Versículo XXIV. La Montaña Blanca.
Siseó por el ardor en su espalda y se arqueó casi al mismo tiempo que el aroma a carne quemada inundaba el lugar. A unos metros Layry yacía boca abajo en el suelo, inconsciente, sólo con los pantalones puestos dejando ver su piel lacerada.
—¿Es todo?— exclamó Eivan burlón.
—Por supuesto que no— respondió Nahid sentado en una roca en forma de trono, mirando cómo un verdugo empuñaba un pedazo de hierro incandescente; —esto es sólo el comienzo. Aún faltan mucha más diversión, además de arrancarles las uñas de las manos, quemar sus pies y cortar sus alas.
—¡¿Qué?!— frunció el ceño. Oh no, eso sí que no, porque a pesar de que las mantenían replegadas o escondidas, sus alas negras eran lo más preciado que tenían; siendo demonios puros ése era su emblema, y si se las quitaban quería decir que los "bajaban de categoría".
La risa hilarante del señor de las tinieblas retumbó haciendo que las estalactitas vibraran, —¿eres sordo o idiota?— dijo apenas recuperó el aliento; —¿acaso pensabas que después de abandonar el averno por tanto tiempo y de pensar en escapar, iban a seguir siendo unos demonios puros?
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¿Entonces no había otra opción; de alguna forma u otra debía conocer a Eivan?
Adam estaba con la espalda recargada en la puerta del baño, perdido en sus pensamientos. En verdad no esperó que su mejor amigo le ocultara esas cosas que eran cruciales, cruciales para entender la razón de lo que sentía.
—Adam— la voz de Nicole lo sacó de sus cavilaciones, —Adam, por favor, sal de allí.
—¿Eh? No; quiero estar solo.
—¡Adam!— insistió.
—No, Nicole, o Marí, o como te llames.
—¡Es Edmundo; él no está bien!
—¿Qué dices?— ahora sí prestó un poco más de atención.
—¡Se ha hecho daño!—, cada vez su voz se escuchaba más apresurada, parecía estarse inquietando.
—¿Daño?— abrió la puerta de golpe, encontrándose con la afligida muchacha, parecía también algo desesperada.
—Vamos Adam, debes darte prisa y ayudarlo.
Caminó hacia donde ella le indicó y entonces por unos instantes dejó de respirar, su amigo yacía en el suelo de la cocina en medio de un charco de su propia sangre.
—Edmundo. ¿Qué demonios crees que haces?—, profirió un par de maldiciones y luego no le importó manchar su ropa, se acuclilló a su lado, no sin antes arrancar un pedazo de tela de la manga de su propia vestimenta para hacer presión y detener la hemorragia que claramente provenía de su pecho; luego comenzó a buscar su móvil con el objetivo de llamar a una ambulancia.
—Ed, eres un estúpido y un maldito inconsciente— comenzó a sollozar cuando notó que la temperatura de su amigo estaba descendiendo y que nadie respondía al teléfono.
Nicole se paseaba ansiosa, en verdad no podía hacer mucho; bueno, en realidad no podía hacer nada. Su misión era estar con Adam siendo un gato; transformada en humana no podía siquiera tocar las cosas y si se volvía en felino tampoco iba a ser de ayuda porque no podría hablar.
—¿Qué mierda ocurre aquí?—, Roxanne apareció de la nada, esta vez no traía su hoz pero su vestimenta seguía siendo extravagante.
—Roxanne— exclamó Nicole; —Edmundo quería contactarte.
—¿Qué? ¡Carajo! ¿Cómo se le ocurre?— dijo molesta justo cuando se acuclillaba junto a Adam para tocar la frente de Edmundo; curiosamente no se impregnó de sangre.
—¿Ll-Layry?— musitó justo cuando sus párpados comenzaron a temblar antes de abrirse.
Pero no recibió respuesta, sólo una gesto reprobatorio por parte de Roxanne. Segundos después, ante la mirada incrédula de Adam, la enorme laguna de sangre pareció ser absorbida por el mismo suelo hasta desaparecer. Poco a poco el color en las mejillas y en los labios de Edmundo, al igual que su temperatura, regresaron.
—Eres un imbécil— declaró Roxanne, —si vuelves a intentar ir en contra de tu destino serás duramente castigado. ¿No lo entiendes?—, luego miró de forma acusadora a Adam, —Y tú, ¿por qué no lo detuviste?
—Pp-porque yo... yo no...
—Necesitaba verte— interrumpió Edmundo al incorporarse lentamente, repitiendo lo mismo que Nicole había dicho en un principio.
