Volumen 4 - Prólogo

"Someday, for the sake of someone else, you too will wish for great power.

On the night when love captures your heart, unknown words will be born.

Say you're longing to return to that once perfect scenery.

If you desire the world... then come and take it.

However, as you slowly awaken you behold a false scenery.

Even if we are artificial, shouldn't we have the right to be happy?

To a happy ending?"


—¡Buenos días!

—¡Buenos días! —respondieron los gatos a la pelirroja Emma.

Era una tarde como cualquier otra. Después de la salida de Jose del hospital por la aguda neumonía que sufrió, así como un nivel de hierro en sangre mínimo, los chicos preparaban las estrategias para enfrentar al Comandante Aogami. Sabían que fue poseído por la entidad que habitaba en aquella espada. No encontraron información al respecto, pero tanto Jose como Goldie llegaron a la misma aterradora conclusión: «No importa lo que sea, solo hemos de destruirlo».

Nadie tenía la más mínima idea de cómo diablos iban a hacer eso, y aún no lograban tener acceso a información de G.U.N. Los servidores estaban muy bien protegidos, y si bien con Emma y Selene haciendo equipo, una tecnópata y una usuaria de electricidad deberían haber tenido luz verde, no era tan sencillo porque, para comenzar, ni acceder a un solo ordenador de G.U.N. podían. Y la protección del Banco de Datos era surrealista. Propio de la organización destinada a acabar con la magia de tener la mejor tecnología creada por manos humanas. De estar en lo cierto, serían superordenadores cuánticos que poco o nada tendrían que ver con las convencionales maquinitas de estar por casa.

Descansando después del entrenamiento, faltaba poco para partir a Japón.

Sí, «partir». Aún no siendo aceptada la solicitud emitida por la vampiresa y Bruja de la Escarcha, Bonnibel Rose, no les quedaba otra que desplazarse allí. E ir todo el grupo en avión no salía rentable, por lo que irían en barco.

En la residencia de los Lemon se encontraban en ese momento la más que amiga de la infancia Rosie Redd en la cocina haciendo el almuerzo, Phoebe Lemon estaba comiendo patatas fritas con los pies encima de la mesa baja, su hermano menor Joseph a su lado, con el portátil haciendo sus cosas, la «sirvienta» Kate Onion jugando con la tortuga, a la cual le llamaban la atención los zapatos negros, y Patricia Clemont hablando con su mejor amiga, la gata azabache. Bonnibel Rose estaba en la mesa del comedor revisando unos papeles, suspirando agobiada, Marina Hala se encontraba arriba jugando con la pequeña Chocola y las gatas, y Emma, quien acababa de entrar por la puerta, se sentó en el otro sofá, el más pegado a la ventana y por tanto, a la televisión. Recogió el mando de la mesa y se dispuso a cambiar de canal. Casi eran las 3 de la tarde, por lo que las noticias saldrían pronto.

—¡Aagh! Me aburro —exclamó Jose—. Voy a ver qué se cuentan.

—Está bien, yo voy a ver si hay algo interesante en la tele. Está el día tranquilo hoy, ¿eh?

—Demasiado tranquilo. Tanto, que me da miedo abrir la boca.

—¿Qué estás preparando, Rosie? ¿Son rollitos?

—Son canelones de pobre —le dijo ella en broma.

—¿«De pobre»? —repitió como un loro, arqueando la ceja.

—Se hacen usando pan Bimbo. El interior es de huevo duro, jamón cocido, espárrago y pimiento. Lleva bechamel, y por encima el queso rallado que se gratinará al horno. Cuando lo saquemos, verás que no parece pan, sino pasta.

—No... me gusta el pimiento ni los espárragos, lo sabes. ¿Y esta receta tan rara?

La semihumana señaló la libreta en la encimera, cerca de la tostadora. Aquel cuaderno de notas pertenecía a la difunta madre de los gemelos Lemon. Había toda clase de recetas bizarras en su interior, pero todas ellas deliciosas y fáciles de preparar; claramente también había comidas más normales, como platillos principales, entrantes curiosos, tartas y bizcochos, pero esos «canelones para pobres» era una de las recetas que más llamaban la atención, como pasó con la ensaladilla de coliflor. Esta era en esencia una ensaladilla rusa, pero sustituyendo la patata por el primo pálido y con mejor sabor del brócoli.

—¿Que no? Ya verás como de mayor te gustarán los espárragos.

—Hmm... —Patricia se quedó mirando las páginas fijamente, en silencio—. ¿Goldie era pobre?

—Mmm... Bueno, sí. Podría decirse que era muy humilde. Vivía en un campamento, si se le podía llamar así.

