Capítulo 10 «Un extraño reencuentro»

Pasaron varios días antes de que Piperina despertara. Zedric la había estado vigilando, un ojo puesto en Amaris, (que tampoco despertaba de su agonía), otro en Ranik, y su avance cada vez más rápido entre los tte con interés la forma en que ellos explicaban las cosas acerca de la Luna, los dioses, el nuevo conflicto que se estaba formando y que también tenía que ver con ellos.

Observó su camino por aquella ciudad compuesta de aldeas, y la vió entrar a la carpa de aquella adivina, hechicera, o bruja, como se le quisiera llamar.

Y, cuando ella entró en su tienda, y vió que la Luna era la que quería el cuerpo de Amaris, todo cobró sentido.

Enseguida fue con Calum y Nathan, que no esperaban que Zedric saliera de sus ocupaciones en un momento tan importante. Como comandante de una legión, no había dejado su trabajo en varios días y parecía decidido a ganar por todas las formas posibles.

Zedric explicó lo que había visto.

—Es increíble —dijo Calum, incrédulo. Estaba aún más sorprendido que Nathan, y su mente parecía estar apunto de explotar ahí mismo—. Ahora entiendo la cosa que dijo esa vez en medio de la lucha contra Piperina. El espíritu, que no sabíamos que era la Luna, dijo que era importante y que su poder no podía medirse por lo grande que era. Le dijo a Piperina que era un ser despreciable y había sido un fastidio tener que observarla.

—En ese entonces muchas cosas no tenían sentido, pero ahora lo tienen —contestó Zedric—. Aún así, el Sol es bastante benevolente con todos y no le importa dejar su poder, ¿No debería de ser así también la Luna?

—Debería —observó Nathan—. Pero las cosas son más complicadas de lo que parecen. Los matrimonios de por sí sufren muchos contratiempos, y este es uno de miles de años, separado por la distancia. Tal vez la Luna quería ver a su esposo de nuevo adquiriendo el cuerpo de Amaris.

—Extraño. Increíble. Fantástico. Esto es todo eso. No entiendo como algo así podría surgir.

Silencio. Ninguno estaba dispuesto a decir lo siguiente que pensaba. La guerra estaba cerca, y la misma Luna estaba guiando al reino contra el que lucharían. Tal vez hasta había iniciado el conflicto en primer lugar, sabiendo que ganaría. Las cosas estaban peor de lo que parecían, tanto que Zedric no podía ni vislumbrarlo bien en su mente.

—Pues, sea como sea —Calum suspiró—. Creo que aquí tenemos una ventaja. Piperina, (si es cierto todo lo que dices), no puede ser leída. Erydas detiene a la Luna de ver lo que ella hará, lo que dirá, no puede ver su futuro.

—Y es por eso que siempre le ha tenido un especial odio —dedujo Nathan—. ¡Eso es brillante!

—Siempre se me ha dado muy bien deducir las cosas —se miró él—. Lo sabrían si hubiéramos estado del mismo lado desde el principio.

☀️☀️☀️

Calum siempre había visto el mundo de forma distinta a los demás. Le era difícil explicarlo, pero era una especie de sensación que le hacía distinguir cuando algo iba mal, bien, o simplemente notar como eran las personas en realidad, fuera de todas las capas de riqueza, superioridad, e inteligencia que pudieran mostrar al mundo. Veía más.

Fue entonces que un odio incontrolable comenzó a surgir dentro de él. Un odio hacia los demás, hacia todos. Notaba lo falsos que eran, como deseaban lo que él tenía, el hecho de que se acercaban a él sólo por obligación, por búsqueda de poder, más que por quién era él, Calum. Sólo Calum.

Ese odio fue cambiando cada vez más. El conocimiento de lo que los demás deseaban, (poder), le hizo desear más de lo que podía tener. Muchísimo más. El reino entero.

La única cosa que se interponía en su camino era Zedric. El único que era él mismo ante los demás, y que sin esforzarse conseguía todo lo que quería. Ni siquiera su padre tenía tanto carisma, poder, y fuerza. Aún sin ser rey, Zedric era mejor. Podría tener todo lo que quisiera.

Pronto ese odio, creciente e interminable, se posó en él. El motivo de todo su sufrimiento.

