Reto #7

SenioritaRMDeJeon

|| ADIÓS ||

Las hojas secas crujían bajo los pies de Susana mientras las recogía del suelo, una tarea que se había convertido en su ritual diario. Sin embargo, hoy sus manos se detuvieron, y sus ojos se fijaron en la lápida frente a ella. Liliana Miller. Un nombre que nunca había conocido en vida, pero que en la muerte se había convertido en una presencia constante en su día a día.

Incluso sentía algo de celos por ella, por un fantasma que parecía flotar entre ellos, invisible pero siempre presente. Jamás creyó encontrarse en esta situación tan surrealista y desgarradora. Se sentía tonta y ridícula al estar enojada contra alguien que ya no estaba en este mundo, pero no podía evitarlo. No cuando Mason, el chico que había atrapado su corazón con su mirada triste y corazón de oro, la había enamorado, pero con una sombra que los perseguía a diario. Oscureciendo cada momento de felicidad que intentaban construir juntos.

Él aún sentía un amor tan fuerte que jamás sería correspondido en vida. Sus recuerdos de ella eran como dagas invisibles que se clavaban en el corazón de Susana, cada vez que mencionaba su nombre o se quedaba en silencio, perdido en pensamientos sobre ella. Y eso le dolía más de lo que quería admitir. Era una batalla interna, una lucha constante contra un rival que ya no existía.

Susana se mordió el labio con frustración, sintiendo cómo estos sentimientos habían surgido de una situación tan extraña. Si tan solo se hubieran conocido de otra forma, quizás todo se hubiera dado diferente. Tal vez en un café, o en una librería, en cualquier lugar, menos allí, en medio de ese cementerio que parecía ser el escenario de su dolor.

Suspiró profundamente, dejando escapar el aire con un leve temblor, y regresó a su tarea de recoger las hojas que el viento otoñal había esparcido por el jardín. Trataba de apartar esos pensamientos de su mente, pero cada crujido bajo sus pies parecía susurrar sus nombres. Fue entonces cuando escuchó una voz familiar que la saludaba, una voz que resonaba como una melodía conocida en medio del silencio.

-Hola, Susana.

Susana levantó la mirada, y ahí estaba él, Mason, el chico que amaba desde hacía tanto tiempo. Su figura se recortaba contra el cielo gris, y sus ojos brillaban con una calidez que siempre lograba desarmarla. Pero reprimió sus sentimientos, no quería que él viera cuánto le afectaba su presencia, no después de las cosas que le había dicho días atrás. Sintió un nudo en la garganta y sus manos temblaron ligeramente mientras retomaba su trabajo con total tranquilidad.

-Hola -respondió, con un tono seco y distante.

Mason suspiró profundamente, y por el rabillo del ojo, Susana notó cómo él movía sus manos con nerviosismo, jugando con ellas como si fuera un niño atrapado en una situación incómoda. Sus dedos se entrelazaban y desenlazaban, reflejando la tormenta interna que parecía consumirlo.

-¿Cómo estás, Susana? -Su voz temblorosa apenas disimulaba su inquietud.

-Bien.

-Eso es bueno. ¿Y tu padre? ¿Ya logró resolver el problema con los intrusos? -preguntó, su tono cargado de temor.

-Está poniendo una malla en los barrotes del cementerio -respondió Susana, sin levantar la vista, su voz fría-. Esperamos que con eso ya dejen de meterse y destrozar las tumbas y sus arreglos florales.

Cada respuesta que daba era seca y fría, pero no podía evitarlo. No quería mostrarle cuánto le afectaba su presencia, ni cuánto le dolía saber que su corazón aún pertenecía a alguien que ya no estaba.

Mason suspiró de nuevo, esta vez con clara frustración. Sus ojos, normalmente cálidos y llenos de vida, ahora reflejaban una mezcla de desesperación y tristeza.

-Susana, por favor, ¿podemos hablar? -La voz de Mason era un susurro, casi una súplica.

Susana respondió sin poder ocultar el tono amargo en su voz.

-¿Hablar de qué? La última vez dejaste muy claro todo. Jamás dejarías de amar a Liliana, y menos por alguien como yo, tan insignificante.

Sus palabras salieron como veneno, cargadas de resentimiento y tristeza. Mason desvió la mirada, sus ojos llenos de vergüenza y arrepentimiento, incapaz de sostener la mirada de Susana.