—¿«Campamento»? —repitió arqueando la ceja derecha.

—Sí, bueno, vivía en una tienda de campaña en la ribera de Bahía Azul.

—En una tienda... Espera, ¿Bahía Azul? Eh, ahí está el colegio donde mi madre estudió. Quiero ir a ese lugar. No he ido nunca.

—Si quieres —dijo Bonnibel—, podemos ir un fin de semana de estos. No está muy lejos. Las playas son buenas y de arena blanca y fina, no como las de la costa de Málaga, de arena negra. También, es el océano Atlántico, por lo que el agua es más fría y hay más olas. ¿Quieres probar a hacer surf o katesurfing? Con los vientos de levante, vuelas que da gusto.

—Eh... No, gracias. Solo quiero ver dónde vivía mamá antes de irse a Londres. ¡Eh, ¿de qué te ríes?! ¡¿Es porque no sé nadar?!

—Patri, ¿te enseño a nadar? Es hora de que dejes el flotador.

—Tú cállate —ordenó enojada—. Estoy hablando con Bonnie. ¿Bonnie?

—Que te jodan, niña —respondió el albino realizando una peineta—. Si es que es para qué soy amable.

—No, no, nada —respondió la vampiresa cubriéndose los labios—. Solo me estaba acordando del pasado.

—Yo sé de qué se ríe —dijo Phoebe—, es de cuando papá y mamá se llevaban mal, ¿verdad?

—Seguro, tiene que ser eso —estuvo de acuerdo su hermano—. Esto me recuerda a que tengo que visitar luego el cementerio a cambiar las flores.

—¡Voy contigo, Jose!

—¡Y yo! —chilló Marina apoyándose en la baranda de la escalera—. ¿Puedo?

—Claro, y de paso nos tomamos algo. Y no saques más de medio cuerpo por la escalera, ¿es que te quieres caer?

—Que no me caigo, jo. Darling, ¿por qué siempre eres tan paternal conmigo?

—En fin... ¿Qué estaba haciendo yo? A ver... que revise las líneas de más arriba... Ah, sí. Estaba por ver las noticias en el portátil, sí, sí.

Mientras Emma iba zapeando, saltando de canal en canal, el encabezado de un horrible asesinato apareció en las últimas noticias del buscador del miz de cabello nevado. Interesado al leer «brutal asesinato», su curiosidad horrenda inclinada hacia lo morboso y lo grotesco salió a la superficie, y se adentró a leer el artículo. Se trataba de una noticia muy reciente; de hecho, había acontecido esa misma mañana. Revisando la descripción del macabro ritual, comenzó a sudar al reconocerlo: uñas arrancadas, la lengua también, clavos en las juntas de cada articulación, y el abdomen abierto, siendo los intestinos y el estómago destripados mediante una azada.

Su hermana gemela, la mayor de los dos, todavía masticando las papas fritas metió la cabeza para ver qué era lo que estaba haciendo, pues comenzó a sudar, sintiendo ella también en sus tripas alguna clase de ominoso presentimiento. Jose se aventuró a entrar en ciertas páginas, y no se hizo esperar demasiado el nombre de la víctima, junto a una foto sin censurar de la misma.

No cabía lugar a dudas, ni a la más pequeña.

Clara Clemont.

La madre de Patricia Clemont, ahí mismo presente en su casa.

La reacción inmediata y perfectamente sincronizada como los clones naturales que eran fue cerrar la tapa del ordenador portátil tan rápido y tan fuerte que el sonido «¡¡¡PLAF!!!» llamó la atención de todas, quienes dieron un respingo y voltearon sus cabezas. Aquellos dos habían palidecido en instantes.

—¡¿Qué hacéis?! —les preguntó Bonnie, a quien se le había caído la calculadora al suelo.

—¡Na-nada, Bonnie! —respondieron los dos al unísono, soltando una risita Marina al hacerle gracia.

—Jose... Eso es el estilo de ejecución del Watanagashi de Hinamizawa, ¿verdad? —le susurró al oído.

—Sí, Phoebe... Lo es —admitió el felino, quien levantó el culo del sofá y miró a Patricia, hablando en la cocina con su novia Rosie—. Tú... Esto es muy fuerte. Quiero un té de Putin, un chupito de Novichok.

—La llamada puede caer en cualquier momento... Ay, Dios.

Angustiados, cayeron en la cuenta de ese alguien que se había hecho dueño, o mejor dicho, dueña del control remoto de la televisión: Emma Fox. Al final había dejado caer el canal en Antena 3, donde sin lugar a dudas el asesinato saldría. Con casi una certeza que rozaba el 99 %, la noticia habría aparecido antes en los telediarios, pero estando ocupados en sus cosas y paseando pasó desapercibida, y la tele llevaba todo el día apagada al no haber nada, todo repetido.

