Capítulo 3.5: Un secreto

-continuación-

—Me siento mejor, ahora que entiendo todo lo que ha pasado —comentaste a los chicos.
—Nosotros también —dijeron ellos.
—Pero esto, debe quedar entre nosotros, hay cosas que los demás deben ignorar, como esto —tomaste los papeles en tus manos—. Nosotros somos militares, fuimos entrenados para la guerra, para el combate, por eso podemos procesar esta información de manera diferente. Personas como Lovino, Matthew, Feliciano y Roderich no lo soportarían. Es... demasiada maldad para que puedan tomarlo tranquilamente —comentaste seria.
—Estoy de acuerdo. No hay necesidad que otros se enteren de esto. Además estoy seguro que son más felices ignorando estas cosas —agregó Vash.
Ja, es verdad —acotó Ludwig.
—Creo que lo mejor que podemos hacer es deshacernos de eso. Sólo el día en que pregunten qué sucedió, y realmente tengan ganas de saber, podemos contarles —dijo el prusiano bastante serio.
—Estoy de acuerdo —agregaste—. Será mejor que quememos estos archivos. Vamos a la cocina, luego de ordenar el desastre que dejamos —dijiste tomando los papeles y la agenda en una mano, con la otra comenzaste a ayudar a los chicos a acomodar los libreros y los libros que estaban tirados en el suelo.

Luego de dejar todo ordenado como estaba, rebuscaste en los cajones, debía haber en alguno de ellos la llave de la habitación, sólo querías cerciorarte que podrías llavearla, si por ahí no podían quemar los papeles.

Efectivamente, la llave estaba en uno de los cajones. Más tranquila, salieron del estudio, cerrando la puerta.
Bajaron las escaleras y recorrieron las salas hasta llegar a la cocina, resplandeciente por tanta iluminación.

Buscaste allí en los muebles algún encendedor, lo encontraste cerca de la estufa. Pusiste los papeles en el basurero de metal que se encontraba a un lado de la mesada donde se preparan los alimentos para cocinarlos, y les prendiste fuego.
En un minuto, toda aquella información escalofriante quedó reducido a cenizas negras. Si no era necesario, nadie más sería perturbado con la atrocidad que aquella noche acababan de conocer.

—Ahora sólo nos falta ver el patio trasero de la mansión —miraste a los chicos para que te siguieran en la inspección.

Salieron por la puerta que conducía al patio, encontrándose con un jardín gigantesco. Había muchas sillas en el patio para descansar en ellas. Una piscina enorme, que estaba vacía.

Más al fondo, algo estaba tapado con una carpa negra. Se acercaron a aquello, destapándolo, vieron que era un piano de roble, color caoba, bastante elegante. Al parecer a alguien le gustaba practicar el piano en el patio.

Miraste al frente, admirando en hermoso paisaje. En el firmamento la vía láctea, y más lejos, hacia el sur, la gran luna llena. Y en el horizonte, podían contemplar la naturaleza desde aquella altura.
Muy a lo lejos divisaste la hidroeléctrica que proporcionaba energía a la zona. Así que era por eso que en esa región había electricidad. Con el avance de la tecnología, las hidroeléctricas actuales podían funcionar perfectamente, sin mantenimiento y sin necesidad de mano de obra humana, por unos mil años.

—Y a quién no le gustaría tocar el piano con semejante vista —murmuraste.
—Ksese, al señorito le va a encantar esto, todos los días se queja de que extraña tocar el piano —comentó Gilbert.
Ja, ya tendrá con qué distraerse y dejará de molestarme tanto —agregó Ludwig suspirando.

Reíste por ese comentario. Volvieron a tapar el piano, y entraron de nuevo a la mansión, ya era de noche y debían volver juntos a los chicos, a comentarles la gran noticia, de que ya tenían un nuevo hogar.

