Capítulo 4.3: ¿Quiénes son?
-continuación-
—Mierda, debo tratar varias heridas —te dijiste a ti misma al ver varios rasguños por tu cuerpo.
Cuando volteaste para comenzar a caminar hacia la mansión, viste a los chicos allí, menos Roderich. Todos estaban parados, mirándote con un poco de espanto. Pero quienes más aterrados se veían eran Matthew y Feli. No esperaban que tuvieras esa faceta. Aunque los militares sabían que tú también eras militar, les costaba un poco creer tu reacción.
Te acercaste a ellos en silencio. Claro, cómo no estarían aterrados luego de eso. Le dijiste al jefe que no lo matarías si hacía lo que te pedías, y aún así, sin compasión, le disparaste en la cabeza. No, después de todo lo que pasaste no tendrías compasión por nadie más que quisiera arruinar la nueva vida que estás construyendo.
(aquí comienza la música)
Al llegar hasta ellos, firmemente te paraste frente a los chicos.
—Déjenme decirles algo —hablaste sin dejar tu expresión seria— Para conocer la victoria, debes conocer la derrota. Para conocer la felicidad, debes saber lo que es la desesperación. Para conocer la luz, debes conocer la oscuridad. Para saber lo que es la fuerza, debes saber lo que es la debilidad. Para apreciar la vida, debes saber lo que es la muerte, debes verla cara a cara. Y para saber lo que es triunfar, debes saber lo que es fracasar. Fracasé en defender a los que por años pelearon hombro a hombro conmigo. Fracasé cuando debí defender a mi familia. Y no lo haré de nuevo. Ustedes al igual que yo pasamos por muchas cosas, sabemos lo que es vivir en el infierno. Caímos muchas veces, más nos volvimos a levantar muchas veces más. A pesar de todas las cosas que nos sucedieron, seguimos peleando, luchando por nuestros ideales. No porque se vino el fin del mundo nos convertimos en unos bastardos. No. Y en este mundo lleno de caos, o mejor dicho, en lo que queda de él, cada quien elige su destino. Si escoges el camino fácil, perjudicando a los demás, debes asumir las consecuencias, el maldito karma sí que existe. Y de una vez les digo, no voy a permitir jamás, nunca más, que alguien, quien sea, destruya el sueño que tengo. No voy a permitir que absolutamente nadie se interponga en mi meta de reconstruir la vida de muchos que, como yo, hasta hoy siguen vagando por las carreteras, sin esperanzas de seguir, abandonados por los que alguna vez fueron humanos. Nadie dijo que eso no tendría su costo, pero yo, estoy dispuesta a pagar el precio, sea cual sea, incluso si el precio es mi vida. Porque, ver que otras personas pueden volver a tener una vida normal, en medio de tanta desolación, es la mayor recompensa que podría desear a cambio de lo que hago. Por ello, si debo asesinar a todos los saqueadores que existan en Khelidamitsa, lo haré, no hay dudas sobre eso —al terminar de hablar pudiste notar que quedaron perplejos por tus palabras. Con eso entendieron perfectamente tus acciones, después de todo, vivimos en una época en la que si no matas, te matan.
No dijeron nada, pero en sus rostros podías notar que estaban aliviados.
A través de las acciones, un hombre se convierte en héroe. A través de la muerte, un héroe se convierte en leyenda. A través del tiempo, una leyenda se convierte en mito. Y aprendiendo sobre el mito, los hombres de las futuras generaciones toman acción, tratando de imitar a aquellos que fueron un gran ejemplo a seguir.
Eso era lo que tú querías. Que cuando la muerte te lleve, aquellos que quedan tras de ti, sepan lo que hiciste, sepan cómo luchaste por reconstruir una parte de la humanidad devastada. Que conocieran tu legado, que imitaran tus acciones. Y, así, contribuyeran a seguir construyendo un mundo mejor.
Ese sería tu premio por tus acciones actuales.
