Capítulo 21. «Hermandad previa al deceso»
Skrain tomó a Adaliah entre sus brazos, de nuevo, y pasó el portal que lo llevaría de vuelta a Amaris, en el medio de la guerra, en un país desconocido, pero con alguien que podía ayudar.
Al pasar la luz y el mareo del viaje, Skrain observó a sus amigos, sintiéndose en absoluto maravillado cuando vió los rostros de las dos hermanas, llenos de alivio y de felicidad.
—Estás viva —dojo Amaris con rapidez, yendo hasta ella y, tan pronto como Skrain la hubo depositado en la camilla más cercana, abrazando a su hermana con obvia necesidad.
—No entiendo porqué pensarían que no lo estaría —contestó Adaliah, que a regañadientes aceptó el abrazo de su hermana—. Ella no es lo suficientemente fuerte como para deshacerse de mí.
Natasha, por su parte, fue directamente hacia el herido. Connor tenía la piel verdosa, ojos vidriosos y sus venas, algunas amarillentas, otras rojizas, saltaban a la vista.
—El veneno sube desde la punta de los pies hasta la punta de la cabeza —dijo, ayudando a Connor a sentarse, aún cuando este gimió de dolor—. Ahora, necesito una jeringa. La más afilada y pequeña que tengan, por favor.
El doctor, que aún seguía dando rondas por ahí después de ver la mejoría que Amaris había logrado en Connor, fue hasta su alijo de instrumentos y buscó en él por varios segundos. Sacó entonces una jeringa pequeña, afilada, pero con un pequeño contenedor en el que Natasha introdujo enseguida el veneno.
—El veneno solo se detendrá después de aplicar la segunda dosis de la misma planta, más un gramo, un mínimo gramo, de la flor Riezka, que, entre otras palabras, hace contrario el efecto que cualquier otra flor pueda provocar.
—Vaya —musitó Amaris, impresionada. Justo en aquel momento, y sin reparo alguno, Natasha incrustó la jeringa en la piel de Connor, que dió un salto, como convulsionándose, y segundos después volvió a su lugar. Su respiración se detuvo por completo, Natasha, inquebrantable, posó su mano sobre él, y murmuró—. Vuelve, hombrecillo, vuelve.
—¿Está...? —Zedric podía sentirlo, más no quería creerlo— ¿Muerto?
—No —dijo Natasha—. Pero está apunto. El veneno ya había hecho mucho daño en su sistema.
Amaris comenzó a llorar. Sabía que Natasha estaba siendo optimista. Ya era demasiado tarde, podía sentirlo por la forma en que la vitalidad del cuerpo de Connor se había ido, en que su pecho ya no se movía, sin haber nada, nada de vida. Su mirada se cruzó con la de Zedric. Ambos sabían lo que estaba sucediendo.
Él se acercó, transimitiéndole de su energía vital antes de que realmente fuera demasiado tarde. Natasha comenzó a hacer compresiones en su pecho, Amaris instó al agua a entrar a su cuerpo, a buscar su corazón, a hacer que latiera. Nada parecía funcionar.
—Está muerto —dijo Adaliah después de eso, con voz queda. Amaris no dejaba de llorar. Natasha se alejó del cuerpo de Connor, no queriendo admitir lo que estaba sucediendo, así que ella aprovechó para acercarse a él, tocando su desvalido y pálido pecho.
—No merecías esto —dijo ella, su mano subió, llegando hasta su cabello, negro como el carbón, que parecía también estar medio decolorado por la dureza del veneno—. Ella no debió hacerlo. ¡¿Por qué?! Primero fue Ranik, y ahora...
Calló. No quería quejarse más, no creía que fuera a servir de algo. Lo único que se escucharon en la habitación fueron sollozos, cada uno más lento y calmado, así hasta que no hubo más que hacer, y su mente pareció haber perdido todo sentido de la cordura.
Entonces, Zedric habló.
—Cuándo conocí a Connor no era más que un jovencito descubriéndose a sí mismo.
