Capítulo 4.2: Saqueadores

-continuación-

-mientras tanto, en la habitación de Vash-

Vash se revolvía un poco en su lugar, el sueño que estaba teniendo lo inquietaba.

Estaba en el parque donde solía pasear con su hermana todos los fines de semana. El parque estaba más iluminado de lo normal, y no había nadie. Se sintió extrañado, ¿qué hacía en ese lugar? ¿Acaso no estaba en Khelidamitsa? No lo entendía.

Siguió avanzando por el parque recorriendo el lugar con la mirada. Bajo un gran árbol, robusto y frondoso, estaba sentada Lili, con un precioso vestido blanco, sonriéndole tan tiernamente como siempre lo hacía.

No pudo contenerse, al apenas verla comenzó a llorar. ¿Qué estaba sucediendo? ¿Al destino le gustaba verlo sufrir? ¿Por qué le estaban haciendo esto?

Corrió hasta ella lo más rápido que pudo, se agachó hasta ella, abrazándola fuertemente. No, no era un sueño, podía sentirla, podía sentirla tan viva.

Lili...sollozó mientras se aferraba a ella.
Tanto tiempo Vash, ¿cómo has estado? habló cálidamente correspondiendo el abrazo a su hermano.
¿Cómo me preguntas eso? No estoy bien, no sin ti se separa de ella para tomar su rostro entre sus manos.

Ella seguía sonriendo, tenía una expresión angelical.

Ah, yo creo que lo has hecho bien, de corazón te agradezco que hasta hoy hayas cumplido con la promesa que me hiciste sonrió más ampliamente.
No podía fallarte, por eso lo hice... contestó con la voz un poco apagada.
Estoy muy feliz Vash, estoy muy feliz por ti, y veo que estás ya en buenas manos, con personas que te aprecian, eso me hace demasiado feliz vuelve a abrazarlo firmemente.
¿De qué hablas? preguntó un tanto confundido, sin dejar de abrazarla.
Has encontrado un lugar donde comenzar de nuevo, junto a personas a quienes puedes llamar familia... de nuevo tienes un hogar se separó de él para mirarlo fijamente.

Vash recordó la mansión, a los tres hombres que han estado junto a él hasta ahora y a (tn), quien de alguna manera lo ayudó a desahogarse por la muerte de su hermana. Muerte que hasta hoy, creyó no superaría.

Ah, te refieres a ellos... respondió pensativo.
Son buenas personas, en ellos pueden confiar cuando lo necesites, ya no tienes por qué ser un erizo rio por lo último.

Vash estaba a punto de reclamarle la broma, pero, escuchar de nuevo su risa lo tranquilizó por completo, simplemente la observó con una serena sonrisa en su rostro. Hacía tanto tiempo no la veía así de feliz, era realmente reconfortante.

¿Dónde estás ahora, Lili? preguntó con nostalgia.
Estoy en un lugar mejor, y donde estoy, soy muy feliz contestó sin dejar de sonreír.
Es bueno escuchar eso, de verdad me alegro.
Y así como yo soy feliz, quiero que tú sigas con la promesa, ¿de acuerdo? Hasta ahora has vivido, pero no siendo feliz. Desde ahora, tienes que cumplir con esa parte de la promesa, y ser feliz, ¿sí?
¿Cómo haré eso? No lo comprendo volvió a mostrar confusión en su rostro, no entendía las palabras de su hermana.
Tranquilo Vash, con el tiempo lo entenderás, sólo debes tener un poco de paciencia, pero por el momento, disfruta de tu vida, es sólo una con una mano acarició la mejilla de su hermano mayor.
No entiendo a qué te refieres Lili, pero si eso te hace feliz, te prometo que haré mi mejor esfuerzo para conseguirlo.

Lili rio por la respuesta de su hermano, de verdad le alegraba escuchar aquello.