-Lo siento, Susana -dijo Mason, su voz apenas un susurro que se perdió en el aire-. No quería decir nada de eso. Fueron palabras sin fundamento, solo las solté porque estaba estresado con otros asuntos, y me desquité contigo.

Una risa amarga escapó de los labios de Susana, resonando en la habitación como un eco de su dolor.

-Claro, Mason, solo era eso. Pero cada palabra dicha por ti se sintió muy real.

Susana respondió sin poder ocultar el tono amargo en su voz.

-¿Hablar de qué? La última vez dejaste muy claro todo. Jamás dejarías de amar a Liliana, y menos por alguien como yo, tan insignificante.

Sus palabras salieron como veneno, cargadas de resentimiento y tristeza. Mason desvió la mirada, sus ojos llenos de vergüenza y arrepentimiento, incapaz de sostener la mirada de Susana.

-Lo siento, Susana -dijo Mason, su voz apenas un susurro que se perdió en el aire-. No quería decir nada de eso. Fueron palabras sin fundamento, solo las solté porque estaba estresado con otros asuntos, y me desquité contigo.

Una risa amarga escapó de los labios de Susana, resonando en la habitación como un eco de su dolor.

-Claro, Mason, solo era eso. Pero cada palabra dicha por ti se sintió muy real.

Su voz salió cortada, traicionando el profundo dolor que sentía por dentro. Cada palabra de Mason había sido como una daga en su corazón, y aunque quería creer en sus disculpas, el daño ya estaba hecho. Se sentía insignificante, como si nunca pudiera competir con el recuerdo de Liliana. Y eso la destrozaba, como si una tormenta de emociones la arrastrara hacia un abismo sin fondo.

Mason se quedó en silencio por un momento, desviando la mirada hacia el suelo. El viento soplaba suavemente, levantando algunas hojas que se arremolinaban a su alrededor. Finalmente, levantó la vista, sus ojos llenos de una mezcla de tristeza y arrepentimiento.

-Susana, por favor, escúchame -dijo Mason, su voz temblando ligeramente-. Sé que te hice daño, y lo siento. No puedo cambiar lo que dije, pero quiero que sepas que no era mi intención herirte.

-¿Y qué esperas que haga con eso, Mason? -respondió Susana, su voz quebrándose-. ¿Esperas que simplemente olvide todo y actúe como si nada hubiera pasado? No puedo. No puedo seguir fingiendo que no me duele, verte así, tan atrapado en el pasado.

-¡No estoy atrapado en el pasado! -exclamó Mason, su voz elevándose-. Liliana fue una parte importante de mi vida, pero eso no significa que no pueda seguir adelante. Solo... necesito tiempo.

-¿Tiempo? -replicó Susana, sintiendo cómo las lágrimas comenzaban a acumularse en sus ojos-. ¿Cuánto tiempo, Mason? ¿Cuánto tiempo más tengo que esperar a que te des cuenta de que estoy aquí, ahora, viva y respirando, mientras ella... ella ya no está?

El silencio que siguió fue ensordecedor. Mason parecía luchar por encontrar las palabras adecuadas, pero cada segundo que pasaba solo hacía que el dolor en el pecho de Susana se intensificara. Finalmente, él dio un paso hacia ella, extendiendo una mano como si quisiera tocarla, pero se detuvo a medio camino.

-Susana, no quiero perderte -dijo su voz, apenas un susurro-. Eres importante para mí, más de lo que puedes imaginar. Pero necesito que entiendas que esto no es fácil para mí.

-¿Y crees que es fácil para mí? -respondió Susana, las lágrimas finalmente desbordándose-. ¿Crees que es fácil ver cómo sigues aferrado a alguien que ya no está, mientras yo estoy aquí, tratando de ser suficiente para ti?

Mason bajó la cabeza, sus hombros hundiéndose con el peso de sus palabras. El dolor en sus ojos reflejaba el de Susana, y por un momento, se quedaron allí, dos almas heridas, tratando de encontrar un camino a través del dolor. El viento susurraba entre los árboles, llevando consigo las hojas caídas que crujían bajo sus pies, como si la naturaleza misma compartiera su tristeza.

Finalmente, Susana dio un paso atrás, sintiendo cómo su corazón se rompía en mil pedazos.

