Capítulo 5: Rumbo a Edimburgo
Parte 1
Una vez recibieron el aviso por megafonía, cogieron sus maletas y fueron a la puerta de embarque. Por caprichos del destino, Patricia y Rosie se dirigían a la misma ciudad que ellos, aunque por motivos diferentes. Al inicio estaban algo cortados, siendo incapaz de romper el hielo entre ellos. Era divertido ver cómo Patricia obligó a Rosie indirectamente a sentarse a su lado cuando se levantó y se sentó en el regazo de Jose, igual que hacía cuando era más pequeña. El minino albino se quejaba porque no podía leer, pero en realidad poco le importaba, tenía todo el tiempo del mundo para terminar de leer esa obra de la cual menos de 50 páginas le quedaban por descifrar. Iba a pasar dos horas de vuelo con Rosie, quien convenientemente se encontraba sentada a su lado.
—Grr —gruñó molesta la pequeña—. ¿Se van a hablar de una maldita vez? ¿O tengo que arrojarle la botella de agua a la cabeza?
—Sí, en eso tienes razón —coincidió Patricia, quien era su compañera de viaje—, hay que hacer algo.
—¿Y si les dais tiempo, par de pesadas? Si es que sois más entrometidas... —rechistó Phoebe, quien tenía una novela en sus manos.
Enfrascados los dos adolescentes en sus móviles, Rosie hurgó en su bolso en busca de sus cascos. Jose hizo lo propio, extrajo los audífonos Bluetooth con cuidado de su funda, presionó el botón para que se encendieran y sincronizaran con su teléfono... pero ninguna luz brilló.
—Oh, joder. Me olvidé de ponerlos a cargar —protestó el joven.
—¿No tienes batería? —preguntó Rosie—. Si quieres te dejo los míos.
Con amabilidad, le ofreció a su amigo de la infancia el auricular derecho. Al tratarse de unos auriculares cableados, tuvieron que juntarse más de lo debido, causando cierta incomodidad y algún que otro pequeño sonrojo.
—No deberías usar el Bluetooth en el avión, ya oíste a la azafata.
—No pasará nada. Ni que fuera a interferir con las comunicaciones con la torre de control, je, je. Oye, ¿In The End de Linkin Park?
—¿Te gusta también? ¿Cuál es tu álbum favorito?
Desde dos filas más atrás, las dos cotillas seguían vigilándolos. Por fin se habían animado a conversar, e iban a estar más que pendientes a cualquier cambio hacia donde soplara el viento.
Parte 2
—¡Coño! ¿A un pueblecito de Castilla y León te habías ido? ¡Para encontrarte en ese solar amplísimo!
—¡Eh! La comida está buena —respondió cruzándose de brazos—. Si adoras la carne, claro. He estado viajando por toda España, pero me asenté allí.
—¿Y eso?
—Bueno... Revelé mi forma verdadera delante de todos una vez durante un combate. Unos gilipollas de New Dawn produciendo drogas de diseño y capturando psíquicos, les metí una buena paliza, y entonces ellos aparecieron.
—No me digas, G.U.N.
—Sep. Me confundieron con un "superhumano" cuyo poder era el de adquirir cualidades felinas y manipular el viento, y me pidieron que fuera con ellos, ya que era muy fuerte. Me pagaban el alojamiento, la comida, el transporte, y básicamente todo. Entrenaba con más superhumanos en un campamento y con el tiempo me volví líder de mi propio grupo. No sé cómo pude sacar atajo de esa partida de haraganes. Pero estoy retirada y al completo dentro de la organización de Patricia.
—¡Pft! ¡Si tú supieras por todo lo que yo he pasado!
—¡Eh, no te rías! ¡No fue nada fácil!
Rosie le pegó un codazo, a lo que él respondió tirando del cable.
—¡Ay!
—¡Au!
Esa acción les dolió a ambos, pues jalar de un cable significaba jalar de ambas cabezas. Con las tonterías, el tiempo se les pasaba volando. De ser una tierna escena, casi romántica, ahora los pasajeros aledaños a sus asientos estaban derritiéndose en su propio hartazgo, ya que no se callaban ni bajo el agua. Los únicos que se escapaban eran quienes poseían auriculares, se evadían de la realidad leyendo una novela con una concentración absoluta, protegidos de todo ruido de los anuncios en su burbuja lectora, o aquellos que dormían en el sillón.
