Epílogo
Cuando Jose Lemon despertó temprano en la mañana con los primeros rayos del sol, notó que agarraba algo con su mano: un accesorio para el pelo negro con forma de gatito. De este se desprendía cierta fragancia a cereza, a chica.
«¿Um? ¿Y esto...?», se preguntó observándolo detenidamente. «No es de ninguna de las chicas. ¿De quién es?».
—¡Buenos días, Jose! —saludó Bonnibel sosteniendo un humeante café traído de la cafetería. Chocola entró segundos después, lamiéndose los labios—. Hoy mismo te retiran ya el ventilador. ¿Cómo has pasado la noche?
«Buenos días, Bonnie. Buenos días, peque» les habló él por telepatía. «Bien. Oye, mam... Bonnie, ¿sabes si alguien ha estado aquí anoche?».
—¿Mm? No, que yo sepa.
«Mira».
Estirando la mano, le hizo entrega del accesorio.
—Es bonito. ¿Tienes una admiradora secreta? —le sonrió bromeando.
«¡A saber! Pese a todos los intentos del Gobierno por esconder lo paranormal y proteger a las personas normales, hemos sido demasiado. Hace bien poco que tenemos un club de fans».
—Sí. La magia y los poderes sobrenaturales siempre han existido. No es la primera vez que en tiempos modernos un puñado de locos insensatos han hecho gala de sus poderes en público, frente a mucha gente o a través de las cámaras. Pero esa negación, que lo sobrenatural no existe, es lo que permite que ese muro invisible siga en pie. Pero los atentados de New Dawn, problema que G.U.N. creó, han agrietado ese muro, y una enorme presa está a punto de reventarse.
Jose acariciaba a su hija mientras Bonnie relataba su monólogo, sosteniendo el café hirviendo en su mano. Le colocó el accesorio en su cabello y acarició su cabeza. Sabía de la desaparición de Aogami, y más o menos ya imaginaba cuál sería su poder de cortar cualquier cosa. Aburrido, tenía un exceso de energía descomunal en su cuerpo, en especial de energía negativa. Quería soltarlo todo de golpe y porrazo contra el primer enemigo al que se enfrentara, y ese sería Kusanagi Aogami. Aún estaba dolido por lo que Simeon le dijo: «Estás a la altura de Aogami». ¿Cómo iba él a estar a la altura de Aogami cuando casi lo derrota a él, el número 1?
Jose era bastante humilde, pero aun así contaba con un orgullo inmenso. Le demostraría al Emperador que se equivoca, que él está a su nivel.
Y Simeon lo sabe.
Las puertas automáticas de la entrada del hospital se abrieron, saliendo del mismo un gato albino de metro sesenta de altura acompañado de su vampiresa favorita y su novia Rosie Redd. Este llevaba su sudadera morada y pantalones de chándal negro, que se la habían traído.
—¡Por fin estoy fuera! Casi un mes en este maldito hospital, la puta madre.
—Ya lo sabes, no hagas mezclas raras de transformaciones —le dijo la gata de cabello azabache—. O seré yo quien te mate la próxima vez.
—Je, je. Estás pletórico, ¿eh?
—¡Claro que sí, Bonnie! He estado en una cama sin poder moverme por cuatro semanas. Estoy hecho un silbido, voy a tener que pasar tres veces por delante de las chicas para que me vean.
Enfrente de ellos, había aparcado momentáneamente su tía Cloe, saludando a su sobrino. Apoyados en el coche, Claudia y Simeon, estando el Emperador de brazos cruzados. Jose rápidamente se volvió a su mentora y su mejor y más que amiga de la infancia.
—Qué mala gente sois. Solo ha venido tita, hasta han venido nuestros enemigos a felicitarme por salir del hospital —dijo señalándolos con el dedo.
—¡Ha, ha, ha! —Bonnibel no pudo aguantarse la risa.
—¡Pft!
Era obvio que las demás esperaban recibirlo en casa con una fiesta sorpresa. El minino saltó a los brazos de su tía, quien la abrazó y le besó en la mejilla por su recuperación. Con dos besos saludó a Claudia Kaiser y le dio la mano a Simeon Evans.