—¡¡¡...!!!

—¡¡¡...!!!

Ambos gritaron internamente, dirigieron sus miradas a la pantalla de plasma de 59 pulgadas. Se vía de fondo uno de los parques de Londres donde ellos estuvieron, el St. Jame's Park, al lado del aún en reconstrucción Palacio de Buckingham. Y con su telekinesis, presionaron el botón de apagado del televisor.

—¡Eh! —exclamó la escocesa pelirroja—. ¡Que ha pasado algo en Londres!

Volviendo a encender la tele, Phoebe le arrebató el mando con su magia mientras su hermano la volvía a apagar.

—¡Vosotros dos, ¿qué hacéis?! Porque estéis aburridos no me deis por culo, ¿eh?

—¡¡Tchsss!!

—¡¡¡Ssh!!!

—¿Ah...? ¿Es que pasa algo?

Con la mano, Phoebe le indicó que se acercase y le susurraron al oído lo ocurrido. Todo el color y el dulce bronceado que cogió tomando el sol y dando paseos por la orilla de La Rada fue arrastrado por un torrente, siendo reemplazado por un blanco enfermizo, casi del color de la leche.

—Oe... This ain't no joke.

La comida fue... difícil. Algo les ocurría a esos tres, a los dos copos de nieve y la zanahoria, quienes no abrieron el pico en todo el almuerzo, siquiera para pedir que le pasaran la jarra del agua. No sabían cómo decírselo a Patricia, que acababa de perder a su madre. La chiquilla de 12 años estaban la mar de feliz, desconectada por completo, aislada de lo que sucedía en las islas Británicas, su tierra natal. Y si bien era una maga muy buena, no dejaba de ser una chica de 12 años que este mismo año iba a ingresar a la escuela secundaria. Su mentalidad también era la de una niña, si no, ¿qué otra cosa sería aquel deseo de dominación mundial con su organización de chicos y chicas, también de su edad, usando hechizos para pelear contra ladrones?

Aquel trío sabía perfectamente lo que era perder a sus padres, y su mejor amiga Rosie también. Ella perdió a su padre, Emma quedó huérfana de madre, y los gemelos perdieron a ambos progenitores. No era una información que se pudiera soltar de sopetón. ¿Debía enterarse Patricia por su propia cuenta viendo las noticias sin quererlo? ¿Esperar a la llamada de un familiar o de su ahora viudo padre? ¿O quizás decirle la horrible verdad? En esos momentos, Patricia estaba durmiendo en una sosegada burbuja de felicidad que podía estallar en cualquier momento, tan solo para caer a la oscuridad de la realidad. Tan solo de recordar aquel sentimiento que sufrieron cuando vieron a sus padres morir, sentían un fuerte dolor en el pecho similar a anginas o una taquicardia.

Con vagas excusas, ninguno de los tres quería encender la televisión. Que no había nada y que ver las noticias era estúpido, pues solo salían desgracias y nada bueno de lo que hablar. Para eso, era mejor no verlas.

Más incomodidad hubo aún cuando luego de la comida, en la sobremesa salió el tema del asesinato de Londres y estuvieron discutiéndolo. Era obvio que las demás iban a saber de ello. No pudieron evitarlo, una corriente eléctrica recorrió sus cuerpos. «¡Hay que quitarle el móvil!» fue el pensamiento unificado del trío.

Y justo en ese momento, el iPhone de Patricia emitió su clásica melodía.

En la pantalla LCD se podía leer claramente el autor de la misma: Daddy.

Con los ojos saliéndose de sus órbitas, hicieron el intento de estirar sus brazos para trincar el dispositivo electrónico de comunicación, pero la chica lo escudó, se levantó de la silla y se fue a la cocina a hablar. Sus agudos oídos de bestia y el sublime aunque denso silencio les permitió escuchar toda la conversación, que fue dolorosa y corta. Lentamente, los semblantes de todos en la sala fueron cambiando a una mezcla entre sorpresa, confusión, tristeza y rabia. El teléfono cayó al suelo de losa mientras Patricia se hincaba de rodillas, llorando tras recibir el comunicado de que su madre... era la víctima de tal atroz asesinato que segundos antes estaban discutiendo.

Rápidamente Jose y Phoebe, los primeros en levantarse del asiento junto con Emma, la arroparon. Mientras el resto del grupo se acercaba, rotos y destrozados por la tragedia.

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