Capítulo 20. «Recuerdos escabrosos»

Siete meses antes...

Skrain nunca se había sentido tan bien. Era la primera vez que ganaba en una misión tan importante, una guerra. Estaba feliz, realmente feliz, y tenía a alguien para compartirlo.

Pensaba en esto mientras estaba frente a la fogata. El olor de la carne asada y de las sopas para cenar llenaba el ambiente, había varios soldados y centinelas, (así se le llamaba a las mujeres guerreras), bailando alrededor del fuego.

Los ojos de Skrain observaron cada rostro, a cada persona, y al hábil joven que tocaba la corneta lunar en el fondo. Al lado de él estaba Piperina, observando la forma en que sus dedos se movían de un lado al otro. Sus ojos verdes brillaban en la oscuridad, y, aunque mantenía sus ojos fijos en él, parecía estar en otro lugar, lejos, soñadores, tormentosos.

Skrain no supo el porque, pero se levantó y caminó hasta llegar a su lado. Ella subió la mirada y lo observó, pensante.

—Creí que irías de vuelta con tú prometido —se encontró diciendo. Ella negó con la cabeza, y contestó:

—Quiero estar con Amaris por mucho tiempo antes de realmente casarme y dejar mi casa para siempre. Es demasiado pronto.

—Pero tú realmente quieres hacerlo —infirió Skrain, aquello produciéndole una especie de pesar del que no entendía su origen— Casarte con él. ¿Lo amas? ¿Realmente?

Piperina bajó la mirada, sin saber exactamente lo que debía responder. No sabía ni siquiera sus intenciones, no sabía sus sentimientos. No podía realmente responder.

—No lo sé. Creo que he llegado a quererlo, pero no sé si lo amo.

—Entonces, les deseo suerte —contestó Skrain. Luego estiró su mano, y la miró fijamente, diciendo—: ¿Quieres bailar?

Piperina parpadeó varias veces, incrédula.

—Sí —contestó. Ella tomó su mano, se levantó, y bailó con él alrededor de la fogata.

A Skrain le gustaba estar cerca de Piperina. Su voz siempre le confortaba, era segura de sí misma, honesta con ella y los demás, no temía en su forma de actuar, de ser, y era cálida como la brisa de verano. Por alguna razón desconocida, se sentía en confianza cerca de ella, tenía la seguridad para hablarle de sus secretos e inseguridades. Que fuera tan firme como la roca, que Erydas viviera en ella, la hacía fuerte, valiente, y deshinibida. 

Ella hizo varios movimientos divertidos mientras bailaba. Skrain rió como loco, el chico de la corneta comenzó a tocar una melodía más movida, que se adaptaba mejor a los movimientos de ella. Aquella era una canción conocida, todos empezaron a cantar y la voz de Piperina, gruesa pero melodiosa, resaltó entre todas las demás.

—Veo sorpresa en tú rostro —dijo, divertida—. ¿Qué es?

—Tú voz —contestó él—. Es gruesa, pero melodiosa.

A Piperina esto la tomó por sorpresa. Bajó la mirada, tratando de ocultar su sonrojo, luego le contestó, sin concentrarse en esa mirada tormentosa que él tenía:

—Ni por asomo tan buena como la de mis hermanas —contestó—. Ellas realmente tienen el don.

—He escuchado muchas voces bellas, con el don, y todas son iguales para mí, pero tú, a diferencia de ellas, tienes una voz peculiar que resalta.

—Una voz que no encajaría con ninguno de los himnos de nuestro reino —Alannah interrumpió, Skrain frunció el ceño, más no tuvo tiempo de contestar porque ella tomó su mano y lo separó de la multitud, llevándolo hasta la parte más lejana del campamento, dónde sólo rondaban los pastores o conductores de la caravana, y dónde pastaban los animales o descansaban ya por la noche.

Ella lo abrazó. Skrain le correspondió, algo confundido, sintiendo enseguida como le transmitía su calor.

—Creo que has sido un poco cruel —le dijo él a ella. Alannah se tensó en su mismo lugar, más no contestó sobre eso, y cambió enseguida de tema, diciendo:

—Tengo sueño, ven a dormir conmigo, y no te vayas, no te vayas, por favor.