—¿Qué? ¿Listo para comenzar la apuesta?
—¿Tú qué crees? —replicó Simeon muy confiado.
—¿Apuesta? —preguntaron las tres.
—Sí. Hemos apostado 50 euros cada uno a ver qué equipo da caza a Aogami primero. El que gane se lleva un total de 100 pavos. —Jose estiró los brazos para y crujió el cuello mientras esbozaba su ya clásica sonrisa retorcida—. Sabes que no hago apuestas que no puedo ganar.
—Sí, claro —dijo Simeon—. No hemos dado nosotros con él, vas a dar tú.
«Odio esa estúpida sonrisa suya», pensó el Emperador.
—Créeme, Simeon. No Name no inició como una plataforma para buscar a gente desaparecida por nada. Sé perfectamente dónde está Aogami, y le daremos caza nosotros. ¿Verdad, Rosie?
—¿Eh? ¿Yo?
—¡Claro! Tú sabes dónde está.
«¿Qué coño estás diciendo, Jose? ¡No tengo ni puta idea!».
—¡Ah! Sí, sí. Es verdad, sé dónde puede estar.
—Ve preparando esos pavos, que me invitas, mwahahaha.
—El que me invitará a un restaurante serás tú, Jose.
—Uh, uh. Qué miedo. No me digas que te dolió la comilona de mi hija del otro día.
Tras un pequeño rifirrafe, hablaron de cómo harían el que Chocola se quedara con ellos y para cuándo lo de la quedada y la barbacoa. Montaron en el coche, mientras Simeon le dio la mano a su chica y desaparecieron en un segundo.
—¿Hiciste una apuesta con Simeon? ¡¿Estás loco?! —le gritó Rosie agarrándolo por el cuello. Tenía ganas de matarlo en el momento que lo dijo.
—Calma, calma. Esto lo tenemos fácil. No te pongas así. —Jose se soltó y arregló el cuello de la sudadera que ella le regaló—. Me vas a dejar el cuello como el de una jirafa, joder. Son solo 100 euros.
Bonnibel lo miraba fijamente.
—¿Realmente sabes dónde está?
—No, ni puta idea —respondió con tono pasota, cruzado de piernas y los brazos por detrás de la cabeza. Su tía se iba a partir la caja.
—¡¿Pero qué pasa contigo?!
—Tranqui, seguro que no está muy lejos de su casa. Cuando alguien huye, este se mantiene en un radio cercano a su hogar. Estará instalado en algún cibercafé, durmiendo en moteles y cosillas así. Y no se me ocurre mejor lugar para un otaku como lo es Aogami: Shibuya. Y...
—No conocemos de nada Aogami, Jose —le cortó la Bruja de la Escarcha—. ¿Qué te hace decir que es un otaku? Y además fue poseído.
—Estuve mensajeándome con Claudia. Aogami colecciona figuritas y muchas veces quedan para ver anime juntos. Allí ha de sentirse como pez en el agua. Créeme, esos tres son buenos amigos. Claudia dentro de poco caerá en la cuenta de este dato. Blau no es una persona débil.
—¿Blau? Oh, así que tú fuiste quien creó el apodo...
—Tchs. Sobrino —le dijo su tía mientras mantenía la vista al frente, conduciendo. Pasó su mano entre el hueco de los dos asientos y puso una pequeña caja de cartón morada en su muslo, a lo que Bonnibel se los quedó mirando fijamente a los dos, Rosie y Jose, con unos ojos verdes casi apagados de la sorpresa—. Para vosotros, usadlo bien.
Al ver la caja, nadie dijo nada. Un tímido «gracias» fue todo.
Nada más llegar a la casa, las primeras en lanzarse sobre él fue su hija Chocola y su primita Marinette, seguidas de Marina. Entre todas habían preparado todos sus platillos favoritos: pastel de carne, arroz con curry, filetes de pollo al Pedro Ximénez. Y una cosa que se notó bastante fue...