Tenía un lado salvaje, desconocido para mí, era de otra nación, y, por si fuera poco, podría haberse definido como mi enemigo, porque los demás decían que tenía que serlo, me decían que tenía que odiarlo, que era un monstruo. Nunca lo ví así. Nos conocimos, realmente llegamos a ser amigos, lo ví crecer, perderlo todo, enamorarse, tener un valor inquebrantable, una fé de fuego. Poderosa, magnífica, una fé como la que nunca había visto. Una apreciación por todo lo que estaba a su alrededor, verdadero amor.
—Era un guerrero —dijo Adaliah—. Defendía a su pueblo sin reparos, de buena voluntad.
—Era un adolescente —dijo Nathan, que se había mantenido callado desde hace un buen rato, pero que de repente había sentido ganas de hablar—. Sí, no se lo merecía. Sí, apenas estaba aprendiendo lo que era la vida. Sí, nos dió mucho a todos. Sí, no volverá. Aún con todo eso, sé que podemos vengarlo, vengar su muerte y detener a aquella que la provocó. Evitar que más inocentes sufran su trágico destino.
—Hay que traer a Ranik de vuelta —dijo Piperina—. Conseguir el cetro, detener a Alannah, traer la paz que antes también queríamos con nosotros.
—Hay que vengarlo —la garganta de Amaris estaba seca, sus ojos se sentían pesados y seguro que su cabello comenzaba a molestarla, pero no se fijó en eso, sino en el dolor que sentía, que cubría cada parte de si ser—. Hay que vengar a todos aquellos que han sufrido por culpa de ella. Tenemos el poder para hacerlo.
Amaris no durmió aquella noche. Sus pensamientos iban de un lado al otro, buscando a Connor, y, aunque fuera doloroso, deseando encontrarlo en el mundo de los muertos. Quería verlo, hablarle, pero aún era demasiado pronto. Sabía que encontrar a alguien en los campos de pena era demasiado difícil. Había buscado a Ranik por mucho tiempo en su mente antes de realmente encontrarlo.
Zedric apareció en su tienda aquella madrugada, su rostro serio e impacible, y, aún cuando Amaris sabía que él tampoco había dormido, formulando mil y un plan posibles en su mente, no se veía tan mal como ella se veía. Su cabello rubio rojizo era un desastre, comenzando a rizarse un poco, como el de Nathan, pero era sólo eso lo que podía ver distinto en él.
Él estiró su mano para tomar la de ella. Sus ojos se encontraron, y ella no pudo dejar de notar lo mal que Zedric se sentía por verla sufrir.
—Estuve pensando toda la noche, y tengo un plan —dijo. Amaris entrecerró los ojos, él explicó—: Tengo mucho poder y quiero usarlo bien. Eso no puede suceder si no hago un plan, y ahora, después de ver en tantas mentes, tengo uno. Podemos ganar, realmente podemos hacerlo.
—¿Y cómo sucedería eso? —preguntó Amaris, incrédula—. Dime qué hay una forma de cambiar las cosas, házme creer que hay esperanza. Yo...
—Sé que esto es difícil para tí —dijo Zedric, estrechando su mano con fuerza, sus ojos reflejando una especie de esperanza que Amaris no podía concebir—. Y, primero que todo, quiero pedirte disculpas. Entré en tú mente sin pedirte permiso, ví más de lo que debí, pero creo que ahora sé, ahora sé como conseguir que Ranik vuelva a ser el de antes. No será muy fácil, pero lo haré yo. Sé que se trata de mi.
Amaris frunció el ceño.
—¿A qué te refieres? —preguntó.
—Yo traeré a Ranik de vuelta. Yo diré el conjuro que lo regresará a lo que era.
—Pero... —Amaris bajó la mirada, leyendo las posibilidades, que no parecían estar a su favor de todos modos— No entiendo cómo harás que suceda. Connor dijo que yo lo conocía bien, tanto como para romper el hechizo y traer a la persona que fue antes. ¿Tú? ¿Hacerlo?