—¿Eh; a mí?— la Muerte se señaló a sí misma y se puso de pie; —¿Para qué?
—¿Tú sabes dónde está Layry?— la miró serio; —no hemos visto a Eivan ni a Layry en varios días— declaró.
Por unos instantes hubo un silencio, y luego la risa burlesca de Roxanne, —¿Y qué esperabas, cariño? De seguro andan divirtiéndose por allí.
—No— alzo la voy, sólo un poquito, con la intención de hacer que su risa ridícula cesara, —hay algo más.
Roxanne trató de ponerse seria, miró a Edmundo y luego a Adam, ninguno de los dos parecía estar bromeando.
—¡Ay; no me digas que tu parte celestial lo presiente!— rodó los ojos; pero al no recibir respuesta por parte de ninguno, interpretó eso como un sí.
—Por favor, Roxanne— intervino Nicole, —ayúdalos; ellos hablan en serio.
La Muerte sabía que una súbdita de Bastet nunca bromearía con algo como eso, de hecho ella había sido creada para ser sincera, empática y protectora; la mentira no estaba en su naturaleza.
—¡Aish, está bien!— suspiró, —iré a ver qué averiguo; espérenme aquí, ya regreso.
—¿De verdad?— inquirió Adam.
—¿Acaso no confías en la Muerte?— ironizó, luego regresó al tono de voz serio, —aunque será mejor que no pierdas de vista a Edmundo, que no vaya a hacer otra estupidez— y desapareció tras un halo de luz.
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Ambos estaban desnudos del torso, en una pose muy incómoda: con el cuello y las muñecas atoradas en una picota.
—Muero de sed— declaró Layry, hacía unos minutos que había recobrado la consciencia; —no me imagino qué más nos hará.
—Arrancarnos las uñas de las manos, quemar nuestros pies y cortarnos las alas; entre otras cosas— explicó el menor de los hermanos.
—¡¿Qué?! ¡Pero si nuestra ofensa no fue tan grave!
—¿Y qué sugieres? No podemos razonar con él.
Layry mantuvo la vista fija al frente, clavada en el potro que estaba a unos metros; no sabía si el hecho de perder sus alas sería más doloroso que no volver a ver a su humano; —¿Y nuestra madre?— inquirió al pensar en que existía tal vez una esperanza, —¿Intercedería por nosotros?
Eivan soltó una risa amarga, —¿Bromeas? Si fue ella misma quien nos entregó.
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Sentado en el sofá de su sala, con los codos apoyados en sus muslos y las manos entrelazadas debajo de su barbilla, Edmundo miraba inquieto el segundero del reloj de la pared; y la caminata en círculos de Adam no le estaba ayudando en absoluto.
—Tranquilos— dijo Nicole con un tono de voz sereno, todo el tiempo había estado de pie junto al sofá más pequeño.
—Han pasado dos horas y no hemos tenido noticias de Roxanne— dijo el mayor.
—Ella cumplirá su palabra; yo lo sé.
—Pero es la Muerte— Adam dijo lo obvio.
—¿Y?— Nicole lo miró y esbozó una ligera sonrisa para darle confianza; —todos tenemos algo de caridad, bondad e indulgencia en nuestros corazones. Y sí— explicó antes de que Adam refutara, ya que había abierto la boca listo para lanzar un reclamo, —todos tenemos corazón, incluso los demonios; la crueldad de cada uno depende de qué tanto se encuentre corrompido.
—No dudaron de mí. ¿O sí?— Roxanne hizo acto de presencia, pero ninguno de los dos respondió a su pregunta en concreto, sino que Edmundo lanzó una interrogante y se puso de pie.
—¿Averiguaste algo?
—No seas impaciente— tomó asiento junto a Nicole en el sofá más pequeño, ante la mirada expectante de todos y cruzó una pierna sobre la otra; —la verdad no pude conseguir mucho; sólo sé que han estado en el inframundo, pero no sé si están tramando algo.
—¿Eh? ¿Por qué estaría allí? Layry siempre decía que ese lugar ya no le agradaba— explicó Edmundo atropelladamente.
—Ya les dije que no lo sé; él único que podría dar respuestas es el mismo Destino y no pienso preguntarle, sería castigada si meto mis narices en donde no debo— miró las uñas de su diestra como si fuera lo más interesante del mundo; pretendiendo no importarle la situación.
—Roxanne— por fin Adam habló, —por favor, necesitamos saber—; recordaba las palabras de Eivan, aquellas donde dijo que nunca regresaría al inframundo para quedarse a su lado y ante su desaparición pensó que esa afirmación era una mentira, pero ahora las cosas estaban cobrando un poco de sentido, sólo un poco.
