Capítulo 4: Larga, larga travesía (2)

Parte 1

Eran las diez de la mañana. Jose sabía la hora con tanta precisión porque su estómago así se lo indicaba, tenía hambre. Pero ahora se le antojaba otra cosa más que desayunar. Después de los sucesos de la noche anterior, Marina se les unió. Al abrir sus ojos al notar los rayos del sol entrar por la ventana de la cabina de proa, este se incorporó y observó la hermosa escena de brazos cruzados.

—Ah, esto es vida. Despertar con dos bellezas desnudas abrazadas a ti. ¿Puede haber algo mejor?

—Jose, ahí aún no...

—Ji, ji. Darling, tu mano me hace cosquillas.

Al parecer las dos estaban soñando con él.

Pasos familiares se acercaban a la puerta, con su agudo oído sabía perfectamente de quién se trataba. La amante de las bebidas energéticas y las largas veladas frente a la pantalla del portátil programando cosas. Le hermosura escocesa que Bonnibel les presentó en su viaje al Reino Unido.

—Eh, despertad. ¿Cuándo vais a desayunar? —decía tocando a la puerta antes de abrirla.

Al abrir la puerta del pequeño camarote, ante la postal que veían sus ojos esmeraldas, la pelirroja se congeló. Aquellas dos, completamente desnudas en su cama, durmiendo tan tranquilas abrazadas a él, y Jose recostado, dando con su mano izquierda dos palmaditas al colchón esbozando una lasciva sonrisa, la invitaba a entrar también.

Yo, Emma! Come on! —la saludó.

I'm not going to come on!


Minutos más tardes, ya estaban vestidos —al menos con el pijama— y desayunando alrededor de la mesa. Phoebe era quien había hecho el desayuno junto a Bonnibel, y Goldie no se fiaba de la tortilla que se hallaba frente a ella sobre el plato. El desayuno era más saludable de lo normal, cosa que incluso los extrañó. Zumo de naranja recién exprimido, no de botella, pan integral tostado, ensalada de tomate, aguacate y pepino con aceite de oliva y queso fresco, y embutidos como pechuga de pavo y pollo. Jose se preguntaba internamente que a dónde habían ido los cereales y los dulces. Tampoco había rastro alguno del café, en su lugar té verde humeante, cosa que prefería tomar por la tarde, y bien frío, con cubitos de hielo.

—¿Está envenenada? —preguntó la gata de bolsillo.

¡Bonk!

Phoebe la golpeó en la cabeza con el culo de la jarra repleta de zumo de naranja, enojada.

—¡Por supuesto que no, idiota! Ni que hiciera matarratas.

—Au. Bueno, vale. No te pongas así, joder. Me vas a hacer un bollo.

—¿Y mis cereales?

—Yo quiero palmeras de chocolate —manifestó Marina.

—Sí. ¿Y el beicon con huevos fritos? —preguntaba Rosie, molesta—. Después me va a dar hambre a mediodía.

—Entonces come un plátano o una pera, hay en el frutero —respondió Bonnibel mordiendo una tosta con queso y miel—. Estáis tomando demasiada azúcar, y eso no es bueno.

—Bonnie, perdona que te diga, pero da igual qué comamos, lo vamos a quemar. Pasa los dulces, anda.

—No. Aunque queméis todo eso haciendo ejercicio, son calorías vacías que no aportan nada, más que colesterol —argumentó—. Lo mismo va para tus refrescos.

—¿Va en serio? —soltó el muchacho, dejando caer sus orejas de gato.

—Nah... En fin, qué más da. —Emma Fox suspiraba—. En cuanto a vosotros... ¿No tenéis vergüenza alguna? Dormir tan desprotegidas con un chico...

«Oye, tú, ¿por quién me tomas?», ese sería el pensamiento que pasaría por la cabeza del pelo nevado en esos momentos, con una mirada fija posada sobre ella.

—¿Qué pasa, Emma? —dijo soplando el té, que estaba tan caliente que era imposible de beber.

—Tranquila, Jose no nos hace nada, él es muy bueno —explicó Marina—. ¿O es que quieres dormir tú también con él?

—Sí, me gustaría tocar sus ore... Digo, ¡claro que no! Sabéis perfectamente que tengo novio ya. Y Jose es menor.

—No vas a tocar mis orejas —respondió él cubriéndoselas—. Son muy sensibles.

—Sí, eso es muy cierto. —La hawaiana le dedicó una pícara sonrisa—. Si le comes la oreja, enseguida se le levanta la tienda de campaña, y más dura que una roca.

—¡Marina, por favor! —exclamó él rojo de la vergüenza, golpeando la mesa—. ¡Cállate!

—Ooh, así que ese es tu punto débil, ¿eh? —Esa sonrisa que Kate tenía dibujada en su rostro no le gustaba nada y tapó nuevamente sus orejas—. ¿A ver que les dé un mordisquito...?

—¡No! Que no. Te estoy diciendo que no. Déjame en paz. Jo'er.

—Mmm... —Emma se quedó pensativa, esta vez posándose su mirada en la inquieta cola de Goldie. Pervertidos actos se le venían a la mente—. Goldie, no os gustan que os cojan de la cola, ¿no es cierto?

—Así es —contestó ella tranquilamente sirviéndose algo de miel—. Es una zona sensible, tiene muchas terminaciones nerviosas. Que nos pisen la cola duele tanto como una patada en los huevos.

—Entonces... Aitor, ¿le encanta que le tires de la cola cuando cogéis?

—¡¡Bpttfff!!

El muchacho derramó el zumo de naranja que estaba bebiendo. ¿Qué demonios acababa de preguntar Emma? Todos se quedaron con la misma cara, mirándose en silencio. Bonnibel sonrió, mordisqueando una manzana roja.

—¡Cof, cof! ¡Cof! ¡¿Pero a ti qué te pasa hoy?! Estás actuando muy rara. Dios, casi me ahogo.

—Nada. Solo quería saber.

—¡Esas son cosas privadas, Emma! Es distinto de decir alguna información genérica o sin importancia.