—¿Pasa algo? ¿Tiene esto que ver con tú ánimo? ¿Por eso trataste mal a Piperina?

Alannah negó con la cabeza. Lo tomó de la mano, luego rogó:

—Sólo ven, no preguntes más.

Skrain enmudeció. La forma en que Alannah era segura de sí misma y al mismo tiempo no alardeaba le atraía mucho, era una combinación bastante peculiar y, al mismo tiempo, le daba cierto carácter dulce, exento de toda timidez, más bien, un carácter con muchas capas que parecía atractivo conocer.

Pronto hubieron llegado a la casa de campaña en la que dormirían. En la tarde Skrain le había ayudado a Alannah a ponerla en su lugar, reconocía las flores que ella había puesto alrededor para, «perfumar el lugar», y, «quitarle el olor a muerto».

Las tiendas del Reino Luna eran distintas a las de las aldeas de la niñez de Skrain. Estas eran pequeñas, del tamaño de una persona y de puro granito, mientras que las del Reino Luna eran altas, algunos dormían en una especie de casas de hielo, otros, por su parte, en casas altas con apariencia de pequeñas cabañas pero hechas de material sencillo, telas bordadas, algunas llamativas, otras sencillas.

Ambos entraron. Alannah se sentó en el camastro que habían puesto para ella, bastante amplio, soltó un suspiro de alivio, diciendo después:

—He estado esperando este momento todo el día. No sabes lo cómodo que es poder descansar después de un día tan cansado. ¿Qué haces ahí? —alzó la vista, centrando sus bellos ojos azules sobre él— Ven, acuéstate conmigo.

Skrain carraspeó. A duras penas logró contestar:

—Creo que se malinterpretaría. Sabes que quiero unirme a tí, pero cualquier cosa que pueda arruinar tú reputación, yo...

—Ven, solo vamos a acostarnos —insistió, levantándose para tomarlo de la mano y guiarlo hacia la cama. Una vez se acostaron, ella agregó—: Tenemos que tenernos confianza, debes saberlo. Siendo así, entonces, abrázame.

Skrain no pudo contenerse. Ella lo abrazó, ambos estuvieron frente a frente, y cuando ella acercó sus labios a los suyos, él no pudo negarse.

Alannah le gustaba demasiado, pero Skrain podía contenerse a sí mismo y estaba seguro de eso. Dejó que el beso durara unos cuantos segundos, más cuando las manos de Alannah comenzaron a acercarlo más a ella, y a guiarlo hacia algo más, él se separó, y dijo:

—No quiero que sea así. No haré que te rebajes de esta forma.

Ella negó con la cabeza, más no puso alguna negativa o insistió más. Sólo abrazó a Skrain, apoyándose en su cuerpo, y dijo:

—No hagamos nada, más, por favor, quédate conmigo.

🌺🌺🌺

Skrain despertó gracias al sonido de los ladridos, aullidos, y gruñidos de un ser que conocía muy bien. No había ninguna bestia en el campamento capaz de hacer un espectáculo semejante aparte de Connor, aquel gruñón lobo con despliegues de poder en bruto.

Alannah, aún con todo el ruido, seguía dormida. Skrain se detuvo a observar su semblante, tan tranquilo como cuando estaba despierta, sino es que hasta más angelical incluso. Sus cejas espesas brillaban con la poca luz del sol que se colaba entre la tela de la tienda, su nariz se veía aún más afilada y pequeña, sus ojos no parecían tan grandes como cuando estaban abiertos y sus labios, rosados, se movían lentamente para dar las respiraciones típicas del sueño.

No podía haber ser más tranquilo y bello en el mundo, se convenció Skrain. Poco a poco estiró su mano, para tocar con delicadeza su cabello, rizado, cuando los ladridos y gruñidos se hicieron más intensos y Adaliah comenzó a gritar desde afuera, tratando de controlar a su amigo.

Alannah despertó. Parecía molesta, pero tan rápido como aquella emoción pasó unos segundos por su rostro, se esfumó también.

—Vamos —dijo—. Connor parece estar bastante furioso.

Skrain suspiró, pero no puso resistencia a sus mandatos. Ambos salieron, encontrándose entonces con un Connor colérico que no dejaba de dar vueltas por el campamento, olfateando, gruñendo, ladrando y aullando sin descanso.