—Por el momento, creo que pueden volver a la casa, si quieren, yo aún debo recoger las flechas. Ah, y suelten los drones de limpieza, por favor.
Asintieron sin problema, se dieron la vuelta para volver a la mansión, mientras caminaste hasta la camioneta. Tenías que dar aviso en la radiofrecuencia sobre la situación actual del pueblo.
Subiste al asiento del conductor, cambiaste la frecuencia de la radio a una de las más utilizadas por las personas.
—Aquí (nombre y apellido) reportándose, de seguro muchos ya habrán escuchado la advertencia que di a los saqueadores, y querrán venir aquí a vivir. Para quienes no están acostumbrados a pelear, aún es peligroso, todavía no hemos investigado el pueblo entero, por lo que no sabemos si todavía hay más infectados. Hasta el momento hemos matado muchos mutantes, runners para ser precisa. Por ello, si aún no tienen un lugar donde establecerse, les pido paciencia, cuando limpiemos el pueblo por completo, haré de nuevo el llamado oficial, para todas aquellas personas que quieran venir a vivir aquí. Y si, muchos son rebeldes como nosotros, que no han encontrado su lugar en ninguna colonia, y están dispuestos a luchar contra los infectados, bienvenidos sean. Por el momento, cambio y fuera —volviste a dejar el radio en su lugar.
Mientras hablabas por la frecuencia, los drones ya habían hecho su trabajo. Bajaste del vehículo para recoger todas tus flechas. Al terminar de recogerlas, volviste al vehículo, haciéndolo arrancar. Un móvil más le venía bien a cualquiera.
Cuando llegaste a la cerca, les pediste que te abrieran, y también el portón negro. Metiste el vehículo dejándolo junto a los otros. Bajaste de la camioneta, entrando a la mansión.
Como ya ninguno dormiría, Ludwig estaba guiando a los italianos, a los norteamericanos y a Roderich por toda la mansión, enseñándoles cada rincón y poniéndolos al tanto de todo. Bajaste tu arco en la mesa de la sala de entretenimiento, te sentaste en el sofá, suspirando una vez más.
—Todos entendemos lo que hiciste, no tienes por qué preocuparte —Vash se sentó a tu lado queriendo parecer indiferente, pero pudiste notar que se estaba preocupando por ti.
—¡Es verdad! Cualquiera de nosotros —refiriéndose al cuarteto— habría hecho lo mismo —Gilbert apareció detrás de Vash, sentándose también cerca de ti.
—No es eso, simplemente, recordé cosas, que creí olvidadas —respondiste serenamente.
—Ya veo, creo que a todos nos pasa —te observó por un momento, suavizando un poco más su expresión.
—Esas pesadillas son difíciles, ¿no? —agregó serio el prusiano.
Giraste hacia él para mirarlo directo a los ojos, notaste que de verdad estaba tratando de confortarte. Suspiraste aliviada. Sabías que ellos, al igual que tú, habrán pasado por lo mismo en sus respectivos países. No es fácil pelear con alguien, y luego, verlo morir, como si nada de lo que hubiera hecho hasta el momento para sobrevivir valiese la pena. No es justo, para nada justo.
—Sí, lo más irónico es que, lo que alguna vez fueron recuerdos, a estas alturas se convierten en pesadillas —les dedicaste una sonrisa bastante triste.
—Tú misma nos dijiste, que la vida sigue, y por ellos debemos continuar —con esas palabras el suizo llamó tu atención, volteando hacia él—. Sólo debemos mantener en nuestras memorias las cosas buenas, los buenos recuerdos de aquellos que ya no están con nosotros —suspiró al terminar de hablar.
Es verdad, eso mismo apenas ayer le habías dicho a él. ¿Qué estaba sucediendo contigo? Apenas unos recuerdos, y ya estabas por derrumbarte. Pero no eran recuerdos de cualquiera. El grupo de élite de la milicia, era tu segunda familia. Todos ellos eran como tus hermanos. Saber que ya ninguno estaba contigo, era muy duro.