—¿Entonces sí te gusta?

Agachó la cabeza, completamente roja como un semáforo. Las orejas decayeron, plegándose contra la cabeza, y la cola dejó de danzar en el aire para pasar a dar golpes al asiento.

—S-sí... M-me gusta, ¡¿y qué?! Cada quién tiene sus gustos.

—¿Qué hay de ti, Bonnie?

—V-vale, Emma. Termina esta conversación, hasta yo siento que mi privacidad está en peligro de ser vulnerada. Ahora, dinos tú, ¿te ocurre algo? No es muy... usual que tú hables de estos temas tan libremente. Nos estás asustando, en serio.

Excusándose con la típica respuesta escudo de «No me pasa nada», el desayuno pudo continuar sin ningún otro problema. La «gatástrofe» no sucedió sino hasta horas más tarde que, mientras los demás jugaban a las cartas, Kate, Phoebe y Emma se quedaron sin batería, y únicamente quedaba un cargador.

—Ni se os ocurra. Estáis jugando, haced otra cosa y descansad la vista un poco.

—No pienso perder mi récord, zanahoria.

—Yo estoy chateando con Claudia de algo importante, no pienso esperar.

Así, un silencioso duelo de miradas asesinas dio comienzo. Un único enchufe, tres móviles, tres motivos por los cuales no soltar el terminal. El golpe que Marina dio a la mesa, descubriendo cinco cartas Estrella y ganando así la ronda, fue el pistoletazo de salida para que las tres mujeres se levantasen del asiento de un salto.

—¡Nope!

Ingenioso movimiento, Emma, la más cercana al enchufe, cayó al suelo. Phoebe usó sus garras para enganchar su sudadera naranja y hacerla caer al suelo. Aprovechando aquello, Kate saltó, pasando literalmente por encima de la gemela Lemon como un monster truck.

—¡Ya es mío!

Emma logró estirarse y agarrar su ropa interior, bajándole las bragas. La ropa interior al enrollarse con sus zapatos ocasionó que cayera de bruces al suelo y soltara su smartphone, que salió deslizándose por el suelo de madera. Pateó a Phoebe para que la soltara y corrió a la pared.

—¡Quieta ahí, lista!

—¡Aaay!

Jugada sucia, la cogió del pelo y jaló hacia atrás.

—¡Ay, ay, ay! ¡Duele, zorra! ¡Eso duele!

Desde la mesa, los demás dejaron las cartas sobre la mesa y observaban el espectáculo de ellas tres, matándose por un mero enchufe. Se reían, porque no necesitaban una toma de corriente. Ilusas, si tan solo conocieran la manera de los dioses. Selene y Jose trajeron consigo sus propias baterías portátiles, las cuales podían cargar hasta dos móviles a la vez, y eran lo suficientemente grandes como para durar hasta un mes sin necesitar llenar el tanque de nuevo.

—...

En silencio, Bonnibel bajó a ver qué diablos sucedía ahí abajo. Viendo al trío pelearse por el cable, con los pantalones bajados, los sujetadores a medio quitar, dándose mordiscos y jalones de pelo, no dijo nada. Caminó hasta donde el cargador enchufado y lo arrancó de la pared. Abrió un cajón y sacó un ladrón que conectó, ahora podían poner a cargar tres móviles.

—¿Tan difícil era? Esto es increíble —dijo llevándose la mano a la frente—. No sois niñas chicas, de verdad... Que tenéis pelos en el coño ya...

Desconcertadas, se comunicaron con la mirada.

—Oh. Solo queda uno.

Ante ese ominoso anuncio de Rosie, todos los «dioses» se dirigieron intenciones asesinas. Y un milagroso paquete de ganchitos de queso y pimentón volador chocó contra la jeta de la gata negra.

—¡Miau!

—¡A compartir!


Parte 2

—Jose. ¿Puedes tomarme las medidas?

—¡¡¿Eeeeeeeeeh?!!

¿Qué clase de petición era esa? Emma jamás le pediría algo así a Jose. Ni a ningún otro chico. Pero ella ya tenía la cinta métrica en sus manos. No parecía estar muy afectada por lo que acababa de decir. El muchacho albino miraba a los lados, señalándose a él mismo.

—¿Me dices a mí? Estás grabando, ¿verdad?

—No es ninguna broma. ¿Puedes medirme?

—Ah... Mira, puede que te tomara mal las medidas, pero... esto se me hace muy raro. Estás muy rara. Que me lo pidan Marina o Selene tiene pase, pero tú...

—Lo estoy diciendo en serio.

—Eh... Mmm... Vale. Trae eso.

Indeciso, no sabía cómo actuar.

Hizo uso de la cinta métrica y tomó los datos.

—Busto, 85 centímetros. Cintura, 56 centímetros. Caderas, 84 centímetros. Estás genial, Emma. En serio, ¿ha pasado algo?

—N-no, nada.

—Mmm... —El joven entrecerró los ojos, dudando de sus palabras. Aquello no era normal, y olía a cierta tristeza—. Está bien, te creo. Pero no me la das. Si quieres hablar de ello, dímelo.


Parte 3

—Voy a parar el barco, vamos a descansar. Podéis nadar un poco, pero no os alejéis demasiado.

Eso fue lo que Bonnibel dijo.

No muy seguras de si lanzarse al agua, se quedaron en la cubierta. Marina y Jose no se lo pensaron siquiera dos veces, saltaron a remojarse. Aitor los siguió, regresando al velero pocos segundos después. Estaba helada, ni de broma él se quedaba nadando.

—¡Está muy profundo! —exclamó tiritando.

—¿Quieres un chaleco? —le ofreció uno la vampiresa.

—No, gracias. Me quedo en la cubierta tomando el sol mejor.

—Haz como quieras. Yo voy a hacer el mantenimiento del barco. Echar combustible y eso.

Viéndolos nadar tan felices en el agua, buceando y emergiendo como delfines, Bonnibel solo podía preguntarse si tal vez Marina poseía sangre de Profundo. Aquella manera de desenvolverse en el agua iba más allá que la de un profesional. Quizás sus poderes de controlar el agua tuvieran algo que ver, como parte importante de su personalidad, también libre y fluida como dicho elemento.

