Capítulo 5: Fin del sueño y paella

Parte 1

El viento comenzaba a soplar. En aquel bonito velero blanco y azul que se dirigía a Tokio, iban los Supernovas. Con una barrera desplegada alrededor del navío, serían imperceptibles para cualquier radar o satélite, ni siquiera otras embarcaciones que los tuvieran de frente serían capaces de notarlos. Jose abandonó el salón para subir a cubierta a realizar una llamada y fue inmediatamente seguido por Marina Hala.

Bonnibel estaba operando el timón y, por lo tanto, también estaba escuchando. La llamada no fue realizada mediante un teléfono móvil, tan siquiera a manos de un grimorio, sino mediante telepatía. El ahoge o pelo antena, ese mechón de cabello blanco siempre tieso sobre su cabeza, comenzó a bailar. Se tintineaba, giraba como si recibiera alguna señal procedente de algún lado. Realmente un pelo absurdo, como indica su nombre.

—Ooh.

No era la primera vez que Marina lo veía hacer eso, a Goldie también. Es más, todas se preguntaban cómo demonios se hacía eso para comenzar. No precisaban de magia para ello, podían mover ese rebelde mechón de pelo a voluntad, como si fuera una segunda cola o similar. Mayormente reflejaba su estado ánimo, junto con sus orejas y cola, pero también podía cumplir la función de una flecha, señalando una determinada dirección.

—Hola —saludó él al aire—. ¿Cómo va todo por ahí? ¿Está Chocola bien? Va, perfecto. Espera, espera, hay algo que quiero preguntarte. No habrás tenido algo que ver con lo de Patricia, ¿verdad?

«Ju, ju, ju... Sí, fui yo».

—¿Qué hiciste?

«No fue nada. Me dolía verla así. Por lo que me metí en su sueño y mediante fragmentos de recuerdos de su madre creé una réplica para animarla».

—Está bien... Ahora, ¿qué querías decirme?

Fuera lo que fuera que le fue comunicado, el semblante mostrado por el chico gato albino no era precisamente que se dijera de «buenos amigos». La vena de su frente se hinchó, haciéndose visible, y un aura de cenizas lo envolvió, levantando una leve pero agresiva brisa. Inmediatamente suprimió su ira y respiró contando mentalmente hasta diez para tranquilizarse.

—¿Puedes activar Visión Compartida? —pidió amablemente.

«Por supuesto. ¿Es para ver a tu hija?».

—Je, je. No exactamente. Es para obtener las coordenadas y tu ubicación exacta. —La voz del chico era temblorosa, casi como si no pudiera aguantar esa sádica risa—. Ooh... Esta isla no sale en los mapas, y no se encuentra muy lejos de El Hierro. Parece ser de origen artificial.

Jose había alzado su brazo al cielo, extendiendo la palma abierta de su mano. Energía vital de color azul celeste se acumulaba en forma de una comprimida esfera. Daba la impresión de que si seguía aumentando el poder de aquella bola el clima acabaría por ser alterado, que el cielo se oscurecería y gigantescas olas arremeterían contra el barco.

—¿Qué técnica es esa? —se preguntó la curiosa morena—. Nunca la había visto antes. Da miedo.

—Lo asustaste un poco con esa alucinación. Pero sabes, Kon, que yo no soy tan amable como tú. Kyle conocerá de primera mano qué es lo que ocurre cuando ponen una mano sobre mi hija. No te preocupes, solo voy a dejarlo medio muerto.


Parte 2

—Aaaah... Estoy aburrido. Esto de no poder liarla parda me está matando. Quiero pelear.