—¿Saben? No está demás que se los diga, creo que ya era obvio, pero pueden quedarse aquí, si les parece, después de todo, no hay ser humano al que no le guste establecerse en una parte luego de tanto desastre —hablaste seria sin mirar a los chicos, ibas frente a ellos, caminando hacia la entrada del patio a la mansión.
—Me parece una asombrosa idea —comentó Gilbert bastante animado.
—Es hora de retirarnos, después de todo —agregó relajado el suizo.
Ja, estoy de acuerdo —complementó Ludwig.

Volteaste a verlos, se veían felices, les dedicaste una gran sonrisa por unos instantes, antes de volver a hablarles.

—No podemos dejar completamente abandonada la mansión, al menos dos deben quedarse aquí, por supuesto, Vash no es una opción, pues tú controlas muy bien la tecnología, por cualquier emergencia que pueda ocurrir —dirigiste tu mirada al nombrado.
—De acuerdo, volveré a la sala de control a realizar un control del perímetro, para asegurarnos que no hay nada en los alrededores de la colina.
—¡Yo me quedo como su refuerzo! —agregó el prusiano.
—Bien, Ludwig y yo volveremos a la casa —ahora mirabas al alemán.

Mientras seguías concentrada pensando en cómo mover todas las cosas a la mansión, Vash ya había ingresado a la sala de control.

—¡Hey! ¡Será mejor que bajen a ver esto! —gritó el suizo desde el sótano.

Rápidamente bajaron al lugar, encontrando dentro de la sala de control una puerta abierta. Era una habitación bastante amplia, casi como las demás, pero con artefactos tecnológicos bastante avanzados.

—¡Wow! —exclamaron ustedes tres.
—¿Y este lugar? —preguntaste al suizo, quien ya estaba revisando los aparatos.
—Es un cuarto secreto, no lo había notado antes porque estábamos concentrados en otra cosa, pero ahora que volvimos, pude notar que no era simplemente una pared, sino una puerta secreta —contestó relajado.
—¿Y qué son todas estas cosas? —preguntó Gilbert asombrado.
—Estos son drones de limpieza —comentó mostrando uno de los aparatos, tenía la forma de una pequeña nave espacial—, solían utilizarse bastante en los campos y estancias, para deshacerse de los cadáveres de los animales muertos. Su función es desintegrar la materia hasta convertirla en abono para la tierra, acelerando el proceso de descomposición natural cien mil veces. Aquí dentro hay como setenta de estos —al finalizar la explicación, el suizo volvió a dejar el drone en su lugar.
—Supongo que los adquirió para la limipeza de los cadáveres —agregaste volviendo a tu expresión seria—, pues los cadáveres de los runners que he matado ya están comenzando a oler mal. ¿Puedes activarlos y mandarlos a hacer la limpieza? Si tenemos esta tecnología, no hay motivo para soportar la putrefacción.
—Claro, en un minuto los activo, debo configurar el área donde deben trabajar, así no irán tan lejos.
—Perfecto —recorriste el lugar con tu mirada, esperando encontrar otra cosa interesante.

Los drones estaban perfectamente alineados en los grandes estantes del lugar, era un mini ejército de robots. Vash se dirigió a una consola táctil que se encontraba al lado de los estantes, cerca de la puerta hacia la sala de control. Comenzó a configurar los drones, en minutos más, todos estaban activados, te diste cuenta por las luces celestes que se encendieron en las espaldas de los drones.

Estos comenzaron a salir ordenadamente de sus puestos hacia la salida. Subiste tras ellos, habían llenado la sala de entretenimiento, esperando que se les abra la puerta trasera, con salida al patio, para emprender su misión. De inmediato te dirigiste a la puerta para abrirla, y comenzaron a salir uno tras otro.

Volviste presurosa a la sala de control, a través de las cámaras querías ver cómo se iban esparciendo por el pueblo. Las cámaras sólo tenían alcance hasta el principio de la colina, así que no pudiste ver como funcionaban, pero con unos escáners como ojos, iban detectando por el camino si habían cadáveres, se dispersaron por el área hasta que ya no divisaste a ninguno.

De nuevo ingresaste a aquella habitación, estaba casi vacía con todos los drones fuera. Los chicos siguieron el trabajo de investigar los artefactos que quedaban.