-No puedo seguir así, Mason -dijo su voz, apenas un susurro, quebrándose con la emoción-. Necesito alejarme, por mi propio bien.

Sus palabras flotaron en el aire, pesadas y llenas de una verdad dolorosa.

Sin esperar una respuesta, se dio la vuelta y comenzó a caminar, dejando a Mason solo frente a la tumba de Liliana. Cada paso que daba le dolía, como si estuviera dejando una parte de sí misma atrás. El camino de grava parecía interminable, y el eco de sus pasos resonaba en el silencio sepulcral del cementerio. Pero sabía que era lo correcto. Su corazón estaba dividido en dos, y necesitaba tiempo para sanar. Las lágrimas corrían por sus mejillas, mezclándose con la brisa fría de la tarde, mientras se alejaba, llevando consigo el peso de una despedida que nunca quiso dar.

Los días pasaban lentamente para Mason, cada uno más pesado que el anterior. Su rutina diaria se había convertido en una serie de movimientos automáticos: levantarse, ir a la escuela, regresar a casa, y repetir. Pero en cada momento libre, su mente volvía a Susana y Liliana, atrapado en un torbellino de emociones que no sabía cómo manejar.

Por las mañanas, Mason se encontraba mirando su reflejo en el espejo, preguntándose cómo había llegado a este punto. Sus ojos, antes llenos de vida, ahora reflejaban una tristeza profunda y constante. Se sentía dividido entre dos mundos: uno donde Liliana aún vivía en sus recuerdos, y otro donde Susana luchaba por un lugar en su corazón.

En la escuela, Mason intentaba concentrarse, pero su mente siempre volvía a la última conversación con Susana. Recordaba su voz quebrada, sus lágrimas, y el dolor en sus ojos. Se sentía culpable por haberla herido, pero también estaba atrapado por el amor que aún sentía por Liliana. Un amor que, aunque sabía que debía dejar ir, no podía simplemente apagar.

Las noches eran las peores. Mason se encontraba caminando por las calles del pueblo, sus pasos, llevándolo inevitablemente al cementerio. Se detenía frente a la tumba de Liliana, sintiendo una mezcla de amor y resentimiento.

-¿Por qué sigues interfiriendo en mi vida? -murmuraba, como si esperara una respuesta del más allá.

Pero el silencio de la noche solo acentuaba su soledad.

Cada vez que pensaba en Susana, su corazón se llenaba de una mezcla de esperanza y desesperación. Quería estar con ella, quería amarla como ella merecía, pero el fantasma de Liliana seguía presente, una sombra que no podía ignorar. Se sentía atrapado, incapaz de avanzar, y cada día que pasaba solo aumentaba su confusión.

Mason sabía que debía tomar una decisión, pero el miedo a perder a Susana y el dolor de dejar ir a Liliana lo paralizaban. Se encontraba en un limbo emocional, donde cada paso hacia adelante parecía imposible. Y así, los días seguían pasando, cada uno más doloroso que el anterior, mientras Mason luchaba por encontrar una salida a su tormento interno.

El sol comenzaba a descender en el horizonte, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y rosados. Mason caminaba sin rumbo fijo, sus pensamientos enredados en un torbellino de emociones. Había pasado el día intentando distraerse con el trabajo, pero cada tarea completada solo le recordaba lo vacío que se sentía por dentro.

Sus pasos lo llevaron por las calles del pueblo, pasando por lugares que solían traerle alegría, pero que ahora solo le recordaban su confusión y dolor. Sin darse cuenta, sus pies lo guiaron hacia el cementerio, un lugar que había evitado durante días, temiendo enfrentar los sentimientos que lo atormentaban.

El viento soplaba suavemente, levantando hojas secas que crujían bajo sus pies mientras avanzaba. El cementerio estaba tranquilo, casi sereno, pero para Mason, era un sitio lleno de recuerdos y fantasmas del pasado. Se detuvo frente a la lápida de Liliana, el nombre grabado en la piedra parecía brillar bajo la luz del atardecer.

Mason sintió un nudo en la garganta mientras miraba la tumba.

-Liliana -susurró, su voz apenas audible-. ¿Por qué sigues aquí? ¿Por qué no puedo dejarte ir?

Las palabras salieron cargadas de dolor y desesperación. Sabía que no obtendría una respuesta, pero necesitaba expresar lo que sentía.

