Capítulo 3.2: Conociendo al cuarteto

-continuación-

—Creo que podemos hablar pacíficamente, sin necesidad de usar las armas —dijo seriamente el rubio de ojos celestes—. Yo soy Ludwig Beilschmidt, sólo pasamos por este pueblo en busca de víveres, no queremos molestar.
—¿Ludwig Beilschmidt? ¿El comadante Ludwig Beilschmidt? —dijiste sorprendida.
Ja... —respondió un poco confundido. No esperaba que lo conocieras.
—No es cierto... —bajaste tu arco de inmediato— ¿Entonces tú eres Gilbert, verdad? —miraste al albino.

Ya sabías que de algún lado te eran un poco conocidos estos hombres.

—¡Así es! Ein vergnügen! (¡un placer!) —exclamó el albino.
—¡No lo puedo creer! —exclamaste emocionada.

Todos los presentes te miraban confundidos.

—¿Acaso los conoces? —preguntó Alfred intrigado.
—Es la primera vez que los veo, pero escuché mucho hablar de ellos ¡Son una leyenda de la milicia alemana! Los mejores comandantes que ha tenido esa nación en los últimos tiempos... ¡Las hazañas que hicieron juntos son increíbles! —no podías creer que tenías frente tuyo a los hombres que para ti eran un gran ejemplo a seguir.
—¡Ksese! ¿Ya viste West? Tenemos una fan, muy hermosa, por cierto —rió el albino codeando a su hermano.
—Los hermanos del orden y la destrucción —comentaste emocionada, de verdad parecías una fan que acababa de conocer a sus ídolos.

—¿Qué clase de apodo es ese? —le susurró Alfred a su hermano.
—No tengo idea...
—Ve~ ¡Siempre es bueno conocer más personas! —comentó Feli.
—Agh, ¡cállate fratello! —le regañó el mayor.

En realidad detestaba el hecho de que más hombres hicieran aparición, y a quien más detestaba era al tal Ludwig, era demasiado fornido y guapo para su gusto.

Ja! ¡Hasta se sabe nuestro apodo! —sonrió Gilbert.
—¿Cómo sabes tanto de nosotros? —preguntó Ludwig, aunque estaba serio, se veía muy feliz por los halagos que les estabas haciendo a ambos, incluso un leve sonrojo apareció en su rostro.
—¡Ah! ¿Dónde están mis modales? —te acercaste a ellos saludando como lo hacen los militares— Soy (nombre completo), es un gusto conocerlos en persona.

Los italianos y norteamericanos estaban en shock, no podían creer que estos tipos se hayan ganado toda tu admiración en segundos.

—¿Eh? ¿Tú eres (tn)? —preguntó Gilbert aún sin creérselo.
—Sí, soy yo —contestaste feliz, descansaste del saludo.
Mein Gott! Es un gusto conocerte, "all-in-one"! —contestó Gilbert saludándote como lo hacen los militares.

Te sonrojaste por lo que dijo, ¡te conocían! ¡Por todos los cielos, sabían quién eras!

—Un gusto, soldado —te saludó también Ludwig, con admiración en su rostro—. Nosotros también hemos escuchado bastante sobre ti.
—¡Es verdad! ¡Eres asombrosa! ¡Podría dejarte ser mi compañera! ¡Seremos un dúo AWESOME! ¡Ksesese! —exclamó emocionado el mayor de los alemanes.

—Ah, no es justo, ella los admira demasiado... —se quejó Alfred.
—Además la están halagando bastante —complementó Feli un poco triste.
—Hasta se le olvidó el interrogatorio —agregó Lovino, más molesto.

Matthew sólo soltó un suspiro.

Sabías que Gilbert era el mayor, y le seguía su hermano con dos años menos. Gilbert tenía 28 y su hermano 26, aunque pareciera que Ludwig es el mayor por la estatura. De verdad que en tus años de militar escuchaste muchas cosas asombrosas sobre ellos dos. Ambos eran bastante rigurosos y llevaban a cabo las misiones de una manera espectacular. Toda misión que se les encomendaba, por más riesgosa que fuera, la completaban con éxito. Eran famosos por hacer añicos a sus enemigos, de allí el apodo.
No había mucho más que decir, juntos eran dinamita a la hora de actuar, pelear o dirigir al ejército. Y ahora estaban frente a ti.