—¿Y nunca se dieron cuenta que tu magia de aire no era un "superpoder"? ¡Qué idiotas!
—No es que sean idiotas, ¡es que para ellos la magia no existe! ¡Ja, ja, ja!
—¿Sabes usar otras magias? —preguntó Jose.
—Qué va, la de aire es la que mejor manejo, y algo de fuego. Patricia me arrea de lo lindo para que estudie. ¿Y tú?
—Los cuatro elementos, pero digamos que mi afinidad con el elemento tierra no es la mejor del mundo.
—¡No veas, el tío! Qué bestia. ¿Todo eso en un año? ¡Eres mucho mejor que yo!
—A decir verdad... —Jose se rascó la nuca, nervioso— hice trampas. Pero puedo usar los cuatro elementos, eso seguro. Pero mejor dejemos que manejo agua y fuego, ¿vale? Las demás... como que no funcionan del todo muy bien. Necesito crear hasta cuatro tornados de viento para volar, y me drena la barra de energía enterita.
—Yo también tengo algo que confesar... Realmente, estuve solo unos tres meses en G.U.N. No estaba cómoda allí.
—¡A la mierda todo, je, je! Sabes... Selene fue quien me entrenó en las montañas, nos fuimos los dos. ¿Sabes eso de que te da la punzá de querer irte y ser uno con la naturaleza? ¿Lo del instinto salvaje? Pues eso.
—Intuyo que lograsteis el Bloodshed los dos. Yo también lo tengo. Hay que aprender a controlar el sistema circulatorio a voluntad, y cuidar que no escape demasiado vapor de sangre, o podríamos morir.
—¡Eeexacto! Nos llevó dos meses y pico, tres. Estabilizarlo, eso ya es otra historia. Fue la maruja de allí atrás la que me dio la idea de usar la teoría detrás de la olla exprés.
—¡Tu puta madre es la vieja del visillo! —gritó Goldie desde atrás.
—¡¿Por qué no te tiras ya a Aitor, calientapollas?! —respondió él—. Tengo miedo de morir cuando toquemos tierra.
—¡Ja, ja, ja, ja, ja!
Rosie se meaba de la risa. Era bueno ver que nada había cambiado.
—Y... —comenzó—, ¿qué hay de Selene? ¿Es cierto eso de que estáis saliendo?
—¿Eh? No, no, no —negó el michino con las manos—. ¿De verdad la creíste, a esa mentirosa? Selene y yo solo somos amigos, no hay nada más entre nosotros dos.
—O-oh... Solo amigos, ¿eh?
Dibujándose una sonrisa burlona en su rostro, comenzó a picar sus mejillas.
—¿Eso, eso, eso, eso? ¿Es que sientes algo por mí, Rosie? ¿Por eso es que preguntaste si estaba saliendo con Selene?
Molesta, de un manotazo apartó su mano.
—¡No me piques!
—Te pico —rio.
Y comenzaron nuevamente a pelearse.
Pasada una hora de vuelo, el hambre asaltaba sus estómagos. Es ahí cuando Jose decidió tirar de sus provisiones. Metió su mano en la bandolera y sacó una baguette. Un bocadillo enorme de atún, lechuga, tomate y mayonesa. Los ojos de la chica se abrieron como platos al ver esa monstruosidad salir de la pequeña bolsa.
—¿Qué cojones...?
—¿Quieres?
—S-sí, gracias. ¿Pero cómo haces eso?
Con tremenda curiosidad, ella cogió sin permiso su bolsa y la abrió, pudiendo ver que dentro de la misma solo había una botella de cristal rellena de zumo de uva, otra de agua y dos paquetes de pañuelos.
—¿Cómo ha cabido eso ahí?
Jose abrió la bandeja para dejar el bocadillo y coger otras cosas; introdujo su mano dentro de la bandolera y acto seguido sacó una botella de litro y medio de Coca Cola, otro bocadillo igual para la chica gato de cabello azabache, servilletas y dos vasos de cristal.
—WTF?! ¡¿Cómo has hecho eso?! ¡Enséñame, porfa!
—Ah-ah-ah —negó él chico dando un fuerte mordisco a su tentempié—. Esta es mi seña de identidad, no se la voy a enseñar a nadie. Aparte, esto comunica con mi mochila, la que está encima de mi escritorio. Observa.
Metió nuevamente la mano, haciendo el intento de rebuscar en el interior de la misma. Mientras tanto, un brazo sobresalía del interior de la bolsa en la casa, sacudiéndose tratando de coger algo; agarró una zapatilla y regresó la interior de la misma.