Kyle caminaba lejos de la orilla de la playa con las manos metidas en los bolsillos del bañador. Que la base estuviera en una isla abandonada de la mano de Dios era muy conveniente, y abandonada ni más ni menos que por G.U.N. Pero que no hubiera nada que hacer salvo comer, beber, pasear y jugar a deportes de balón en la playa, era demasiado poco emocionante para él. Su único propósito en mente ahora mismo era obtener la información necesaria para poder ingresar en la casa de los Lemon. No podía tocar a Chocola. Por descarte, eso le dejaría a Nana, la hija de su amigo y líder del grupo. Pero algo le decía, llámalo intuición, que aquella misteriosa y poderosa entidad no solo protegía a la niña semihumana, sino también a su mejor amiga. Era tan solo pasar la ocurrencia por su cabeza y sus vellos se ponían de punta y sufría arcadas. Y recién caía en la cuenta que gente normal podía entrar a la casa, incluso Simeon o Claudia habían entrado a recoger vestidos y demás ropa que encargaron a Phoebe Lemon. Una barrera fija no se podía alterar con solo pensar «Venga, te dejo pasar», había que alterar el código de la fórmula, manipular el objeto espiritual que la mantenía activa.

—¿Qué es esto? ¿Una broma pesada?

Mientras tanto, en la casa, Simeon y Claudia estaban haciendo de comer. Su chica había cogido ciertas ideas y comerían en la playa todos juntos. Siempre había trabajo, fuera combatiendo a los ejércitos de G.U.N., cuidando de los niños en el crucero o en la isla. No por nada los más mayores se ocupaban de enseñarles, vigilarlos, preparar toda la comida, etc. Tanto fuera o dentro del barco que actuaba como ciudad flotante, se habían formado fuertes lazos, pequeñas familias en donde los más mayores, cercanos a los dieciocho, actuaban como padres de los más jóvenes. Todos estaban en la misma situación, por lo que el sentido de comunidad con tal de sobrevivir era reforzado. Cada uno poseía un rol y lo acataba sin rechistar. No hacía falta que nadie asignase una tarea a esa persona, todos contribuían haciendo aquello que mejor se les daba. Si Simeon fue elegido como jefe al mando, él era el líder porque fue quien ideó la revolución, nada más. Confiaban en él, en que era el elegido para poner fin al sufrimiento de aquellos que se vieron alejados de sus familias para volverse soldados.

—¿Hn? —Ella repentinamente dejó de cortar y miró por la ventana.

—¿Qué ocurre, Claudia?

—¿No sientes algo?

Confundido, Simeon se rascó su blanco pelo. El cuchillo que sostenía en su mano derecha cayó al suelo, sus manos estaban temblando, y no sabía por qué. Temblaban intermitentemente, también sudaba muchísimo. No hacía tanta calor.

—No tienes buena cara, ¿te encuentras bien, cariño?

—S-sí.

«Será otro de los efectos de la droga», pensó. Para llevar sus poderes más allá del límite, debió ingerir una sustancia sintética llamada Angel Crystal. Misma sustancia que acabó por hacer que su cabello creciera a un ritmo más largo del normal, se tiñera de blanco macael y sus ojos se tornasen de un morado cosmos. Preocupada por él, Claudia lo abrazó. Entre buenos y tranquilos momentos como ese olvidaban que tan solo les quedaban dos míseros años de vida. Que jamás llegarían a ser adultos o tener hijos, que para ellos no había más futuro que el presente que estaban viviendo lo mejor que podían.

Entonces... el cielo se hizo naranja.


Parte 3

—Ya sé. Me ocultaré en las cercanías de la casa y los vigilaré. Tiene que haber un secreto, no es normal que todos puedan entrar menos yo. Pero es que varios asesinos entraron... y acabaron muertos. ¿Y si no hay barrera alguna y es todo una broma pesada? Sí, ha de ser eso.

Un mechón de pelo rubio del mago alemán, amado por los electrones, se elevó. Tieso, como una flecha, sirvió de antena que avisaba ante el peligro.

—¿Ahre? ¿Qué eso que se acerca?

Al elevar la mirada al cielo, no pudo dar crédito a lo que vio. No dio tiempo alguno a reaccionar. De pronto, un brutal pilar de luz azul y blanca descendió de los cielos, clavándose en la orilla de la playa.