—Mira, encontramos intercomunicadores, un total de cincuenta —comentó Ludwig llamando la atención de todos.
—Supongo que estaba preparando un ejército personal, por ello consiguió tantos —agregó el prusiano.
—Genial, nos será de mucha ayuda, pónganse uno cada uno, llevaré cinco más para los demás chicos, así estaremos todos en contacto —dijiste emocionada.
Ja contestaron ellos.

Tomaste el pequeño aparato, y lo pusiste en tu oído, calzaba perfectamente y ni sentías que estaba allí. Guardaste en uno de tus bolsillos vacíos cinco intercomunicadores más. Estaban listos para volver a la casa.

—¿Y esas cosas sirven para algo? —preguntaste por los objetos sobrantes.
—No, están descompuestos, no sirven de nada —contestó Vash, ya había revisado dichos aparatos.
—Bien, entonces es hora de irnos —dirigiste tu mirada al rubio de ojos celestes.
Ja —respondió el alemán.
—Se quedan a cargo, nos vamos —miraste a Vash y a Gilbert, saludándolos como militar.
Ja! contestaron ellos devolviendo el saludo.

Comenzaron a subir las escaleras, fueron hasta la entrada principal de la mansión, abriste la puerta con la contraseña y salieron. Vash desde dentro desactivó el portón electromagnético para que pudieran salir. Apenas cruzaron la fila de rayos lásers, estos los escanearon en segundos. Por un momento sentiste un escalofrío, pero estabas segura que no te harían daño, sólo que, se siente raro, luego de mucho tiempo, volver a sentir esa sensación de estar en peligro, de ser descubierta por aquellos sensores cuando estabas en acción en tu época de militar, realizando las misiones de espionaje.

Pasaron el portón negro, y éste se cerró al instante. Comenzaron a bajar la colina lo más rápido que podían. El camino fue bastante silencioso, sabías que Ludwig no era de mucho hablar, cuando no era necesario, se lo conocía por eso. Bastantes minutos pasaron, y varios drones comenzaron a sobrevolar la colina, estaban volviendo a su puesto de control, lo que quiere decir que ya habían terminado su trabajo. Caminabas mirando hacia arriba para admirar aquellos seres de metal, era genial saber que podían contar con toda esa tecnología aún en estos tiempos, luego de todo lo que ya estaba pasando.

Según la posición de la luna, estabas segura que eran las nueve de la noche, aún no era muy tarde, pero estabas muy cansada, hoy habías gastado bastante energía, y aún quedaba mucho por hacer, con lo cual te cansarías aún más. Suspiraste ante ese pensamiento.
Lo bueno era que ya tenían un lugar seguro, fantástico, majestuoso, y no necesitarían mudarse nunca más.

Luego de una hora de caminata, ya faltaban tan sólo unos metros para llegar a la casa. Todo el trayecto estaba despejado de cadáveres, ni siquiera había rastros de ellos, ni el olor había quedado en el ambiente. Los drones sí que funcionan perfectamente.

Llegaste a la entrada, estabas por tocar la puerta cuando se abrió, quien te recibió fue Lovino, tras él, Alfred, en el sofá, estaban sentados Matthew y Feli, no veías al austriaco por ningún lado.

—Hola chicos, regresamos —comentaste con la voz apagada, pero con una gran sonrisa, el cansancio era bastante.
Bella, te ves muy cansada —Lovino se acercó a ti para sacarte la aljaba, era bastante peso menos para tu cuerpo.
Yeah girl, ¿Estás bien? —agregó Alfred.
—Sí, fue un día bastante largo, pero tuvimos éxito —volviste a sonreír mirándolo a los ojos.
—¿Eh? ¿Eso quiere decir que encontraron algo interesante? —preguntó Alfred emocionado.
—Así es, ya lo sabrán —le sonreíste— por el momento, descansaré un rato antes de desmayarme —te dirigiste al sofá, Matthew y Feli hicieron espacio entre ellos para que te sentaras, así lo hiciste.

