Capítulo 3: Cumpleaños

Parte 1

En la heladería Las Delicias, habían quedado Rosie, Marina, Selene y Camila por la tarde para debatir qué le regalarían al chico que le gusta para su cumpleaños. Los regalos para Phoebe ya estaban, pero lo suyo era más complicado.

—¿Qué le podemos comprar a Jose para su cumpleaños? Es mañana.

—Sí... —asintió Selene dando un sorbo a su granizado—. Yo le he comprado unos zapatos que una vez mencionó. Esos tenis que son blancos y rojos con relámpagos negros.

—Yo he estado cosiendo una sudadera morada —dijo Rosie.

—¡Increíble, Rosie! A este paso serás una gran esposa, je, je.

—¿Quieres que te vacíe el batido de frutas en la cabeza? —amenazó levantando el vaso de tubo.

—Perdón, perdón. Era una broma, je, je, je. ¿Y si le cogemos una bolsa? La que tiene está muy vieja.

—Verdad, Bonnie se la quemó —recordó la chica zorro—. Y una mochila grande vendría bien, con bolsillo para el portátil. Entramos a bachiller.

—En clase no creo que nos dejen usar ordenadores, solo los del instituto, que son una mierda —protestó Camila.

—¿Ah? Pero Rosie, ¿te has matriculado ya en el I.E.S Mediterráneo?

—¡¿A ti qué te importa, idiota?! —le gritó a Marina.

—Oh, así que lo hiciste. —Dio otro sorbo Selene—. Interesante. Va a ser un año muy interesante.

—Yo también me he matriculado, quiero hacer el bachillerato aquí en España. Además, ¡podré vivir con Jose!

—Si tú te quedas en la casa, ¡entonces yo también!

«Sabía que invitar a las dos iba a ser un problema», se arrepentía la chica zorro.

—¿De qué color le compramos la mochila y la bolsa? —preguntó con tal de cambiar el rumbo de la discusión.

—¡La mochila negra! —respondieron al unísono Rosie y Marina; se miraron, incrédulas—. ¡La bolsa tiene que ser marrón! ¡Eh, deja de imitarme!

—Curioso, seguid así —las alentó la hija de la carnicera—. Esto no se ve todos los días.

*

—Te está sonando el móvil, ¿no vas a cogerlo, Jose?

Leyendo una novela en el sofá, él miró a su amiga de la infancia Selene, levantó las gafas y negó con la cabeza.

—Deja que suene; no me interesa.

—¿Sabes quién es? Solo sale un número.

—Sí, un cliente, y no quiero que joda el día. Que se espere, la oficina está cerrada.

«Las chicas me han felicitado hoy. El despertar ha sido movidito al encontrarme a Rosie y Marina durmiendo a mi lado. Kate hizo el desayuno nuevamente con un delantal al desnudo, y ahora Bonnie está haciendo mi comida favorita, arroz con curry a la manzana ¿Qué pasará esta noche? ¿Me estrenaré por fin?».

—Deja de mirarle el culo a Bonnie —dijo ella colgándose del sofá, metiendo su cabeza en el libro.

—¡Ah! N-no estoy mirando. ¿Qué insinúas? Ella es como mi madre.

—Nada —respondió haciendo pucheros—, salvo que prestes más atención a tus alrededores.

—¿Como a ti? Si quieres puedo mirarte fijamente. O mejor, ¿subimos a mi cuarto y hablamos en privado?

Sonrojada, se retiró. Y subió las escaleras hacia las habitaciones.

—¡No te masturbes oliendo mis sábanas, que te conozco! —bromeó.

—¡¡Yo nunca haría algo así!!

Un rayo eléctrico fue a parar a su mano, que tenía levantada. Dicho ataque de plasma fue negado por alguna clase de poder misterioso, y no le ocurrió nada.

«Demonios, todas calientes por ser la época. Menos mal que son una o dos semanas al mes».

*

—¿Cómo lo lleváis?

—Tenemos todos los regalos ya listos —respondió Marina—. Y al parecer darling ha estado saliendo mucho con Kate.

—Eso es un regalo para ti, Rosie, seguro.

—¿Pero qué puede ser? Lleva evitándome varios días.

—Algo precioso, seguro —la animó—. No le des muchas vueltas, venga.