—Jose, ¿te vienes al barco? Estoy cansada.

—No, voy a mirar un poco más abajo, a ver qué hay. Me pareció haber notado algo con los bigotes.

—¿Bigotes? —repitió—. ¿Tienes bigotes? Ja, ja.

—No se notan, ¿verdad?

La sirena regresó al barco, y se echó sobre el suelo de la cubierta para secarse. Emma estaba remojando un poco los pies, llevaba el bikini naranja puesto, pero parecía desganada. Algo la preocupaba.

—Hey, Emma. Te noto tristona. ¿Pasa algo?

Subiendo las escaleras, Kate, Rosie y Selene regresaron con polos. Estiró el brazo para coger uno que le ofreció la chica zorro, de lima, y Marina pilló otro de fresa.

—¿A vosotras... qué os gusta de Jose?

—Uuuh... ¿William y tú habéis roto? —preguntó interesada Kate.

—No, no, nada de eso. Es solo... que no estoy muy segura de algo... Por eso os pregunto, ¿qué os gusta de él? ¿Qué le veis?

—Bueno, es guapo —respondió Selene, sonrojándose un poco.

—Jose es muy amable —comentó Marina—. Siempre está ahí para ayudarte.

—Y... es fuerte, y está dispuesto a proteger a las personas que quiere. También sabe hacer las tareas del hogar y es bueno con los niños... ¿Por qué no?

—Oh, Rosie, ¿ya pensando en tener bebés con Jose?

—¡No dije eso, Kate!

—Pero si estás como un boniato. Je, je, te entiendo. Ya también me mojo por él, ¿sabes? Es muy guapo.

—No... No es lo mismo —sentenció Jazmín—, lo tuyo no es amor, es obsesión. Si eso, creo que otra cosa.

—¿Hah?

—¿Quieres saber cómo nos conocimos, Emma? —dijo Marina abrazándola. Su buen rollo quizás le subiera los ánimos un poco—. Jose y yo nos conocimos en el segundo año de primaria, cuando vine aquí a España. A mi padre lo designaron. Él fue el primero en tratarme como una persona y no como un monstruo por tener poderes. Era constantemente discriminada por ello, no podía evitar usarlos.

—¿Sí?

—Venga, ahora yo. Como sabrás, nacimos el mismo día, en el mismo hospital. Nuestras madres eran muy amigas, y siempre hemos estado juntos. No tengo más historia, la verdad. Hemos sido vecinos muy cercanos. Los dos sufrimos bastante discriminación por no ser «humanos».

—Umu. También me defendía cuando se metían conmigo.

—Sí, incluso nos metimos en problemas —añadió Rosie—. Nos peleábamos con otros. Y también golpeamos a idiotas con sillas en la cabeza.

—¡Ha, ha, ha, ha, ha, ha!

Rosie, Phoebe, Marina y hasta Goldie comenzaron a reírse. No entendía esa broma la pobre escocesa.

—Te explico... Ay, te explico... Ay, mi tripa. Verás, había uno que me hacía la vida imposible. Me hizo llorar y Jose le partió una silla en la cabeza.

—Joder, tía.

Aquello le salió del alma a la pelirroja.

—Sí, sí —atajó Redd—, no es broma. Eso pasó. También les dimos una paliza al grupito, aunque se nos fue un poco la mano. Aunque fuéramos unos niños, teníamos mucha fuerza.

—Me imagino. Chocola tiene ocho años y fue capaz de levantar un sofá con Aitor y Manuel sentados, con una mano —recalcó Emma Fox.

—Nos hicimos todas muy amigas, y a Jose le gustaba pasar tiempo conmigo. Nuestros padres... eso es otra historia. Mi padre y su madre no se soportaban.

—¡Oh, Dios! Las peleas... —Phoebe no podía parar de reír—. Sí...

—Verás, mi padre no estaba muy de acuerdo que me llevara tan bien con Jose, un semihumano. No tuvo buenas experiencias con los bestiales que digamos. Y no le hacía gracia que saliera con Jose. Cada vez que quería quedarme a comer en casa de Jose y Phoebe...

—Pelea —interrumpió la gemela Lemon.

—Quería quedarme a dormir en casa de ellos...

—Pelea —dijeron las demás.

—Me queríais invitar a vuestro cumpleaños...

—¡Pe-le-a! —repitieron nuevamente.

—Eso era. Peleas de verdad, se mataban a hostias. Claramente, la mamá de Phoebe y Jose siempre ganaba. Cuando murió, papá lloró bastante. Se acabaron haciendo amigos, aunque ninguno quisiera admitirlo. Ahora, con José Sharp, alias «Lance», se llevaba muy bien. Compañero de birras.

—LOL. Espera, Phoebe, vosotros vivíais en un primer piso, ¿no? Que era de un salón con balcón, cocina con lavadero, tres dormitorios y dos cuartos de baño. Y el del fondo era el de vuestros padres, que tenía bañera.

—Así es.

—¿Dónde dormías tú, Marina?

—En el cuarto de Jose, por supuesto. —Le dedicó una sincera sonrisa—. Solíamos dormir desnudos tooodo el tiempo. Por eso somos tan cercanos.

—En mi caso... —Selene se sentó en el suelo, cruzando las piernas—. Aunque estuvimos en la misma guardería, ya apuntaba a maneras. Jose y yo no nos llevábamos muy bien que digamos... Siempre quería cogerme de la cola y acariciarla. Cuesta mucho arreglarla, ¿sabes? La humedad es terrible para mi cola, se encrespa.

—Por eso siempre estás en tu forma humana. Aaah, amiga. Ya entiendo.

—Sí, eso es, Emma. Y Jose siempre trataba de cogerme. Nos peleábamos todo el tiempo. En el colegio llegamos a hacernos daño de verdad.

—¿Cogerte en qué sentido? —bromeó Onion—. ¡Ay! No me pegues.