Ludwig entró tras de ti, y se sentó en una silla, percibía una mirada bastante molesta encima suyo, era Lovino quien parecía desearle la muerte con los ojos.

—¡Ve~! ¡Bienvenida de vuelta, bella! ¡Te extrañamos mucho el día de hoy! —Feliciano, muy contento como siempre, te dio un fuerte abrazo.
—¿En serio? Yo también los extrañé —reíste devolviendole el abrazo.

Pasar un rato con ellos era suficientemente reconfortante para recuperar tus energías. Al soltarte revolviste los cabellos de Matthew para demostrarle tu atención.

—¿Y dónde está Kumajiro? Hoy lo extrañé bastante, quiero abrazarlo —comentaste de manera tierna al canadiense. Él sonrió alegre.
—¿Kumajiro? No es Kumajiro, es Kumagoro... —contestó con su sonrisa.
—Ah claro —reíste nerviosa.

Olvidaste que nunca recordaba el nombre de su oso, por eso el animal tampoco recordaba el nombre de su dueño.
El oso se levantó del suelo al lado izquierdo del sofá, y se acercó a ti.

—Ah, aquí ya vino Kumanataro —comentó el canadiense.
—¿Quién eres? —preguntó el oso mirando a su dueño.
—Soy Matthew, tu dueño —contestó alicaído.
—¡AAAAAAAAAAH! ¡ESA COSA HABLA! —gritó Lovino.
—¡Waaaaaah! ¡Qué miedo! —chilló Feliciano.

Habías olvidado (también) que el oso nunca habló frente a los italianos. Miraste a Ludwig, tenía una expresión de espanto, que apenas se notaba, por unos segundos, luego de procesar el suceso volvió a tener la expresión seria de siempre, aunque se seguía viendo sorprendido.

—Así que por eso preguntaste si Gilbird hablaba —comentó nervioso el alemán.
—Ah, sí —reíste nerviosa.
—¡HAHAHA! —rió Alfred.
—No se espanten, no hace daño —dijiste mirando a los italianos para que se tranquilicen, luego alzaste a Kumajiro en tu regazo para darle muuuuucho apapacho—. Aww te extrañé mucho, osito polar —comentaste mientras lo abrazabas y acariciabas.
—También te extrañé —comentó el oso.
—¡QUÉ TERNURA! —exclamaste y volviste a abrazarlo.

Los presentes te observaban conmovidos. Verte dándole tanto amor y cariño a la mascota del canadiense tocó sus corazones, y cómo no, desde sus ojos, te veías demasiado tierna de esa manera. Por un momento, cuatro de ellos desearon ser el oso, aunque el militar podría estar pensando en otras cosas.

Después de empalagar al oso con tanto amor, lo dejaste en el suelo para que se fuera a dormir, otra vez. Luego de eso ya te sentías mejor, aparte de pelear, no había mejor forma de desestresarse que apapachando mascotas.
Recordaste que aún no aparecía Roderich.

—Hey, ¿y qué tal está Roderich? —preguntaste a los chicos que lo estaban cuidando.
—¡Veee! —Feliciano se estremeció por un momento con sólo escuchar su nombre— ¡Cuando despertó y vio que estaba en pijamas se puso de muy mal humor! —comentó el italiano chillando.
—Nos golpeó a los dos... —se quejó Matthew sobando su cabeza, en memoria del golpe que recibió allí.
—¡¿QUÉ?! —te paraste de golpe de tu asiento— ¡Ni siquiera yo los he golpeado! ¡Ese tipo me va a escuchar! —exclamaste un poco molesta.
—Te dije que se enojaría, no lo hizo por maldad, más bien, por vergüenza... —comentó apenado el alemán, quien conocía perfectamente al austriaco.
—Hmph, de acuerdo, aún así lo voy a regañar, ¡aprovecharse de Matthew y Feli es imperdonable! —ellos dos te causaban tanta ternura que no podías soportar el hecho de que sufrieran por culpa de otra persona— Además se ve que está recuperado, por eso reaccionó así —agregaste.