—¡Maldita sea Connor, habla! —insistió Adaliah. Sus ojos brillaron por la furia, hielo salió de sus manos y comenzó a cubrir todo el suelo del campamento. Antes de que Connor pudiera esquivarlo, el hielo lo hizo resbalar y lo hizo caer de un sentón. Soltó entonces un chillido de dolor, aún más cuando el hielo le rodeó el cuello y las patas, dejándolo completamente inmovilizado—. Habla —insistió Alannah.

Connor volvió a su forma humana. Afortunadamente el hielo hacía su trabajo ocultando sus partes blandas, pero por todo lo demás, varias chicas alrededor soltaron risitas nerviosas al ver el fiero cuerpo de Connor al descubierto frente a ellas.

—Piperina —musitó él con rapidez—. Piperina no está. Zara aún está suelta, puede que se la haya llevado lejos, que esté mal, que no...

—Piperina está bien —interrumpió Alannah, totalmente apacible. No había expresión alguna en su rostro, que brillaba por la seriedad—. Anoche tuvimos —se detuvo, y tan pronto como cuando se despertó, pudo ver en ella una tristeza e incomodidad palpables— Una riña. Ella estaba ansiosa, celosa, no sé cómo describirlo. No describiré
toda nuestra conversación, porque hay cosas que es mejor mantener es secreto; simplemente diré que ella, al borde de la furia, aseguró que iría con Amaris, pero no creí que realmente lo hiciera.

—¿Por qué su pelea llegó tan lejos? —preguntó Adaliah, llena de incredulidad— Se me hace una cosa increíble tomando en cuenta que nunca había sucedido algo semejante.

Alannah bajó la mirada, una especie de timidez pasando por su rostro. Cruzó los brazos, su mirada, por tres segundos, cayó en el rostro de Skrain, como si lo que fuera a decir tuviera que ver con él.

Skrain sintió que su corazón latió rápidamente, porque recuerdos vinieron a su mente, uno tras otro, diciéndole que él tenía la culpa de aquella pelea.

Tal vez discutieron por mí, se dijo a sí mismo. Recordaba el beso que le había dado a Piperina por accidente, los sentimientos que ella parecía tener por él. Todo esto, en conjunto, parecía bastante peculiar.

—Debe de estar con Amaris ahora —insistió Alannah— Allá le irá bien, se lo merece.

Un silencio incómodo llenó el ambiente. Ni siquiera Adaliah, que siempre tenía algo que decir, agregó algo más. Skrain creyó que la discusión había terminado ahí cuando, de repente, Connor dijo:

—Es bastante curioso que incluso la defiendas después de esa disputa que tuvieron. Es por eso que no te creo, ni te creeré, y la razón por la que iré en su búsqueda. Algo aquí anda mal, y crean que no descansaré hasta averiguar de qué se trata.

Skrain estuvo ansioso todo lo tiempo después de la guerra. La sensación de tener el cetro todo el tiempo cerca de él lo estaba masacrando. Aquel objeto demasiado poderoso, lleno de un aura que siempre estaba activa, como llamándolo a través de recuerdos de aquella única vez que lo había usado, cuando sus poderes habían sido muchos, demasiados, cuando los límites dejaron de existir, y todo su cuerpo comenzó a perfeccionarse, a ser mejor, algo más.

Era un martirio, entonces, abstenerse a usarlo. Entre Amaris, Piperina, Zedric y él habían quedado en que usarlo era demasiado riesgoso, y que hasta no estar seguros de las capacidades de aquel artefacto lo mejor era mantenerlo guardado en una caja, a la espera de encontrarle un dominio o un buen lugar donde mantenerlo escondido.

Esa fue la última noche del viaje. Tal como Alannah había dicho, Piperina no volvió aparecerse por ahí, así que el campamento se volvió mucho más aburrido, callado, y tranquilo. Al amanecer, las cosas se recogieron. Sólo faltaba un viaje, cruzar el último valle y llevar las cosas a través del mar para llevar a la isla. Ya estaban por irse cuando Skrain corrió despavorido por el campamento, gritando:

—¡¿Quién lo tomó?! —gritando despavorido, con ojos centelleantes y mirada furiosa—. ¡¿Quién se atrevería a semejante cosa?!