Las lágrimas comenzaron a acumularse en sus ojos mientras recordaba los momentos felices que había compartido con Liliana. Su risa, su sonrisa, la forma en que iluminaba cualquier habitación. Pero esos recuerdos ahora estaban teñidos de tristeza y culpa. Se sentía atrapado entre el amor que aún sentía por ella y el deseo de seguir adelante con Susana.

-Te extraño tanto -dijo, su voz quebrándose-. Pero no puedo seguir viviendo en el pasado. Susana... ella está aquí, viva, y me necesita. Pero no sé cómo dejarte ir.

Las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas, y Mason se dejó caer de rodillas frente a la tumba, su cuerpo temblando con sollozos.

El peso de sus emociones lo abrumaba. Sentía como si su corazón estuviera dividido en dos, incapaz de encontrar paz.

El atardecer continuaba su curso, y el cielo se oscurecía lentamente. Mason permaneció allí, llorando, dejando que todas las emociones reprimidas salieran a la superficie. Sabía que necesitaba encontrar una manera de sanar, de reconciliar su amor por Liliana con su deseo de estar con Susana. Pero en ese momento, todo lo que podía hacer era llorar, esperando que, de alguna manera, el dolor disminuyera con el tiempo.

-No estás perdido, Mason.

Se detuvo en seco, su corazón latiendo con fuerza. Esa voz... hacía meses que no la escuchaba. Giró lentamente, y allí, entre las sombras, apareció Liliana. Su figura etérea flotaba a unos centímetros del suelo, envuelta en un resplandor tenue y misterioso. Su cabello oscuro caía en suaves ondas alrededor de su rostro pálido, y sus ojos, profundos y llenos de una tristeza infinita, lo miraban con una mezcla de ternura y melancolía.

Liliana le sonrió, una sonrisa que solía traerle paz, pero que ahora solo le provocaba un escalofrío. Mason sintió cómo sus piernas se volvían de plomo, incapaz de moverse o de apartar la mirada. El miedo y la confusión se apoderaron de él, paralizándolo.

-¿Liliana? -susurró, su voz apenas audible.

Ella asintió lentamente, su sonrisa nunca desvaneciéndose. Mason no podía entender lo que estaba pasando. ¿Era real? ¿Era un sueño? La presencia de Liliana, tan vívida y tangible, lo dejaba sin aliento. Quería acercarse, tocarla, asegurarse de que no era una ilusión, pero el terror lo mantenía en su lugar.

Mason retrocedió, sus pasos torpes y descoordinados, hasta que perdió el equilibrio y cayó al suelo. El impacto lo sacudió, pero el shock era demasiado grande para sentir dolor. El frío del suelo de tierra se filtraba a través de su ropa, intensificando su sensación de irrealidad. Liliana, con una expresión de preocupación en su rostro fantasmal, se acercó lentamente, sus movimientos etéreos, apenas perturbando el aire a su alrededor.

Mason, aún incrédulo, estiró su mano temblorosa hacia ella. Por un momento, sintió algo. No era la calidez de la piel humana, sino una sensación extraña, como una niebla densa que se arremolinaba bajo sus dedos, fría y etérea. Pero no era suficiente para convencerlo de que no estaba soñando.

-¿Cómo es posible esto? ¿Estoy soñando? ¿O estoy muerto?

Liliana negó con la cabeza, su expresión llena de tristeza y compasión.

-No, Mason. No estás muerto. Y esto no es un sueño. Estoy aquí, de alguna manera, estoy aquí.

Mason, aunque aún no comprendía del todo lo que estaba sucediendo, sintió una oleada de alegría al ver a Liliana de nuevo. Una sonrisa se dibujó en su rostro, reflejando la de ella, iluminando su semblante cansado.

-Liliana... -La llamó de nuevo, con la voz temblorosa, pero llena de emoción.

Ella asintió, y Mason, sin pensarlo dos veces, la abrazó. Aunque la sensación era extraña, como abrazar una niebla densa, podía sentir su esencia, la misma que siempre había conocido. Su fragancia, una mezcla de lavanda y algo indefinible, lo envolvió, transportándolo a tiempos más felices. Por primera vez en mucho tiempo, se sintió bien, completo.

-Te he extrañado tanto -dijo Mason, su voz quebrándose, cada palabra cargada de un dolor profundo y añejo.