—¡¡HAAAAAAAAAAAAAH!

Dicha enorme columna arremetió con tal potencia, semejante al de un láser óptico lanzado por un satélite desde el espacio exterior, ansiando borrarlo de la faz de la Tierra, átomo a átomo. El chaval rubio fue engullido por la blanca luz, siendo su silueta distorsionada y consecuentemente devorada. El torrente masivo de energía se ensanchó, alterando los colores del paradisíaco paisaje, provocando una onda de choque que se sintió en los alrededores como un pequeño sismo.

Aquella absurda estaca de energía puso ser vista desde todos los rincones de la isla. Lentamente se disipaba. Arrojado desde el otro lado del mundo, a medio camino entre Hawái y Japón. Aquel láser recorrió miles de kilómetros y cayó con furia divina en forma de rayo sobre él. Aurora Pillar. Bautizado así por sus brillantes, hermosos colores de las sábanas de plasma halladas en el Norte.

Creyendo estar bajo ataque, todos aquellos con habilidades para combatir arribaron al momento. La arena se había calentado a tal punto que se fundió y se solidificó, adquiriendo propiedades químicas similares a aquellas del vidrio y se podía observar fulgurita por todos lados. Era tétrico.

Hallaron un cráter circular de diez metros de diámetro en el lugar del impacto. El Comandante Kyle Völler se encontraba en un horrible estado al fondo del mismo. Recibió quemaduras en más de la mitad de todo su cuerpo, la piel totalmente carbonizada, y empapado en sangre. No se podían comparar con las heridas que provocaría la caída de un rayo, pero una forma de energía similar rezumaba de aquel socavón.

—¡Kyle!

—¡Oh, Dios mío! —exclamó Claudia cubriéndose la boca con ambas manos—. ¡Kyle!

Descendieron sin pensárselo dos veces. ¿Quién podía haber hecho esto? Solamente William era capaz realizar ataques de esa índole. ¿G.U.N. los había descubierto? No, no era posible. No había barcos ni helicópteros en kilómetros a la redonda. Siquiera la Fundación sabía que ellos habían «okupado» la abandonada isla.

Simeon sostuvo a su amigo en sus brazos, zarandeándolo. Lánguido, no respondía. Olía a carne quemada, pútrida. El espacio blando en sus ojos estaba rojo, los vasos sanguíneos habían estallado. Posiblemente, sus nervios también se hubieran freído al recibir aquel exagerado ataque.

—¡Kyle, háblame! ¡Kyle!

—Aaaaaah... —gimió el muchacho, expulsando humo.

—¡Resiste, Kyle!

No era un buen momento. El flechazo disparado por Nero no dañó únicamente los motores, también la caldera y los generadores. No podían hacer uso de las cápsulas de regeneración para salvarle la vida. Se escucharon gritos de temor, un tigre marrón crema había llegado, montándolo Nana con un bañador en la mano. Este frenó y la niña se bajó, acto seguido el tigre se convirtió en la pequeña chica gato de ocho años de edad.

—¡Oh, no! Parece un ataque de papá.

—¡Papá, mamá! ¿Qué ha pasado?

—No lo sé, cielo.

—Kyle. ¡Abre los ojos, Kyle!

—Aaah... Perdón...

—¿Eh? ¿Perdón, por qué?

—... Perdón... Ha sido... Cof, cof... Culpa mía... Intenté leer la mente de Choco... Y él... me atacó.

—¡¿Que hiciste qué cosa?! —exclamó.

No lo podía creer.

¿Merecía la pena llamarlo karma o retribución?

El horror se apoderó de Simeon, volviéndose pálido. ¿Cómo supo dónde se encontraban? Se supone que esa isla no existe. No está registrada en ningún sitio. No aparece en ningún mapa. ¿Era por aquel tatuaje invisible, aquella marca de zorro grabada en su mano?