Matthew se sintió bastante importante por primera vez en su vida. Un poco de confusión invadía su ser, ver que te preocupabas mucho por él y hasta lo sobreprotegías; era algo nuevo para él. Normalmente toda su vida había pasado inadvertido, hasta el día del apocalipsis, recién allí su hermano comenzó a tenerlo más en cuenta. Pero, antes de eso, siempre fue invisible para todo el mundo.
Y ahora, tú te preocupas mucho por él, incluso lo proteges, y se da cuenta que te molestó mucho que un extraño lo haya golpeado.
Se sentía extraño, cálido. Se sentía, muy feliz, tanto que la sonrisa en su rostro creció bastante al escuchar tus palabras.

—¡Ve~! ¡Ahora (tn) nos va a proteger! —exclamó alegre Feli.
—Sí, además que sigue de muy mal humor —agregó preocupado el canadiense.
—Es verdad, todo el día se estuvo quejando que necesitaba tomar café —comentó molesto el mayor de los italianos.
It's true, fue difícil soportarlo todo un día, le hubiera dado un depósito entero de café si no estuviera en la habitación, por eso no pudimos hacer nada —se quejó también Alfred.

Miraste a Ludwig con cara de: ¿Really? ¿Así de problemático es? ¿Cómo mierda lo soportan?

Él se veía bastante avergonzado por el comportamiento del castaño, simplemente quería que la tierra lo trague.

—¿Dónde está ahora? Tengo que hablar con él, pero ya —comentaste más molesta.
—Está en el comedor —contestó Matthew.
—Bien —fuiste de inmediato al comedor para encontrarte con un castaño que te miraba muy enojado.
—¡Hasta que por fin apareces! ¡Estas no son horas de llegar! ¡Estuve esperando toda la tarde! ¡Esos hombres no dejaban de decirme que si quería quejarme debía hablar contigo, porque eres la que está a cargo! —tenía puesta la ropa violeta oscuro con la que lo encontraron, se levantó de su lugar cruzándose de brazos, estaba bastante molesto.

Lo hubieras golpeado en ese momento, si no fuera porque la última frase que dijo, quedó resonando en tu cabeza.

«Dijeron que tú estás a cargo» —eso te pareció muy tierno por parte de ellos, tanto que te hizo esbozar una sonrisa, por lo que, por un instante, olvidaste que estabas muy enojada con el señorito, como dice Gilbert.

—¿Acaso dije algo gracioso? —se molestó más el castaño de ojos violeta oscuro.

Aquel comentario volvió a estrellarte con la realidad, si no fuera porque controlas muy bien tu temperamento, ya lo hubieras hecho volar.

—¿Y de qué más te quieres quejar? —preguntaste sarcástica, si tenía algo que decir, que lo diga todo de una vez, para no regañarlo por partes.
—Si me vas a tener como tu rehén, ¡por lo menos hazlo en condiciones decentes! ¡Ni siquiera dejaste café aquí! Sólo he comido frutas en todo el día, se rehusaron en cocinarme algo. ¡Además me prohibieron hacer algo en la cocina! Y no podía quejarme debidamente porque tenía que hablar contigo, ¿se puede saber qué fue lo que les hizo tardar tanto? —un tic nervioso comenzó a molestarte en el ojo derecho, estabas perdiendo toda la paciencia que tenías.
—Está así de malhumorado desde hace unos días, no ha tomado café en semanas —comentó Ludwig en la puerta, volteaste a verlo, se veía un poco asustado, tenía miedo que hicieras añicos al austriaco, y con justa razón.

Con la mano le hiciste seña para que se quedara allí, que no interviniera. Volviste tu mirada al castaño.

—¿Cómo respondes a mis quejas? —preguntó enfadado el castaño.

Te acercaste a él, y con la palma inferior de tu mano, golpeaste su frente con toda la fuerza que pudiste, dejando bastante roja su frente, y provocando que el castaño quedara sentado en la silla por la fuerza del golpe.

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