—Es que yo... —se detuvo, su voz titilante ante una verdad que no quería admitir— Yo reconozco su esencia. Sé como es mejor que nadie, y yo puedo restaurar esa zona de él que Alannah desactivó. Además, yo no sólo conozco mi perspectiva, (la que ha visto más de lo que incluso tú has visto), sino que también he visto en la mente de los demás, reconociendo cada uno de los rasgos que lo hacen él. Una vez yo... —volvió a dudar, le parecía doloroso admitir el alcance de poder que tenía— Sentí el impulso de componer, modificar, cambiar la mente de Nathan. No lo sabía antes, pero eso es una versión de lo que necesitamos. Una pequeña parte de lo que se tiene que hacer, y todo, absolutamente todo lo que he aprendido de mis poderes a lo largo de los años, me ha llevado a esto. Es difícil de explicar, pero puedo sentirlo.
—Y tienes un plan —infirió Amaris. Él asintió, ella bajó la mirada, y musitó con lentitud—. Me siento estúpida. Tú nunca le has temido a lo que puedes hacer. Realmente has encontrado algo nuevo en tí, te has superado, no has dejado que las cosas te derrumben. Si yo hubiera hecho eso, tal vez nada de esto estaría sucediendo. No hubiera ido con los monjes, Alannah no hubiera tenido alguna oportunidad, y Ranik, Ranik seguiría descansando.
—Pero no es así. Aquello no sucedió, y tienes que aceptarlo. Mientras más rápido lo hagas, mientras más rápido sepas que el único modo es este.
Amaris bajó la mirada. Se mantuvo en silencio, su vista fija en su cofre de pertenencias y la forma en que reposaba al final de la tienda.
Lo tomó. Tenía muchas cadenas y joyas, pero la que principalmente llamó su atención fue un pequeño dije que residía en el fondo. Ya no lo recordaba, y verlo le sacó una pequeña e incipiente lágrima de los ojos.
—Connor me dió este cuando cumplí doce años. En ese tiempo ni siquiera lo conocía,y no creo que realmente me lo diera pensando en mí como una amiga, sino como obligación, pero... —se detuvo— Es algo de él. No me lo dió en nombre de su familia, sino que fue algo meramente individual, y por lo que nos convertimos amigos en primer lugar. Yo... no quiero perder a nadie más. No soportaría perderte.
Zedric abrazó a Amaris y, acariciando su cabello con suavidad, dijo:
—Me gustaría decirte que ya no vas a perder a nadie nunca más, pero no puedo hacer ese tipo de promesa sino estoy segura de que la cumpliré —absorbió lentamente, y agregó—: Al menos nos quedaremos con la certeza de que cada quién murió honorablemente, que su sacrificio no fue en vano, y que allá, en el Inframundo, nos espera un descanso interminable.
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—Zedric tiene un plan —dijo Amaris la mañana siguiente, con su grupo frente a ella—. Y para ese plan es indispensable que estemos unidos, que nada se salga de control, y que, si algo llega a suceder, estemos listos para enfrentarlo.
Todos asintieron. Amaris se sentía con una renovada energía, como si las ganas de conseguir un poco de luz, por más loco o difícil que pareciera, le atrajera más que cualquier otra cosa en el mundo. Zedric se posó a su lado y empezó a explicar su plan, diciendo:
—Será difícil, más no me pareció completamente acertado que todos participemos en esta misión. Iremos solo Nathan, Natasha,y yo. Eso será todo.
—¿Los escoges porque tienen el mismo nombre? —bromeó Calum, malhumorado—. Yo no les he dicho mi plan, ¿Verdad?
Todas las miradas recayeron en Calum. Nadie creía que valiera la pena escucharlo, así hasta que Zedric dijo:
—No es tan malo, en realidad.
—Lo que yo pienso que deberíamos de hacer es secuestrar a Ranik y exigir un pago por su cuerpo. Alannah dará lo que sea por tenerlo de vuelta.