«Qué delgado...», fue el pensamiento colectivo.
—Darling! Por fin has vuelto.
—Sí, sí, tenía ganas de comer algo ya, por fin. —Jose le dio dos besos en las mejillas y caminó hasta la mesa, sorprendido—. ¿Habéis preparado todo eso solo para mí? ¿En serio? Wow. Gr-gracias, de verdad.
El michino corrió y las abrazó a todas.
—¡Me casaré con todas a este paso! ¡Ja, ja, ja! Selene, deja de jalarme de la sudadera, ¿quieres? E-espera, ¿me estás oliendo?
—¡N-no, para nada! Estás hecho un fideo, tío. Caben como dos Joses en la ella. ¡Y me encanta tu pelo!
—¡¡Nahay!! Deja de tocarme el pelo, porfa.
—Oh, venga. Estás supermono así, con el pelo largo. ¡¡Aaaaay, que te como!! —exclamó Emma.
—Sí, me lo voy a dejar. Oculta mis orejas humanas... —decía, moviendo sus grandes orejas blancas de felino.
—Ehehe, ¿te molesta, eh? —le picaba la kitsune morena golpeándolo con el codo—. ¿Eh? ¿Eh?
Sonrojado, a modo de contraataque Jose la besó en los labios. Se pudo ver cómo la sangre subió desde sus pies hasta su cabeza.
—A-aaah. Aaaah —titubeaba la chica zorro.
—¡¡Joseeeee!! —le gritó Rosie.
—¡Yo también quiero un beso, jooo! Darling!
—¡Oye, ¿y a mi qué?! —exigía Kate.
—¡Dejadme besarlo a mí también, eh! —exclamó Patricia.
Bonnibel, Cloe y Antonio solo podían reírse.
—Hoy es un mal día.
Quien murmuró esa oración fue Oliver.
Se encontraba en un parque de Londres. Día lluvioso y con viento, apenas pudiendo mantener firme el paraguas en su mano. En un parque cercano a Westminster había aparecido un cadáver. Lo habían encontrado a primera hora de la mañana unos corredores. Mujer caucásica, largo cabello rubio y ojos azules. Parecía un escenario de película de horror.
—Menuda broma esta.
La mujer había sido asesinada de manera brutal y terrorífica en un macabro ritual. Desnuda y atada del revés en una cruz mediante los clavos en sus pies y muñecas; tenía clavos en las juntas de todas sus articulaciones, las uñas arrancadas, habían abierto su abdomen y arrancado su estómago e intestinos con una azada mientras aún vivía. El último horror que sintió aún seguía perfilado en su rostro, deformado. Una ofrenda que recordaba a aquella que los oráculos romanos realizaban, destripando un ave y arrojando sus entrañas al fuego para vaticinar el futuro.
—Te estabas acercando demasiado a la verdad... Maldita sea. ¿Qué va a pasar ahora con tu hija y tu marido?
Oliver no podía observar la escena por más tiempo, sentía estar a punto de vomitar, por lo que inclinó el sombrero. Había sido una gata muy curiosa, pero por lo menos murió sabiendo. El hombre pelirrojo atravesó la multitud, apartó la cinta de «No cruzar» del escenario del crimen y un policía rápidamente le salió al paso.
—La conozco. Es mi amiga—habló con frialdad, cabizbajo, pero las lágrimas en su rostro lo delataban, estaba desangrándose por dentro.
—O-oh. Vale, por favor, venga por aquí. Queremos hacerle unas preguntas.
—Ayudaré en lo que pueda, quien haya hecho esto lo pagará muy caro.
No muy lejos del cuerpo, hallaron el bolso y la ropa de la víctima. La blusa y el pantalón estaban llenos de barro y quemados, indicios de que se resistió. El bolso de cuero negro, en cambio, se halló bajo un árbol, dejado con cuidado. Dentro del mismo no faltaba nada: paquete de toallitas, pintalabios, teléfono móvil, cartera, monedero, llaves de la casa y las del coche, y su identificación.
Clara Clemont.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top