Cuando Zedric estaba cerca, Calum no existía, no tenía futuro, era sólo el segundo, siempre, en todo lo que intentara, Zedric ganaba.

No era él, ni sus motivaciones, era el hecho de que no lo intentaba. Calum lo intentaba y era doloroso.

Así es como Calum había comenzado en el principio de esta historia. Cómo un joven con sentimientos de dolor, resignación, y una necesidad de poder motivada por satisfacer a aquellas personas que, de todos modos, odiaba.

El tiempo pasó, se unió a Zara en un intento por salvar su vida después de ver cómo asesinaba a Elim, otra persona que, si bien no odiaba, sí le parecía bastante molesta.

Desde ahí su visión fue cambiando a pasos apresurados. El odio que tenía se profundizó muchísimo más al saber que Zedric estaba destinado a ser algo más grande, el poder que ocultaba, mayor del que ya de por sí sorprendía a cada persona que lo mirara, pero no fue sólo eso. Fue una apertura total a la percepción que tenía de las cosas.

Pudo apreciar lo débiles que eran en realidad los dioses, el poder que estaba destinado a entregarse a los que ya de por sí eran natamente beneficiados, y...

Que él estaba del lado malo. Qué su odio había estado mal fundado. Qué Zedric nunca había querido el poder que tenía. Entendió, al mismo tiempo, que por eso mismo le había ido mal, por estar del lado equivocado.

La única forma que tendría de cambiar su destino sería aprovechando el momento exacto para unirse al lado bueno. El lado bueno, que parecía ridículo, pero que al final de cuentas siempre conseguía las mejores cosas.

Y eso hizo en cuanto tuvo la oportunidad. Le había hecho creer a Zedric que no elegiría su lado, pero siempre había querido ayudarlo, y más después de que notara en lo que Zara se estaba convirtiendo. En una diosa, en una especie de ente que, en su divinidad, parecía terrorífica.

El poder que tenía no parecía bueno. Había oscuridad en él. Conforme crecía, Zara dejaba de ser ella misma, el conocimiento se extendía más y más, no mejoraba en ningún mínimo aspecto, y el poder divino comenzaba a adquirir un nuevo significado, algo mucho más mítico y profundo.

En la lucha todo cambió aún más. Ella tomó demasiados riesgos, dejó que las cosas fueran de mal en peor, y en el último minuto, desapareció.

Calum no dejaba de pensar en eso. Era verdad que estaba del lado bueno, pero aún con eso las cosas no fueron bien en ningún sentido. Estaba quejándose para sí mismo mientras caminaba a cualquier lugar, mientras entrenaba, mientras aprendía cosas nuevas con Zedric. Nada era realmente mejor.

Aquel día, después de enterarse de que sus posibilidades estaban peor de lo que pensaba, huyó, lleno de furia.

Siempre le daban habitaciones lujosas a cualquier palacio que fuera, (en ese caso el palacio de la familia de Ailum, que tenía su reino en las fronteras), pero a él, antes que todo, le gustaba dormir en posadas que tuvieran vistas magníficas, incluso mejores que las del palacio. Después de tantos viajes, sabía exactamente a donde ir.

La ciudad de Las Águilas, y capital de la provincia Gatefire, estaba justo en el medio del reino, con las fronteras en el sur y en el norte los mejores yacimientos minerales de todo el reino. El aire guerrero que tenían no había nacido de la nada, sino de las posibilidades que habían tenido desde un principio para hacer armas.

La ciudad, por su parte, no era muy grande. Rústica, podría decirse, todos sus edificios eran de granito oscuro y tejados rojos, el color de la sangre y la guerra, que predominaban en el escudo de su familia. El palacio estaba en las afueras, muy escondido y fortificado, mientras que las posadas estaban en el centro de la ciudad, con los mercadillos. Ahí es donde se hospedaba Calum, en una pequeña posada en la cima de una de las muchas colinas de la ciudad, la más alta de todas. Esta posada tenía mucha vegetación a su alrededor, y un jardín puesto en la cima de la terrazam

Calum llegó a la posada y leyó un poco, intentando concentrarse. No podía entrar en razón, sabía que había algo que se estaba perdiendo.

Molesto, centró su vista en la ciudad, que estaba llena de montañas y tenía apenas unos pequeños valles a lo lejos. Estos valles eran bellos en toda su expresión, porque tenían flores de todos colores, bellos matorrales y unos que otros sembradíos de varias y curiosas frutas que solo se comían en esa zona.

