Capítulo 15. «Presentimiento real»
El poder es un enigma. No se sabe en el momento en que va a llegar, mucho menos la rapidez con la que puede esfumarse. Es efímero, nos hace viciosos por lo material, y, al mismo tiempo, hace que apreciemos cuando, en el pasado, tal vez no tuvimos nada.
El poder da prestigio, felicidad, tranquilidad, pero, también, te hace déspota, te desensibiliza, te hace desear más y más, y tú deseo por mantener las cosas como están llega a ser tan grande que, sin notarlo, haces cosas que antes creías prohibidas, tratas a las personas de tal forma que solo te beneficie a tí. En resumen, te pierdes a tí mismo.
Zedric nunca había caído en cuenta de lo peligroso que el poder podía ser. Lo había escuchado una vez venir de Skrain, cuando dijo, "El poder puede cambiar incluso al de más puro corazón", pero hasta entonces, viendo a Nathan con el cuerpo de aquella chica debajo de él, no lo había sentido de tal forma, no le había temido a lo que el poder podía hacer.
-Daënare Septis y Sófocles Augusto eran sus nombres -Séneca rompió el silencio, inhóspito, su rostro no mostraba alguna expresión, pero por su tono de voz, no parecía orgulloso- Hijos de la diosa de los talentos, la que en algún tiempo fue hermana menor de la Luna. Es una diosa muy poderosa, ya que ella está afin con las particularidades de cada individuo y puede explotarlas al máximo. Ellos no manejaban un elemento en específico porque su afinidad estaba con la fuerza de la naturaleza, sino con la magia. Eran nuestros principales enemigos. Nunca los habíamos derrotado porque, antes que nada, preferíamos sacarles información, así que no usábamos tácticas muy drásticas.
Piperina sabía que eso iba directamente hacia Nathan, para hacerlo sentir culpable. Ya se veía así, se notaba su sufrimiento en su rostro, semblante, en su palidez. Defendiéndolo, dijo:
-Cualquiera que sepa de la guerra también debe de tener en cuenta el hecho de que es inevitable la muerte, y que, incluso, esta puede ser la mejor opción, con tal que de permita evitar la muerte de muchas personas más. ¿No ellos podrían, con su poder, matar a cuántos se le pongan enfrente? ¿No mataron a muchos después de que los dejaran libres?
-No lo hicieron -contestó Séneca-. Ellos siempre han estado detrás de nosotros, querían la magia que la luz de Deyanira esconde. Aún así, no me refería a eso. Sé que la muerte puede llegar a ser la última opción para mantener la paz, pero no es a ella a la que le temo. Le temo al poder. Aún la luz, tan bella y luminosa, puede ser peligrosa también, aún hasta los puntos más alarmantes. ¿Es qué no lo has notado? -esta pregunta la hizo hablándole a Zedric directamente, él abrió los ojos de par y par, luego negó con la cabeza. Deyanira se metió en la conversación, explicando:
-La necesidad imparable de cambiar todo lo de una mente para hacerlo mejor, de modificar aquellas partes que nos hacen nosotros mismos. Es algo malo, insano, impensable, pero, cuando el poder es tanto, y las debilidades del ser humano tantas...
-El poder que usted tiene, gran lord -insistió Séneca- Es de los más incontrolables que hay. Todas estas grandes fuerzas, estos grandes poderes, son demasiado peligrosos. La oscuridad, la muerte, las sombras. Todos estos poderes se alimentan de la magia o, también, buscan la luz. Por lo mismo, muchas veces el placer que conseguir la energía de alguien más produce puede ser tan grande, tan incontrolable, que no se puede detener.
-Sé lo difícil que es no poder controlarse -Amaris también habló, recordando tiempos anteriores-. Pero he aprendido mucho de los monjes, tanto como para que ahora pueda controlar con facilidad el agua, incluso también ver más allá de lo que antes veía en mis visiones. Puedo ayudarte, Nathan. Encontraremos alguna forma.
-Yo nunca dije que no existiera una forma de controlarse -insistió Séneca-. Sólo diré que este es un tema delicado, y que hay que proceder con cuidado. En un arrebato de poder, nadie sabe lo que puede suceder...
-Trataremos de resolverlo -insistió Zedric-, pero, por ahora, creo que lo más conveniente es que descansemos en un lugar seguro.
-No no no -Deyanira supo enseguida lo que quería decir, aún son entrar en su mente- Me prometí a mí misma nunca pisar las tierras del Reino Sol. Querido, prefiero cualquier otro lugar, uno en dónde nadie se entere de mi presencia, porque si vamos allá, todo el mundo lo sabrá en un par de días, y si se sabe, quién sabe cuantos enemigos tendré detrás de mí...
