Capítulo 16. «Regresando a la vida»
-Suena bastante grotesco -observó Nathan, incrédulo, mientras contenía la respiración-. Es estúpido, pero realmente creíble. Tenemos a un enemigo poderoso, que siempre ha querido explotarnos en su beneficio, pero que creíamos nos amaba, cuidaba, creíamos que era una diosa benevolente.
Piperina sonrió, apretando en gesto cariñoso el fornido hombro de su prometido. Ambos se miraron a los ojos, ella contestó:
-Tú no creías que era una diosa benevolente, ni siquiera creías en ella -Nathan le respondió haciendo un movimiento de manos para quitarle importancia, ella agregó-: Sé que es bastante creíble y por eso... me castigo a mí misma. Quisiera haber hecho algo, no dejarme derrotar.
-¡Pero ella tenía el cetro! Solo piensa que la última vez teníamos a los cuatro elementos, dos ejércitos completos y una gran muralla de roca, (hecha por tí, claro), para defendernos. Ese día solo estabas tú y Alannah, sólo ustedes podían defenderse.
-Pero es que... -Piperina bajó la mirada-No puedo creer que se haya ido. No ella.
-Son hermanas, es natural que te duela. Es natural que sientas que no diste todo, que te culpes a tí misma. Sin embargo, no puedes mantenerte así, no. Tienes que vengar su muerte.
-Su muerte. No estaría muerta si hubiera hecho algo más. Esa vez... -los recuerdos le sobrevivieron, dolorosos, haciendo que se le cortara la voz por unos cuantos segundos, hasta que pudo continuar-: No di lo suficiente de mí. La cosa es así -comenzó a narrar, deteniéndose por unos cuantos segundos en lo que su memoria volvía, mirando a través de uno de los rústicos y largos ventanales de aquel palacio, aunque parecía que, más bien, veía sus recuerdos- Ya había oscurecido, estábamos a unos cuantos, metros de la llanura, y... -carraspeó-: Me enojé con ella y traté de huir. Ya para cuando regresé, Skrain no estaba por ninguna parte del palacio, Alannah y Adaliah peleaban, todo era demasiado fuerte, y yo...
-No te detengas -insistió Nathan. Piperina suspiró, las lágrimas estaban apunto de salir-. Sabes que puedes con esto.
-Sé que puedo -contestó-. Pero es que, es que... -suspiró-. Recordar su nombre, o algo, aunque sea algo de ella, me hace sentir mal, porque ahora sé que no está.
-Tal vez solo la encerró como a Amaris, y con eso no habría tanto problema -insistió Nathan.
-Pero Zedric... -carraspeó, entre lágrimas-: Él debió de haberla buscado en el momento en que su padre dijo aquello, sin encontrarla. Y como no contradijo lo dicho por su padre...
Nathan abrazó a Piperina, dejando que se refugiara en sus brazos. Su respiración iba rápidamente, al igual que su corazón, y lo apretaba con tal fuerza que tal vez, sino se controlaba más, podría romperle una costilla. Una vez se separaron, (ya cuando ella se había tranquilizado un poco), Nathan insistió:
-Piperina, haremos lo que esté en nuestras manos, y hasta más, con tal de mejorar esto. Sabes que podemos. Alannah puede ser derrotada.
-Aun sigo sin creer que Amaris pueda ser la siguiente en gobernar -Piperina ya estaba saliendo de su aturdimiento, al menos lo suficiente como para poder pensar en lo demás-. Ella... sé que Zedric podría ser un buen esposo, pero un reinado así, unificando los dos reinos...
-Suena increíble.
-Confío en ellos, es por eso que no entiendo la respuesta por parte de Zedric. ¿Es qué para él no es bueno poder gobernar junto a su amada, con todo lo que habrá de por medio, con toda esa paz?
-A Zedric nunca le ha gustado que su padre maneje su vida, o que ansíe poder como loco, y eso, precisamente, es lo que está haciendo. Que el rey te haya descartado desde el principio no tiene solo que ver con el título o el poder.
Piperina apretó los labios. No entendía bien lo que sucedía. Al ver sus dudas, Nathan explicó:
-Recuerda que las elecciones están cerca y que nosotros estamos comprometidos. El Reino puede decidir que yo sea el rey, y si tú deseas reclamar el título de Ailiah también en ese periodo de tiempo, entonces...
-El poder ya no estaría con los Mazeelven, sino que habría caído en los Goldshine, y tú...
-Exacto -contestó Nathan-. Lo que el padre de Zedric quiere es balancear las cosas a su favor. Eso es lo que siempre ha querido, es un adicto al poder. No puede vivir sin él.
-Pero nosotros no queremos eso -Piperina bajó la mirada, esperando que realmente fuera así-. ¿O te gustaría, tener tanto poder?
Nathan negó con la cabeza.
-Nunca he deseado el poder, este simplemente llega, y... -se detuvo, buscando la mejor explicación- Hay que estar preparados para cuando suceda, porque siempre, aunque no querramos, tendremos que defender nuestras opiniones, luchar por nuestros ideales, por la justicia.
-No creo que nadie se merezca ese tipo de poder -insistió Piperina-. Es demasiado.
-Tal vez Zedric y Amaris si se lo merezcan. Piénsalo tantito y entenderás lo que digo. Zedric es fuerte, conoce las necesidades de su pueblo, es noble, valiente, y Amaris...
-Ella está fuera de comparación -dijo Piperina, llena de orgullo.
Ambos se sonrieron entre sí. Piperina apretó el brazo de Nathan, apenas notando que ya hacía tiempo de que se habían detenido. Estaban en su habitación, pero la plática los distrajo de sus motivaciones anteriores.
Todo él había cambiado desde la primera vez que lo había visto. Ya no era el mismo, su piel estaba más clara, y su cabello, aunque rubio, ya no brillaba como antes, ni sus ojos se veían levemente llenos de motas amarillentas, sino castaños por completo.
-Entonces -Piperina continuó la conversación, incómoda- Este es el momento en que me deseas las buenas noches y me dejas descansar.
Nathan sonrió. Antes de que Piperina pudiera alejarse la atrajó a él en un abrazo, ella sintió que se relajaba ante él, que se dejaba ir, que la tranquilidad se instalaba en ella, y que su calidez la hacía sentirse en casa.
-Duerme bien, princesa -dijo-. No quiero perderte de nuevo, ¿Sabes? Me dan ganas de quedarme contigo, sólo saber que si me alejo una vez más puedo perderte...
-No pasará -contestó-. Deja de lloriquear como un bebé.
Nathan sonrió, la apretó más, tanto que sintió que se le quebraría la espalda, para después separarse de ella y mirarla unos segundos, apreciando sus ojos verdes, su rostro levemente sonrojado, y su ancha sonrisa, que, sabía, él había propiciado.
No pudiendo contenerse más, le dió un beso en la mejilla.
-¿Sólo eso? -preguntó ella, divertida, luego se acercó a sus labios y, con ternura, depositó un beso en ellos-. Creí que eras tú el atrevido.
Nathan sonrió y la besó con pasión. Ella se dejó llevar y, después de que pasaron varios segundos, se separaron.
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