—Seee.... A mordiscos y arañazos, saltó salpicaduras de sangre por todas partes. —Recordando, la gata azabache se llevó su dedo índice a la boca y lo mordió suavemente—. Me pregunto si dejasteis a alguno con un trauma. Ya sabes, miedo a la sangre y esas mierdas.

—¡Sí! —exclamó Marina muerta de la risa—. Hasta el punto de que os castigaron teniendo que pasar todo un día juntos dados de la mano, si no, os quitarían la consola a los dos. ¡Ha, ha, ha!

—Mmm... ¡No te rías!...

—Eso sí, os seré sincera —admitió con la mano en el corazón—, si bien todas estamos enamoradas de Jose, creo que sin lugar a dudas es Selene quien merece casarse con él.

Los ojos de Rosie Redd se agrandaron al escuchar eso.

—¿Eh? N-no, ¡¿pero qué dices?!

—Claro que sí. Cuando terminé la primaria, yo me fui a Hawái, y Rosie desapareció poco después. Tú has estado todo este tiempo con él, eres quien más la ha apoyado, tanto en las malas como en las buenas, todos los días del año. Yo no estuve cuando perdieron a sus padres. Y ayudaste mucho a Jose a salir de su depresión, Selene. Te lo mereces mucho más que nosotras.

—...

No sabía qué responder.

Tampoco qué decir.

—Yo... me siento culpable por utilizar a Clara para esconderme en Londres de mis padres. Me pregunto si Patricia estará bien... La manera en que perdió a su madre... Es duro.

—Pero, chicas, todas sabemos a quién pertenece su corazón, ¿no es cierto? —pronunció la chica zorro.

Miraron a la gata de cabello oscuro.

Estaba más que masticado.

—¡¿Eh?!

—Claro. Pese a que estuviste desaparecida por cuatro años, su amor por ti no desapareció. Nunca dejó de buscarte. Ni tú te olvidaste de él en ningún momento.

—Selene tiene razón, no somos tontas, siempre supimos que os gustabais. Os conocéis desde que sois bebés. Es como si el destino os hubiese emparejado. ¿No es romántico? Y viviendo puerta con puerta, él en el A, y tú en el B.

—Joder... Ahora mi argumento queda muy tonto en comparación con el vuestro... —admitió la pequeña sirvienta Kate Onion.

—Te lo dije —dijo Selene, acariciando su cabecita—. Sientes que le debes algo porque salvó tu vida, y deberías dejarlo ir. Ya conocerás a alguien que de verdad te guste, Kate. Tienes solo 14 años.

—Ya, ya... ¿Por qué tenéis todos la manía de acariciar las cabezas de los demás? —exclamó apartando su mano, que la estaba despeinando—. Es molesto.

—No sé... Mis padres también me lo hacían.

—Los nuestros también. —Levantaron la mano las primas de blanco.

—Y mi madre —añadió la futura esposa de Jose.

—Me alegro que estéis así de unidos, chicas. Veréis... Es que creo que puede que William me esté engañando con otra.

Eso las sacó de onda por completo, deformando sus rostros.

Especialmente sabiendo William quiénes eran las actuales compañías de su novia, que estaban tan locos como para ir a por él y darle una paliza, pese a que él es el humano más fuerte del mundo y la Esperanza de G.U.N.

—¡No jodas! —gritaron.

—Hostias, tú, qué fuerte —exclamó la hermana del varón Lemon—. Esto sí que es grave. Te escucho.

—Sabíamos que algo había —afirmó Rosie.

—Sí —asintió Marina.

—No eras tú misma esta mañana. Cuéntanos, ¿qué sabes? —la cuestionó diligentemente la kitsune.

—Últimamente no me coge los mensajes, tampoco me devuelve las llamadas, y me evita. Una amiga mía que lo conoce bien lo ha visto muchas veces acompañado de una chica rubia de grandes pechos. Por eso, yo me preguntaba... si pasaba algo conmigo.

—¿Desde hace cuánto que salís? —preguntó Selene—. ¿Cómo os conocisteis?

—Vamos a hacer cuatro años. Nos conocimos en la calle, se me cayó la cartera del bolsillo y me la devolvió. Volvimos a coincidir en un bar, charlamos y teníamos gustos en común. Intercambiamos números de teléfono, hablamos, quedamos para bailar y dar paseos, y al final casi sin darnos cuenta terminamos saliendo.

—Oh, bastante romántico. Me encanta —opinó Marina—. Es mucho más normal que lo nuestro. Porque...

—Como debería ser —atajó Selene.

Wait a minute! —interrumpió la sirvienta—. ¡¿Cuatro años y no habéis tenido sexo ni una sola vez?! ¡¿Qué cojones?! ¿Eres una monja?

—Yo quiero hacerlo... pero él me evita. Siempre pone alguna excusa de por medio. Le duele la cabeza, no tiene ganas... o tiene algún trabajo que hacer.

—No te preocupes, Emma. Yo, Phoebe, prepararé la cita y te haré un traje con el que te verás tan hermosa que se olvidará de cualquier otra mujer. No tendrá ojos para nadie más que para ti, y serás tan irresistible que querrá hacerte el amor hasta el amanecer. Por el bien de vuestra relación, me haré cargo de todo. No te cobraré ni un solo penique.

—Oe, oe, Phoebe, te emocionas demasiado —exclamó tratando de calmarla la mejor amiga de Jose.

—Hechizos afrodisíacos y de control mental no, por favor —declinó Emma la oferta.

—Goldie, tú misma lidias mucho con Willy, ¿sabes qué gustos tiene?

—¿Acerca de qué? ¿Mujeres?

—No, de pizzas, no te jode —replicó Rosie de brazos cruzados—. ¿Qué tipo de mujeres le gustan?

—Suele decir que chicas altas, tetas grandes y un buen culo. Pero el muy cabrón tiene toda una carpeta de hentai de lolis oculta en su portátil personal. Al parecer, también es un enfermo de cultura como mi primo.

—Espera. ¿Qué dijiste?