—Woah... Los mejores comandantes de la milicia alemana están frente a mí... —murmuraste para ti misma, aunque todos lo escucharon— ¿Y qué hacen aquí? —preguntaste intrigada.
—Se declaró anarquía total en Alemania, como en todo el mundo, y ya no quedaba nada que hacer. Cada quien debía seguir su camino para sobrevivir, y por eso llegamos hasta aquí —contestó Ludwig bastante serio.
—Entiendo, así que siguieron por su cuenta.
—Exacto, schön —sonrió el albino.
—No quiero interrumpir, pero estoy cansado de caminar —dijo el castaño.
—¡Si apenas caminamos unos metros! —se quejó Gilbert.
—Es que... —ante todos el castaño cayó al suelo desmayado.
—¡AAH! ¿Y ahora qué le pasó? —preguntó nervioso el rubio de ojos verde menta.

De inmediato de acercaste al castaño y controlaste sus signos vitales. Estaban bien. Tocaste su frente, su temperatura era normal, aunque respiraba un poco agitado.

—Se descompensó por el calor —sentenciaste— ¿Ha bebido suficiente agua en estos días? —preguntaste mirando un poco preocupada a los alemanes.
—Agua es lo que más escasea en estos días, aunque nos hemos rebuscado bastante, no conseguimos mucha, así que últimamente nuestra hidratación es bastante mala —comentó el albino.
—Sí, tampoco hemos comido muy bien en las últimas dos semanas —agregó Ludwig.
—Y aún no se acostumbra a este clima —dijo serio el de boina blanca.
—Ya veo, debe ser por eso —agregaste—. De acuerdo, que alguien lo cargue, vamos a llevarlo a la cas —dijiste mirando a los cuatro chicos a tus espaldas.

Ellos no estaban tan de acuerdo, pero no podían negarse en ayudar a alguien que lo estaba necesitando.

—Por motivos de seguridad, será mejor que dejen sus armas —dijiste a los alemanes y al chico de menor estatura.
Gut... (bien...) —contestaron los hermanos entregando sus armas.

El rubio más pequeño no dijo nada pero hizo lo mismo.

Alfred tomó la bazooka mientras que Lovino tomó la metralleta y el rifle. Ludwig cargó al castaño y comenzaron a caminar guiados por ti.
Estar cerca de los mejores militares de tu época era simplemente genial, aún no lo podías creer. Estabas muy feliz, no sólo por eso, sino también por el hecho de que tu colonia podría agrandarse.

En poco tiempo llegaron a la casa, le pediste a Matthew y Feli que te acompañen adentro, mientras Lovino y Alfred custodiaban en la entrada al albino y al chico de la boina blanca.

Con Ludwig subieron al segundo piso de la casa para recostar al castaño en una de las camas de las habitaciones. Entraron en la primera habitación, desde la escalera, y Ludwig lo recostó en una de las camas.
Te acercaste para mirarlo de cerca, se veía un poco pálido. Y estaba comenzando a sudar.

—Será mejor sacarle esa ropa y ponerle algo más cómodo —dijiste rebuscando en el armario alguna ropa que le quedara.

Sacaste una polera blanca y unos shorts del armario.

—No creo que esté de acuerdo con eso —agregó Ludwig con mala cara, conociendo la elegancia del castaño.
—Que se queje cuando despierte, por el momento su salud es más importante —acotaste.
—Nosotros esperaremos afuera —indicaste a Feli y Matthew—, esperaremos que salgas cuando lo cambies de ropa, ¿de acuerdo? —se dirigieron a la puerta para salir.
Ja... —contestó el rubio de ojos celestes.

Ustedes salieron afuera a esperar.

El alemán suspiró pesadamente, ser la niñera del castaño era algo a lo que estaba acostumbrado, aunque no era de su agrado.