La base secreta de New Dawn, ergo, la isla, no existe a ojos de las personas corrientes, organizaciones de magos o G.U.N. Y, sin embargo, un ataque de dicho calibre golpeó con esa potencia con precisión milimétrica sobre su objetivo, sin ocasionar mayores daños. Si él era capaz de realizar un ataque así, o varios seguidos, desde donde fuera que se encontrase, no podrían dormir tranquilos si se volviera su enemigo hecho y derecho. Su barrera pasiva no era capaz de reflejar sus ataques de vuelta, recordando que en su contienda cada puñetazo, patada y golpe dados impactaron en su cuerpo de carne y hueso. Por eso el interés de la Fundación en el gato albino: él era el «Anti-Simeon».

Se acababa de establecer un muy molesto triángulo en el que: Simeon > William > Jose.

—Gyaah... Tío... Me... me...

El propio Kyle tampoco podía comprender lo sucedido. Fue golpeado por un ataque inexplicable. Si bien aquella extraña forma de energía se comportó como electricidad, no lo era en absoluto. Él debido a su magia posee una resistencia a ataques eléctricos y derivados. En todo momento mantiene una barrera pasiva que lo protege de ataques débiles y atenúa los fuertes para que no ocasionen tanto daño, esta solamente se desactiva cuando va a dormir. Pero es que la barrera no se rompió, directamente el ataque la ignoró, la traspasó como si no existiera. Y, por si fuera poco, no le quedaba magia alguna para curarse a sí mismo. Le fue drenada, dejando sus reservas vacías como su estómago.

—¡Choco, llamemos a nuestras amigas las hadas! —le dijo su mejor amiga.

—Sí, vamos a curarlo.

—¿Qué estáis diciendo de hadas, niñas? Volved con los demás a jugar —espetó uno enojado por sus tonterías de críos.

Ante todos los presentes, adolescentes guerreros con habilidades sobrenaturales y Comandantes, pequeños orbes de luz azul celeste comenzaron a aparecer, rodeando el lugar. Flotando como diminutas motas de polvo brillantes, suspendidas en el aire. Tuvieron que frotarse los ojos varias veces para entender que aquello no era un espejismo o una ilusión, era real.

—¿Ah?

—¡¿Qué demonios?!

Parecía una escena extraída de una fantasía. Aquella constelación de pequeñas estrellas azules formaron como un banco de sardinas y se arremolinaron alrededor del Comandante moribundo. Danzantes, comenzaron su misión.

—¿Qué...? —murmuró Simeon, observando el acontecimiento. Se quedó sin habla, iba mucho más allá de su entendimiento.

«¿Son... espíritus de agua...?».

Conforme danzaban alrededor de los dos, mágicamente las heridas cerraban, la piel se regeneraba, toda la suciedad y células muertas eran limpiadas y la salud fue completamente restaurada. Se desvanecieron en finas partículas de luz, como hadas rellenando la barra de vida del Héroe del Tiempo. Kyle fue capaz de incorporarse.

—¿Qué ha sido eso?

Simeon dirigió su mirada a su hija y la de Jose. Ella había sido quien dirigió a las hadas para que curasen al Comandante. Kyle Völler, alias Thor, estaba como nuevo. Abría y cerraba sus manos, comprobaba su cuerpo, todo estaba bien salvo, claro está, su bañador hecho trizas y chamuscado por aquel casi asesino ataque. Pero no le importaba mucho, solo era un bañador cualquiera de color amarillo.

—Wow. Muchísimas gracias. ¡Me siento genial! Eres una buena...

Estaba a punto de decir la frase prohibida a la par que su mano se extendía para acariciar su cabeza. Como por acto reflejo, Claudia apartó su mano de un fuerte manotazo.

—¡Au!

—Perdón, se me ha resbalado la mano —se disculpó ella con ojos muertos—. No toques su pelo, menos diciendo esa frase, o te haré trizas.

«¿Q-qué le pasa? ¡Qué miedo!».

—No hay de qué, Kyle. Pero me tienes que comprar chucherías —dijo la pequeña niña gato.