Todas notaron algo anormal en eso.

—¿Lo de las chicas tetonas o el hentai de lolis, dices? ¡¡Ay!!

La pequeña diablilla se fue de la lengua. Se supone que aquello era un secreto entre su primo y ella, que Emma jamás se debía enterar, pues era el seguro que permitía manipular al perro (William) a placer, chantajeándolo con revelarle la verdad a su novia a menos que le diera un porcentaje de su sueldo. La pieza clave que impedía a Masters atacarlos al tener cogido por los huevos al líder del grupo de élite. Un grupo que podría llegar a realizar movimientos aun estando Bonnibel presente. Sin embargo, rápidamente se adaptó a las circunstancias de la actual situación: ya no necesitaba ese trato ni la foto falsa para obtener el dinero. Con la información que sin querer filtró, al imbécil de pelo de erizo podía caerle la grande, y ella salir indemne del traspiés si tomaba los procedimientos adecuados.

—¿Cómo sabes tú tanto?

Ahora Emma sospechaba de ella.

Era imposible tener información tan detallada, tan precisa.

Y también recordó que William mencionó que le tenía miedo.

MUCHO miedo.

Como si le hubiera hecho algo horrible.

Había cavado su propia tumba, un callejón sin salida.

—Goldie... ¿Se puede saber qué le hiciste a William para que se le ponga la piel de gallina con solo oír tu nombre? ¿Por qué andaba tan preocupado, casi deprimido, después de nuestra estancia en Hawái? ¿Qué clase de «tratos» hiciste con él? ¿Eeeh?

—Y-yo no hice nada, te lo juro. Cálmate, Emma. Porfi...

Enojada, le propinó un puñetazo en el mentón que no esquivó, lanzándola por los aires. Con sus enormes reflejos de felino y experiencia en combate podría haber fácilmente evadido el golpe, pero si no lo hizo fue porque se sentía culpable, porque se lo merecía. Después de todo, llevó a cabo una mala acción. Amenazar con subir el contenido pornográfico de su ordenador y aquella foto a las redes sociales, donde parecía que William, de 21 años, había mantenido relaciones sexuales con una inocente niña de secundaria. Era todo un montaje, claro, ¿pero quién lo creería a él?

—Habla o te muelo a palos —amenazó—. Tienes diez segundos.

Crac, crac.

Emma crujía sus nudillos.

—Tch. Está bien. —Goldie se levantó, escupió un poco de sangre y se limpió con el puño, la herida rápidamente se regeneró—. Para que nos dejasen tranquilos, lo extorsioné. Accedí a su ordenador, hice una copia de su carpeta de «Matemáticas», y lo chantajeé amenazando con hacer pública una foto que tomé mientras dormía. Parece como si hubiéramos tenido sexo.

—¡¿Estás loca o qué coño pasa contigo?!

—Joder, Goldie. Cómo te pasas. —Kate alucinaba.

No querían creerlo, pero ya había confesado.

Su crimen estaba expuesto. Cuán bajo podía caer.

—Que sepas que ni de coña iba a subir esa foto. Soy mala, pero no destruiría la vida de alguien inocente. Solo era para mantenerlo quietecito en su sitio. ¿Y qué más da la clase de porno que uno vea? Es fantasía, joder.

—Acerca del porno, ya hablaré yo con él de ese tema muy seriamente. Ahora estoy hablando contigo, ¿me entiendes? Estoy convencida de que tienes una memoria USB del contenido de su ordenador, ¿verdad? Eres retorcida y sádica. Entrégamela.

Con un chasquido de dedos, el pequeño lápiz de memoria apareció en su mano.

—Y la copia de la copia, también.

—No la tengo conmigo, está en casa, en mi estuche.

—Entonces, dame tu móvil. Que vea que eliminas la fotografía de la galería y la copia de seguridad de la nube que el dispositivo crea automáticamente.

—Está bien.

Justo en ese momento, Jose salió del agua y subió al barco. Se meneó, sacudiéndose el agua del mar igual que hacen los perros, y se estiró, crujiendo sus articulaciones.

—Tú. Estoy segura que tú también has formado parte de algún modo, ¿me equivoco?

—¿Eh? ¿De qué estamos hablando?

—William. Hentai de lolis. Chantaje. Habla, pueblo.

Una sonrisa torcida se dibujó en las comisuras de sus labios, junto a una risita tonta.

«¿Pero qué diablos acaba de pasar?», pensó. Recién acababa de llegar. «Aterrizo y están lloviendo vergazos».

—Ja, ja. ¿Qué? Yo no he hecho nada. —Viendo a la gatita sentada en el suelo, se dirigió a ella con los brazos en jarra—. ¿Qué mierdas has hecho ya, Goldie? Escupe las habichuelas, anda.

—¡MENTIRA! —lo acusó su prima señalándolo con el dedo—. ¡Mentiroso! ¡Está mintiendo, él lo sabe!

«Lo siento, Goldie. Tengo que salvar mi culo. No puedo permitirme caer yo también, ¿sabes? Sé fuerte, prima».

—¿¿¿...??? ¿Qué estás hablando?

—¡Creedme, él fue quien ideó todo el plan! ¡Él tuvo la idea! ¡Incluso lo de sacarle el dinero!

—Oye, oye. ¿La vais a creer en serio? Intenta cargarme el muerto a mí también. —La señaló lanzando su pulgar hacia atrás—. Es absurdo. ¡Pft! A mí no me metáis en estos chanchullos —replicó molesto—. Soy malvado, pero inocente.

—Mi hermano no es capaz de mentir. —Phoebe salió en su defensa—. Le entra esa sonrisa tonta que lo hace parecer todavía más sospechoso de lo que ya es, sobre todo cuando se le acusa en falso de algo que no hizo. Ya nos pasó cuando se rompió un cuadro y la culpable resultó ser cierta zorrita de cabello castaño.

—¡Eh!

—Gracias, Phoebe. Tú si me crees.