Ludwig dejó la ropa del castaño a un lado de la cama y le puso la ropa que tú encontraste. Unos minutos después salió de la habitación.

—Feli, Matthew, ustedes van a cuidar a... —no sabías su nombre.
—Roderich —completó el alemán.
—Ah! Así se llama, de acuerdo, ustedes van a cuidar a Roderich, ¿sí? ¡Cuento con ustedes! —les dijiste a los chicos muy animada.
—Ve~! ¡No hay problema! —exclamó el italiano.
—Nosotros nos encargaremos —sonrió Matthew, su oso apareció de alguna parte y en estos momentos lo estaba cargando.
—¡Gracias chicos! Yo tengo que arreglar algunas cosas con los nuevos, ya saben —agregaste.
—No hay problema, ve tranquila —volvió a sonreír Matthew.
—¡Sí! ¡Ve~!
—De acuerdo, se los encargo —te despediste de ellos bajando con Ludwig por las escaleras hasta llegar junto a los demás chicos.

Matthew y Feli entraron a la habitación para estar pendientes de Roderich. Por el momento estaba descansando tranquilo.

—Bueno, entremos a hablar mejor en la sala —dijiste a los chicos.

Todos entraron, los alemanes y el chico de la boina se acomodaron en el sofá. Alfred y Lovino no dejaban de apuntarlos.

—Pueden bajar sus armas, no son una amenaza —les dijiste mirándolos tiernamente, para que aceptaran tu orden. Los chicos asintieron con la cabeza y bajaron las armas.
—En primer lugar, la presentación, ya saben quién soy —comenzaste a hablar a los chicos nuevos. Miraste a Alfred y a Lovino, diciéndoles con la mirada para que se presenten.
—Soy Alfred F. Jones —dijo el estadounidense, bastante sereno.
—Lovino Vargas —agregó el italiano, con cara de pocos amigos.
—El hermano de Alfred es Matthew Williams, y de Lovino es Feliciano Vargas, ellos están cuidando a Roderich —agregaste, los nuevos ya sabían a quiénes te referías, era fácil distinguir a ambos.
—Soy Vash Zwingli, soy de Suiza —se presentó serio el chico.
—Y es el más pequeño del grupo ¡ksesese! —rió el albino.
—¡Qué pequeño ni qué nada! ¡Tengo 25! Además puedo valerme por mí mismo, no como Roderich —contestó un poco molesto por la broma del alemán.
—Ah, ¡No te esponjes Vash! ¡Sólo es una broma! —agregó Gilbert.

Recién en ese momento te diste cuenta que el albino tenía una bolita amarilla en su hombro derecho. Por curiosidad te acercaste hasta la cosa amarilla que había llamado tu atención para ver qué era. Lo tomaste en tus manos, era un pollito. Te encantaban los animales, por lo que comenzaste a acariciarlo, recordaste que aún no le diste a Kumajiro su dosis diaria de amor.

—¡Pio, pio! —te habló el pollito, se veía feliz.
—Ah, notaste a Gilbird, ¡se ve que le agradas mucho! —exclamó sonriente el albino.

Alzaste la mirada hacia Gilbert, desde cerca era tremendamente guapo, más con aquel uniforme azul prusia que le quedaba tan bien.

—A-ah, así que se llama Gilbird, ¿tú no hablas, verdad, pequeñín? —volviste tu mirada al pollito para distraerte de su dueño. Gilbird sólo respondió piando.
—¿A qué viene esa pregunta? —cuestionó extrañado el dueño del ave.
—Jajajaja —reíste nerviosa— en su momento lo entenderás —respondiste a la pregunta.
—Bien, volvamos al tema —dijiste recuperando la seriedad y dejando a Gilbird en el hombro de su dueño.
—¿Qué más quieres saber, schön? —preguntó Gilbert entusiasmado.

Al muchacho le encantaba hablar, y más si era con una chica.

—Bueno, pues me gustaría saber un poco de su historia, de cómo llegaron a éste lugar... —comentaste mirándolos con brillo en los ojos.

De verdad querías conocer mejor a los chicos.