Parte 2

Bajando las escaleras, se percataron que él ya no estaba en el sofá. Preguntando a Bonnibel, se dieron cuenta que ni si quiera ella se percató que desapareció sin más. Sabían que él se movía instantáneamente de un punto a otro de la ciudad cual fantasma, y que había instalado un sistema de marcas dibujadas con tiza. Pero, ese era el problema, había llovido en los últimos días borrando la gran mayoría de los puntos de aparición, y que él encontró algo mucho mejor que el obsoleto sistema.

—¡¿Kate?! —gritó su nombre Selene, creyendo que ella se había ido con él. Algo tenían esos dos entre manos. ¿Un regalo? No se sabía, pero estaban ocultando el tema con demasiado recelo, quizás era algo nada bueno, peligroso y malvado. Goldie y Jose ya demostraron ser capaces de asesinar a sangre fría a oponentes desarmados que suplicaban piedad, cosa que nadie más del equipo se veía capaz de hacer; Marina era capaz de hacerlo en caso de haber sido atacada con intención asesina, y Rosie simplemente era incapaz de acabar con la vida de alguien. Poner fin a la vida de otro ser humano por error al defenderse, eso sí; pero matar a conciencia, eso le era imposible—. ¡¡¡Kaaaate!!!

—¡¿Quééé?! —respondió ella molesta desde el piso superior—. ¡Estoy jugando con Chocola!

—¡Ven!

Bajando las escaleras con cara larga, descalza, la autoproclamada sirvienta de los Lemon volvió a preguntar qué quería.

—Estaba aquí leyendo esa novela erótica, no sé dónde está.

—¿Me buscabais?

Todas gritaron del susto. El chaval había aparecido de la nada, detrás de Rosie sosteniendo varias bolsas de patatas avinagradas y una botella de 2 litros de refresco de uva. La cuestión era de dónde diablos había salido, porque detrás de Redd hace apenas un segundo no había nadie, solamente Bonnibel haciendo la comida. Del baño no podía haber salido, mucho menos de la despensa al lado de la cocina o del armario de la escalera, tampoco del mueble donde están los álbumes, libros y revistas de al lado de la chimenea, simple y llanamente porque lo habrían visto al tenerlo enfrente.

—¡Qué coño!

—Ja, ja. Perdón, ¿os he asustado? He hecho una visita a Aitor, está fortaleciendo lazos con Goldie en el piso nuevo. Decidme, ¿qué queréis?

—¿Adónde vas con todo eso? —preguntó su hermana.

—Pues a la despensa y a la nevera, por supuesto. Vamos a hacer una barbacoa en la azotea. También, voy a ir sacando mi famoso licor de ciruela roja. ¿Sabéis cómo se hace? Solo hace falta medio kilo de ciruelas rojas, medio kilo de azúcar, canela en rama y una botella de ron blanco. Como ya han pasado tres meses, debe estar listo.

Chasqueando los dedos, un tarro de cristal hermético apareció en sus manos, abrazándolo para que no cayera al suelo. Lucía como una sopa negra y extraña de la cual estaba muy orgulloso.

—¿Me ayudáis? Vamos a ver qué tan espectacular huele y lo filtramos. Va a tener mucha fuerza ahora. Aunque para fuerte el licor de café que me he hecho, en 10 días está listo.

—¿Licor... de café? —Por alguna razón, Selene estaba moviendo la cola como un perrito contento—. Quiero probarlo, usualmente están tan fuertes que no hay quién se los beba.

—Oh, entonces serás la primera en probarla.

Marina se les quedó mirando, pensativa. Agarró la manga de Selene y dijo:

—¿Cómo que «usualmente están fuertes», Selene? ¿Dónde os dejan tomar alcohol? Sois menores.

Sus manos estaban sudado, y tragó saliva. Jose hizo el intento de huir, pues tan solo un paso dio y una serpiente de agua lo estaba rodeando cual lazo del salvaje Oeste. Serpiente de agua creada a partir de la humedad presente en el aire que atrapó a la zorra y al gato.

—¿Me lleváis a beber a mí también, darling? Porque creo que ya sabes cómo están las cosas de donde soy...

—Marina, das miedo. Quita esa sonrisa de psicópata feliz de la cara.

Liberándolos del agarre, pudieron respirar aliviados. Selene se llevó los dedos índice y corazón al adorno que llevaba en el cabello, y Jose hizo lo propio pero con el cascabel de plata barata de su gargantilla. Una luz blanca cubrió sus cuerpos y crecieron en altura. Conforme la luz se iba retirando, dos jóvenes de 20 años aparecieron. Selene se parecía muchísimo a su madre Shella, un calco perfecto de ella; Jose, en cambio se parecía mucho a su padre, pero con cabello blanco y portando sus mismas gafas de pasta gruesa y negra. Incluso la ropa había sido cambiada, vistiendo Selene una blusa amarilla y pantalones vaqueros rasgados, y él una camisa de cuadros rojos y verdes, pantalones vaqueros y zapatos marrones. Les daban un aire universitario.