-Sabes cambiar los recuerdos de las personas -insistió Zedric-. Yo lo haré una vez, tú te asegurarás de que haya quedado bien.
Deyanira rodó los ojos y dirigió la mirada hacia su tutor, cómo buscando saber su opinión.
-Iremos -dijo Séneca.
☀☀☀
El renombre que el Reino Sol se había ganado no tenía todo que ver con los poderes de sus habitantes. De hecho estaba relacionado también con su historia, el cómo a pesar de todas las guerras y guerrillas habían logrado salir de aquello, seguir con todas sus riquezas, e incluso hacer más bellas sus ciudades, puertos, y palacios.
Se le conocía por su bello clima, por ser un lugar exótico, lleno de extrañas criaturas, desde las mitológicas hasta las más salvajes, y por su maravillosa fauna, que siempre adornaba la arquitectura más moderna de la época.
Yian entendía a Deyanira y su deseo por evitar el Reino Sol. Un lugar así, lleno de tantas personas poderosas, tenía incluso más peligros que los del desierto, aún con todos sus atractivos, sus elegantes riquezas y bellos e inteligentes nobles, cualquier persona con mínimo poder corría peligro en tan grande lugar.
Aun así, la emoción que sentía por conocer un nuevo lugar, del que tanto había oído, le entusiasmó tanto como para que, mientras veía a sus amigos pasar por el portal que él mismo había hecho, se sintiera intrigado y ansioso por ver ese lugar el mismo.
El último de los chicos de la legión de Zedric entró en el portal. Como siempre, Yian pasó último, y, observando a su alrededor, sintió que su respiración se cortó al ver un lugar tan bello.
Yian también se había sentido impresionado al ver el Reino Luna por primera vez, pero esto era distinto. El Reino Luna tenía cierto aire divino y pulcro que corta la respiración, mientras que el Reino Sol tenía todo de mundano, la ostentosidad y el despilfarro parecían el gran plato del día.
El palacio al que habían llegado estaba justo al lado del mar. Había muchas montañas y colinas, todas súper puestas, sin orden aparente. Por su parte, la ciudad estaba muy bien construida, porque aún con todos los desniveles las callejuelas, casas, y parcelas parecían haber sido meticulosamente planeadas antes de construirse. Las pinturas estaban perfectas, no había ropa colgando, ni personas a medio vestir, sólo unos que otros pordioseros, que destacaban en la multitud. El palacio estaba en la montaña más alta de aquella zona, con tres torres largas que vigilaban una pequeña barda que no parecía muy fortalecida.
En sí, todo el palacio parecía estar hecho a base de torres, todas largas, altísimas, y hechas de granito rojo, como la mayoría de las casas de la ciudad. Eran tantas que apenas podían contarse.
-Ese es el palacio de los Flamechase -explicó Zedric con determinación y orgullo notorios, sus ojos avellanas brillando, su mentón mirando hacia la ciudad antes que al palacio, del que hablaba-. No es uno de los más fortificados, además de que tiene la única franja descubierta en la que no hay, por lo tanto, bosque encantado.
-Un lugar sumamente frágil, perfecto para ser atacado -observó Deyanira-. Es por eso que ella viene hacia acá. ¿No se les ocurrió construir alguna defensa, una muralla?
Zedric negó con la cabeza. Amaris notó que su rostro se endureció, aquella mirada que solo aparecía en él cuando iba hacia el pasado, pensando en aquellos que habían caído en batalla.
-Los Flamechase tienen técnicas de batalla que están más allá de una simple barrera, murallas o zanjas en el suelo -dijo Zedric, aún con orgullo-. Aún así, no sé si esto sea suficiente.
-Haces bien en dudar -murmuró Abimaí-. No veo un buen camino para ustedes, creo que... -suspiró- Es mejor que no diga nada.
-¿Por qué? -preguntó Zedric, contrariado-. No deberías de guardarlo para tí mismo.
-En este caso, sí -contestó. Luego sonrió de forma sombría, alejándose de él antes de que pudiera detenerlo.
💮💮💮
Zedric era poderoso, pero no tanto como para ocultar los recuerdos de todo un pueblo. Habían llegado a las afueras, dónde nadie notó su presencia, así que, lentamente, fue caminando con el gran grupo hasta llegar a la parte trasera del palacio, con toda su legión también cubriéndolos de ser descubiertos.
-No veo que le borres la memoria a tus subordinados -se quejó Deyanira mientras Zedric los despedía en los patios traseros-. Eso será peligroso.
Zedric respondió con una sonrisa, pero no se detuvo de caminar. Conocía bien aquellos pasillos, todos los que había recorrido muchas veces en las visitas a su amigo Ailum. No se fue por el pasillo de la servidumbre, ni por el principal, sino que subió por las escaleras del oeste, (las menos transitadas), y los llevó a un comedor bastante retirado, dónde no había ni un alma.
