Reto #2

park_joonie

Durante el almuerzo, Penélope se sentó con sus amigas para comer y mostrarles el bonito obsequio que encontró en su casillero.

Con una sonrisa que casi le rompía las mejillas, Penelope le pasó la pequeña nota roja a Gabriela, su mejor amiga, quien leyó su contenido en voz alta y de forma dramática.

—En cada suspiro, te encuentro,
En cada sombra, te busco,
Eres mi luz, mi centro,
Mi amor, mi deseo brusco.
Tus ojos, mi refugio eterno,
Tu risa, mi melodía,
En este mundo tierno,
Eres mi fantasía. —Su dramatismo hizo reír al resto de chicas—.
Cada palabra, un lazo,
Cada mirada, una promesa,
Eres mi todo, mi abrazo,
Mi fortaleza.
Ven a los salones abandonados,
Donde el tiempo se detiene,
Donde nuestros corazones atados,
En la oscuridad se entretienen.

Todas exclamaron un ‘¡aw!’ enternecidas y conmovidas por las bonitas palabras del poema.

—Qué romántico —expresó Sofía.

—Lo sé, es tan hermoso. —Comentó Penélope con los ojos brillando de emoción.

—¿Quién lo habrá escrito? —preguntó Clara, con ojos llenos de curiosidad.

—¡Ya sé! Seguro fue Demian —sugirió Gabriela, con una sonrisa traviesa—. El chico te ha estado observando y buscando desde hace meses. Seguro esto es obra de él.

Pero Penélope rodó los ojos ante la mención de ese chico. No solo le desagradaba, también era molesto y pegajoso con ella. Le repelía cada intento suyo por coquetear, que era más una invitación descarada para pasar una noche juntos. Era simplemente desagradable y le había costado deshacerse de él.

—No lo creo, Demian no ha venido a clases desde el lunes.

—Yo ya sé quién me envió la nota.

Las chicas miraron curiosas y expectantes a Penélope, apurándola para que les revelara la identidad del misterioso poeta.

Ella sonrió al recordarlo. Había sido un día normal en la escuela, y Penelope salía de sus tutorías. Se dirigía a su casillero cuando vio a alguien frente a él. Se escondió rápidamente, curiosa por saber quién era y qué hacía. Desde su escondite, vio a un chico de cabello largo y negro, con un suéter azul marino. Con movimientos rápidos, metió una nota roja en su casillero y se giró para asegurarse de que nadie lo había visto.

Cuando el chico se giró, lo reconoció al instante. Las gafas redondas eran inconfundibles: era Andrew, el chico del que estaba enamorada desde el primer semestre de la preparatoria.

Una oleada de felicidad la invadió. A ella le había gustado desde el primer semestre. Era tan reservado y tímido, nunca había imaginado que él pudiera sentir algo por ella. Ahora, con la nota en su casillero, todo parecía posible.

—¿Andrew? —repitieron sus amigas al unísono, sorprendidas.

Penélope asintió, su sonrisa más amplia que nunca.

—Sí, ¡No puedo creerlo! —habló entusiasmada—. ¿Se imaginan que me pida ser su novia? ¡Me emociona solo imaginarlo!

Pero cuando vio a sus amigas, dejó de sonreír y sus cejas se fruncieron. Todas tenían miradas aprensivas y logró ver el desagrado en sus ojos. Penelope estaba confundida, ¿a qué se debía tal reacción?

—Pen, Andrew es súper raro, un torpe que se tropieza con todo y está feo —comentó Gabriela con desdén.

Penélope se sintió mal ante las palabras crueles de su amiga sobre el chico que le gustaba. Se sorprendió al ver que las demás compartían el mismo pensamiento. Bajó la mirada, confundida. Andrew era un chico lindo, atento y, por lo visto, sensible. No entendía por qué sus amigas pensaban así.

—Sí, es tan… extraño —añadió Sofía—. Además, escribe cosas demasiado raras en un cuaderno.

Ese comentario captó la atención de todas y la miraron en busca de más detalles.

Relató que una vez Andrew dejó su cuaderno abierto en la biblioteca. No pudo resistir la tentación y lo leyó. Al principio, parecía una historia de misterio, algo normal. Pero cuanto más leía, más gráfico y retorcido se volvía. Describía con detalles horribles cómo un asesino en serie torturaba a sus víctimas. Era tan perturbador que su estómago se retorció.