Klar! (¡claro!) ¡Deja que el asombroso yo te cuente! —exclamó el albino— Nací en Prusia, un estado independiente dentro de Alemania.
—¿Así como el Vaticano en Italia? —preguntaste.
Ja! ¡Exacto! —sonrió.
—Entonces eres prusiano, ¿verdad? Eso es genial —sonreíste.
—¡Así es, schön! —volvió a sonreír— Con nuestros padres vivimos dos años en Prusia, luego nos mudamos a Berlín, poco tiempo después nació mein bruder (mi hermano) —señaló a Ludwig con una sonrisa—, unsere Mutter (nuestra madre) murió en el parto, por lo que crecimos sólo con nuestro padre. Cuando cumplí la mayoría de edad me uní a la milicia, y mein bruder me siguió los pasos después ¡ksese! —el prusiano codeó al mencionado.
Ja, en la milicia nos especializamos en armas, combate, tácticas, puntería y espionaje —agregó el alemán de ojos celestes.
—Ya veo —igual que tú, estos tipos eran armas humanas.
—¡Ksese! Tuvimos muchas misiones exitosas en los años que estuvimos en la milicia, fueron buenos tiempos... —recordó un poco nostálgico el prusiano.
—Sé lo que se siente —agregaste nostálgica—. En poco tiempo se volvieron leyenda, son increíbles —les sonreíste a ambos.

Pudiste notar de nuevo el rubor en las mejillas de Lud.

Ja, eso pasa cuando te agrada lo que haces —sonrió Gilbert—, luego de esos años de gloria recibimos la noticia sobre el virus. Fue inevitable el desastre, aunque peleamos casi hasta la muerte por defender nuestra nación, en poco tiempo todo se vino abajo. Nuestro padre tampoco se salvó —su expresión se volvió un poco seria—. Supimos que el calor entorpece bastante a los infectados, así que de Berlín tomamos un helicóptero a Austria, era el país más cercano con aeropuertos aún funcionales, en Alemania no había forma de tomar un vuelo. Allí conocimos a Roderich y a Vash, y los cuatro vinimos aquí —volvió a tener la expresión jocosa de siempre—. El señorito Roderich Edelstein nació en Viena, tiene 27 años. Nos contó que sus padres ya habían muerto antes del desastre, así que no sufrió ningún trauma —el prusiano parecía disfrutar al burlarse del austriaco—, era profesor de piano antes del desastre mundial. Aún no entiendo cómo conserva tanta elegancia en estos tiempos... —reflexionó pensativo el albino.
—Eso es porque nosotros siempre estamos cuidándolo, especialmente Ludwig —agregó serio el suizo.
—Es verdad —suspiró el de ojos celestes.
—En momentos como éstos es donde me pregunto qué rayos hago con ustedes —agregó Vash.
—Te llevas bien con mein bruder, por eso ¡ksesese! —rió Gilbert. Vash se limitó a mirar otro lado, bastante serio— ¡Y cómo no! ¡Vash es el mejor experto en armas que puedas conocer! —agregó el prusiano.
—¿En serio? ¡Impresionante! —dijiste emocionada.

Creíste ver un leve sonrojo en las mejillas de Vash.

—Sí, sus habilidades nos han ayudado bastante hasta ahora —agregó Ludwig.
—¿También estabas en la milicia? —preguntaste a Vash.
Ja, me especialicé en armas y puntería —contestó un poco más relajado.
—¡Wow! ¡Son un equipo espectacular! —exclamaste contenta por los chicos.
—Excepto por Roderich —comentó Gilbert en forma de burla.
—Bueno, siempre tiene que haber alguien a quien cuidar, ¿no? O sino sería aburrido —reíste.
—¡Ksese! ¡Eso es cierto! —contestó el prusiano.

Sentiste que Vash estaba un poco más relajado que al principio, sin embargo se notaba bastante que le incomodaba tocar el tema. También te percatabas que no iba a hablar sobre el tema, mirándolo detenidamente, percibiste que le causaba dolor el asunto. ¿Cuál sería su historia?