Sabiendo que estas en manos de buenas personas, al fin puedo quedarme tranquila una vez más, mostró su preciosa sonrisa—. Por ahora me despido, pero, nos volveremos a ver le dio un abrazo de despedida al rubio.
No me vuelvas a dejar solo...
Ya no estás solo, te quiero Vash.
También te quiero Lili.

Abrió los ojos de golpe. Mirando alrededor suyo, se dio cuenta que estaba en su habitación. ¿Sólo fue un sueño? Se veía tan real...
Volvió a acomodarse en la cama, con una gran sonrisa en sus labios.

—Así que solo un sueño, ¿eh? —suspiró aliviado— Gracias Lili, gracias por apoyarme desde donde sea que estés...

Cerró los ojos de nuevo, quedándose dormido en poco tiempo, tal vez, volvía a ver a Lili.

-volviendo a tu habitación-

Saliste de tu habitación, cerrando la puerta con llave, guardándola en uno de los bolsillos de tu chaleco. Suspiraste profundamente por enésima vez. Caminaste por el pasillo, llegando hasta el pasillo que divide los pabellones, al parecer los demás seguían durmiendo.

Bajaste las escaleras tratando de hacer el menor ruido posible, recorriste toda la planta baja de la mansión para asegurarte que todo estuviera en orden, en efecto, no había nada de qué preocuparse. Por último revisaste la biblioteca, encontrando a Roderich dormido en uno de los sofás. Si sigue durmiendo así amanecerá con dolor de espalda. Te acercaste hasta él en silencio.

—Hey, Roderich, despierta —hablaste fuerte para que te escuchara.

De inmediato abrió los ojos, alterándose un poco. Al analizar dónde se encontraba, se tranquilizó, dejando el libro sobre una de las mesas.

—Ah, al parecer me quedé dormido —contestó acomodándose los lentes.

Si estuvieras bien, tal vez le hubieras dicho: «Nah, qué va, sólo estabas en trance mientras leías el libro» pero, simplemente reafirmaste lo que dijo.

—Sí, y si seguías durmiendo en el sillón hubieras amanecido con el cuerpo adolorido —estabas seria y él se dio cuenta.
—¿Te sucede algo? —preguntó, al parecer preocupado.
—No es nada, sólo un mal sueño —respondiste tratando de no darle más vueltas al asunto.
—Entiendo —en verdad entendía que no quisieras hablar del tema.
—Deberías ir a tu habitación para seguir descansado —agregaste con una ínfima sonrisa.
—No, ya no tengo sueño, creo que seguiré leyendo un poco más, hasta que amanezca.
—En ese caso, acompáñame, quiero mostrarte algo.

Saliste de la habitación, volteando hacia él, en espera de que te hiciera caso. Al principio parecía un poco confundido, pero luego te siguió.
Lo llevaste hasta el patio, te acercaste al piano, destapándolo.

—Los chicos dijeron que extrañabas mucho tocarlo, tienes suerte de que haya uno aquí —sonreíste, sonrisa que se borró de inmediato al ver la consternación en el rostro del austriaco.

Roderich no pudo moverse ni decir nada. En ese momento recordó cuántas cosas había dicho en un piano, cuántas penas desahogaba en las notas musicales. Después de un rato, suspiró profundamente, eso ya era cosa del pasado, recordarlo no remediaría nada.

En silencio se acercó hasta el instrumento, mientras lo observabas, se sentó en el piano, comenzando a tocarlo.

(aquí comienza la música)

La melodía que comenzó a tocar era muy tierna, muy bella. Por un momento cerraste los ojos, disfrutando del sonido del piano. Nadie despertó debido a que el piano estaba afuera.
Los minutos pasaron, hasta que ya no oíste nada, había terminado la canción.
Abriste tus ojos, Roderich seguía pensativo en el piano, pero al menos se veía más tranquilo.

A ti te dio más nostalgia aquella melodía, estabas a punto de quebrarte en llanto, no, no lo harías frente a él ni frente a nadie si no es necesario. De inmediato volteaste para que no te viera.