Nathan llegó justo después acompañado de un pequeño batallón de cocineros y sirvientes, todos vestidos de forma galante y con un plato bastante ostentoso en sus manos.
Pronto acomodaron la mesa y Nainzi, bastante impresionada, comenzó a preguntar cuándo podría tomar algo. Séneca hacía los mejores esfuerzos por mantenerla a raya, pero su emoción era tanta que el mismo aire la hacía saltar de su asiento, las velas constantemente se apagaban, y los mismos sirvientes no habían podido apagar todo ese barullo ni cerrando el único par de ventanas que había.
La cena fue rápida y callada, todos estaban demasiado hambrientos, su rostro cansado se inclinaba hacia la comida, y eso ya suponía un gran esfuerzo. Cuando todos hubieron terminado, fue Zedric el primero en hablar, diciendo:
-Confío plenamente en mi legión, es por eso que no le borré la memoria.
Deyanira sonrió, divertida. Amaris apretó los labios, por fin cayendo en cuenta de todo el tiempo que había pasado desde su partida. Por un momento se sintió orgullosa por él, porque había creado una legión, formado amistades, porque estaba preparado para la guerra, pero al siguiente se sintió triste, la sensación de no haber podido estar ahí para él de dolía en todo el cuerpo, porque sabía que había sufrido.
Luego miró a su hermana, a las extrañas runas que se expandían en su cuerpo y que no parecían tener un significado claro. Tommen, en una coincidencia fantástica, sacó aquel tema a relucir:
-Piperina, tengo una duda. Esas runas, de tú piel... ¿Sabes cómo es que salieron a relucir, y por qué no las había visto? Es que yo... no sé que pueden significar.
Piperina extendió sus brazos. A modo de brazaletes, dos runas se extendían por ellos, eran negras y tenían bordes morados, parecían raíces de árboles, largas, delgadas y no muy llamativas.
-Tengo más en mi torso -dijo. Estaba vestida de forma sencilla, con una sola camiseta y un pantalón de hombre, así alzó su camisola y dejó ver su vientre, que estaba aún más lleno de estos extraños tatuajes. Parecían subir, bajar, recorrer todo su cuerpo.
Amaris trató de concentrarse para poder encontrar algo en el pasado que pudiera ayudarle. Su mente estaba un poco dispersa, pero no le fue difícil ir hasta muy atrás, a la época de los Erys, cuando, entre los bosques, vivían vistiendo sencillamente, en pequeñas cabañas y climas cálidos que permitían que no usaran más que pequeños vestidos o pantalones.
Entonces vió las runas. Eran diferentes, únicas. No sé repetían, eran singulares, especiales.
-Pueden significar muchas cosas -dijo Amaris, incrédula-. Pero son símbolos de tú pueblo, los Erys. Debe de ser un regalo de tú padre.
Piperina apretó los labios. No entendía nada de aquello.
-Bueno, pues espero que no signifiquen nada malo -fue lo que consiguió decir, un tanto molesta-. He terminado de comer -se levantó, no queriendo extender su cena más tiempo- Buscaré una habitación y dormiré tan pronto como pueda.
-Nathan te llevará -dijo Zedric, divertido. Deseaba que hablaran y sabía que era algo que ambos querían también. Piperina sonrió, se levantó y luego alcanzó a Nathan, que estaba al otro lado de la mesa.
Estaban apunto de irse, cuando, de imprevisto, una fuerte figura apareció frente a ellos. El rey en persona los miraba con diversión y furia contenidas, no parecía especialmente tranquilo, amable, o algo parecido.
-Así que están aquí -dijo con severidad-. Infiltradas, enemigas, ¿Aliadas? ¿Qué se supone qué son para nosotros?
Piperina bajó la mirada. No quería contestar, estaba furiosa, tanto como para no querer concederle la palabra a aquel viejo decrépito.
-Aliadas -contestó Amaris, sin temor, dudas, o algún atisbo de emoción, su vista fija en uno de los vistosos floreros frente a ella-. ¿Qué más podemos ser? Somos amenazas para nuestra hermana, podemos destituir a Alannah uniendo fuerzas y poniendo a mi hermana Adaliah en el trono. Tanto usted cómo yo somos conscientes de que una guerra nos debilitaría más de lo que podemos imaginar, y con...
-Niña -el rey la interrumpió, furioso-. Ni por asomo estás consciente de lo que sucede. Alannah sabía que los problemas estaban en puerta, así que actuó antes de que más dudas pudieran cernirse sobre su reinado, y mandó a matar a Adaliah, que desapareció desde hace dos semanas, justo después que tú.
