𝖨𝗇𝗍𝗋𝗈𝖽𝗎𝖼𝖼𝗂𝗈́𝗇
Jeon JungKook era conocido por su exigente personalidad profesional pero igualmente por ser el omega codiciado entre todos los alfas de su clase social al igual que muchos otros anhelaban conocer al imponente, pero dulce omega.
Provenía de una buena familia con estabilidad económica y excelente reputación, había tenido la suerte de nacer en cuna de oro, como muchos le decían, una vida de lujos siendo el unigénito y dueño de todo lo que la familia Jeon poseía.
Había vivido su infancia en Australia junto a su abuela debido a que sus padres no podían estar a su lado, la mayoría del tiempo estaban viajando de un país a otro y eso los llevó a dejarlo a merced de la madre de su padre alfa; su niñez había sido una solitaria al ser extranjero además de no poder concretar sus sociabilidades con los pequeños de su edad, la mayoría de las veces era despreciado por sus compañeros.
La discriminación no era tan frecuente entre pequeños pero era común que se sintieran intimidados por la presencia de otro y atacaran ideando excusas para no sentirse inferiores debido a la altura de otro infante de su edad e incluso por su apariencia, pero si aquel concepto llegaba a ser presencia sería por causa principalmente de los progenitores y cada valor infundido. Sí, no era justo y tampoco normal que los pequeños actuarán así a tan corta edad, pero tendría sentido sí más de alguno sufría de alguna clase de intimidación por un mayor, claro, muchas veces no era así, simplemente solían serlo y ya.
Su vida en Australia no fue tan duradera, pronto regresó a Corea por petición de su padre omega, deseando obtener un poco de lo que era tiempo de calidad en familia, pero para un pequeño Jeon que había vivido entre los brazos de su abuela durante ocho años —regresando a sus doce años a su nación—, no era de su total agrado dejar a la omega mayor, así que ella tuvo que mudarse para que su único nieto pudiera acostumbrarse a otro ambiente, uno el cual olvidó por completo con el tiempo.
Pero eso sólo hizo que el adolescente cambiara todo en él, su padre había tenido otro cachorro, o eso fue lo que pensó cuando llegó a la mansión y lo vio jugando con un pequeño entre sus brazos mientras hacía muecas raras al cachorro para divertirlo o sólo lo ayudaba pasando juguetes que el mismo niño podía buscar por su propia cuenta.
La cara de alegría de su padre viendo al cachorro, mientras hacía soniditos y pucheros al estar jugando sabrá la Luna qué, fue algo que apagó su emoción por verlo luego de años. Una parte de él se sintió celoso del cachorro, jamás recibió una mirada así de parte de sus progenitores, de hecho, ellos jamás pudieron darle una mirada así porque no estuvieron a su lado y su primer instinto al divisar esa escena fue desagradable, queriendo huir de ese lugar junto a su abuela, la cual lo impidió.
—JungKook-ah —escuchó la dulce voz de su padre, aún podía recordarla de cuando él le cantó para dormir una última vez.
Ante el llamado de su progenitor, su abuela le pidió acercarse, pero él se negó retrocediendo con el rostro más neutral posible. No logró huir correctamente cuando escuchó risas llenar la sala de estar, junto a la voz de su padre apareciendo en su campo de visión acompañado de dos mujeres a su lado, ambas vestían con trajes igual que ellos.
Cuando los tres llegaron a la sala, su padre besó la mejilla de su papá con una sonrisa para luego susurrar algo a su oído, rápidamente volteando en su dirección y sonriendo a Jeon menor mientras saludaba con la mano.
—Cachorro —suspiró su padre caminando hasta estar frente a él, quiso revolverle los cabellos en un acto amistoso.
Se alejó del toque, su rostro era bastante expresivo y demostraba que no estaba listo para tales muestras de afecto, mimos viniendo de esos dos hombres.
—Supongo ya tendremos tiempo de convivir —sonrió dulcemente, extendiendo su mano hacia su pequeño como formalidad luego de observar a su madre sosteniendo al niño por los hombros.
JungKook la acepto, su rostro no expresó ninguna emoción, pero como el cachorrito que seguía siendo por dentro, quiso aventarse a los brazos de su padre, restregar su mejilla contra la de él y recibir montones de mimos acompañados de palabras dulces, pero no se permitió tal cosa.
Jeon Jackson, ese era su padre alfa. No conocía nada más allá de su nombre y fecha de cumpleaños, sabía que trabajaba demasiado junto a JinYoung, su papá omega, de quien sólo recordaba su dulce y hermosa voz de cuando tenía cuatro años.
Jackson le pidió avanzar hasta JinYoung y sus invitados, pero el cachorro de nombre desconocido hizo que detuviera su andar con el alfa, quedando a cinco cortos pasos de las dos mujeres, su papá y el niño pequeño. Cinco años, eso tenía.