-Yo también te he extrañado -respondió Liliana, su voz suave y llena de cariño, como una melodía que calmaba su alma atormentada.

Mason se apartó un poco, mirándola a los ojos. Sus pupilas reflejaban una tristeza infinita, pero también un amor incondicional.

-Perdóname, Liliana. No pude defenderte de esos maleantes. Si hubiera sido más fuerte, quizás estarías aquí, viva, y seguiríamos juntos.

Liliana negó, con la cabeza, su expresión llena de ternura y comprensión.

-No fue tu culpa, Mason. Hiciste todo lo que pudiste. No te culpes por lo que pasó.

Mason sintió una lágrima rodar por su mejilla, caliente y salada, dejando un rastro ardiente en su piel. A pesar de todo, el alivio de tenerla cerca, aunque fuera de esta manera, era inmenso. La abrazó de nuevo, aferrándose a la sensación de su presencia que había extrañado.

-Desde que te fuiste, he estado... destrozado. No puedo dejar de pensar en lo que pasó, en cómo no pude protegerte.

-Mason, no quiero que sigas atormentándote por eso. No fue tu culpa y mereces ser feliz. ¿O acaso Susana no te hace feliz?

Mason se quedó helado, su rostro se tornó pálido y una sensación de vergüenza lo invadió.

-¿Cómo sabes sobre Susana? -preguntó, su voz apenas un susurro.

Liliana esbozó una sonrisa triste.

-He estado vigilándote, cuidando de ti desde que me fui. Sé que ella es una chica muy bonita.

Mason bajó la mirada, sintiendo una punzada de culpa en su pecho.

-Liliana, yo... no sé cómo explicarlo. Susana es maravillosa, la verdad es que... es muy especial para mí, pero cada vez que estoy con ella, siento que te estoy traicionando.

-Mason, no puedes seguir viviendo en el pasado. Tienes derecho a ser feliz, a seguir adelante. Susana parece ser una buena persona, alguien que puede hacerte feliz.

Mason levantó la mirada, sus ojos llenos de confusión y dolor. ¿Cómo podía seguir adelante? Parecía una tarea imposible. No quería deshacerse de los bellos recuerdos que había formado con ella, pues aquello sería cruel. Aunque quería ser feliz, no quería cometer esa falta de respeto a la memoria de su novia.

Liliana acarició suavemente la mejilla de Mason, su toque era etéreo, pero lleno de calidez. El chico cerró los ojos y se acercó más a su toque, disfrutándolo al máximo.

-Mason, mi amor por ti no cambia porque sigas adelante. Siempre seré una parte de ti, pero eso no significa que no puedas encontrar la felicidad con otra persona. Susana te quiere, y tú mereces ser amado y feliz.

Mason sintió las lágrimas brotar de sus ojos, su corazón dividido entre el amor por Liliana y los sentimientos por Susana.

-No sé si puedo hacerlo, Liliana. No sé si puedo dejarte ir.

Liliana sonrió con ternura, sus ojos reflejando una comprensión profunda.

-No tienes que dejarme ir, Mason. Siempre estaré contigo, en tus recuerdos, en tu corazón. Pero también debes abrirte a la posibilidad de amar de nuevo, de encontrar la felicidad que mereces.

-Lo intentaré, Liliana. Por ti, lo intentaré.

Liliana lo abrazó una vez más, su presencia era un bálsamo para el alma atormentada de Mason.

-Eso es todo lo que pido, Mason. Que intentes ser feliz. Porque eso es lo que siempre he querido para ti.

Aquellas palabras de Liliana hicieron que Mason rompiera en llanto, sus lágrimas caían sin control, empapando su rostro. Sentía un dolor profundo, como si su corazón estuviera siendo desgarrado por mil cuchillos afilados. Con la voz entrecortada, preguntó,

-¿Entonces, esta es la despedida?

Liliana asintió. No podía llorar, pero sus ojos resplandecían con el dolor de la tristeza de dejar atrás a su gran amor.

-Me temo que sí.

El silencio que siguió fue pesado, cargado de tristeza y resignación. El viento susurraba entre las hojas de los árboles, como si la naturaleza misma compartiera su dolor. Ambos sabían que era lo correcto, pero eso no hacía que el momento fuera menos doloroso. Mason se puso de pie, sus piernas temblaban ligeramente como si fueran a ceder en cualquier momento. Miró a Liliana con una mezcla de amor y desesperación, sus ojos buscando una chispa de esperanza en los de ella.