Adaliah de acercó a él, lo tomó del brazo, y preguntó:

—¿Quién tomó qué?

—El cetro —respondió. Su voz bajó por varios segundos, y, entonces, su mirada también se oscureció—: Alannah no está. Creí que había salido antes para ver los alrededores, pero esto...

—Tal vez ya está allá —dijo Adaliah—. Connor también se fue. Según esto, fue en busca de Piperina. Puede que él lo tenga.

—Y si es así, aún de todos modos no podemos saberlo.

Adaliah apretó los labios. Por un momento ambos se quedaron pensándolo, así hasta que un jinete cruzó el campamento, generando aún más revuelo del que ya había. Era un simple guerrero, traía el uniforme del ejército de caballería del Reino Luna, azul claro, con grandes hombreras y un sombrero de copa azul oscuro.

—Señora Adaliah, hay problemas en la capital —dijo. Ella se cuadró de hombros, tomó una posición confiada, mientras que el hombre agregó—: La princesa Alannah llegó esta mañana al palacio con el cetro en sus manos y ha reclamado el poder de su madre. Después de una larga pelea su madre se rindió y la nombró como Ailiah, y me temo, princesa, que usted es la única que puede detener este arrebato, esta traición, que puede hacer algo que cambie los acontecimientos recientes.

—¿Pero cómo es qué sucedió? —preguntó Skrain, incrédulo—. El cetro, ella...

—¿No te traicionaría? —preguntó Adaliah en tono seco, como si aquello no fuera totalmente sorpresivo en realidad—. Lo hizo. Nunca te amó en realidad. Simplemente... —suspiró—. Se acercó a tí para estudiar aquel artefacto y luego te lo robó como una artimaña suya que debió haber estado planeando todo este tiempo. Por primera vez —se detuvo— Por primera vez Piperina vió algo que yo no había visto. Vió que Alannah escondía algo oscuro, motivaciones más allá de nuestro entendimiento. ¿Porqué nadie puso atención a sus presentimientos? Lo entiendo de mí, que hasta hace poco no le tenía ni un poco de aprecio, pero, de ustedes, sus amigos, hubiera esperado más.

—No deberías estar pensando esas cosas en este momento —dijo Skrain para cambiar de tema lo más prontamente posible, aunque su corazón estaba roto, y, una vez más, no dejaba de castigarse a sí mismo por estar tan ciego—. Tenemos que ir a la capital, detenerla. No podemos dejar que las cosas sigan así.

—No hay manera posible de lograrlo —contestó Adaliah—. Se trata de Alannah, tomando el poder, y con miles de soldados a su disposición. ¿Qué podemos hacer contra eso?

—Nadar bajo la muralla, llegar al palacio por la parte norte de la isla, por el escondite. Una vez adentro, nos apropiamos del cetro antes de que ella lo note. Todavía tengo mucho poder del cetro en mi cuerpo, me siento fuerte.

—Pues entonces hagamos eso —musitó Adaliah con seguridad, más el silencio que le siguió a su afirmación confirmó que todo era una capa para no bajar la seguridad de los demás—. Tiene que ser rápido, tenemos que ser como fantasmas, entrando, terminando con ella antes de que lo note. No podemos hacer una gran pelea contra ella, o...

—¿O qué? —preguntó Skrain, con ceño fruncido. Ella completó:

—No terminará bien. Habrá muertes, personas inocentes tomando bandos, una muestra de poder que no hará más que debilitar a nuestro reino. No quiero exponernos a eso.

🌙🌙🌙

A Skrain nunca le había gustado nadar. Era un hombre del desierto, estaba acostumbrado a estar en tierra, a luchar contra la arena, doblegar las furiosas tormentas viniendo hacia él, caminar por kilómetros y kilómetros hasta encontrar agua fresca, o volar sobre alguna bestia maravillosa que su dios le mandaba para hacerle compañía. Su padre era el dios del aire, podía mover todo a su alrededor, el aire era otra parte de él y, aunque físicamente parecía un hombre grande y pesado, realmente podía ser tan ligero como una pluma o tan pesado como un elefante, todo estaba a su disposición.