Mientras Rosie y Selene la arrastraban al salón, pudo ver perfectamente cómo Goldie movía sus labios: «C-A-P-U-L-L-O». Discutirían con Bonnie cómo la castigarían, o si llamarían a sus padres. Ya daba igual, estaba jodida. Por bocazas el plan reventó. La copia sería eliminada también.

«De verdad, de verdad que lo siento, Goldie. Te lo compensaré más adelante con una gran fuente de macarrones con pechuga de pavo y setas gratinados al horno».

Darling, ¿estás llorando?

—¿Eh? No. Seguramente sea un ninja cortando cebollas.

—Hermanito —pronunció su querida hermana mayor tomándolo de las manos, con una escalofriante sonrisa de oreja a oreja y los ojos cerrados—. Momento. Ahora que Emma ha bajado, ¿qué sabes que no quieres decirnos? Habla, por favor, o te retuerzo los huevos.

«Sabía yo que no...».

—Me rindo. Lo planeé todo.


Parte 4

En aquel paraíso isleño, repleto de niños y adolescentes, las dos pequeñas podían jugar cuanto quisieran, sin preocupaciones. La base de New Dawn, oculta en algún lugar del gran océano que G.U.N no podía alcanzar, era su salvamento y lugar de descanso. Aquel sitio especial donde desconectar. Podía ser definido como «vacaciones eternas», igual que el país de Nunca Jamás.

Aparte de las casas flotantes en el mar, cada uno levantaba sus villas donde querían. Terrenos dedicados a cultivos de cereales, ganadería y recolecta de frutas, en especial plátanos y mango. El interior de la jungla, aunque inspirase pavor al ser tan densa y casi no verse nada, no era peligrosa que se dijera y abundaban las frutas. Algunos que otros animales salvajes habitaban en ella, como jabalíes, pero no daban problemas. El lago de la cascada era el sitio secreto preferido de Claudia para bañarse. Y el agua de dicho río, proveniente de un manantial, podía ser empleada para el consumo de la aldea, si podía uno referirse a ella de ese modo. Las hermosas playas eran utilizadas para descansar, nadar, bucear y pescar. En los acantilados se hallaban ingentes cantidades de moluscos, y el pulpo era increíble. En cierto modo, la isla era autosuficiente.

En lo más profundo de la jungla uno podía encontrarse unas antiguas instalaciones de G.U.N., abandonadas hace tiempo y que la vegetación reclamó como suyas. Los edificios eran un colegio enorme a medio derruir y una gran residencia donde los estudiantes podían quedarse a dormir, comer y relajarse. Obvio era que aquel sitio hace años fue un centro de formación de la fundación, donde se entrenaban superhumanos.

Kyle acostumbraba a pasear pro sus pasillos, pese al peligro de derrumbe que presentaba la estructura. Las fórmulas aún escritas en tiza en la pizarra, los pupitres pintarrajeados, el potro del gimnasio, las camas de la enfermería, los libros de la biblioteca... Sentía una tremenda nostalgia cuando se adentraba en estos lugares, añoraba aquellos tiempos.

Al pararse frente el escritorio del profesor, podía ver escenas del pasado, los alumnos con los que él estaba charlando, riendo, llorando, abriendo los libros. Las fiestas locas que hacían por las noches, esquivando las rondas de los maestros, las chicas yendo a los dormitorios de los chicos y viceversa, los combates y las vueltas alrededor de la pequeña isla.

—...

Muy lejos de allí, en el velero de Bonnibel Rose, Emma notó una cosa extraña que de inmediato se las hizo saber a todos. Sin quererlo abrió la aplicación de Maps, revelando su ubicación: relativamente cerca de Hawái. Se suponía que la ruta era similar a aquella tomada por los portugueses para llegar a Japón, rodeando la costa del continente africano y aventurarse en el Índico. En la noche la bruja vampiro debió hacer una de las suyas y trasladar el barco cerca de las islas. Ella era capaz de abrir portales con su magia, no era algo descabellado. Y, tal como se comentó, seguir esa ruta llevaría meses. Ahora sí que tardarían esos tres días en llegar a las costas del país del sol naciente, tierra natal del anime y el manga.

Pero, en esos momentos algo mucho más importante se estaba llevando a cabo: un duelo a piedras, papel o tijeras entre Emma y Jose. La revancha por lo anteriormente sucedido. El muchacho albino ansiaba su venganza por aquella humillación. Si sobre el tablero de ajedrez no era capaz de vencerla, entonces había que intentarlo por un juego que se le daba increíblemente bien. Simple, pero complicado en su núcleo.

—¿Estás seguro de esto, Jose?

—Nunca he estado tan seguro en mi vida, Emma. Me lo juego a todo o nada.

Miradas codiciosas brillaban a plena luz del día. Ojos esmeraldas contra ojos rubíes. Emma, representando a las chicas, y José a él mismo y Aitor, los únicos chicos. Jose era quien pidió la revancha, y en esta ocasión él mismo ponía las reglas.

—Jugaremos a piedra, papel o tijeras. Ah, yo únicamente jugaré papel.

—¿Huuh?

—Si juego cualquier otra cosa, perderé. Si te gano con piedra o tijeras, también perderás, así que es empate.

«¿Qué coño? Es absurdo. ¿Qué tiene en mente? Si juegas únicamente papel, tus posibilidades de victoria son casi nulas».

—De acuerdo... ¿Qué pasará si empatamos?

—Si uso yo papel y tú también, es un empate. Si uso cualquier cosa, tú ganas.

—Ya veo... ¿Y qué nos apostamos exactamente, copito de nieve?

Una sonrisa maléfica apareció enseguida que nada gustó a las chicas. Tampoco el brillo demoníaco en sus rubíes ojos.

—Si ganas, haré lo que tú digas. Incluso me vestiré de chica si así lo deseas.

—¡¡Estás loco, Josééé!! —gritó su colega Aitor—. ¡Vas a morir!

—Sí, sí... Porfa, gana, Emma.

—Ah... Selene, estás babeando —señaló Marina—. Aunque... Lo que nosotras queramos, ¿eh? Lo que nosotras... queramos... ¡¡¡Adelante, Emmaaaa!!!