—Ay, qué bien. ¿Quién te ha enseñado eso?

Claudia las levantó con sus brazos, aupándolas y dando un par de vueltas con ellas dos en brazos. Podían respirar aliviados. No tenían ni la menor idea de que aquella chiquilla poseyera tal milagrosa «habilidad». El Emperador se quedó ahí, en el cráter, como un pasmarote. Pensativo, se le estaba ocurriendo una idea.

—¿Entonces eres capaz de hablar con espíritus, pequeña? —le preguntó el Comandante más guay, hincando una rodilla en el suelo para estar a la altura de la niña—. Está muy chulo ese poder.

—¿Te refieres a las hadas? —respondió ella con otra pregunta.

—¡Sí! Podemos verlas —contestó Nana subida a caballito encima de la coneja Claudia.

Kyle comenzó a reír.

—No son hadas, preciosas. Son espíritus menores.

«¿La habilidad de Nana le permite verlos?... Y luego está ella, que es capaz de que le hagan caso».

—¿Espíritus menores? ¿Qué es eso? —se preguntó la gatita.

—¡Eh, Chocola! —interrumpió uno empujando al eléctrico Comandante a un lado—. ¡¿Qué más cosas puedes hacer?!

Emocionados, se formó un gallinero alrededor de Claudia. Estaban muy interesados en su poder.

—No mucho. Solo eso.

Simeon caminó hasta la hija adoptiva de su enemigo, aunque ahora sería mejor referirse a él como rival, quizá. Ambos querían acabar con la Fundación. Ambos querían ayudar a las personas con talentos extraños. Pero sus métodos eran radicalmente distintos.

—Chocola. Una pregunta.

—Sí, dime.

«Una rosquilla a cambio si es un favor», quiso decir.

—¿Puedes curar a alguien que lleva durmiendo mucho tiempo? —La multitud de cerca de veinte muchachos se silenció. Sabían por dónde iban los tiros, lo que en verdad él quería hacer—. Retirar una maldición. ¿Puedes hacerlo?

—Mmm... No lo sé.

—Entonces, ¿por qué no lo intentamos? Dame la mano, te llevo al hospital.

—¡Yo también quiero ir! —exigió su hija.

—¡Nosotros también!

—Vaaale —aceptó el Emperador y Comandante #1—. Vayamos andando entonces.

—Chocola, ¿puedo montarte?

—No —se negó de inmediato, sin titubeos.

—Porfa... ¡Te daré mi postre!

—¡Hecho!

«Qué simple...», pensaron todos.


Parte 4

En un ala del hospital se encontraban todos aquellos que habían sucumbido ante el «Síndrome de Blancanieves». Es decir, todos aquellos quienes habían sido cortados por el filo de la Guadaña Lunar de Goldie Lemon, y puestos en una sueño eterno. Simeon experimentó de primera mano aquel infierno. Aunque, a diferencia del suyo, ellos simplemente parecían estar durmiendo, sumidos en un largo y profundo sueño. Si no fuera por el hecho de que iban a hacer medio año desde la última vez que estaban despiertos. Diez camas ocupadas, cinco muchachos y cinco muchachas. Se les realizaban masajes musculares a diarios para que sus músculos no se atrofiaran, se les cambiaba de posición y, colocándolos en sillas de ruedas, se les sacaba de paseo a tomar al aire para que les diera el sol. Si no fuera por el hecho de que respiraban y tenían pulso, cualquiera creería que estaban muertos.

—¿Qué piensas? ¿Puedes?

—Mmm... No veo el humo negro, suele ser... Es como un cable largo. ¿Sabes cuando tienes un vaso de yogur conectado a otro para hablar?

—Sí.

—Así es como se ve. Pero no tienen. ¿Intento?

Poniendo sus manos por delante de su cuerpo, rogó a los espíritus que los despertasen de su largo letargo. El efecto fue casi inmediato, abriendo los afectados por la maldición los ojos pocos segundos después de los orbes de luz danzar encima de ellos. Amigos, más que amigos y no tan amigos, así como hermanos pequeños, los abrazaron. Por fin habían regresado.