A Skrain le gustaba caminar y volar, pero detestaba, sobre todo, nadar. El agua se sentía pesada, y aún con su poder del aire, que parecía vivir en él, no lograba mantenerse cuerdo, no era algo fácil para él, simplemente, y como semidiós todo siempre había sido sencillo. Poder, resistencia, inteligencia, todo lo tenía.

Adaliah, al contrario de él, parecía un pez en el agua. Su cuerpo se movía con demasiada rapidez, movimientos rápidos, constantes, y el agua parecía propulsarla en vez de golpearla, como hacía con Skrain. La cosa no mejoraba para él porque estaban en pleno invierno, y esas tierras eran frías, el clima tempestuoso, las aguas congeladas. Skrain no tenía la capacidad de control de temperatura, así que estaba congelándose poco a poco. 

Por fin el tormento de Skrain terminó al momento en que divisó la tierra firme. Habían tenido que rodear la isla, pasar por debajo del gran muro, y, después de eso, nadar mucho tiempo más, pero realmente no importaba ya, porque el destino estaba frente a Skrain, temible y doloroso.

No quería admitirlo, pero todavía tenía esperanza. Esperanza de que todo fuera una mentira, que en realidad Alannah no los hubiera traicionado, que su desaparición fuera una treta maligna de algún enemigo desconocido, incluso. Tal vez aquello no fuera una pérdida como las que había sufrido antes, pero, al mismo tiempo, se sentía igual. Se trataba de una mentira. De su corazón, abriéndose para ella, y siendo traicionado y herido con la misma rapidez. De la pérdida de Piperina, que quién sabe dónde pudiera estar, y de un reino entero, tal vez no estaba frente a él la muerte esta vez, pero se sentía así. Dolía insoportablemente, pero no quería creerlo, aún con todas las pruebas que en su mente se arremolinaban, pensamientos que lo habían hecho dudar de ella, pero que al mismo tiempo nunca había dejado crecer tanto como para acentarse y parecer creíbles.

Entraron al palacio sin decir una palabra. Los pasillos le parecieron a Skrain antiguos, fríos,  y espectantes, como si tuvieran vida propia. Sabía que Adaliah lo estaba guiando hacia la sala de trono, dónde Alannah estaría si realmente hubiera tomado el poder, poniendo las cosas de su nuevo reinado en orden.

Llegaron entonces. Había mucha gente dando vueltas por todas partes, pero la mirada de Skrain no pudo más que inevitablemente caer en el trono, y en la persona que ahora lo ocupaba. Alannah tenía puesta la corona de la Ailiah, todos tenían su vista en ella, aunque fuera de reojo. Adaliah no se abstuvo de hacer una gran entrada, sino que enseguida gritó a grandes voces:

—¡Tú, traidora! ¡¿Cómo te atreves a hacerme esto?! ¡¿No sabes cuál es tú lugar?! ¡Tú no eres una reina!

Alannah sonrió y estiró la mano derecha. El brazalete que traía puesto se extendió, lentamente, así hasta convertirse en el cetro. Todos miraban la escena con asombro, miedo, y resignación conjuntas. No tenían nada que hacer ante semejante poder.

Skrain estaba furioso. No podía creer que le hubieran hecho semejante engaño, que ella pudiera ser tan...

—Todos, fuera —fue lo que ella respondió. Los truenos y rayos estaban preparándose también, una muestra de la ira de Skrain, mientras que Adaliah había estirado sus manos, dispuesta a luchar.

Las personas corrieron rápidamente, huyendo del poder que Alannah parecía tener. Skrain se mantuvo firme, más Adaliah parecía que pronto tendría un ataque de euforia y enojo.

—Entonces —fue lo que dijo ella cuando todos hubieron salido—, ustedes vienen aquí, a mi trono, y me acusan de ser una traidora frente a todo mi pueblo. Es gracioso —rió—, porque los traidores son ustedes. Skrain, un forastero que huyó de su patria, y tú, Adaliah, que dejaste que el poder cayera en él, en Zedric, y no en tí, que, por derecho, lo merecías. Yo actué, esa es la diferencia. Tú no hiciste nada para cambiar tú destino. 

