosa no terminaba ahí. También había gastado mucho en nueva decoración para el palacio, y se rumoreaba, incluso, que estaba construyendo uno nuevo.

La situación para los campesinos y los de clase más baja, entonces, se vió afectada. Muchos perdieron sus tierras o fueron corridos de sus trabajos, e incluso cosas peores. Los jóvenes habían sido convocados para la guerra, aún sin tener entrenamiento necesario.

Bajo el reinado de la anterior Ailiah, Bryanna, eso nunca había sucedido. Siempre se entrenaba a los guerreros con anticipación, y no se les vería en los campos de batalla hasta que no hubieran alcanzado el nivel de pretor. Tampoco es que antes hubiera habido muchas guerras, pero la cosa se entendía. Todos eran entrenados, todo antes tenía un orden, que, con su nueva gobernante, estaba perdido. Zedric sabía que aquello era inevitable, pero llevaba un largo tiempo negándoselo a sí mismo. Tenía a Amaris cerca, y eso parecía suficiente.

—Nunca habías querido apoyar la guerra, es por eso que no te creo —agregó el rey—. Haz que te crea, y haremos un concilio entonces.

—Es la única forma de traerla de vuelta —contestó Zedric.

☀️☀️☀️

Amaris despertó de un sobresalto. Alguien estaba moviéndola de un lado al otro de forma brusca y molesta. Abrió los ojos lentamente, alentando sus acciones, hasta que escuchó:

—Camina, andrajosa, que la reina espera.

Desde que la habían atrapado como rehén solo había hablado con Ranik y Alannah. Que alguien más estuviera dirigiéndole la palabra le resultaba extraño, haciendo que sus sentidos se pusieran alerta y su mirada  virara de un lado al otro buscando alguna señal de que Ranik estuviera cerca.

No lo estaba. En vez de ir hacia el palacio de los Dolphinsea Alannah había optado por acentarse alrededor del gran centro de adoración, que no estaba en la ciudad como los templos, sino en las afueras, al lado de la costa.

Ahí, a la interperie, Amaris había dormido. Nadie se le acercaba, apenas si la miraban, como si se tratara de una paria. Alannah estaba cerca, vigilando, y Ranik no era la excepción. Pronto la vida comenzó a hacerse tediosa, y no había nada que Amaris pudiera hacer que no estuviera siendo visto.

Así, el tiempo pasó. Una semana silenciosa en la que ella solo iba y venía de un lado al otro, en la costa. No había visto a Alannah hasta ese momento, cuando aquel pequeño joven había llegado y le había gritado con tanta confianza que se levantara.

Amaris caminó a lo largo de los pasillos del palacio de los Dolphinsea con un sabor agrio en la boca. Siempre le habían gustado las cientas de fuentecillas que fluían por el palacio, a forma de canales unidos entre sí y con una complicada estructura tan antigua como su civilización,  pero, en su estado, no podía mirar ni dos veces la fuente sin sentirse sedienta, hambrienta, y con ganas de ir al baño.

No había comido en dos días. Ranik ya no andaba cerca, y él era el único que parecía haber tenido cierto interés en ella, aún cuando fuera frío, no dijera más de dos palabras, y apenas sí la mirara.

Pronto hubieron llegado al final del pasillo. Aquel joven que le había hablado, pequeño, enclenque, pero con cierto aire inteligente.

—¿Quién eres? —preguntó. El chico la miró fijamente, aquellos ojos oscuros que no parecían tener ninguna vivacidad. Negros, completamente negros.

—Eso no debería de importarte, pero me llamo Anrud.