—(tn), recuerda lo de inspeccionar la zona —te recordó Alfred.
—¡Ah! ¡Es verdad! —volviste a pisar tierra en ese momento— Gracias Alfred por recordármelo —le sonreíste.
—¿Qué cosa? —preguntaron los hermanos alemanes.
—Pues necesitamos un lugar más grande y seguro para quedarnos, en su momento sabrán el porqué —contestaste— No podemos dejar a Feli y Matthew solos. Alfred y Lovino, ¿me acompañan un momento al comedor? —los miraste, asintieron con la cabeza y fueron tras de ti.

Los otros chicos se quedaron esperando en la sala.

—Creo que ya no necesito las revistas porno —susurró Gilbert mientras reía
—Idiota —lo regañó Vash.

Ludwig sólo suspiró.

Glaubst du nicht, es ist schön? (¿No crees que es hermosa?) —preguntó el albino al suizo.
Ja ich denke... (sí lo creo...) —murmuró el suizo.
—¡Ksesese! ¡Lo sabía!
—Pero eso no cambia el hecho de que seas un idiota —completó Vash.
—Ugh, siempre tan cortante —se quejó Gilbert.
Und du, Bruder? Was denken Sie? Ist es nicht schön? (¿y tú, hermano? ¿Qué piensas? ¿No es preciosa?) —dirigió su mirada a su hermano menor.
Ja... —contestó éste, levemente sonrojado.
—¡Ksesesese! —Gilbert le dio unas cuantas palmadas en la espalda al menor.

Entraron al comedor, Alfred y Lovino te miraban seriamente.

—Chicos, necesito que ustedes se queden aquí, no puedo dejarlos a ellos a cargo de la casa, sólo ustedes conocen bien los secretos que guardamos —comentaste mirándolos tiernamente. No parecían convencerse.
—Con ellos iré a inspeccionar la zona, veremos si encontramos algo, así de paso los analizo mejor —agregaste.
—¿Y si se les ocurre hacerte algo? —preguntó el italiano cruzándose de brazos, había dejado las armas sobre la mesa.
—Eso no va a pasar, he oído mucho sobre los hermanos, son igual que yo, no van a hacerme nada —contestaste tranquila.

Aún parecían no convencerse.

—Alfred, Lovino, de verdad los necesito aquí, estoy contando con ustedes —agregaste un poco apenada ya.
¡Bene! Sólo tengo algo que decir... —contestó el italiano, desviando la mirada hacia la pared del comedor.
—¿Qué? —preguntaste.
—T-tomate... —murmuró nervioso.

Reíste ante aquello y lo abrazaste.

—Gracias por apoyarme, sabes que te aprecio —le dijiste al oído.

Luego del abrazo el italiano se veía más calmado. Te separaste de él para mirar a Alfred, quien te reclamaba con los ojos.

—Yo también quiero un abrazo —se quejó.

Accediste a su pedido y fuiste a abrazarlo. Un rato después te separaste.

—Bueno, me voy antes que se nos haga más tarde, por favor, confío en ustedes —les dedicaste una sonrisa antes de salir de la cocina.

Con tanta amabilidad los chicos no podían negarse al pedido. Volvieron a tomar sus armas y regresaron a la sala, para cuidar la casa. Subiste las escaleras y fuiste a tu habitación, a medida que salía el sol hacía más calor, por lo que quisiste ponerte ropa más cómoda antes de salir a hacer el recorrido. Te sacaste todo lo que tenías encima, y en la bolsa que trajiste el día anterior buscaste una camisilla ajustada color blanco, y unos shorts militares negros, bastantes cortos y ajustados, esos eran los más cómodos. Volviste a ponerte tus botas militares negras, pues ya se habían secado, te pusiste encima tu chaleco, guardando en los bolsillos de la misma las municiones de las automáticas de 9mm que habías sacado del sótano. Te pusiste todos tus cinturones, acomodando en ellos tus armas.

Alfred te devolvió tus rifles automáticos al quedarse él con la striker. Lovino conservaba tus antiguas pistolas más el rifle calibre 22.

