10.
—Ningún hombre se ve bien en falda.
—¡Hermano, no!
Pero era tarde, aquella frase fue escuchada, y USA lo tomó como un reto.
—Sweetie, tenemos trabajo que hacer.
Porque no era que "un hombre no se ve bien con falda" sino que algunos no tenían visión o conocimiento suficiente para arreglarse correctamente.
Una falda plisada y bonita, una camiseta que se pegara a su cuerpo, medias largas hasta medio muslo y un leve toque de maquillaje que resaltará sus pómulos y ojos.
Era un arte, era tomar aquellas prendas destinadas a ser "solo" para mujeres, y volverlos parte de su estilo y gracia.
—¡Me gusta esto!
Canadá era muy feliz en esas pequeñas oportunidades de hacer travesuras con su hermano, eso a pesar de que inicialmente no le gustó la idea, pero después hasta terminó colaborando y opinando. USA estaba muy orgulloso de lo malditamente bien que se veían ambos.
Y de esa forma se mostraron al público.
Especialmente frente a esos dos.
—¡Ves lo que ocasionas Rusia!
Ucrania siempre quiso evitar eso, porque a diferencia de su hermano, él sí era honesto con sus emociones, y justo en ese momento tenía miedo de que algo se encendiera en él.
—No creí que lo hicieran —desvió la mirada.
—Ucry, ¿qué tal me veo?
Una mirada apenas, la sonrisa divertida de Canadá que señalaba su atuendo con emoción. Joder. Un chico sí se veía bien en falda.
—Ya no tengo heterosexualidad por tu culpa, Canadá.
—¿Eso es un "bien"? —rio bajito.
—Es un "te invito a ver películas en mi casa".
—Suena divertido.
Rusia supo que había perdido a su hermano definitivamente.
Y que estaba en problemas.
Sentía la mirada de cierto capitalista clavada en su persona.
—¿Cambiaste de parecer? —sonrió confiado mientras jugaba con los plises de su falda.
—¿De qué hablas?
—Solo mírame —dio una vuelta—. ¡Me veo divino!
—Te ves ridículo.
—Pura envidia la tuya —sonrió—. Mejor hazme un favor.
—¿Qué?
—¡Tómame...!
—¡No! —entró en tal pánico que sintió escalofríos.
—¡Pero no terminé de hablar!
—Sea lo que sea... me niego.
—No huyas —USA sostuvo el brazo del eslavo, porque no pensaba dejar pasar esa oportunidad—. ¡Ayúdame a tomarme una fotografía!
—No.
—Hazlo.
—No voy a...
—¿O tienes miedo a enamorarte de lo que veas posar?
Rusia negó aquello, pero en el fondo sabía la verdad.
Porque todas esas malditas peleas, los retos, las afrentas, eran pura fachada y con una mínima oportunidad podría caer en esas garras.
Lo certificó por el ardor de su espalda, de su fastidio por esa risa triunfal y escandalosa, y por su desliz.
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