—¡No toleraré que hagas esto! —gritó Adaliah, furiosa. La escarcha estaba comenzando a cubrir todo el lugar, el suelo, las paredes, y pequeñas motas de ella se alzaron en forma de dagas afiladas hacía Alannah.

—Me robaste las palabras de la boca —respondió Alannah, sonriendo. El cetro comenzó a brillar entonces, y humo salió de él, nublando su visión. Era vapor, súper espeso, y detenía todo espacio de su visión.

Skrain exhaló, mandándole al aire que se clarificara para dejarlo ver.  Tal vez el espeso vapor había cedido, pero demasiado tarde, siendo distracción suficiente como para dejar que Alannah saliera huyendo.

La sala de trono estaba justo al lado del mar. Tenía una vista espléndida desde los ventanales del fondo, los más próximos a la salida.

—Se fue por ahí —señaló Adaliah. Ambos corrieron con rapidez, llegando justo en el momento exacto para ver cómo Alannah caía directamente al mar encrespado.

—No de nuevo —murmuró Skrain para sí mismo—. Me congelaré, estoy seguro.

Adaliah rodó los ojos, más no dijo nada y comenzó a correr directamente hacia el mar. Llegó a tiempo para dar un gran salto, elegante, grácil, y confiado, directamente hacia todo ese gran mar, estridente,  enfurecido, brumoso, pero conocido.

Skrain soltó una maldición antes de saltar por la ventana. Comenzó entonces a rogarle a su dios que le diera una buena dirección, que lo mandara directamente hacia Alannah, que dejara caer un enorme y doloroso rayo justo sobre ella, terminando todo de una vez.

Y básicamente eso fue lo que sucedió. Skrain casi sintió que volaba, el aire propulsando cada parte de su cuerpo, quitándole las dificultades de caer en el mar. También sintió al cielo corresponderle, el poder del cetro concentrando toda la energía en las nubes. Así hasta que calló sobre Alannah, propulsándose gracias al aire, y dejando una gran cantidad de rayos caer sobre ella. Los estaba usando como espada, como látigo, esperando dar duramente en ella.

Skrain sonrió, orgulloso, más no esperaba que ella lo estuviera esperando, tomándolo del cuello justo cuando todos los rayos caían sobre ella. Estaba conduciendo la electricidad, redirigiéndola hacia él, y su mirada, fría, no mostraba ni un poco de culpabilidad.

—Débil —dijo. Skrain parpadeó dos veces, sus ojos no creían lo que estaba frente a ellos. Los múltiples rayos habían dado en Alannah, sí, pero el daño, tan rápido como llegó, se curó, gracias a la magia que el cetro le estaba dando. Pudo haberle cortado el cuello en aquel momento, más parecía disfrutar hacerles las cosas difíciles, razón por la que, en vez de matarlo, lo lanzó de nuevo al agua, como si de un saco de papas se tratara.

Mientras caía, Skrain alcanzó a ver cómo Adaliah se deslizaba desde el agua directamente hacia su hermana. Alannah no le prestó atención, más bien estiró la mano hacia el mar, haciendo que este comenzara a congelarse con increíble rapidez, impidiendo cualquier movimiento que Skrain pudiera hacer e inmovilizando cada uno de sus miembros.

Adaliah, de alguna forma, había conseguido llevar todo el camino su espada, Tirta, con ella. Las leyendas sobre esa espada eran muchas. Decían que estaba forjada de la mejor manera, que rompería cualquier tipo de magia o artefacto, eso y muchas cosas más.

El cetro ya no estaba en su forma natural de nuevo, sino que en forma de collar colgaba en el cuello de Alannah, con un brillante diamante brillando en el centro, la magia en bruto en todo su esplendor. Ella giró la palma de su mano, haciéndola ver hacia el cielo, y una enorme espada de hielo creció, formándose hasta que se vió lo suficientemente fuerte como para luchar contra la vistosa Tirta de Adaliah.

Alannah seguro era lo suficientemente poderosa como para tirar o asesinar a Adaliah de una vez, pero, por alguna razón, disfrutaba el hecho de jugar, de dejar que el hielo acorralara más y más a Skrain, alzándolo para que tuviera vista perfecta de lo que sucedía. Le gustaba que viera ese lado de ella.