Pero aún quedaba la mayor prueba de todas, con aquella con la cual se habían rendido.

También se hallaba en el ala la Comandante más débil, derrotada por el hechicero de fuego, Marco. Su nombre era Anna Flores, originaria de México. Ella no era víctima de la maldición del sueño, ella en su batalla contra el mago mexicano fue brutalmente derrotada y sufrió daño cerebral severo, quedando en coma desde entonces. Llegó a estar en muerte cerebral, debatiéndose entre la vida y la muerte por varios días, hasta quedar en el estado actual.

Ni siquiera Kyle fue capaz de despertarla. Aun manipulando su mente y estimulando su cerebro, le fue imposible. Su consciencia simplemente no volvía. Era un estado distinto de la muerte cerebral. Para explicarlo de algún modo, ella estaba durmiendo, sin más. Tampoco soñaba, Claudia no podía emplear su habilidad en ella. Estaba «apagada», todo era sumamente oscuro, tenebroso.

Repitiendo la acción, esta vez requirió de mucho más esfuerzo. Tardó más tiempo. El brillo de aquella luz azul era cálido, vivo. Su amiga tenía que despertar. Incluso rezaban por ella. La daban por perdida, que jamás despertaría. La Bella Durmiente, la mujer de veinte años rubia tenía que despertar.

Chocola realizó múltiples intentos, incluso los recién bienvenidos de nuevo al mundo real la animaban. Pero Anna, alias Black Lilliana, no parecía despertar.

—Haaah... Haaah...

—Déjalo —advirtió Simeon bajando su brazo con la mano—. No quiero que te desmayes. Imagino que gastas energía vital como nosotros. Descansa.

—Pero quiero que despierte.

Silencio.

¿Cómo iba a decirle a una niña de ocho años que la dejase? Que quizás se pasara toda su vida así porque en lugar de huir decidió enfrentar a un rival superior a ella. A alguien que manejaba el fuego como si de una extensión de su propio cuerpo se tratase. Precisamente ella, cuyo cuerpo es más vegetal que animal.

—No has podido, no pasa nada, no llores. Vamos a comer, ¿vale? Hoy tenemos fiesta.

Entristecidos, iban a marcharse del lugar, cuando notaron algo.

Su mano.

La mano derecha de Anna se estaba moviendo ligeramente. La veinteañera abrió sus ojos claros. Volvió al mundo de los vivos. Con lágrimas en sus ojos, Claudia la abrazó. Desorientada, se preguntaba qué estaba pasando, que dónde estaba. Lo había logrado. Chocola estaba cansada, pero muy feliz de haber sido de ayuda. El papá y la mamá de Nana estaban llorando de alegría y felicidad junto con los demás, abrazados. Hizo una muy buena obra. Cuando regresara a casa le diría a tita Goldie que no volviera a usar ese hechizo, había causado muchos problemas y puso a mucha gente triste.


Parte 5

—¡Joder!

Goldie Lemon, la mayor de los primos, dio un testarazo a la mesa. Selene Jazmín acababa de ganarle al póquer no una, sino dos veces. Para colmo, Emma Fox se estaba riendo de ella y su mala suerte, aunque la escocesa tampoco estaba saliendo muy bien parada que se dijera. El único que más o menos se mantenía era Aitor.

Fue entonces cuando el pelo absurdo de Goldie se elevó, recibiendo una señal.

What the fuck?! Seriously, how do you do that?!

—Ya te he dicho miles de veces que no lo sé, es como un sexto sentido —le replicó—. Sigh, parece que han deshecho la maldición. ¡¿Todas?!

—¿Todas? —preguntó el único varón de la familia, volviendo a chupar la pajita del zumo de melocotón y uva—. ¿Otra vez nos vamos a tener que enfrentar a esos con habilidades tan problemáticas? Distorsión de la luz, teletransportadores que se mueven detrás de ti, telequinéticos, gente que se hace invisible, puntería perfecta, visión térmica, psicometría... Buf, pasando. ¿Cómo han despertado?