—Ah, voy a dar un paseo, no tengo sueño, así que, por cualquier cosa, mantén activado el intercomunicador, ¿de acuerdo? —dijiste de espaldas comenzando a caminar hacia la entrada trasera de la mansión.
—De acuerdo —respondió serenamente el austriaco.

Saliste de la mansión por la puerta principal, y para no molestar ni despertar a nadie, con ayuda de los árboles saltaste el portón negro haciendo uso de tus habilidades de espía. Bajaste corriendo por aquella colina, la adrenalina te ayudaba a dejar de pensar en cosas que te entristecen. Cuando alcanzaste la cerca, la saltaste al igual que el portón negro. Al llegar al principio de la colina, comenzaste a caminar por las calles desiertas de aquel pueblo en dirección al norte, mirando hacia el cielo, pero sin prestar realmente atención a nada.

¿Qué habrá sido de Elena? ¿Ella también habrá muerto? Sólo de los demás estabas segura cuáles fueron sus destinos. Volviste a suspirar. Los extrañabas tanto, a ellos y a tu familia. Pero, no podías remediarlo, la vida continúa, y por ellos seguirás viviendo hasta que mueras de manera natural, o de cualquier forma, menos siendo devorada por un infectado, eso sí que no.

Seguiste caminando varios metros, sin darte cuenta ya estabas por llegar a la entrada norte del pueblo. El ruido de un motor te sacó de tus pensamientos. Concentraste tu mirada al frente, dándote cuenta que una pandilla de alrededor de veinte hombres estaban bajando de una camioneta.
Por el aspecto de ellos, no tenías duda alguna de que eran saqueadores. Interiormente los maldijiste, no estabas de humor para lidiar con ellos, ni con nadie.
En voz baja, hablaste a través del intercomunicador.

—¿Roderich? —preguntaste con la esperanza de que te escuchara.
—¿Sí? ¿Qué sucede? —preguntó preocupado.
—No puedo dar muchos detalles, pero creo que necesitaré refuerzos, en la entrada norte del pueblo —finalizaste la conversación sin esperar respuesta del castaño. Si actuaría esa información era suficiente.

El jefe de la pandilla te había visto hacía varios minutos. Todos los otros hombres estaban armados y listos para disparar.

—Vaya, este lugar no está tan desierto como creíamos —habló con una sonrisa el jefe.
—Pues no, este pueblo ya está ocupado, y no se permiten saqueadores —contestaste firmemente.
—Oh, ya veo, ¿y quién es el líder aquí? —cuestionó escéptico.
—Estás hablando con ella —seguías bastante seria, y comenzaste a enderezar tu arco.
—¿Tú? —todos los hombres rieron.
—No estoy de humor para bromas, así que de una vez les advierto, o se van por donde vinieron, o lamentarán haberse encontrado conmigo —no ibas a soportar a nadie que quisiera invadir tu propiedad, mucho menos sabiendo que son unos malditos saqueadores.
—¿Eso es un desafío? Porque de ser así, lo acepto, estamos buscando un lugar mejor donde quedarnos, y este sitio es perfecto —contestó apuntándote con su rifle.
—Ustedes lo pidieron —comenzaste a correr hacia una de las casas para refugiarte mientras comenzaban a disparar.

Varias balas te rozaron, cortándote la piel en diferentes partes de tu cuerpo, pero gracias a tu agilidad ninguna te alcanzó. Entraste lo más rápido que pudiste a la primera casa del lado izquierdo.

Pusiste tu arco por tu espalda, moviendo una mesa hacia una de las ventanas para usarla como escudo.

—¿Eso es lo mejor que puedes hacer? ¡Qué aburrido! —exclamó el jefe mientras seguían disparando hacia tu dirección.

Lo más rápido que pudiste, te acercaste a la ventana, apuntaste y disparaste las flechas normales, dos veces, directo al pecho de dos de los hombres que estaban al lado del jefe, cayendo al suelo. Por un momento se quedaron en shock.