Clara le restó importancia, pues conocía a Sofía y sabía que era muy delicada con los detalles gráficos en películas y libros. Pero Sofía insistió, agregando que cuando Andrew llegó y vio lo que hacía, la miró de forma amenazante y aterradora, advirtiéndole que no lo volviera a hacer si no quería que algo malo pasara.

—Pen, de verdad. Ese chico es un bicho raro en todo su esplendor, parece ser peligroso —le habló Gabriela—. Mereces algo mejor que eso.

La respuesta que recibió fue un golpe sobre la mesa que sorprendió a todas.

—Solo porque a ti no te agrada, no significa que sea un mal chico —le defendió con voz fuerte—. Y Sofi, estabas chismoseando en su cuaderno, por supuesto que se iba a molestar. Y escribir relatos de terror no tiene nada de extraño. ¿Acaso nunca han leído a Stephen King?

Penélope nunca les había hablado así. Ella era tranquila, lo que dejó perplejas a sus amigas. Clara intentó explicar por qué se sentían así con el chico, pero antes de poder hacerlo, Penélope se levantó y se fue, dejando su almuerzo sin terminar.

Caminaba con pasos fuertes, mostrando su enojo por los comentarios de las chicas. Pero más que nada, estaba furiosa con Gabriela, quien había sido especialmente grosera y dijo cosas muy feas sobre Andrew.

Apretó los puños de coraje, sintiendo cómo la ira se acumulaba en su interior. No podía soportar la idea de que alguien hablara así de Andrew, alguien tan lindo y que ella quería mucho.

* * *

Penélope caminó decidida hacia los salones abandonados, un lugar que pocos estudiantes visitaban. Empujó la puerta chirriante y entró en el aula polvorienta. La luz del atardecer se filtraba por las ventanas rotas, creando un ambiente mágico. Andrew ya estaba allí, sentado en un pupitre viejo, con la mirada perdida en un libro.

Andrew levantó la vista y, en su nerviosismo, dejó caer el libro al suelo con un estruendoso golpe. Se agachó para recogerlo, sus mejillas enrojeciendo. Penélope no pudo evitar sonreír ante su torpeza. Se acercó a él, sintiendo cómo su corazón latía con fuerza.

—Hola, Andrew. ¿Así que tú fuiste quien escribió el poema? —preguntó, fingiendo sorpresa.

Andrew se levantó, aún sosteniendo el libro, y trató de sonreír a pesar de su evidente nerviosismo.

—Sí… ¿Te gustó?

—Mucho, nunca nadie me había escrito un poema —comentó con una sonrisa—. ¿Y para qué me citaste aquí?

Andrew tomó una profunda respiración, como si estuviera reuniendo valor. Sus manos temblaban ligeramente mientras dejaba el libro a un lado.

—Penélope, eres muy bonita y una chica increíble —dijo, haciendo una pausa, estaba nervioso—. Y… creo que me he enamorado de ti.

Penélope sintió una oleada de emociones, su corazón latiendo aún más rápido. Aquello siempre lo quiso escuchar.

—Andrew… —susurró, acercándose a él—. Yo también siento lo mismo. Estoy enamorada de ti.

Andrew sonrió, una sonrisa llena de alivio y alegría. En su nerviosismo, intentó tomar la mano de Penélope, pero terminó tropezando con una tabla suelta y casi cayendo. Penelope lo sostuvo, riendo suavemente.

—Lo siento, soy un desastre —dijo Andrew, riendo también, aunque un poco avergonzado.

—No importa —respondió Penelope, entrelazando sus dedos con los de él—. Me gustas tal como eres.

Penélope y Andrew se miraron a los ojos, sintiendo la conexión que había crecido entre ellos. Andrew, aún un poco nervioso, se acercó lentamente, sus manos temblando ligeramente.

—¿Puedo… puedo besarte? —preguntó con voz suave.

Ella asintió, su corazón latiendo con fuerza. Sus labios se encontraron en un beso inocente y torpe, pero lleno de sinceridad. Ambos sintieron una oleada de calidez y felicidad, dejándose llevar por el momento.

Poco a poco, el beso se volvió más tierno y romántico. Andrew, ganando confianza, colocó sus manos en la cintura de Penélope. Sus labios se movían con una dulzura que hacía que el tiempo pareciera detenerse. Penelope correspondió con la misma ternura, sintiendo cómo sus corazones latían al unísono.