—¡Hijos de perra infinito! —exclamó Kate—. ¡Eso no vale! ¡No se vale!

Dando un toque nuevamente al cascabel y el broche, regresaron a su habitual apariencia.

—Es un artefacto mágico. Como podéis ver —dijo el miz—, hemos tomado como base a nuestros padres. Solo tienes que escanear una foto, colocártelo y pulsarlo. Así es como compro alcohol sin tener que dar el DNI, sin ir con Bonnie ni nadie.

—Joselito Lemon, Selenita Jazmín Ramirez, luego hablaremos un poquito en privado, ¿sí? —Les sonrió la Reina del Hielo con los párpados cerrados y sosteniendo el cuchillo para picar la verdura—. De esta no os libráis, los dos.

—¡Sí, señora!

«Están muertos», pensaron todas.

¡Ding, dong!

—Uh, visita.

Jose abrió la puerta, eran sus primas Goldie y Marinette, su tía Cloe y Aitor. La chiquilla corrió escaleras arriba para jugar con su amiga Chocola. El párpado izquierdo de Emma comenzó a temblar en cuanto la vio, pues la brillante tecnópata se encontraba revisando las fotos del álbum en esos instantes. La sexy mujer albina, casi idéntica a su hija, siendo prácticamente una versión mayor de ella, frotaba sus párpados con sus puños, somnolienta. Solo vestía una sudadera amarilla con el dibujo de un plátano que le quedaba varias tallas más grande.

What the actual fuck?!

—Mm... Buenas tardes, sobrinos. ¿Qué hay? —Las caras de circunstancia de las invitadas mirándola extrañadas no tenían precio, aunque no estaban al mismo nivel que Emma Fox—. ¿Eh? Ah, ja, ja. Vale, vale. No me he arreglado. Lo siento.

—¿Qué ocurre Emma?

Say whaaaaaaat?! ¡¿En verdad tienes 43 años tú?!

—Oh, ¿en eso estabas pensando? Sí, ¿qué pasa? Me veo joven, ¿no?

Aitor se mordió el labio y se rascaba la cabeza, no sabiendo a dónde mirar. Quizás debería habérselo comentado a la escocesa. Lo que ellos llaman «16 por siempre». Viendo que se les iba, Bonnibel proyectó su aura en ella y la dejó tumbada en el sofá, durmiendo. Luego le arrojó un vaso de agua del grifo, ocasionando un efecto reflejo, tosió y despertó.

—¡Cof, cof, cof! What...?

Al abrir sus ojos, estaba descansando su cabeza en los muslos de tita Cloe.

—Siento haberte sorprendido, Emma. Aunque a ellas parece haberlas fascinado.

—¡¿Qué cojones fue eso?! ¿Magia? ¿Una ilusión?

Ella negó con la cabeza. Para calmarla, su cuerpo emitía una fragancia tranquilizante. Realmente era una madre, algo que ella hacía tiempo que echaba de menos. Masajeando su largo cabello anaranjado con suavidad y tranquilidad, poco a poco se estaba quedando adormilada.

—Soy una bestial, nos especializamos en el uso del aura y las artes espirituales. Yo ya soy una adulta, aunque a tus ojos sea joven, o como se dice ahora, una «milf». Aunque tenga 43 años, nosotros, las bestias retenemos nuestra juventud y envejecemos mucho más lentamente que vosotros, los humanos, pero no somos inmortales. De ahí mi estancada apariencia de adulto joven, a mediados de sus veinte. Tu reacción se debe a la foto, eso es lo que te perturba, ¿cierto?

—...

Igual que un semáforo, se encendió en rojo y vapor salió de sus oídos. No sabía qué hacer ni qué decir, siendo tratada como su pequeña gatita.

—Di algo, ¿no? Me da vergüenza que me mires así. Vas a hacer que me sonroje, Emma.

Incorporándose, sacudió su cabeza, se dio dos palmadas en las mejillas y dijo: «Vamos a comer».

—E-espera, aún tiene que venir mi marido —suplicó estirando el brazo con la intención de agarrarla de la ropa—, ha ido a hacer la compra. ¡Y aún falta para las tres, son la una de la tarde! ¡Deja que te mime un poco más, Emma!