Más allá, pero no tan lejos como para que Calum no pudiera verlos, estaba el bosque encantado. La frontera. Si el ejército decidía aparecer, de ahí tenía que salir, de esas tierras inexploradas y salvajes.

Le gustaba mirar el bosque encantado. Con su poder de sentir más, las cosas se veían de forma distinta, podía sentir la magia de los animales salvajes que vivían en él. Tal vez los animales de aquél bosque no fueran totalmente pensantes y sólo intentaban sobrevivir, pero la mayoría tenía una que otra habilidad mágica que Calum siempre observaba y trataba de entender.

Primero sintió la presencia de un zorro sabueso. Les decían así porque eran casi tan grandes como los lobos normales, además de qué, con su magia, tenían un poder grande e indescriptible, capaz de ver, con sus ojos violetas característicos, las almas de las personas, animales, o cualquier ser viviente.

Su presencia fue abrumante. Por un momento Calum trató de percibir más, ver lo que él estaba intentando hacer, cuando, de imprevisto, una presencia más fuerte y oscura llamó su atención. Era una persona, y sabía quién era.

Calum comenzó a respirar rápidamente, confuso. Rápidamente activó todos sus sentidos hasta lo más alto posible, y bajó a tierra firme, corriendo directamente hacia el bosque con una necesidad que no sabía que tenía.

Cuando estuvo apunto de entrar a las profundidades de ese paraje, se detuvo. Había entrado antes al bosque encantado, y nunca de esas veces le había ido bien. Siempre encontraba a alguna bestia que lo obligaba a huir.

Aún sabiendo el riesgo que corría, Calum entró al bosque. No tuvo que caminar mucho para encontrarse con ella, pero no esperaba...

Encontrarla así.

—Creí que la siguiente vez que te vería... —musitó él con lentitud—. Estarías...

—Mejor, que sería una diosa —contestó Zara. Por un momento se mantuvo callada, como asimilando lo que tenía alrededor, luego prosiguió—: Pero no lo soy.  Mi cuerpo aún no cambia por completo.

Se notaba que no estaba bien. Sus ojos estaban oscurecidos por completo, su cabello ya no estaba largo, ni sedoso, sino que, corto, rodeaba su escuálido y pálido rostro.

—Aun así deberías de estar bien —insistió Calum. Se acercó a ella y la tomó en sus brazos, apreciando aún más de cerca su deplorable estado—. Antes de que la guerra comenzara estabas bien, el cetro te había cambiado mucho. ¿Cómo es qué...?

—Me morí. Usé las fuerzas que me quedaban para volver a mi cuerpo. El cetro me dió más poder del que necesitaba y me unió inevitablemente a la fuerza de la venganza. Estoy en un proceso tardío para convertirme en aquella diosa, pero no sucederá porque...

—Porque estás herida —se burló Calum.

—Porque la muerte está sobre mí. Porque los dioses no quieren dejar su poder, y aunque la diosa de la venganza, Mirna, está dispuesta a darme su poder, ellos no dejan que lo haga.

—Yo te dije que estabas arriesgando mucho —insistió Calum, con el dolor haciendo que su garganta se cerrara, llenándolo de amargura—. Y aún así insististe, cambiaste todo lo que te hacía tí misma, y ahora...

Calum se silenció, indómito. La penitencia estaba sobre él, haciéndole desear que todo cambiara, que el pasado hubiera sido distinto, que las circunstancias en las que había conocido a Zara, todos aquellos deseos que ella tenía en un principio, las razones que le habían hecho quedarse, no hubieran existido. Deseó haberla amado de verdad, desde el principio. Poder ver la belleza que ahora veía en ella debajo de toda esa fragilidad.

—Lo que hice ahora está en el pasado. Tenía que sobrevivir y la única forma en que lo logré fue uniéndome a la energía de la venganza. El problema es que ser un dios no requiere solo de la energía que el cetro te dé, sino de un voluntad y poder excepcionales. No soy lo suficientemente fuerte como para vencerlos a ellos. No podré derrotar a la...

—A la Luna —completó Calum—. Sé que es ella la mayor rival que tenemos. Pero tú... —dudó—. Únete a nosotros, te ayudaremos.

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