—¡Mira!
—¿Una zapatilla? Me da a mí que la dejaste revoleada por el suelo y no encima de la mesa.
—Puede ser. Íbamos con prisas.
Aprovechando que la merienda estaba servida, devolvió la zapatilla a donde pertenecía y se dispusieron a devorar la comida.
Parte 3
—We're in Edinburgh!! —chilló Jose a los cuatro vientos al salir del avión.
—No grites. ¿Por qué gritas?
—¿Pasa algo, Rosie? Quería gritarlo, ¿sabes lo bien que sienta?
El autobús que los llevaba en dirección al aeropuerto no tardó ni cinco minutos en llegar y recogerlos. Solo debían recoger sus maletas de la cinta transportadora y estaban listos para patearse la ciudad.
—Espérate, Joselito, no te vayas a perder —dijo Bonnibel revisando su móvil—. Tenemos que esperar a que llegue el guía para que nos conduzca al transfer.
—Esto... Bonnie —trató Goldie de llamar su atención tirando de la manga de su chaqueta—. Jose no está.
Todas ellas mudaron el color de inmediato, conocían cómo era el chico. Siendo capaz de perderse siete veces en el pueblo de sus abuelos maternos, una aldea de menos de 2000 habitantes, ¿qué pasaría si lo hacía en una gran ciudad como la capital de Escocia?
—Oye... —pudo decir Patricia—, él sigue teniendo esa orientación de mierda, ¿verdad?
Entrecerrando los ojos y mordiéndose el labio inferior, su hermana mayor Phoebe entre dientes respondió con un aterrador "Sí" que hizo que sus pelos se pusieran como escarpias y la piel, de gallina. Había que dar con el maldito gato doméstico a como diera lugar. Todas se temieron lo peor: que se fuera solo a la capital y no hubiera forma de dar con él, aun teniendo a mano el teléfono.
—Por favor. Cuando regresemos a España, recordadme que le ponga un jodido GPS en el cascabel de la gargantilla.
—Apoyo la moción —levantó Rosie la mano cual robot—. Todavía me acuerdo de cuando en sexto de primaria lo perdimos en Madrid centro. Apareció en el hotel, cerca de las dos de la mañana. Todos estábamos preocupados y él tan tranquilo.
—No me lo recuerdes, gata negra —gruñó Goldie—. Nos pateamos toda la ciudad tratando de buscarlo, cogimos cada línea de metro, y aun así nada. Solo para aparecer con su bonita cara en el hotel riendo a carcajada limpia porque confundió la izquierda con la derecha en un cruce de caminos después de salir del teatro.
Parte 4
—¡Aquí está la maleta!
Al darse la vuelta, no veía a su hermana, ni a su prima, a Rosie, su "hermanita" Patricia o siquiera su tutora Bonnibel Rose.
—He tardado bastante en coger la maleta de Phoebe. ¿Habrán dado las demás con las suyas? Porque no me pareció verlas.
Una chica de larga cabellera rubia que le llegaba a la cadera, ojos grandes y azules como zafiros y ropas extrañas, conformadas por una minifalda negra, vendas alrededor de sus pechos y una chaqueta de chándal abierta sobre sus hombros a modo de capa lo vio perdido y se acercó. Usando un inglés con cierto acento alemán, le preguntó:
—Hola, ¿estás perdido?
—Oh. No, gracias. No estoy perdido. De hecho, ni siquiera es mi primera vez en este aeropuerto tampoco. Estoy buscando a mi hermana y a mis amigas. ¿Las has visto? Ella tiene el pelo largo y blanco, y ojos carmesíes, como yo.
—Por eso mismo te he preguntado, me pareció ver a una bella chica corriendo por el aeropuerto preguntando por su hermano pequeño. Creo que deberías dirigirte a la salida.
—Va, muchas gracias. —Jose le tendió la mano mostrando gratitud por su ayuda—. Esto...
—Puedes decirme Kathy —sonrió.
—Ok, Kathy.
—Dame la mano, no te vayas a perder, je, je —bromeó ella.
—¡Eh! No me he perdido, son ellas quienes se han perdido.
Mientras era llevado de la mano por la bella adolescente algo más mayor que él, una extraña fragancia cosquilleó en sus fosas nasales, haciéndolo estornudar.
—Vaya, ¿te resfriaste?