Desearías escuchar una vez más alguna broma de Castillo, o alguna frase alentadora de Galeano, y ni qué decir, las estupideces que solía decir Elena. Volviste a suspirar bajando la mirada al suelo.
Por ellos, por todos ellos, cumplirías con la meta que te propusiste, así sea lo último que hagas con tu vida.
—Uno nunca los olvida, simplemente aprende a convivir con la ausencia de aquellos que ya no están con nosotros —agregó con alivio el albino.
Volteaste hacia él, la sonrisa en tu rostro creció un poco más.
—Es verdad —los miraste a ambos por un momento—, gracias por sus palabras, en verdad son de gran ayuda en estos momentos.
—¡Ah! ¡No agradezcas nada, schön! ¡Que para eso estamos! ¡Ksesese! —su ánimo en los momentos más difíciles, realmente era reconfortante.
—Lo mismo digo, de ahora en adelante estamos todos juntos en esto —agregó el suizo, recordando el sueño con su hermana.
—Tienen razón, desde ahora, estamos juntos en esto —por un momento olvidaste aquellos sentimientos de tristeza y nostalgia, suavizando tu expresión.
Después de unos minutos, todos los chicos ya recorrieron por completo la casa, y volvieron junto a ustedes en la sala de estar.
—¡HAHAHA! ¡Esta mansión es enorme! —con muchas energías Alfred se sentó en uno de los sofás.
—Sí, es difícil creer que un edificio así estuviera abandonado, sin más —Matthew abrazaba fuertemente a Kumajiro, quien descansaba en sus brazos.
Recordaste que no era la única mascota del grupo, volteando de nuevo hacia el prusiano. En su hombro derecho se encontraba Gilbird, bastante tranquilo.
—¡Ve~! ¡Y tiene muchas cosas interesantes!
—Y camas para dormir decentemente, eso es lo más importante —comentó el austriaco.
Todos suspiraron debido al comentario del austriaco. Aunque en el fondo, ninguno esperaba menos de él.
—¡Ksesesese! ¡Sí que tuvimos suerte!
—¡HAHAHA! ¡Yeah! ¡Es genial!
Siguieron hablando por casi una hora más, hasta que te diste cuenta que ya amaneció. Era hora de seguir con la misión de recorrer todo el pueblo. Por suerte ya tenían buena comida, de sobra, así que después de desayunar bien, volvieron a salir de la mansión para emprender su camino hacia el sur del pueblo.
Después del desayuno trataste tus heridas, al salir de tu habitación, ya que el botiquín se encontraba en el baño de la misma, los chicos estaban esperando en la entrada de la mansión, cada uno con sus armas correspondientes. Lovino y Alfred te miraron un poco preocupados.
—Stai bene, (tn)? —preguntó el castaño de ojos verdes.
—Sí, no te preocupes, Lovino, estoy bien —contestaste con una gran sonrisa.
Las palabras del suizo y del prusiano te ayudaron bastante a mejorar tu ánimo.
—¡Hey! ¡Es bueno escuchar eso, girl! —exclamó el estadounidense dedicándote una gran sonrisa.
Salieron de la mansión, Roderich quedó encargado de abrirles tanto el portón negro como la cerca. Una vez llegaron al portón, les abrió, comenzando a caminar colina abajo.
Feli con la ayuda de Matthew se encargarían de preparar la comida, después de todo, las cosechas de hortalizas estaban en perfecto estado. Roderich se quedó también, especialmente porque si sale de seguro se pierde.
—¡Tenemos mucho por delante aún! ¡Ksesese! —animado habló el prusiano mientras bajaban la colina.
—Sí, esperemos que estos infectados se acaben pronto —agregó Vash.
—Ah, ¡es divertido ser el héroe y matar a los monstruos! —algo ya típico del rubio.
—¡No tiene nada de divertido, maldición! —replicó molesto el italiano.