Jose la miró con cierto disgusto, sabía en qué estaba pensando. Tras dos segundos de incómoda pausa, continuó explicando las condiciones.

—Si yo gano, harás lo que yo quiera.

Una apuesta sumamente arriesgada. Esas reglas eran estúpidas, para él que era el anfitrión del juego, el retador, le hacían más mal que bien. Bonnibel, cruzada de brazos y piernas en la silla, estaba sudando. Su dedo, nervioso, daba toquecitos. No cuadraba. Siguiendo la teoría de juegos, esas condiciones le daban una gran ventaja a Emma. Ella poseía cinco posibles casos de victoria frente a uno de él.

—Bueno, ¿comenzamos? ¿O es que tienes miedo?

—¿Por quién me tomas? Te crees muy listo por tener un cociente intelectual de 120, muchacho. Sabes que te supero, ¿verdad?

—La inteligencia no se puede medir... Emma. ¿Vamos?

—¡Adelante!

Dio inicio el desafío.

Ambos levantaron sus brazos, sus manos hechas puños. Pequeñas cajas cuánticas que podrían tomar uno de esos tres estados del tan trivial juego: piedra, papel, o tijeras.

«Cree que caí en su trampa. Es tan inocente. A pesar de que estas reglas parecen darme la ventaja, hay una posibilidad en tres de empate. Solo puede ganar si usa papel, por lo que tratará de forzar el empate».

—Piedra... —comenzó él.

—Papel... —siguió ella.

—¡¡Y tijeras!!

Jose sacó piedra.

—E-empate —dijo Aitor.

—Uy, por poquito. Me veía ya con un vestidito rosa, ahí yo tan mona.

—Vale, empate. Lo siento, chicas, tendréis que hacer las tareas el fin de semana.

—¡Jooooo! —gimieron todas.

—Tendría que haber jugado yo —dijo Rosie.

Él sacó la lengua.

—No lo dije.

—¡¡¡...!!!

Tenía razón. No lo dijo.

No dijo qué ocurría si empataban.

Ignoró completamente la pregunta.

Y las hizo creer eso. Que ellas tendrían que hacerse cargo de todo.

—Lo de las tareas de la casa, la verdad como que me da igual. Kate y tú siempre me estáis ayudando. Emma, me dejarás amasar tus pechos y, a cambio, yo te dejaré tocar mis orejas. ¿Te hace?

—¡¿Estás de broma?! —exclamó animada—. ¿Lo dices en serio?!

—Sí, es lo más justo después de que me hiciste —respondió dándole la mano—. Eres muy buena jugando.

—O sea... ¿que si le ganamos nos dejará tocar sus orejas? —se preguntó Selene.

—Jose, echemos una —propuso Marina.

—¡Yo también quiero! Dormirás conmigo, ¿vale?

—¡¡Oyeee, vosotras dos!! Os estáis colando ya, ¿eh?

«Creo que tal vez no debí haber hecho esto».


Parte 5

Aburridos, ya no sabían qué hacer. Por increíble que pareciera, ya estaban aburridos hasta del teléfono móvil. No querían ni ver vídeos, leer novelas, jugar a videojuegos o poner la televisión. Habían aborrecido las máquinas por completo, y saltar del barco a nadar estaba fuera de cuestión o la travesía se alargaría. Jugar a las cartas ya apestaba, y coser, también. No tenían mejor cosa que hacer que dejarse caer sobre la mesa o el asiento y suspirar. Gracias al cielo que Phoebe sacó el tema de William. De lo contrario, hubieran llegado en cajas de pino a Japón, muertos de aburrimiento.

—¿Qué hacemos al final? Yo puedo hacerte el vestido y las demás preparamos la cita.

—¿Qué tal si le llamo y que nos cuente qué ha pasado? —sugirió Goldie—. No sé, lo veo muy tonto como para estar con dos chicas al mismo. Y, la verdad, tras casi cuatro años y no haberte tocado... El chico será tonto, pero gay desde luego no es.

—Ni se te ocurra, mucho daño has hecho tú ya —contestó Emma, enojada.

—Tengo una idea. ¿Y si lo vigilamos? Quizá encontremos la respuesta sin tener que decirle nada del tema. Aunque, consejo y mera opinión mía, Emma, deberías llamarlo hasta que pete el teléfono por mensajes y aclararlo todo con él.

De un chasquido de dedos, un brillo azul verdoso salió de su cuerpo y adoptó forma física: una paloma común que cualquiera podía encontrar por la calle o en las plazas.

—Este cucurrucú me permite vigilar como si fuera un dron. Piensa en ello como una cámara con alas.

—Eeh... ¿Así de fácil se crean los familiares?

—Alucinante, Jose. —Kate comenzó a aplaudir—. ¿Cómo lo haces para crearlos tan rápido? Yo tardaría mucho.

—Es cuestión de práctica. Ni te imaginas cuántas palomas de estas he hecho. —La escocesa la tocaba y el pájaro se defendía, batiendo las alas, intentando picarla y haciendo sonidos, sin abandonar la mano derecha de su amo—. Déjala, cuando no la controlo se comporta como cualquier otra ave de la especie.

—Solo comprobaba si es real o no. Estaba tan quieta que parecía haber sido disecada.

Sin un solo encantamiento, movimiento de labios, mirada ni nada, el ser artificial se desvaneció en partículas de luz del mismo color que las cortinas de plasma del Norte.

—Jose, ¿puedo hacerte una pregunta? Como maga, sé que lo normal es primero crear el hechizo, cuál es su propósito, visualizarlo y decir su nombre en voz alta, aunque este último paso no es necesario, solo es para que quede más guay y concentrarte mediante sugestión. Pero ¿me puedes dar algún truco para ejecutarlos más rápido?

—Truco, ¿eh?...

—Yo uso uno que me enseñó Bonnie —dijo Rosie—. Consiste en preparar círculos mágicos e introducirlos dentro de tu cuerpo para ejecutarlos más rápido.

—¡Oh, esa es genial! Me la apunto. ¿Tú la usas?