—No puedo— dijo la Muerte, —lo siento, yo no puedo llegar así como así y preguntarle.
—Entonces yo mismo lo haré— dijo y se hincó, —por favor; llévame con el Destino.
Roxanne parpadeó sorprendida, nadie jamás le había rogado antes; bueno sí, le habían rogado por justamente lo opuesto: que no se los llevara, pero nunca lo habían hecho como este humano. Miró a Adam, sus ojos avellana estaban húmedos, y juraba que podía ver algo cálido e intenso a través de ellos.
—Por favor— susurró nuevamente al ver que la Muerte no se inmutaba, y luego se dejó caer hacia el frente, sosteniéndose sobre sus manos, dejando que su cabello tapara su rostro; —necesito saber porqué se fue, si ya no lo volveré a ver jamás, si sólo fui un alma más para él; por favor—, entonces unas gotas comenzaron a humedecer la alfombra; prácticamente se estaba declarando dependiente de Eivan pero no parecía importarle.
Algo sumamente pesado oprimió el pecho de Roxanne, sabía desde un principio que ella había sido la causante de todo, justamente cuando se llevó a Marí "por equivocación"; pero no, esto que estaba sintiendo era algo diferente a la culpa.
—¿Roxanne?— la voz de Nicole la trajo a la realidad, así se dio cuenta de que habían pasado algunos minutos.
—¿Eh?
—¿Nos llevarás?— preguntó la chica.
—¿Qué?— frunció el ceño, ya que le pareció haber escuchado la palabra "nos".
—No pensarás que me quedaré aquí. ¿Cierto?
—Y está de más decir que también iré yo— declaró Edmundo.
—¡Carajo, Rowman me matará!— exclamó tras unos segundos, luego se puso de pie y un halo de luz iluminó todo el recinto.
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—Fue bueno mientras duró. ¿Cierto?— musitó Layry, mentiría si dijera que no estaba perdiendo las esperanzas.
—Duró muy poco— contestó su hermano menor.
Ahogó una risa, —no lo digo para molestarte, en verdad, lo menos que quiero ahora es reñir contigo pero te lo dije, siempre te dije que olvidaras los prejuicios y el orgullo.
Resopló un poco indignado, debía reconocer algo importante; —tienes razón.
—Vaya. ¿Tú aceptando que alguien más tiene la razón? Creo que las ampollas te dañaron la cabeza también— rió un poco tratando de hacer una broma; pero antes de que el otro pudiera contestar, la puerta se abrió.
—¡Me alegra que estén de buen humor!— exclamó Nahid sarcásticamente, —porque ya he preparado el látigo.
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Los humanos sintieron un ligero mareo; cada uno había viajado con los demonios de un lugar a otro un par de veces, pero este viaje fue distinto, no sólo involucraba distancias, sino también el espacio y el tiempo.
Notaron un par de altas puertas que se erguían frente a ellos.
—¿Dónde estamos?— indagó Edmundo.
—En la Montaña Blanca— explicó Roxanne, —el hogar del Destino.
Empujó las puertas, los guió para atravesar el salón y llegar hasta un diván color plomo, donde, con las manos entrelazadas bajo su nuca, Rowman que ante los ojos humanos podría parecer un chico pelinegro y atractivo, miraba hacia arriba.
La habitación carecía de techo, donde a pesar de estar iluminado y parecer de día, se veían todas las estrellas, las constelaciones; eso era lo que el Destino estaba contemplando.
—Sabía que los traerías— dijo él sin apartar la mirada de los cuerpos celestes, cuando ellos apenas llegaban a la mitad del salón; —y también sé que vienen por algunas respuestas— suspiró.
Roxanne rodó los ojos, —Oh, olvidé que todo lo sabes— ironizó, —no sé porqué me preocupé por las posibles consecuencias—, luego giró e hizo un ademán para incitar a los otros tres a acercarse; —adelante, pregunten.
—No, no tienen que hacerlo—, Rowman se incorporó y se sentó en la orilla del mueble; —vengan— los llamó al notar que aún los separaban varios metros.
—¿Ven esas estrellas?—, señaló hacía arriba.
Los humanos asintieron; —ésas son las que dictan su destino— explicó él, —todos tienen una, por eso sabía que ustedes vendrían.
—¿Pero no tú eres el Destino?—, preguntó Adam olvidando los modales y formalidades.
—Sí, algo así; verás, las estrellas lo saben todo y yo sólo me encargo de descifrar lo que ellas dicen.
—¿Todos tiene una?— intervino Edmundo, —¿incluso Layry y Eivan?