—Bueno, es una maldición sencilla. De hecho, ni eso se le puede llamar. Era más como una sugestión —explicó la gata de bolsillo—. Con un chute de droga o algún medicamento se les podía despertar. He de suponer que no lo intentaron porque no tenían nada.

—¿Me quieres decir que los pusiste a dormir y no les diste ninguna orden? —la interrogó Selene—. ¿Y que se quedaron así, en «stand by»?

—Sí. De hecho, si alguien hubiera gritado «¡Despertad!» con una fuerte voluntad y chasqueara los dedos, se habrían despertado en un abrir y cerrar de ojos.

—Sois unos grandes hijos de puta —los insultó Emma.

—¿Qué quieres? Intentaron matarnos, yo solo me defendí. Incluso rompieron mi guadaña tratando de despertarlos, sin éxito, claro.


Parte 6

—¡¡¡Wooooooooh!!! ¡Qué montón de comida!

—Los chefs del barco nunca dejarán de sorprenderme —dijo con orgullo Kyle Völler—. Se nota que somos de varias culturas y religiones, ¿eh?

En la playa, se habían levantado carpas y tiendas para poder comer todos para celebrar la «vuelta a la vida» de sus compañeros de aventuras. Un festín como pocos se hallaba frente a sus ojos. A fin de cuentas, un crucero era lo más similar a una ciudad flotante, y solían ir aproximadamente 5.000 pasajeros.

Cogiendo sitio en una mesa y sirviéndose lo que más les apetecía, de entre lo que más llamaba la atención era la paella valenciana y los enormes caracoles en tomate. Los cinco, Simeon, Claudia, Nana, Chocola y Kyle, se sentaron juntos. Ya no le sorprendía demasiado al chico rubio las grandes cantidades de carne, en general hamburguesas y filetes de pollo y ternera que había cogido del bufé libre la pequeñaja. Era un gato a fin de cuentas, son carnívoros.

—Está buenísima esta paella. —Nana se regocijó, el arroz estaba al dente, ni demasiado pastoso ni demasiado caldoso. Contaba con marisco, carne, judías verdes, alcachofas, que bien no le gustaban demasiado, y caracoles—. ¿Quién la ha hecho?

—Oh, es mía —dijo su madre adoptiva—. Jose me la dio. Me alegro que os guste.

—¿La receta es de papá? —preguntó la gatita de cabello castaño.

—No, no. Él solo me escribió una nota con los ingredientes, el resto lo hice yo sola.

Simeon se mostraba celoso. Últimamente ella se pasaba mucho por su casa, jugaban a la consola, hablaban horas por teléfono y hasta chateaban. Sentía que algo le estrujaba el corazón, una presión interna.

—No me gustan los caracoles... Qué asco.

—A mí me cuesta comerlos, Kei.

—¿Por qué no usáis palillos de dientes? Yo uso mis garras.

El Emperador también estaba teniendo sus dificultades, chupando la concha del gasterópodo con tal de sacar su carne de aquella fortaleza de calcio. Pero lo que más le gustaba del plato, eso era sin duda alguna lo suaves y jugosos que estaban los tacos de carne. En cuanto terminase con el primer plato, se levantaría a probar su empanada de atún, a ver qué tal le había salido.

—¿Qué carne es, cariño? Está muy buena, ¿es pavo?

—Joooh, así que ya os llamáis por apodos cariñosos y todo, ¿eh?

—Calla, Kyle —le reprendió su colega y superior—. O te zurro.

—Por favor, no. Contra la palmera otra vez no.

«¿Pero este qué dice? Nunca lo he estampado contra una palmera».

—¿Verdad que está buena? Es de pollo y conejo.