-Adaliah está... -Amaris no podía creerlo. Había visto a Adaliah mal, casi hasta el punto de la desesperación, deprimida, molesta, furiosa, pero no muerta, con voz queda, agregó-: No puede ser. No puede ser.
El último recuerdo de ella le sobrevino. Estaba sentada en el fondo de la habitación azul, con su mirada perdida, mientras que Liah, una de las tantas curanderas, trataba de mejorar un poco el dolor de sus piernas. No había arreglo, y ella lo sabía.
-Suéltame -había dicho. La chica alzó su rostro, sus ojos azules completamente fijos en ella, y llenos de miedo. A Adaliah si le habían quitado completamente sus habilidades. Nunca nadie hablaba completamente de eso, pero la mayoría de las personas estaban seguras de que, si Adaliah pudiera defenderse, lo haría hasta la muerte-: ¡Suéltame!
Amaris, que la mayoría del tiempo evitaba mirar a su hermana, giró su rostro hacia ella. Aún no se acostumbraba a ver los pies de Alannah, completamente deformados, sus llagas, sus piernas que parecían atravesadas por hielo indisolvible. Adaliah lloraba. Sólo cuando la chica se alejó sus lágrimas cesaron un poco, pero aquello ni duró mucho, porque cuando notó que estaba siendo observada por Amaris sus lágrimas volvieron a surgir, al momento en que dijo:
-Tienes que detener esto. Tienes que detenerla.
Amaris se había sentido estúpida después de oír eso. No tenía opciones, salidas, no veía una solución cercana. Esa vez había huido, presa del miedo. No quería planear nada, y si Alannah se enteraba de sus murmuraciones...
-Si Adaliah está muerta, tiene que ser una voz firme, nueva, y que esté en la sucesión la que reclame el trono de nuevo. Si conseguimos que varias de las filas del Reino Luna se vengan de nuestro lado debilitaremos su poder, y pronto...
-Pronto terminará la guerra -completó Zedric.
-¿A quién propone que pongamos cómo rostro de esta, "rebelión*? -preguntó Nathan, incrédulo. El rey sonrió de oreja a oreja.
-Las usaremos a las dos -contestó-. Tú, Piperina, estarás luchando por el poder, pero no para tí, sino para Amaris. Amaris será la unificadora de los dos reinos, y cuando contraiga nupcias con mi hijo, sus poderes serán mucho más grandes de lo que nunca fueron. Será...
-Padre, no sabes lo que dices -Zedric estaba atónito, quería que aquello sucediera, pero tal poder, tanta responsabilidad, ¿Amaris lo soportaría? La amaba, la quería con él, lo había deseado por meses, pero, al mismo tiempo, no quería que Amaris se convirtiera en su madre, o que se sintiera forzada a unirse a él por el bien de sus pueblos, quería que fuera algo auténtico, antes que cualquier otra cosa-. El poder le pertenece a Piperina. Es ella la que lo debería de reclamar.
-Pero ella no es una auténtica hija de la Luna. En sucesión tal vez si tenga el título, pero por poder, y rango, Amaris gana.
Padre e hijo comenzaron a discutir afanosamente, hablando sobre las distintas ramas que el plan pudiera tener y los riesgos, que eran demasiados. No lograban ponerse de acuerdo.
Por su parte, Amaris y Piperina intentaban entender el rápido cambio de acontecimientos, no podían hablar o pensar en el reino sin antes caer en cuenta de la muerte de su hermana. Tal vez Adaliah no había sido la mejor, ni tenía el mejor carácter, pero antes de morir, y después de la misión a la que las acompañara, estaba distinta.
Su carácter había cambiado, ya no era tan dura y se daba más tiempo para divertirse. Se veía en su semblante, que estaba más luminoso, y en su apariencia, que, (aunque seguía siendo ostentosa), era mucho menos llamativa y más pulcra. Parecía una mejor líder, hablaba más con los de menor rango, ya no parecía tan prepotente. Había cambiado, realmente.
-Creo que no es el momento para discutir un tema como ese -Séneca, como el padre atento que parecía, interrumpió a aquellos dos grandes personajes. Ambos se detuvieron, poniéndole una impresionante atención, mirándolo con respeto-. Las dos hermanas están de luto, estamos cansados, hemos luchado para defendernos y ha Sido un día largo. Si lo que quiere es resolver su guerra, Alannah, le aseguro, no sé encuentra cerca, mi bella Deyanira lo sabe.
El rey miró a Deyanira. Por un momento palideció, sus ojos fijos en su cabello rojo y luego, con una tranquilidad absoluta, contestó:
-Hablaremos después entonces. Lamento molestarlas, no quería hacerlo, pero es que la situación es desesperada y necesitamos hacer algo.
-Lo haremos -contestó Piperina, sentenciando algo que, con certeza, sabía que sucedería-. Le ganaremos a Alannah, eso es seguro.
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