El cachorro ladeó la cabeza dejando ver sus preciosos ojos celestes cual cielo despejado en el día, mejillas un poco gorditas, cejas bien perfiladas y un lindo puchero de labios demostrando curiosidad ante su presencia.
Sus progenitores captaron el mensaje, desde el cómo su cachorro se había plantado en el mármol del suelo hasta sus expresiones interrogativas.
—Él es Tae, JungKook —mencionó su padre con una sonrisa, apartándose para tomar asiento en un sofá junto a su esposo—. Tae, él es JungKookie —declaró Jeon ganándose una mirada del cachorro menor.
— ¡Kookie! —Exclamó con una sonrisa luego de haberse levantado y dirigirse al otro niño, Jeon retrocedió por instinto, dando torpes pasitos atrás, yéndose de trasero al suelo al intentar alejarse del infante.
Sus ojitos se cerraron fuertemente evitando sollozar ante el golpe, pero no fue lo peor.
— ¡Kookie! —Eso, fue lo peor. El peso extra sobre él le hizo sacar un leve gruñido, detestaba el tacto ajeno al de su abuela y sus otros abuelos.
Tae, lo abrazaba en el pecho cual koala aferrado a un árbol, mientras él tenía sus brazos alejados del cuerpecito; los presentes rieron bajito pero siendo audible para Kook, escuchó la risa de todos menos la de su abuela.
—JungKook, cielo, arriba, no te va hacer daño —comentó la mujer con dulce voz, intentando calmar a su cachorro interior que amenazaba con soltar otro gruñido tras tensar la mandíbula.
Él suspiró, abriendo los ojos para verlo restregando su mejilla en su pecho luego de haberlo sentido, una parte de él se conmovió pero la otra, la otra necesitaba alejarse lo más rápido posible del tacto de un desconocido.
—Sal —pidió bajito al niño, su voz nerviosa por el exceso de afecto.
—TaeHyung, mi amor, deja a JungKookie, lo estás incomodando —habló una voz femenina, el pelinegro dirigió su vista a ella con el ceño fruncido por tomarse tal atrevimiento, estaba sonriendo por ellos—. Lo siento JungKook, Tae es muy amoroso —sonrió con labios cerrados en disculpa, dejando de arrugar las cejas cuando mencionó su nombre sin ningún tipo de mote.
Pero el infante ignoró todo lo que le pidió la mujer con tanta dulzura que se le hizo imposible tener un hermano.
— ¿Es su hijo? —Cuestionó, tratando de ocultar su asombro, siendo imposible y abriendo sus ojos con sutileza.
—Lo es —respondió la otra mujer—. TaeHyung, ven aquí —pidió, el cachorro se apartó de él finalmente, girando su cabeza para verla.
—Mami, huele muy rico —soltó con un suspiro encantado, haciendo que Kook arrugara las cejas, él no olía a nada más que a leche. No se había presentado, no aún.
—TaeHyung basta, ven aquí —demandó la otra mujer y el niño dejó la emoción de lado, separándose del pelinegro con lentitud.
—Tienes unos ojos muy bonitos, JungKookie —susurró el menor en secreto, posando su mano a un costado de su pequeño buz para que nadie supiera de qué hablaba.
Finalmente, pudo respirar en paz. Soltó un largo y pesado suspiro cargado de nervios, él había olisqueado su pecho y dijo que era rico el aroma —que no tenía, y tampoco usaba perfume—. Su piel se erizo de solo pensarlo, se abrazó a sí mismo, dando caricias para disminuir el escalofrío que sintió.
Su abuela extendió su mano para que se levantara, haciéndolo sentarse a su lado, lo analizó detalladamente, y con una caricia a su mejilla le hizo volver de su pequeño trance, ocultándose en los brazos de la mujer cuando el niño exclamó algo que no entendió; escuchó a su abuela murmurar algo inentendible para su persona.
Su mente estaba procesando lo que había descubierto, al menos no tenía hermano menor, eso lo llenó de alivio; pero se fue cuando el cachorrito le soltó aquellas palabras.
Las únicas personas que habían dicho que sus ojos eran preciosos —hasta donde recordaba—, eran sus abuelos. A los demás les parecía algo que envidiar, raro o demasiado peculiar.
Y ese apodo, ese sobrenombre, no solía escucharlo por nadie más; sus padres —cuando hablaban escasas veces por llamada— le decían JungKookie, JungKook-ah, en cuanto a su abuela, ella siempre lo llamaba Galletita, dulce, cielo/cielito, bebé y cachorro, mientras que Kookie era algo que sólo sus abuelos maternos pronunciaban.
Esa fue su primera interacción, las que le siguieron fueron debido a que el niño lo perseguía por toda la mansión, pues al parecer sus padres estaban hospedando a la familia o algo parecido, pero el pequeño Kim —apellido que descubrió cuando el niño se presentó formalmente para luego darle una disculpa por su comportamiento el primer día que lo vio—, no le daba un respiro en ningún instante hasta que iba a descansar y cuando ambos asistían a la escuela o estaban ocupados en otras actividades.