—SI USTEDES JUEGAN SUCIO, YO JUEGO PEOR, ESO SÓLO ES UNA ADVERTENCIA —gritaste fuerte.

El jefe de la pandilla tragó saliva. No iba a dejar que una mujer le sacara el pueblo que él quería para él y para sus hombres.

Al no escuchar respuesta, mataste a tres hombres más con las flechas. Los demás se escondieron detrás de la camioneta, usándola como escudo.

—¡Maldita sea! —escuchaste gritar al jefe.

Por la ventana pudiste ver que se acercaba hacia ti. Te escondiste detrás uno de los sofás de aquella sala esperando su llegada.

—¡Sal de tu maldito escondite! —gritó enojado, tumbando la puerta de una patada para entrar a la casa.

Con todo tu sigilo le apuntaste una flecha a su pierna, disparaste. Un gran grito de dolor salió de la boca de aquel hombre mientras caía al suelo. Aprovechando su conmoción, te levantaste de tu lugar, disparando otra flecha al brazo con el cual sostenía su arma. Volvió a gritar de dolor.

Te acercaste hasta él, apuntándolo con una flecha en la cabeza.

—¿Qué esperas? Mátame de una vez, maldita perra —gruñó mientras con dolor sostenía su brazo.
—¿Qué no saben decir otra palabra que no sea perra? —con todas tus fuerzas lo pateaste en el estómago, dejándolo moribundo, y tomando también su arma.

Saliste de tu escondiste, de inmediato comenzaron a llover balas hacia ti. Corriendo hacia el otro lado de la calle, con las flechas mataste a tres más. Lentamente te acercabas a ellos, matándolos uno a uno, hasta que ninguno quedó en pie. Pusiste tu arco por tu espalda y volviste a donde estaba el jefe, estaba malherido y apenas podía moverse, de su chaleco lo arrastraste hasta su camioneta.

—¿Q-qué demonios tienes en mente? —preguntó confundido.

Lo observaste con una mirada fría por un momento, abriste la puerta de la camioneta, sacando el radio y extendiéndoselo al hombre.

—Si aprecias tu vida, será mejor que hables y digas todo lo que te ordene —dijiste amenazante, con una pistola en mano, apuntándole a la cabeza.
—No haré eso.

Un disparo a su otra pierna sana. Volvió a gritar del dolor de manera desgarradora.

—¿Crees que estoy bromeando? Estuve en la milicia, sé muchas formas de tortura, no querrás que las ponga en práctica contigo —lo volviste a amenazar.
—D-de acuerdo, l-lo haré, no me mates por favor —con su brazo sano tomó el radio.
—Dile a todos los que trabajan contigo, y a todos los de tu calaña, que aquí, en este pueblo, yo, (primer nombre y primer apellido), soy la que manda, y ni se atrevan en querer invadir estas tierras, porque les irá peor que a todos tus hombres, no tendré ni una pizca de compasión por ustedes —con bastante odio en tu voz, le dijiste lo que querías que todos los saqueadores de Khelidamitsa supieran.

El hombre, bastante aterrado, repitió cada una de tus palabras. Y antes de que termine de transmitir, le disparaste en la cabeza, tomando el radio.

Los que estaban escuchando al otro lado del radio se espantaron por aquello. ¿Quién era esa mujer que no tenía miedo a nada?

Tomaste el radio, comenzando a hablar a través de él.

—Buenos días caballeros, les habla (primer nombre y primer apellido), la líder del pueblo que su amigo junto con sus hombres quiso invadir. Por si aún no se enteraron, todos ellos están muertos. Y ese es el destino de cualquier saqueador que ose a pisar siquiera la entrada de este pueblo, que por cierto, de ahora en adelante se llama «Survivors' Sanctuary». Así que ya están advertidos, si quieren conocer la muerte antes de tiempo, aquí los espero, desearán jamás haber nacido —cortaste la comunicación dejando el radio en su lugar.


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