—Todos— recalcó Rowman, —incluso Layry, Eivan, Roxanne, Nicole, y yo también— enumeró varios ejemplos para que no quedara duda, —pero están aquí por otra cosa; es la ausencia de los demonios lo que les perturba. ¿Cierto?
Asintieron.
—Bien, lo que les puedo decir es que ellos no han muerto, siguen con la habilidad de poder ir al mundo terrenal.
—¿Entonces, por qué están en el inframundo?— exclamó Edmundo.
Rowman se volvió a acomodar en el diván para observar el firmamento, —claro, olvidaba que Roxanne les dio algo de información.
Al escuchar su nombre, la Muerte gruñó por lo bajo.
—Que tengan la habilidad de ir al mundo de los humanos no quiere decir que tengan el permiso para hacerlo— explicó el Destino.
—¿Permiso; sus padres no les dan permiso?— Edmundo citó lo obvio.
—Oh no, me refiero a un ente más poderoso que Kelen y Nisroch—, Rowman agitó la mano como si se tratara de algo simple, —me refiero a Nahid, él los ha castigado.
—¿Nahid?—, Adam frunció el ceño, nunca había escuchado ese nombre antes.
—Nahid tiene varios nombres— intervino Roxanne, —como Belcebú o Satanás.
—Así es— recalcó Rowman, —él los ha castigado por un par de siglos, parece que los confinó a las mazmorras.
—¿Qué? ¡No, ¿por qué?!— exclamó Adam de inmediato.
—Son demonios, y a su líder le pareció que era mejor que estuvieran donde pertenecen, en el inframundo.
—¿Pero qué no según era nuestro destino estar juntos? ¿Por qué ahora tiene que ser así?— Adam empezó a manotear mientras lanzaba las interrogantes.
—Sí, eso también es cierto—, el Destino cambió a una pose más cómoda sin despegar la mirada de las estrellas, —cuando él rondo tus sueños se suponía que tú debías olvidarlo al despertar, pero no, tú siempre lo recordabas y lo plasmabas en dibujos hechos con tiza; esa fue una de las pruebas más contundentes de que estaban destinados— explicó, —pero ya se conocieron, pasó lo que tenía que pasar; y ahora su naturaleza lo está reclamando.
—Pero debe haber algo que podamos hacer— dijo Edmundo; —aunque sea... ¿Podemos verlos?
—¿Cómo dices?— ahora así despegó su mirada del cielo para observar a los mortales; —¿Estás seguro de eso?
Edmundo asintió y Adam hizo lo mismo.
—No pueden ir solos, no hay manera de que los humanos entren solos; y aún cuando lograran hacerlo no saldrían vivos— declaró el Destino con un tono de voz sereno y se sentó en la orilla del diván, parecía querer analizar todos sus movimientos y gestos.
Adam bajó la cabeza y apretó los puños a los costados de su cuerpo. ¿En verdad no había nada que pudieran hacer? ¿Ya no lo vería otra vez? Al principio parecía algo egoísta ya que lo necesitaba, necesitaba su presencia para sentirse vivo y protegido; pero ahora con solo imaginar a Eivan en una mazmorra se le apretujaban las entrañas.
Mientras tanto Roxanne también los observaba, ese par de humanos que habían arriesgado sus vidas querían seguir haciéndolo, y todo por estar con su "compañero". No sabía si alegrarse o entristecerse porque ella nunca podría experimentar ese sentimiento, ya que por su torpeza años atrás había sido confinada a no tener pareja. Entonces, sin pensarlo demasiado levantó la palma derecha a la altura de su rostro y dijo, —yo los llevaré.
—¿Eh?—, Rowman levantó una ceja y la miró, no parecía sorprendido, sino que parecía querer confirmar lo que había escuchado.
—Dije que yo misma los llevaré al inframundo— repitió más segura.
—Roxanne, tú nunca has estado allí, además ese no es tu lugar— explicó el Destino.
—No importa, no creo que sea diferente a una húmeda y apestosa caverna, podré con ello—, la Muerte siempre mostraba su orgullo y confianza.
Rowman miró a los humanos; —bien, parece que su viaje al inframundo sí será posible— les dijo, —saluden a Nahid por mi— bromeó, —cuando lo conozca verán que no es tan malo como aparenta—, guiñó el ojo y luego volvió a recostarse en su diván color plomo para seguir observando las estrellas.
—Vengan, por aquí— la Muerte los guió hacia otro pasillo.
—Roxanne— habló Nicole, quien no había abierto la boca hasta entonces; —yo me quedaré.
—¿Eh?— Adam frunció el ceño.