La presencia del niño poco a poco se fue haciendo cómoda, algunas veces le sonreía o comentaba algo sobre los gustos del pequeño y los suyos, la incomodidad ante el tacto del cachorrito desapareció a los pocos meses, incluso era él quien después buscaba al menor cuando no lo veía cerca o simplemente interrumpía sus lecciones de piano o cuando hacía tareas escolares.
Los cumpleaños de ambos eran celebrados en conjunto, los conjuntos de ropa eran similares, siempre había algo que se asimilaba entre ellos; para ese punto empezaban a compartir hasta habitación, se escabullían cuando todos dormían a la alcoba del otro, despiertos hasta más de la medianoche charlando de películas, series del agrado del otro, de su día, lo que habían aprendido en sus diferentes actividades, contando anécdotas graciosas —más por parte de Tae—, risas divertidas, burlas, mimos a los cabellos del otro e incluso JungKook construyendo nidos para el niño, fotografías...
Todo cambió cuando cumplió quince años, la presentación del único cachorro del matrimonio Jeon llegó en plena madrugada cuando el cachorrito menor de la mansión ingresaba a la habitación de su Kookie con una bonita sonrisa de labios cerrados tras escabullirse luego de corroborar que todos estuvieran durmiendo.
Asustado sería una palabra corta para describir las expresiones del niño al ver a su bonito amigo gruñir, jadear y soltar pequeños soniditos que causaron más de un escalofrío por todo su ser, el aroma a frambuesas y arándanos que solía sentir estaba más fuerte y dulce. Un jadeo salió de sus labios al verlo tomar asiento entre quejidos, sus ojos brillaban como nunca creyó y jamás notó.
—Ko-okie —llamó bajito.
—Vete de aquí Tae, sal de-... Ah —pidió entre quejidos y gemidos bajitos—. Sal de aquí, cachorro —demandó con voz aguda pero grave.
Fue lo último que recordó de esa noche.
La distancia en la amistad con el cachorro Kim fue de esperarse, su aroma era tan dulce como abrumador para el niño y el tenue aroma que comenzó a percibir en el niño tampoco ayudó, quería estar pegado a él todo el día, sus instintos de dominancia no se inhibieron y al poco tiempo marcaba al pequeño con su aroma cuando estaban cerca del otro y en las pocas veces que el niño se dejaba mimar en sus brazos.
Pero un día, él no llegó a casa luego de la escuela, JungKook lo esperó en todo el día y sus padres comentaron que el pequeño TaeHyung había regresado con sus padres y que él sería enviado a Inglaterra a culminar sus estudios sin justificación alguna...
El tiempo transcurrió y jamás supo nada de él, no hubieron llamadas, no hubieron fotos, no hubieron visitas, no hubieron cumpleaños llenos de mimos y besitos en sus mejillas por parte del niño, no hubieron compras similares a las del otro, no hubieron travesuras al lado del niño, no hubo más calidez en su pechito, y mucho menos, sensibilidad ante otros, el amor no rondo a su alrededor, no hubieron sonrisas cuadradas que llenaran su día a día, no tuvo con quien charlar o desvelarse hasta rendirse en brazos ajenos; el inicio de lo que fue su caos...
—Señor —llamó el conductor.
— ¿Qué ocurre, SooBin? —Cuestionó saliendo de su pequeño trance mientras acariciaba el contorno de la figura humana en la fotografía.
—Hemos llegado a casa —mencionó.
Su vista subió a la enorme puerta frente al automóvil, un suspiro se le escapó luego de observar aquel jardín donde todavía estaban dos columpios delante de un frondoso árbol.
— ¿Me habrás extrañado? —Preguntó volviendo a la fotografía en su mano izquierda.
Sonrió con los labios cerrados soltando un enorme suspiro, en su mente reproduciéndose uno de los más bonitos recuerdos junto a él, antes de todos los sucesos que los alejaron del otro.
—Kookie —llamó acomodándose en el pecho de su conejito.
—Mmh —alentó a que continuará, abrazando al niño con gentileza.
— ¿Seguirás a mi lado cuando seamos mayores? —Preguntó viéndolo con sus ojitos celestes destellando con sutileza, sin inmutarse de que los suyos igualmente lo hacían.
—Estaré contigo hasta el final, mi cachorro —respondió restregando su mejilla en la del niño con un ronroneo que fue devuelto enseguida.
No omitió su nostalgia reflejarse en el plateado de sus ojos.
—Recuperaremos el tiempo perdido —murmuró para sí mismo—. De eso no hay duda, mi cachorro, mi alfa...
Quedé suspirando luego de verificar está corta y hermosa introducción...
He estado desaparecida de actualizaciones, quizá pronto comience a darles todas las actus que pueda en las obras en emisión y agregar está y otras más a la lista.
Nos vemos pronto <3
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