-¿Puedo pedirte un último abrazo y un beso? -preguntó, su voz apenas un susurro, casi inaudible.

Liliana asintió de nuevo, acercándose a él con pasos lentos y vacilantes. Lo abrazó con fuerza, sintiendo su calor y su desesperación, como si quisiera absorber todo su dolor. Mason cerró los ojos, aferrándose a ella como si su vida dependiera de ello, sintiendo el latido de su corazón contra el suyo. El abrazo, aunque reconfortante, tenía un sabor amargo, una mezcla de despedida y amor no correspondido que dejaba un nudo en la garganta.

Finalmente, Mason se apartó un poco, mirándola a los ojos por última vez. Lentamente, se inclinó y la besó. El beso fue dulce y doloroso al mismo tiempo, una despedida que ambos sabían que era necesaria. Cuando se separaron, Mason sintió que una parte de él se quedaba con Liliana, pero también sintió una ligera chispa de alivio, como si un peso se hubiera levantado de sus hombros.

-Te amo, Liliana -dijo, su voz quebrándose como una rama seca.

-Y yo a ti, Mason -respondió ella, su voz suave y llena de cariño, como una melodía triste-. Siempre estaré contigo, en tu corazón.

Mason asintió, sabiendo que esas palabras eran verdad. Con un último suspiro, Liliana se desvaneció lentamente, como un sueño que se disipa con el amanecer, dejando a Mason solo bajo el viejo roble. Aunque su corazón estaba roto, sabía que debía seguir adelante, por ella y por él mismo. El sol se había ocultado por completo, solo la opaca luz de la luna es lo que iluminaba la tumba de Liliana.

Mason comenzó a llorar con la intensidad de un niño y calló de rodillas al suelo. Sus sollozos resonaban en la quietud de la noche. Cada lágrima que caía llevaba consigo el peso de su dolor, su culpa y su amor no correspondido. Sentía como si su corazón estuviera siendo desgarrado en mil pedazos, incapaz de soportar la pérdida de Liliana y la confusión de sus sentimientos por Susana. El dolor era tan intenso que apenas podía respirar; su cuerpo temblaba con cada sollozo.

El velador del cementerio, alertado por los ruidos, salió de su casa con una linterna en mano, seguido de su hija, Susana. Ambos se acercaron rápidamente, sin entender lo que estaba sucediendo. Al ver a Mason tan destrozado, Susana sintió una mezcla de preocupación y tristeza. A pesar de estar enojada con él por las palabras hirientes que le había dicho, no podía ignorar su sufrimiento.

-Mason -susurró Susana, acercándose lentamente.

Al ver su rostro bañado en lágrimas, comprendió la profundidad de su dolor. Sin pensarlo dos veces, se arrodilló junto a él y lo abrazó con fuerza, intentando consolarlo. Mason se aferró a ella, sus sollozos se intensificaron mientras sentía el calor y la comprensión en el abrazo de Susana.

-Lo siento tanto, Susana -murmuró Mason entre lágrimas-. No quería lastimarte. Estoy tan perdido.

Susana acarició suavemente su espalda, sus propios ojos llenos de lágrimas.

-Shh, está bien, Mason. Estoy aquí. No estás solo.

El velador observó la escena en silencio, decidiendo darles su espacio, alejándose discretamente para dejarlos solos.

Mason, aún aferrado a Susana, sintió una chispa de alivio en medio de su tormento. Aunque el dolor por la pérdida de Liliana seguía presente, el abrazo de Susana le ofrecía una promesa de esperanza, una posibilidad de seguir adelante.

Susana, a pesar de su enojo, sintió que su corazón se ablandaba al ver la vulnerabilidad de Mason. Sabía que el camino no sería fácil, pero estaba dispuesta a estar a su lado, a ayudarlo, a encontrar la paz que tanto necesitaba.

Frente a aquella lápida de un amor pasado, con el viento susurrando, Mason y Susana encontraron un momento de consuelo en medio de su dolor. Aunque el futuro era incierto, sabían que juntos podrían enfrentar cualquier desafío. Y así, en ese abrazo lleno de lágrimas y promesas, comenzó un nuevo capítulo en sus vidas, uno donde la esperanza y el amor tenían la oportunidad de florecer.

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