El choque de las espadas resonaba en el aire. La rapidez de ambas era magnífica, pero Adaliah no mantendría por mucho tiempo más aquel ritmo. Se notaba el esfuerzo en su rostro. Furiosa, comenzó a usar sus técnicas más complicadas, cambiando de mano su espada, moviéndose de un lado al otro con ayuda del hielo, ayudándose de la tormenta de Skrain para mandarle bloques grandes de granizo. Alannah no podía defenderse completamente de sus ataques de hielo, aún ejerciendo bastante de su poder para mantener a Skrain a raya.

Un crujido estalló en el aire. Las dos espadas chocaron entre sí, las miradas de las hermanas retándose también, hasta que Alannah centró la vista en su espada, notando que se había partido en dos. Adaliah sonreía abiertamente, más no se dió el tiempo para detenerse, sino que volvió a alzar su espada de nuevo.

Alannah la detuvo con una de sus manos. La sangre comenzó a salir de ellas, más no le importaba. Con la otra agarró el cuello de Adaliah, alzándola, y deteniendo los cristales de su espada de caer en el mar. Los cristales se movieron lentamente, yendo directamente hacia la piel de la cara de Adaliah, penetrando en ella, cortando cuál finos y delicados cristales.

La piel de Amaris era muy pálida, pero estaba llena de pecas, siempre se sonrojaba y cambiaba de color con el día, emoción, y momento que pasara. Por su parte, la de Alannah tenía este tono amarillesco, pálido pero bronceado, y terso como mantequilla. Entonces, la piel de Adaliah era más blanca que ninguna, pálida, suave, e inhumana. Skrain había tenido que mirarla dos veces la primera vez que estuviera frente a él, porque le parecía algo antinatural. Era demasiado perfecta, como de porcelana, y, en aquel momento, estaba perdiendo toda su belleza ante la furia de Alannah. La sangre salía poco a poco, en gotas pequeñas, y los sollozos de Adaliah retumbaban en la cabeza de Skrain.

Él dejó que su ira saliera, incontenible, vaporizando el hielo con humo caliente, aire que venía desde las profundidades del Inframundo. Tenía que detenerla. Cuando el hielo estuvo lo suficientemente derretido, Skrain invocó al aire, haciéndolo salir de sus palmas, y haciendo que lo propulsara hacia el cielo. Los rayos serían la distracción que usaría, mientras trataba de concentrarse para usar su poder sobre la muerte para llamar un ejército, llevarse su vida, o hacer algo, lo que fuera. Esa era la única ventaja que tenía a su favor.

Skrain llegó hasta Alannah. Comenzó a golpear, la electricidad fluyendo a través de él, mientras que sus puños golpeaban, uno tras otro. Ella usó el hielo para defenderse, haciendo una capa que evitaba que Skrain llegara hasta ella. Los sollozos de Adaliah eran insoportables de escuchar, la sangre caía a cada segundo, los pedazos de hielo se incrustaban más y más en su piel, bajando hasta sus piernas y haciéndose mucho más gruesos. Skrain golpeó con todas sus fuerzas. El poder de su dios estaba con él, más la muerte no aparecía, y aquello estaba rompiendo todas sus esperanzas.

Entonces Alannah lo miró, y dijo:

—Este es el momento que he esperado por tanto tiempo. Estoy cansada de que crean que merecen el poder, cuando no hacen nada con él, ¡Tanto, desperdiciado! Ella me ha dado la clave.

La muralla de hielo se deformó. Skrain soltó una ráfaga llena de fuerza hacia Alannah, mientras que ella extendió sus manos y dejó que el cetro tomara su forma original, en todo su poder. Y, entonces, ya no hubo vuelta atrás. La sangre de Skrain se congeló, todo pareció ralentizarse, ninguna parte de su cuerpo respondía a sus mandatos. Poco a poco logró moverse, pero fue en vano. Alannah se acercó, lo puso de rodillas frente a ella, y alzó su rostro. Entonces, mandó:

—Poder de la muerte, trae de vuelta lo que te has llevado. ¡Trae de vuelta a Ranik, Ranik Sandwave!

Un torbellino se formó debajo, en el mar, propulsando a Ranik desde las profundidades. Skrain sentía la forma en que el ood

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