Ludwig y tú simplemente asintieron. Todos en la casa notaron que estabas muy callada. Llegaron al principio de la colina, el austriaco les abrió la cerca, cerrándola nuevamente tras de ustedes. Comenzaron a caminar por la calle principal en dirección al sur, pero se detuvieron debido a unas voces que escucharon tras de ustedes. Con señas diste la orden a todos de esconderse, sin fijarse bien en quiénes eran, se ocultaron en una de las casas para observar mejor a los individuos que estaban en el pueblo.
No podían ser saqueadores, ninguno de ellos se atrevería a pisar aquel suelo, ¿o sí?
Te acercaste a la ventana para observar mejor a aquellas personas. Como a treinta metros de donde ustedes estaban, divisaste tres figuras, dos parecían ser hombres, una era mujer. Del shock te retiraste de la ventana, tirando al suelo tu arco. ¿Podía ser posible? No, esto no es un sueño, esto es real, no es una mala jugada de tu mente, ¿o sí?
—¿(tn)? ¿Estás bien? —preguntó preocupado el alemán, más no recibió respuesta.
Estabas demasiado anonadada por lo que estabas viendo. Los otros volvieron a preguntarte cosas, tú ya no escuchaste nada. Cada uno se concentró en observar aquellas figuras, según sus entendimientos, no comprendían tu reacción. ¿Quiénes eran aquellas personas?
—¡Ah! ¡No hay nada! ¡Ya nos perdimos la diversión! —rio de manera ruidosa y bastante animada la castaña de ojos miel.
—¡Yo también pensé que patearíamos muchos traseros de infectados! —respondió con el mismo ánimo un castaño de ojos verdes y tez trigueña, el segundo más pálido del grupo, siendo la mujer la más morena, era unos centímetros más bajo que ella.
—Podría haber sido peligroso, sólo a ustedes se les ocurre correr hacia un tiroteo, de todos modos me da igual, no encontramos nada y eso es un punto a favor —contestó el segundo en estatura después de la chica, un chico pálido, de cabellos rubio platino y ojos azul oscuro, como el profundo mar.
A medida que se acercaban, podías notar mejor sus facciones y características. Todavía no podías creer lo que tus ojos estaban viendo.
—Agh, no seas tan amargado, ¡vas a envejecer muy pronto! —rio de nuevo la castaña.
El de ojos verdes simplemente rio, mientras que el rubio le dedicó una mirada asesina a la chica. No te importaba absolutamente nadie más que la chica, sólo estabas concentrada en ella, no estabas escuchando nada de lo que los demás te decían.
Sin pensarlo, y haciendo caso omiso a los gritos de los chicos, saliste de la casa corriendo con todas tus fuerzas hasta llegar frente a aquellas personas. Los chicos estaban en posición de batalla, uno con un rifle y el otro con sus cuchillos. La chica dejó caer su metralleta al piso de la sorpresa. Completamente asombrada, un poco torpe dio unos pasos al frente, para acercarse más a ti. Viste que abrió su boca para hablar, pero no salía ningún sonido de ella.
Por un momento se te detuvo el corazón, en tu pecho no cabía toda la felicidad que estabas sintiendo, lágrimas comenzaron a caer por tus mejillas. Tu cerebro aún no podía procesar lo que estaba sucediendo, abriste la boca para hablar, las palabras no querían salir, pero, te esforzaste, hiciste un gran esfuerzo para articular unas palabras.
—Elena... De verdad eres tú... —comenzaste a llorar sin contenerte.
Ninguno de los chicos atacó, se dieron cuenta perfectamente que no eras el enemigo, especialmente porque la castaña estaba en shock. Esa chica era de las que reaccionaba de inmediato cuando se trataba de desconocidos, tenía unos muy buenos reflejos. Verla en aquel estado era nuevo para ambos.
En menos de un segundo, Elena se lanzó encima de ti para abrazarte fuertemente, comenzando también ella a llorar.
