Capítulo 4: La primera noche
Me preguntaba: "¿Le habré dicho inútil?". Como no lo recordé lo guardé para otra ocasión, ya no tenía sentido soltar el insulto varias horas después, él se había vuelto a quedar con la última palabra y lo odiaba por eso. Pero no quise darle más vueltas al asunto, era mejor disfrutar el atardecer –por lo menos había algo lindo en toda esa horrible situación –que ya iba a terminar, el sol estaba bastante bajo.
Si hay algo que deba admitir, es que me daba miedo que oscureciera. Verme de noche en medio del océano no resultaba una idea muy llamativa, menos después de una gran tragedia. Me aterraba que se diera una tormenta y ahora se hundiera el bote con nosotros dos en el, si algo así sucedía ya no existía forma de salvarnos, definitivamente moriría. No quería morir y dejar los planes de mi vida sin terminar, definitivamente no.
Un día me titularía, como había soñado desde pequeña, sacaría mi título y trabajaría en un lugar con buena paga, cercanía y comodidad. No habré estudiado cinco años veterinaria en la universidad para tirarlos por la borda como tiraría al idiota que me acompaña en el bote. Luego vendría formar una familia, hasta aquel momento pensaba que sería con Adrián, pero comenzaba a dudar de que eso pudiese ser posible.
Medité unos segundos sobre todo lo que la vida me había dado. No podía quejarme, después de todo tuve suerte, dos padres amorosos y unidos más un hermano con el que podía discutir tal y como lo hacía con Oscar, pero terminar jugando vídeo juegos como si nada a solo cinco minutos del encuentro. Sí, definitivamente era una buena familia, no podía quejarme con eso.
Cuando los deseos de llorar me embargaron miré a mi acompañante. Ya no tenía el libro en sus manos, optó por dejarlo a un lado para ver lo poco que quedaba del atardecer. Sus ojos miel se veían resaltados por la luz, verdaderamente hermosos. No como los míos que pertenecían al color café ocuro, aquel común y fácil de encontrar, razón por la cual los claros siempre llamaron mi atención.
—Puedes leer el manual ahora, si quieres.
Dejé de mirarlo de forma bonita. ¿Su pregunta iba enserio? Me ofrecía leer el libro estando a casi nada de que oscurezca, eso no tenía sentido. ¿Para qué empezar si pronto lo abandonaría por falta de luminosidad?
—Estás de broma ¿Cierto?
—No, acabo de terminar.
—Dentro de poco oscurecerá y lo poco y nada que haya alcanzado a leer lo volveré a leer mañana.
—Bueno, yo solo ofrecía... Nos discutamos, no estoy de ánimos.
Enmudeció y yo lo imité finalmente. Era mejor no arruinar un paisaje tan hermoso como el que estaba pintado frente a nosotros, cortesía de la naturaleza. A los segundos, luego de haber respirado profundo para serenarme, ya se podía sentir la paz. Es increíble cómo cambió todo. Fueron cortos minutos de tranquilidad, cada uno sumido en sus propios pensamientos en silencio. Probablemente aquel fue el momento más privado del que disfrutamos a pesar de estar a pocos centímetros.
Fue él quien rompió el hielo al hacer sonar la bolsa en un intento fallido para desatarla. Cuando lo logró botó el agua y continuó con la mía.
—Gracias —le dije simplemente.
—De nada —me sonrió de manera sincera, gesto que realmente me gustó. Por primera vez no lo consideré un idiota y pasó a ser un hombre más amable y tierno.
Jugaba con mis manos con nerviosismo tratando de perderme en algún lugar inventado por mi mente, pero me era imposible, casi al instante en el que lo lograba volvía a la cruel realidad. Miraba a mi alrededor y no lograba distinguir nada, temía que si me movía caería al agua, así perdería mi vida porque Oscar no lograría encontrarme.
Me pregunté por décima vez si él ya estaría durmiendo o si quizá estaba igual que yo: asustado, sin poder conciliar el sueño y meditabundo. Quizá también trataba de recordar lo que sucedió aquella noche, en la razón por la que terminamos nosotros dos aquí y nadie más. No podía dejar de cuestionarme: "¿Por qué fui yo y no otra persona la que entró en este bote?". Quería averiguar dónde se encontraba Adrián pero parecía imposible saberlo si no tenía ni rastros de él. Todo lo suyo se lo ha llevado el mar, toda huella ha sido borrada impidiendo que yo logre verlas.
—Es tan peligroso ir en barco —me dijo mamá cuando le conté lo del crucero—. Es emocionante, sí, lo digo por experiencia propia. Pero peligroso.
—Ay, mamá, si no pasará nada —me reía de lo que decía, para mí todas las posibilidades trágicas que me ofrecía eran sacadas de libros y películas, que difícilmente se harían realidad.
Las lágrimas amenazaron con salir por segunda vez en el día y quise reprimirlas pero me fue imposible, en silencio cayeron por mis mejillas hasta estrellarse con el suelo del bote. A veces podía llegar a ser tan tonta y estúpida que me daba rabia. Bien pude responderle a Adrián: "No, no me apetece ir a un crucero", pero me emocionó tanto la idea y veía las fotos que papá y mamá se tomaron aquella oportunidad en la que ellos zarparon que no pude dejar de preguntarme: "¿Por qué no hacerlo?".
Imaginaba cómo estarían todos en casa por el naufragio que comenzaba a aceptar poco a poco. Cristóbal a lo mejor estaría llorando a su hermana, ya no podría discutir por tonterías con ella, mamá se acostaría en mi cama y le tomaría el olor a mi almohada pensando en cómo me fui tan rápido y antes que ella, mientras papá no lograría concebir tal negligencia en la construcción del barco como en aquellas personas que lo manejaban que bien pudieron desviarlo para evitar la tormenta.
Así como iba llegué a pensar que con mis lágrimas terminaría hundiendo el bote con todo lo que había dentro de el. Intenté nuevamente dejar de llorar en vano, la tristeza me ganaba. Sorbí por la nariz y sin querer llamé la atención de Oscar.
—¿Por qué lloras? —preguntó en voz baja como si quisiera evitar despertar a un ser invisible para mí.
—Por... todo lo que ha pasado.
—Así como vas te convertirás en la llorona.
—Gracias por tu consuelo.
—No es nada.
Me quedé en mi lugar aguantando los deseos de insultarlo como horas antes había hecho. Al menos ya las lágrimas no caían tanto, ahora la rabia empezaba a embargarme, tanto por lo dicho antes como por mi compañero de viaje.
—Eres un idiota.
—Un idiota que calmó tu llanto.
Suspiré. Me era difícil discutir con él si daba respuestas buenas y concretas que impedían que continuara con algo más, así él se quedaba con la última palabra. Me propuse que algún día sería yo quien ganara, por muy infantil que suene, lo hice y estaba dispuesta a cumplirlo de algún modo u otro.
—Si te puedo ser sincero... yo también tengo ganas de llorar y siento angustia.
—¿Y por qué no lloras? —le pregunté sintiéndome de pronto mal por mis pensamientos y queriendo ayudarlo.
—Porque quiero parecer fuerte... aunque dudo que pueda serlo.
—A veces hasta el más fuerte necesita llorar —dije recordando las palabras de mi abuelo. Él tenía razón.
Nos quedamos en silencio solo escuchando las olas que en otro momento habría sido el sonido más relajante del mundo. Así fue como esperamos el amanecer, sin lograr dormir ni un solo minuto.
Yatita
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