El chico extendió su mano, indicándole a Amaris que entrara. Tenía los pómulos muy marcados, estaba demasiado delgado, como si estuviera muerto, o apunto. Las ojeras alrededor de sus ojos no hacían las cosas mejores. Él sonrió, insistiendo en que ella pasara. Amaris no tuvo más opción, pasó, y se encontró con que el chico la había llevado a uno de los múltiples comedores de aquel palacio. Uno mediano, como para que la pequeña parte más importante de la familia comiera con intimidad. Aún así, estaba muy bien decorado, con los típicos —azules y blancos del Reino Luna, más también había algunas cosas de oro, varios jarrones, los bordes de las cortinas, e incluso había rubíes en los bordados de las cortinas y manteles, rubíes rojos, oscuros, y que deberían de haberse visto maravillosos por separado.

—Como siempre, tienes que mirarlo todo, ¿Verdad? —dijo Alannah al verla entrar. Estaba sola, y, aunque por un momento había concentrado su mirada en ella, al siguiente se mantuvo mirando a su comida, y luego a la ventana que estaba enfrente, e incluso no se detuvo después de eso, porque parecía hiperactiva, moviéndose demasiado rápido, como si tuviera que observarlo todo. Las palabras que había dicho aplicaban incluso más para ella que para la misma Amaris.

—¿Por qué me has llamado? —preguntó ella—. ¿Qué hago aquí?

—La Luna necesita que estés fuerte. Es por eso que quiere que comas y te dediques a mejorar antes de que llegue el día del sacrificio.

—¿El sacrificio de qué? —preguntó Amaris—. Tenía entendido que la Luna quería mi cuerpo, más hablar de sacrificio suena...

—Se necesita sangre mágica para lograr lo que quiero lograr. La sacrificada no serás tú, o, bueno, al menos no de forma literal. Le ofreceremos tú cuerpo a la Luna, sí, pero no morirás. Seguirás ahí, viendo todo lo que haga hasta que llegue el momento en el que de aburra de tí. Entonces, y solo entonces, buscara un nuevo recipiente.

—¿Por qué me dices todo esto? No, ¿Por qué la sigues ciegamente?

Alannah se detuvo de comer por un solo segundo después de aquella pregunta. Sus puños se apretaron, su mirada se concentró en el florero frente a ella, que en ese solo segundo se congeló completamente. Entonces, habló:

—Tenía quince años cuando la Luna se apareció frente a mí por primera vez. Esa vez fui escéptica y creí que se trataba de un sueño, (ya que así es como ella generalmente se comunica con el mundo exterior), más no fue así, sino que, en realidad, ella me había buscado, encomendándome una misión. Esa misión era buscarla.

—¿Y lo hiciste? ¿Cómo es qué confías en ella? Te ha hecho hacer cosas terribles.

Alannah rodó los ojos.

—El concepto que tienes de terrible es diferente al mío. Le dí a los demás lo que merecían. No tiene nada que ver contigo.

—Me hiciste daño a mí también. A Ranik. Ya no es el mismo, y no dejaste que lo cambiara.

—No lo perderé de nuevo —dijo Alannah, de nuevo deteniéndose por un momento, y con una seriedad que le cortó a Amaris la respiración—. Y no te detuve de hacerlo. Amaris, la Luna no te quiere por algo banal, sino porque eres poderosa, tan poderosa como para traerlo de vuelta si realmente tuvieras la motivación necesaria.

—Lo que sientes es enfermizo —insistió Amaris—. Sientes algo por un fantasma. Un espíritu que ya no tiene alma ni mente. Entiéndelo.

—He aprendido algo en todo este tiempo —contestó Alannah, con voz queda—. Siempre tienes que tenerlo todo. Siempre tienes que tener la razón, más no es así. No te permitiré que sigas de esta forma.

Dicho aquello, se inclinó, la miró fijamente, y musitó una frase corta que ella no pudo comprender en un :

—Dreanae, mentus, cortae.

Humo y escarcha blanca salieron de la boca de Alannah. Esta se extendió y fue directamente hacia Amaris, hasta que ella sintió que su mirada se nubló y toda la habitación se sintió en un nivel de temperatura mucho más bajo.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó Amaris, mareada.

—Corto tú conexión con él. Ahora trata de sobrevivir sin tener a Zedric siempre vigilando.


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