—¿Ah? —Los ojos se Jose dieron la ilusión de volverse dos botones por unos segundos, mientras una gota de sudor resbalaba por su frente—. Pensé en usarlo. Pero no lo uso, no me gusta la sensación. Es molesto.

—¡¿Entonces cómo los haces tan rápido?! —gritaron la sirvienta, su novia y Bonnibel.

—Solo pienso en el efecto que quiero lograr y ya, lo de darle el nombre es opcional, ¿no? Además, hay muchas técnicas que uso solo una vez y luego me olvido de ellas, salen del momento.

—¿Qué me estás «container»?... —La Bruja de la Escarcha no daba crédito. Pero no era la primera vez que veía semejante actitud ni mucho menos, si es que tenía a quién salir—. ¿Me estás diciendo que desarrollas la fórmula al momento, la interiorizas y ya la tienes en tu repertorio?

—Sí, hago muchos ejercicios de repetición. También sé usar las vuestras, oye. Mam... Digo, Bonnie. Con el Ojo Mágico puedo analizar el flujo de magia y reproducirlas. Y pareces que te olvidas del hecho de que tengo memoria fotográfica. Cosa que veo, cosa que recuerdo. Aunque solo si me interesa y me fijo bien.

«Ya... Tu madre también tenía memoria fotográfica. Eso era lo que le permitía leer grimorios sin que sus poderes tóxicos corrompieran su mente y poder traducirlos para que magos normales pudieran hacer uso de ellos sin sufrir efectos adversos. Porque no aprendía nada, sacaba una "fotografía" y vomitaba la información sobre otro papel».

—Pues la cara de Patricia parece que no —añadió Rosie.

—¡Eh! Que pasó tiempo, oye. La última vez que la vi fue así de pequeña. ¿Qué teníamos nosotros? ¿Diez años?

El teléfono sonó. Todos en el barco reconocieron la famosa melodía de inmediato, procedente de la franquicia de The Legend of Zelda. Se trataba de la Canción de Saria, la amiga de la infancia de Link y Sabia del Bosque.

—Hablando del rey de Roma, es Patricia.

—¡¿Patri?!

—¡Déjame hablar con ella, Jose! —le pidió Kate.

—Pregunta qué tal están —decía Rosie, preocupada.

—Sí, sí —dijo para que se callaran y deslizó el botón de llamada—. ¡Hola, preciosa! ¿Cómo estás, Patri?

—Hola. —Su voz sonaba apagada, pero más animada que en antes. Seguramente hubiera estado llorando antes de coger el teléfono móvil—. Jose, ¿puedes poner el manos libres? Hay algo que quiero contaros a todos.

—Claro, espera un momento, quieren saludarte. Decidle «hola», chicas.

—¡¡Hola!!

—Hola, hola. Os lo estáis pasando bien en el barco a Japón, ¿eh?... Ay, me gustaría estar ahí con vosotros.

—¡No se diga más! —exclamó Goldie levantándose del sillón—. Te doy una hora para coger la ropa y aparezco en tu cuarto, piratilla.

—Gracias, Goldie, pero no. Veréis, voy a renunciar a la magia...

—¡Oooh!

Era entendible. Cualquiera que usara la magia solo encontraría un sendero complicado, lleno de desgracias y tragedia. Abusar de los «trucos de la realidad» no estaba bien, y el mundo golpearía con su correspondiente retribución. Había que seguir las normas impuestas por el universo, no saltárselas a la torera. Ella mejor que nadie sabía eso, usuaria de magia basada en la suerte y la probabilidad, en el azar, con sus dados explosivos.

—... pero no sin antes haber cazado al asesino de mamá.

—¡Así me gusta! Esa es la actitud.

—¿Vendrás a Estepona, Patricia? —preguntó Emma.

—Sí, iré. Una cosa más. Gracias por haberos preocupado por mí y por papá. Y, Jose, no tenías por qué haberte molestado. Estaba todo muy rico.

Pudieron imaginarse cómo ella sonreía al otro lado de la línea, sosteniendo el celular melancólicamente mientras estaba sentada al borde de la cama de su cuarto.

—¿Eh? Pero si yo no he hecho nada.

—También... Gracias por el cascabel, pude despedirme al fin de mamá. ¿Puedo quedármelo un poco más de tiempo? Si no te importa.

—Todo lo que lo necesites, princesa. Era de mamá, pero yo no lo necesito. Tú lo necesitas más que yo, tengo mi bufanda.

—... De verdad, muchas gracias...

—Eh, eh, no llores, pequeña... Estamos todos contigo, ¿vale?

—Uhu... Sniff, sí... O-os veré pronto.

—Venga, hasta pronto. Cuídate, chao.

Bye.

Al finalizar la llamada, pudieron notar que Emma se había emocionado. Negaba estar llorando mientras se enjugaba las lágrimas, pero era comprensible. Había empatizado con ella. La pequeña vampiresa regresó escaleras arriba a hacerse cargo del timón.

—Cari, ¿le pusiste un hechizo al cascabel?

Jose lo negó de inmediato meciendo su cabeza ligeramente de un lado al otro.

—No. Solo es un simple cascabel.

—Mmm... ¿Jugamos a las cartas?

—Venga —gimieron.

—Yo pondré la tele, a ver algo —dijo Selene—. ¿Te sientas conmigo, Jose?

Su ahoge se puso erecto, vibrando. Comenzó a girar como las aspas de un helicóptero, siendo presenciado por Emma con cierta expresión de desconcierto.

—¡¿Cómo demonios funciona eso?! —exclamó.

—Sí, ahora. Voy a hacer una llamada fuera, ¿os importa? ¿Puedo acariciar tu cola?

—Sigue soñando.

—Eso haré —rio—. Soñaré contigo esta noche.

Esperando a que se fuera, anunció que deseaba saber qué se traía entre manos, por qué tanto secretismo para una llamada. Y, de todas formas, Bonnibel iba a estar cerca escuchando.

—Voy a ver qué hace Jose. Ta, tara, tara~.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top