—Básicamente es lo que Zedric quiere hacer —insistió Amaris—. ¿Dejarás que él hable?
—No tengo más opción.
—La primera fase de la misión consiste en conseguir a Ranik, solo a Ranik. Luego, mientras escapamos, conseguiremos una distracción que llame la atención de Alannah, y que haga que Skrain pueda tener el cetro de vuelta. Ya con el cetro de vuelta, Ranik puede volver a la normalidad, ser el mismo de siempre, en realidad no era estrictamente necesario convertirlo durante la guerra.
—Pero terminarán haciéndolo —dijo Zara, que había estado presente desde hacia un buen tiempo entre ellos, más sin dejar que la vieran—. El plan de Alannah es atraerlos, atraerlos igual que los peces son atraídos por la carnada. ¿Es qué no lo ven?
—¿Y cómo se supone que libremos su trampa? —preguntó Piperina, con voz baja. La imagen de Zara la intimidaba, con aquellos grandes ojos, pozos sin fondo, oscuros, y su piel pálida, antinatural—. Zedric tiene un plan, yo creo que deberíamos seguirlo.
—Zedric ni siquiera ha podido notarme hasta que no me mostré a ustedes, ¿En realidad eres tan poderoso cómo dices?
—Yo...
—La solución está en ir al Inframundo. Sí, tenemos que traer a Ranik, aprisionarlo, y tratarlo cuál rehén, pero, después de eso, iremos al Inframundo, dónde yace...
—¿Yace qué?
Zara se detuvo. Sus ojos volaron hacia la izquierda, y antes de que pudieran detenerla ya estaba fuera, mirando hacia el cielo.
—Es demasiado tarde —dijo. Su mirada estaba fija en el cielo, dónde volaba Alannah, sus ojos brillantes llenos de esplendor, Ranik a su lado, el cetro era tomado por los dos, como si fueran uno solo.
—La guerra no sucederá —dijo Alannah—. No sucederá si me dan lo que quiere la Luna.
—¡¿Y qué es lo qué quiere?! —gritó Calum, el único que no había enmudecido después de tal muestra de poder.
—Ya sé lo que quiere —dijo Amaris. Su voz carraspeó, y, tan pronto como la esperanza se había instalado en ella, se volvió a alejar—. Iré, iré, peo jura que habrá paz.
Alannah sonrió. Los juramentos en el Reino Luna eran inquebrantables. Jurabas en el nombre de los dioses, del Inframundo, y, de no cumplir, tú lugar en el paraíso estaba en riesgo. Alannah una vez había jurado que nunca traicionaría a la Luna, y a su reino, pero, aunque prácticamente lo había hecho, los términos de aquel juramento habían estado un poco difusos.
—Jurarás ante la Luna, el Sol, y el Inframundo —dijo Zedric, entendiendo sus intenciones escondidas—. Jurarás que, mientras Amaris esté dándote lo que tú deseas, no habrá guerra en este mundo. Al menos no por tú mano, ni por la de tú reino. No dejarás que suceda.
—Lo juro —contestó—. Ahora, princesita, ven conmigo.
Amaris dió media vuelta, mirando por última vez a su grupo de amigos. Nathan, Calum, Natasha, Skrain, Yian, Piperina, con sus ojos verdes tan peculiares, Zedric, que, lleno de seriedad, no la estaba deteniendo.
—La Luna está desesperada —le dijo en su mente—. Te quiere ya, y te quiere porque necesita un nuevo cuerpo antes de que su alma se vaya por siempre a un lugar del que no tenemos conocimiento. Me siento estúpido por no haberlo visto antes, pero yo, estáte seguro de que traeré de vuelta. Te lo prometo, por nuestro amor, porque te amo.
Amaris asintió. Alannah parecía diferente, mucho más intranquila, pálida, medio muerta. Adaliah también parecía haberlo notado, porque, en vez de verse triste, sonreía.
—Adiós —dijo Alannah.
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