Cuando se separaron, se miraron con timidez y alegría. Andrew sonrió, sus ojos brillando de felicidad. La abrazó suavemente, y Penélope apoyó su cabeza en su hombro, sintiendo una paz y felicidad inéditas.

* * *

Penélope estaba emocionada en su primera cita con Andrew. Había elegido un restaurante muy bonito y romántico, conocido por su ambiente acogedor y su deliciosa comida. La atmósfera era perfecta, con luces tenues y una suave melodía de piano que llenaba el aire. Penélope se sintió feliz de haber elegido este lugar.

—¿Te gusta? —dijo Penélope, rompiendo el silencio.

Andrew sonrió, asintiendo con la cabeza.

—Sí, es perfecto.

—Y se pondrá mejor. Hay un show especial esta noche que creo que te encantará.

Andrew la miró con curiosidad, sus cejas levantándose ligeramente. Penélope sonrió, y le guiñó un ojo. No quería revelarlo antes de tiempo.

Las luces del restaurante se atenuaron y un pequeño escenario se iluminó, revelando a un chico amarrado a una silla, con la boca tapada. Andrew frunció el ceño, claramente sorprendido.

—Bienvenidos, damas y caballeros —anunció el presentador con una voz profunda y resonante—. Esta noche, les presentamos un espectáculo único: tortura con fuego.

El presentador describía los horribles métodos de tortura, mientras una llama pequeña danzaba cerca de los pies del chico. Penélope notó la seriedad de Andrew y su mirada oscurecida; sus puños se apretaron con fuerza.

Andrew reconoció al chico en la silla. Era su compañero de filosofía, quien disfrutaba de ponerle apodos y burlarse de sus torpes pies. Solía hacerle zancadillas y otras bromas. Verlo atado y a merced del fuego lo hizo sonreír de satisfacción.

Penélope observó la reacción de Andrew con atención, sus ojos brillando con una intensidad inquietante.

—¿Qué te parece? —preguntó, su voz suave pero cargada de una oscura emoción.

Andrew desvió la mirada del chico en la silla y la dirigió a Penélope. Sus labios se curvaron en una sonrisa que no alcanzó sus ojos.

—Es inesperado. Pero me agrada.

Penélope sonrió, satisfecha con su reacción. Había tenido mucho miedo de mostrar esa oscura y retorcida faceta de ella y que no fuera lo que le gustara a Andrew, pero verlo tan sonriente mientras la ropa del chico comenzaba a incendiarse la hacía sentirse orgullosa y feliz.

—¿Cómo supiste…? —Andrew comenzó a preguntar con curiosidad y un toque de admiración.

—Tal vez leí un cuaderno tuyo con relatos muy interesantes —confesó Penélope con un tono de fingida inocencia.

Andrew arrugó la nariz y se cubrió la cara con vergüenza. Seguramente lo había leído de su cuaderno de relatos de terror la noche que se juntaron para estudiar. Tenía la mala costumbre de dejarlo abierto y de poner a las personas que más odiaba en el planeta tierra como los protagonistas de sus torturas.

Penélope puso su mano sobre su hombro, su toque suave y reconfortante.

—No te avergüences. Tus relatos me parecen bastante buenos.

El fuego creció, y el grito ahogado del chico resonó en el restaurante, mezclándose con los murmullos de los otros comensales, que observaban con una mezcla de horror y fascinación.

Andrew se destapó la cara y observó a Penélope sorprendido. Jamás habían elogiado sus escritos, y escucharlo de una chica que amaba con el alma calentó su corazón. Andrew se rascó la nuca, sintiendo el calor en sus mejillas, intensificarse.

—G-gracias. Significa mucho para mí que te gusten —su voz temblaba ligeramente.

Penélope sonrió y, sin pensarlo dos veces, se inclinó hacia él y le dio un beso en la mejilla. Andrew se quedó congelado por un momento, sus ojos muy abiertos. Luego, en un intento de parecer casual, tomó su vaso de agua y bebió un sorbo, solo para derramar un poco sobre la mesa.

—¡Oh, lo siento! —exclamó, tratando de limpiar el desastre con su servilleta, sus movimientos torpes y apresurados.

Penélope soltó una risa suave y tomó su mano, deteniéndolo.

—Está bien, Andrew. No te preocupes.

Ambos se miraron y sonrieron. A pesar de los gemidos y el olor a carne quemada, esta era la mejor primera cita que podrían haber imaginado.

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