—Maldición, (tn), estás viva —dijo entre sollozos.
—Nunca supe nada más de ti —contestaste entre el llanto—, creí que estabas muerta —la abrazaste más fuerte sin poder dejar de llorar.
—Mierda, yo pensé lo mismo, ¡creí que nunca más en mi puta vida te volvería a ver!
Se quedaron en aquella posición, llorando en el hombro de la otra por varios minutos. Los chicos de tu lado, salieron de la casa, acercándose hasta una distancia prudente, observando aquella escena. Aquel rubio de ojos azul oscuro no les inspiraba la menor confianza, se veía muy intimidante, cosa que al prusiano y al italiano les ponía los pelos de punta, sólo que trataban de disimularlo lo mejor que podían.
Después de más de media hora, cuando ya estaban más calmadas, se separaron.
—Oye, ¡ese corte te queda muy bien! —sonrió la mayor.
Elena tenía 24 cuando la viste por última vez, por lo que ahora debe tener 25. Tiene el cabello castaño oscuro, ondulado, de largo hasta los hombros. Tez morena y ojos color miel. Es más alta que tú, y tiene casi la misma complexión física que tú, sólo que ella tiene más pechos y glúteos.
—Gracias, tú sigues igual, ¿no? —reíste mientras te limpiabas los ojos.
—¡Claro! ¡Después de todo el cabello corto no me sienta muy bien!—volvieron a reír.
En esos momentos tenía el cabello recogido en una cola de caballo. A pesar de todo lo que supones que debió haber luchado para llegar hasta donde está hoy, frente a ti, se veía bien, con el rostro resplandeciente como la última vez que la viste. Notaste que, al igual que tú, llevaba vendajes en algunas partes de sus brazos. Ella era de las que siempre estaban alegres a pesar de lo pésima que puede ser una situación. En esos momentos te observaba con mucha tranquilidad y felicidad en su expresión.
Por varios segundos el silencio fue incómodo.
—Y... —miró hacia los muchachos que estaban detrás de ti, suponiendo que estaban contigo— No veo a Guerrero ni a Galeano... —comentó con voz apagada, mirándote con tristeza en los ojos.
—E-ellos... —te contuviste tratando de no romper de nuevo en llanto, suspiraste profundamente— E-ellos... ellos no—
Elena te volvió a abrazar confortándote. Le dolió saber que ya no estaban, pero ya había llorado noches enteras por ustedes, pensando en que del escuadrón de élite, ella era la única superviviente.
—Tranquila nena, en todo este tiempo, ya me hice a la idea de que todos ustedes estaban muertos. Recuerda que están en un lugar mejor —acariciaba tu cabeza mientras te abrazaba, ella siempre había sido como una madre o una hermana mayor para ustedes—. ¡De seguro deben estar riéndose de nosotras junto a Castillo y Serrano por ser tan lloronas! —volvió a reír, contagiándote la risa.
Rayos, cómo extrañabas sus bromas estúpidas. Seguías sin poder creer que ella sí lo logró.
—Aunque en el fondo tenía la esperanza de poder bromear con Galeano una vez más —pudiste notar la nostalgia en su voz.
—Lo sé, ustedes junto a Castillo siempre fueron un caos —comentaste divertida, recordando los viejos tiempos.
Volvieron a separarse, alzó su brazo derecho, cerrando su puño frente a ti. Imitaste la acción con tu izquierda. Ese era el saludo de ustedes desde que se conocieron en la milicia.
—De verdad me alegra volver a verte, (ta) —sonrió ampliamente.
—Lo mismo digo, Lane, lo mismo digo —le devolviste la sonrisa.
Una vez más se abrazaron de manera fraterna, separándose después de unos segundos. Por completo se te había pasado la tristeza que tenías, ver que ella estaba viva, y lo mejor de todo, ¡estaba contigo! La vida no era tan cruel después de todo.
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