—No. Es esa estúpida colonia que tan poco me gusta, es muy fuerte. ¿Por qué hueles a Macho Water? ¿No es una colonia para tíos deportistas?
—Me gusta, ¿algún problema?
—No, ninguno —mintió descaradamente—. Oye, te chorrean las manos, ¿quieres un pañuelo? Y no hace falta que me lleves así, no soy ningún niño pequeño, sé moverme solito.
—Je, je. ¿Te da vergüenza que una chica te guíe?
—Para nada. De hecho, me gustan las mujeres fuertes. Cuánto más difícil esta sea de conquistar, mejor para mí. Soy un cazador nato.
—¡Oh, cuidado, hay un pequeño cazador en la ciudad! Resguarden a sus hijas en sus casas, no vaya a embarazarlas. ¡Ja, ja, ja!
—¡Eh, no te metas conmigo! Maldita tomboy de mierda.
—¿A quién llamas tomboy de mierda, enano desteñido? ¿Quieres pelea?
Discutiendo y lanzándose insultos, llegaron a la salida del aeropuerto, donde Bonnie le dio las gracias a la peculiar extranjera que acudió al rescate del gato perdido. Rosie y Patricia le jalaron fuertemente de las orejas. Al percatarse Patricia que este poseía cuatro, dos humanas y dos de gato en la parte posterior de su cabeza, se quedó un tanto... bloqueada.
—Au, au, au. Y vosotras, que me vais a dejar como Dumbo. ¿Qué hacéis? ¿Tanto os gustan mis orejas? Sabéis que no me gustan que las toquen. Tú no, tú puedes tocarlas sin problemas, Rosie.
—Yo... quiero tocar tus orejas de gato —expresó Patricia su deseo. Eran demasiado mulliditas, casi adictivas.
Cubriéndose la cabeza con ambas manos, se negó.
—No, son muy sensibles. ¿Quieres que te toque yo a ti tus pechos? Pos lo mismo es.
—¿Qué pechos? Pero si es una tabla —carcajeó Rosie Redd.
—¡¡Eres muy mala!! ¡Ya verás! ¡Creceré y seré más guapa que tú! Y tampoco te creas, tampoco tienes demasiado busto.
—Oh, no. De eso nada, Patri-chan. Si es necesario, lanzaré una maldición de juventud eterna sobre ti y jamás crecerás. Quiero hacerte cositas pervertidas en ese cuerpecito de loli tan tuyo. Las personas deberían aprender a apreciar el encanto de un cuerpo subdesarrollado. Tan hermoso como una flor que lentamente florece.
—¡Corre, Patricia! ¡Ese no es Jose, es el demonio lolicón! ¡Que no te agarre!
Sin embargo, el aviso de Goldie llegó tarde, y para entonces Patricia no tenía la más mínima escapatoria. Iba a ser abrazada como una almohada y besuqueada por un buen rato.
Parte 5
Se despidieron de las dos en la puerta del hotel. Aunque perdieron una media hora en el vestíbulo, porque los demonios de blanco Goldie y Jose se entretuvieron charlado con el joven de Recepción. Al parecer, se conocían. Nadie sabía de qué hablaron. Y, por la mirada en sus rostros, de algo bueno no se trataba. Dicha información también llegó a los oídos de Patricia y Rosie, a quienes despidieron con un "Cuídense mucho". Si había un rasgo distintivo en la familia Lemon, ese era que si estos usaban una forma muy correcta de dirigirse a alguien, significaba peligro. Más precisos, a una directa amenaza. Pero este no era el caso, ellos no las estaban amenazando; al contrario, las estaban advirtiendo. Advirtiendo de esa misteriosa chica que olía como un chico, y la cual por alguna descabellada razón, olía a azufre. Rosie quiso acompañarlos, más que nada porque tenía cierto objetivo en mente, así que cogió su maleta y fue con ellos.
Tomaron el autobús en dirección a las afueras. En palabras de Bonnibel, iban a la casa de una amiga. Su padre Pedro era ganadero y llevaba un albergue. Las náuseas golpearon a Goldie Lemon, enemiga del transporte público. Era de esperarse que los dos jóvenes, el gato blanco y la gata negra, como representantes del Ying y el Yang, se sentaran juntos.
—Je... ¡Bluf!
Cogiendo una bolsa de cartón, Goldie vomitó lo que tenía en el estómago, y su prima le ofreció un pañuelo. Casi como un zombi, dejó caer su cabeza a un lado la apoyó contra el cristal. Estaba devastada.