Automáticamente todos soltaron a la vez los cubiertos, excepto ella, que seguía comiendo. Incluso las niñas de ocho años se percataron de que algo estaba muy mal ahí. Conejo. Claudia Kaiser, si bien una semihumana, sus rasgos eran de conejo. Tanto sus orejas como su cola en forma de nube blanca de algodón e instintos.

—Aaah...

—Eeeeh...

Sonrisas torcidas, de asco y disgusto. El hambre se les había pasado de inmediato, con eso ya era suficiente.

—¿Qué os pasa? Soy humana. Porque sea una chica conejo no quiere decir que sea vegetariana.

—N-no es ese el problema aquí, Claudia... —titubeaba Kyle—. E-es de conejo...

—¿Y? No entiendo el problema. Soy humana, no un conejo. Como de todo: carne, leche, huevos, verdura, fruta, legumbres y cereales.

—Es como si yo comiera sopa de gato de la que hacen en China... —murmuró Chocola.

—Mamá... ¿Cómo has podido?... Me siento mal.

—¡Es que está muy buena! —se reafirmó ella, dando otro mordisco y disfrutando del pedazo de roedor muerto, cocinado al fuego. Disimuladamente, todos ellos, uno a uno, fueron apartando el plato, empujándolo hacia adelante unos centímetros—. Oye, venga, no vayáis a dejarlo por una tontería así, está muy bueno. Oh, veo que te gusta, Choco.

—¡Sí! No deja de estar bueno. ¿No os vais a comer los caracoles?

«No... Ya veo... ¡No tienen moralidad alguna!» gritaron internamente Kyle y Simeon.

—Es verdad que está bueno, pero... Mmm... Nggh... —La pobre Nana no sabía si llevarse la cuchara a la boca—. Es muy raro... Uuugh.

—Papá tenía interés en probar la carne de perro, a ver a qué sabe. En Corea hacen sopa de perro. ¿Sabrá bien? Dicen que muchas carnes saben a pollo.

—Tu padre es esa clase de persona que ve un jabalí cargar contra él y, en lugar de apartarse, se enfrenta y lo hace estofado.

—Papá, mamá y tita Selene asaron una serpiente en una excursión a la montaña cuando tenían mi edad. Sabe a pollo, pero con un toque a reptil, como si besara a mi tortuga Patri. Las palomas del parque también están buenas al horno.

«Palomas al horno». El mero hecho de imaginárselo le daba arcadas.

Nana no pudo contener las ganas. Se bajó de la silla, se hizo a un lado y vomitó.

—Oe —gimió su padre Simeon—. ¿Estás bien? ¿Quieres ir al baño?

—No... Ya voy yo. ¡¡Brrff!!

—¡Yo quiero comer jabalí! Nunca lo he comido, pero su carne me gusta, tiene que estar buenísima. El ciervo y el venado están muy ricos, sobre todo el hígado con cebollita y tomate. Y se pueden hacer cositas con los cuernos.

«Oye, déjalo ya, en serio. Vas a hacer llorar a Nana, Chocolaaaa».

Simeon Evans estaba sufriendo por dentro.

—Son astas —la corrigió Claudia—. Esto... Choco, ¿cómo sabes que te gusta el jabalí si nunca lo has comido?

—¡¿Hah?! Está claro. Si el cerdo me encanta, ¡el cerdo salvaje tiene que estar aun «más mejor»! Hay jabalíes aquí, ¿no? ¿Podemos cazar uno juntas?

—¡Claro!

—Podríamos comer chuletas y hacer callos, papá sabe prepararlos. Se lo enseñó la abuela. ¡Y hacernos abrigos con las pieles!

—Vale... demos esta conversación por finalizada, ¿os parece? —sugirió Simeon—. ¿Quién quiere empanada? Es de atún.

—¡Yo, yo, yo!

—Yo no, Simeon. Paso —declinó el mago alemán la oferta—. Me voy al agua un rato.

—¿No os vais a comer la paella? —preguntó ella—. Al menos dadme vuestros platos, para no tirar la comida.

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