—Lo siento— ahora Nicole se dirigió a él, —mi misión es estar a tu lado pero hay lugares en donde en verdad no puedo ir, el inframundo es un lugar totalmente opuesto a mi naturaleza, lo tengo prohibido, así como los demonios tienen prohibido ir al Cielo— explicó, en el caso de la Montaña Blanca sí podían ir ambos, ya que era "territorio neutral"
—Lo entiendo— dijo por fin Adam, —y te agradezco el haber estado conmigo—, debía admitir que se había encariñado con ella, y también que no estaba seguro de volverla a ver.
—Adiós Adam, y sigue a tu corazón.
—Gracias, Ma... Nicole—, le sonrió y luego agitó la mano en forma de despedida para después alcanzar a los otros dos que estaban a solo unos cuantos pasos de distancia.
Cruzaron un silencioso pasillos cuyo piso parecía de mármol y llegaron frente a un par de puertas color negro, no tan grandes como las primeras pero eran imponentes.
—Esta es la puerta trasera, será más corto el camino si salimos por aquí— explicó la Muerte, y justo cuando estaba por dar un paso fuera del edificio, una voz se hizo presente en su cabeza.
—Empatía, Roxanne— dijo Rowman, —ese sentimiento no se llama culpa, sino empatía.
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Si el haber sido marcados con metales calientes como cual ganado había dolido, el ser azotados con un látigo incandescente probablemente iba a ser peor. Eivan suspiró y trató de relajarse cuando entraron al recinto y vio a un demonio amorfo preparándose para usar el látigo.
—Lo más probable es que termine desmayándome como la vez pasada— explicó Layry tratando de romper la atmósfera pesada.
—Al menos estarás inconsciente— el menor de los hermanos quiso seguirle la broma.
—Supongo que eso es bueno. ¿No?— sonrió suavemente antes de que sus carceleros los separaran y comenzaran a colocarles más cadenas para sujetarlos con el abdomen pegado a un tabla y dejarlos expuestos a lo que vendría.
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El viaje a la Montaña Blanca había sido una leve molestia en comparación a este. Adam tuvo que reprimir las náuseas que el mareo le provocó, además el olor fétido no ayudaba mucho.
—¿Qué huele tan mal?— exclamó Edmundo levantando el brazo para cubrir su boca y nariz con la parte interna de su codo.
—Es azufre— explicó Roxanne, cuyo único indicio de molestia era el ceño y la nariz fruncida; —y la podredumbre de las almas, entre más corrompidas están más apestan. Pero no se preocupen, se acostumbrarán—, e hizo un ademán para que la siguieran por el pasillo que se encontraba frente a ellos.
El ambiente era húmedo y frío, parecían estar bajo tierra, en una caverna o algo así.
Notaron una luz unos metros más adelante y ambos humanos pensaron que habían llegado al final del pasillo, pero no fue así, sino que llegaron a un área donde el túnel se estrechaba haciendo que tomaran una formación de "fila india" y donde había una solitaria antorcha.
Roxanne tomó la antorcha y se posicionó al frente, los otros dos no discutieron eso y la siguieron de cerca.
Edmundo aseguraba que estaban descendiendo, la ligera inclinación del suelo, la temperatura y la humedad le indicaban que cada vez estaban a más metros bajo tierra, pero no quería preguntar si aún estaba en el planeta Tierra, la verdad eso era lo de menos.
—Roxanne— la voz de Adam hizo un eco espectral, —¿Desde cuándo los conoces?— se atrevió a preguntar de manera general, aunque la verdad lo que quería indagar era algo más específico como: "¿Desde cuándo Eivan y tú tienen encuentros?" Pero no lo hizo, no quería mostrarse como un celoso posesivo y menos cuando la naturaleza de Eivan era obvia.
—Ay, cariño—, la Muerte rió, —desde hace muchos siglos; hemos presenciado varias facetas y etapas de la humanidad; hemos visto cómo se dañan y se matan entre ellos, y era divertido en un principio, ahora sólo dan algo de lástima y pena; creo que cada persona podría hacer algo mejor con el gran don que su Creador les ha otorgado.
—¿Falta mucho?— interrumpió Edmundo, no quería escuchar sobre cosas trágicas como guerras o cualquier otra cosa que la Muerte fuera a mencionar.
—No, creo que ya llegamos— indicó.
Y en efecto, habían arribado a un área amplia, frente a ellos había una estela con jeroglíficos extremadamente raros y a la derecha de la inscripción había otro túnel.
Roxanne le dio la antorcha a Edmundo y se acercóal epígrafe, pero para ello tenía que bajar un escalón, luego tocó la piedratallada al mismo tiempo que la observaba minuciosamente.
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