—Qué mal te sientan los viajes.... —comentó Phoebe.
—Aaah...
—No entiendo. Puede moverse a velocidades mayores a las del sonido y se marea en un autobús —resaltó Redd agudamente.
—Pokémon logic —concluyó Jose—. Y tú te callas, le tienes miedo a los truenos.
Le correspondió con un codazo en el costado el cual lo hizo soltar una lágrima. Con voz entrecortada, masculló.
—Eso... duele...
Poco a poco, la pequeña albina se fue sintiendo mejor al hacerle entrega Rosie un chicle de menta. Por alguna razón, una preciosa chica rubia que iba sentada en la parte de atrás del bus les llamaba bastante la atención. Tenían la corazonada de que la habían visto previamente en algún sitio, pero eran incapaces de recodar dónde o quién era ella. Solo sabían y podían afirmar con certeza que se trataba de alguien famoso. ¿Sería una cantante, una actriz, o una escritora?
Parte 6
Bonnibel no dijo que el viaje fuera a ser precisamente corto. Por lo menos estaban hablando de aproximadamente hora de viaje con paradas. A las siete de la mañana Patricia y ella se sumarían a los primos para hacer turismo por la ciudad, comenzando por la Royal Mile. Pero cambió de planes, prefirió quedarse con sus amigos de la infancia a quienes no había visto en mucho tiempo. Haber estado casi todo el día con él no había sido suficiente, y quería pasar más tiempo.
—¿Os habéis dado cuenta que no han regresado a la forma humana desde que salimos de España? —puntualizó Phoebe.
—Sí, es verdad —cayó en la cuenta—. Sé que llevamos el hechizo de invisibilidad en nuestros cascabeles, pero es bien gracioso el problema de estos: el mago no puede saber si realmente funciona o no. Lo mismo estás andando en territorio enemigo y te pueden ver perfectamente.
Un hombre en mitad del trayecto se puso en pie, se acercó al conductor, susurró algo en su oído, y regresó a su asiento para coger una bolsa de deporte. Gritando con pistola en mano, amenazó a los pasajeros. Jose y Rosie, quienes se habían quedado dormidos dados de la mano, se despertaron. Aquel tipo iba pasando asiento por asiento, obligando a que las personas dejaran sus pertenencias, joyas, relojes, teléfonos móviles y carteras dentro de la bolsa. Con una mirada, los dos asintieron.
—¡Eh! ¡¿No has oído?! ¡Suelta el móvil!
Al estar ella con los cascos, no podía escuchar que le estaba hablando. Con la mirada atrapada por el celular, estaba en otro mundo. Realmente podía escucharlo perfectamente, no estaba escuchando música y pasaba tres pimientos de su culo. Fue entonces cuando Jose sacó su pistola del bolsillo del chaleco y la presionó contra la sien.
—Muévete y morirás —dijo él con sed de sangre—. Suelta el arma, ya. De rodillas. Al suelo.
Rosie agarró el arma, se la quitó y, entre los dos, los redujeron. Extrajeron las balas de la pistola 9 mm, lo ataron de pies y manos y le pusieron una mordaza para que se estuviera bien calladito, querían dormir. Hasta que se detuvieron en la gasolinera más cercana, el desafortunado criminal fue el juguete personal de los felinos. Lo molestaron tanto como quisieron hasta que se aburrieron, maniatado a la barandilla del asiento para discapacitados al lado del conductor. Para cuando eso había sucedido, había perdido las cejas y tenías pollas dibujadas por toda la cara con rotulador negro permanente. Al bajarse en la gasolinera para ir los pasajeros al baño o tomar algo, lo sacaron literalmente a patadas del bus, lo obligaron a desnudarse, colocarse los calzoncillos en la cabeza y realizar un ridículo baile en pelotas, y después de haber sido humillado públicamente delante de todos, lo ataron al poste de una farola y subieron todo el film a las redes sociales. Cuando la policía llegó y vieron el panorama, no pudieron evitar sentir lástima por aquel desafortunado y llorar de la risa. Se volvieron los héroes del viaje.
Parte 7
—Me encuentro en Edimburgo, Escocia. Lo estoy siguiendo, pero es muy peligroso. Casi me descubre, he estado a punto de mandarlo todo a la mierda por una puta colonia. Me mantendré distante. Y siendo sincero, no quiero acabar como ese del vídeo...
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