Todo estaba en su lugar. Tus rifles, las pistolas, los machetes, las granadas, las navajas, las municiones, la escopeta, el arco, la aljaba. Dejaste sobre la cama tu escopeta, por el momento no ibas a usarla. Te pusiste de nuevo la aljaba. Tomaste las llaves del jeep y la guardaste en uno de los bolsillos del chaleco. Tomaste la llave de tu habitación del cajón de la mesita de luz del lado izquierdo de la cama, saliste de la habitación y la llaveaste. Guardaste la llave con las del jeep. Bajaste las escaleras para ir junto a los nuevos. Todos los presentes te miraban asombrados

Oh Mein Gott! —susurró Gilbert.

Los demás se limitaron a admirarte.

—De acuerdo, Vash, Gilbert y Ludwig, vamos a dar un paseo —tomaste tu arco y salieron de la casa.
—¿No nos darás nuestras armas? —preguntó el albino.
—Es verdad, vamos a necesitarlas —fuiste a tomar las armas de los chicos y se las entregaste, menos la bazooka—. Lo siento Gil, no puedes llevar eso —le dijiste riendo—. Si llegas a necesitar un arma, te prestaré —sonreíste.
Gemacht! (¡de acuerdo!) —contestó con una sonrisa.
—Ah, el vehículo de ustedes, ¿aún tiene combustible? —preguntaste mirando a los tres.
—No, le queda muy poco, con suerte llegamos hasta aquí —contestó Vash, quien era el conductor.
—Ya veo, aún así, pueden dejarlo aquí, frente a la casa, si les parece.
—Estoy de acuerdo, es mejor tener todos los armamentos en un sólo lugar —agregó Vash y se fue a traer el vehículo.

En unos minutos regresó con la camioneta y la dejó detrás del jeep de Alfred.

—¿Quieres que te deje las llaves? —preguntó el suizo, ya se dio cuenta que si querían conseguir algo de ese pueblo debían someterse a tu autoridad.
—De acuerdo —sonreíste y tomaste las llaves para guardarlas en tu bolsillo.
—¡Nos vemos! —te despediste con la mano de los chicos que quedaron en la casa mientras comenzaban a caminar hacia el sur.
¡Good luck! te gritó Alfred con su sonrisa mientras agitaba su brazo.
Buona fortuna, state attenti... (buena suerte, ten cuidado...) —dijo el italiano, dedicándote una pequeña sonrisa.

Emprendieron su camino hacia la búsqueda de un nuevo refugio.

—¿Qué fue esa explosión? —preguntaste recordando lo que había pasado varios minutos atrás.
—Ah, eso, nos estaban persiguiendo una horda de hunters —contestó serio el alemán.
—¡¿Qué?! ¡¿Hunters?! Pero... ¿cómo han llegado hasta aquí? —preguntaste con mucha preocupación en tu rostro.
—Aún no sabemos muy bien, madchën, al parecer ellos también van viajando en busca de alimento, ¡Pero yo los hice volar en pedazos! ¡Soy tan awesome, ksesese! —bromeó el prusiano.
—Con más razón debemos rebuscarnos por un nuevo lugar, algo me dice que lo encontraremos —comentaste seria— ¿Y por qué dijiste que fue culpa de Roderich? —preguntaste otra vez tratando de aclarar todas las dudas del momento.
—Lo dejamos en el vehículo para que nos alerte de cualquier cosa, mientras nosotros buscábamos armas, aunque no tuvimos éxito... —comentó el prusiano.
—Grave error... —dijeron en coro Ludwig y Vash.
—Es bastante despistado —se quejó Gilbert—. Así que cuando volvimos al vehículo, esas cosas ya estaban prácticamente encima nuestro, ¡eran casi sesenta! Tuvimos que usar nuestro plan de emergencia para acabar con ellos —comentó.
—Ah, así que el plan de emergencia era la bazooka, bastante inteligente... —agregaste con una sonrisa.
—¡Claro, si fue mi idea! —exclamó Gilbert.
—¿Dónde la conseguiste? —volviste a preguntar.
—Hace unos meses saqueamos una armería, allí la encontramos, la teníamos de reserva para estos casos —completó el alemán.
—Ya veo.

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