No!

—¡Por favor! Me encanta tu pelo.

I said "no"!

Parte 3

—Además, no tienes de qué te preocuparte. Nuestra madre Daisy, ¿sabes cómo de alta era?

—No.

—Trae el álbum, anda.

Pasando las páginas, se detuvo en una de ellas y señaló la foto. Se trataba de una chica humana, pequeña, complexión delgada y débil. Aunque muy feliz y orgullosa de sus pequeñas.

—142 cm. ¿Sabes cuántos años tiene en esta foto?

Al revisar la fecha de la que databa la imagen de la chica en el hospital, sosteniendo a las recién nacidas gemelas Cloe y Goldie, pudo comprobar que Daisy tenía 20 años. El rostro de Emma estaba pálido, por no decir que poco a poco daba la impresión de que se tornaba azul púrpura. No sabía si expresar repulsión o impresión.

—Era otra época. Además, no puedes juzgar a alguien por su apariencia. Eso no está bien. Al igual que las humanas, cuando ya tenemos la menstruación, podemos quedarnos embarazadas; nuestros cuerpos ya están preparados, aunque no desarrollados del todo. Mi hija Goldie, por ejemplo, ahora mismo tiene 16 años, pero su apariencia es de una chica de 13. Si lo hace con Aitor, puede concebir un hijo. Pero como te puedes imaginar, su cuerpo es pequeño y puede ser peligroso. Aún es joven, está estudiando, quiere ir a la universidad, ver mundo... Lo suyo es salir con los amigos a tomar algo, no cuidando de un bebé sin más soporte económico que el de sus padres. —Cerró el grueso libro y con un golpecito de dedo en la frente, restauró el estado de Emma—. ¿Ok?

—Vale, vale, ya lo pillo. Deja de aleccionarme, por favor.

—Bueno, voy a dejarlo en el mueble.

Con tristeza, Jose, quien estaba cambiando la arena de las gatas, torció sus labios con una expresión de tristeza.

—Daisy estaba enferma, no vivió mucho tiempo —dijo—. No llegamos a conocerla. Murió poco después de nacer mamá y tita. Fue una aventura que tuvo el abuelo.

—¿Entonces... sois hijas ilegítimas?

Cloe cruzó la pierna izquierda sobre la derecha, cogió el vaso de agua con limón y pepino y dio un pequeño sorbo para refrescarse.

—Así es. Está mal visto tener descendencia con humanos porque «diluye» la sangre pura de las bestias. Aunque, hay que decir que esto se hace por otras razones. Nuestra especie está al borde de la extinción, y apenas nacen varones. En el caso de los hombres lobo, curiosamente es al contrario, apenas nacen mujeres.

—Vaya... entonces supongo que les irá el incesto y la endogamia.

Sin decir nada, la bella albina le dedicó una pícara sonrisa como si le dijera «tienes toda la maldita razón del mundo».

*

—¡Mirad, chicas! ¡Esto es en segundo!

Sentada Marina de rodillas con el álbum abierto en el suelo, las chicas formaron un coro y juntaron sus cabezas para mirar la fotografía. En ella se podía ver a Camila, Rosie y Jose sonriendo a la cámara cuando eran pequeños. Jose vestía una camiseta rosa, bermudas vaqueras y una fedora. Su cabello blanco era largo, llegando hasta la parte baja de su espalda y dos flequillos colgaban cubriendo sus orejas humanas. Rosie aparecía al lado de Camila, vistiendo un pantalón de deporte corto y negro con líneas verticales blancas, una camiseta de tirantes azul oscuro con una gran estrella blanca en el pecho, pelo corto y gorra azul con la visera hacia atrás y ajustándose sus guantes negros para hacer parkour.

—¡LOL! ¡Es verdad que parecías una chica, darling!

—Dejadlo ya, en serio. Aborrezco esta tortura... Selene, por favor, no me mires.

—Mmm... —Se quedó pensativa Patricia Clemmont—. Y Rosie, verdad que parecía un chico, tan solo mírala. Oye, ¿Selene y tú os copiabais los estilos? Porque en esta de aquí vais casi iguales.

—Ella es quien me copia a mí —replicó la chica zorro.

—No me gustaba llevar falda, ¿vale? —repuso Rosie—. Se está muy cómo en chándal.

—Yo no puedo —dijo Marina—, me da mucho calor.

—Mmm... A mí me gustaría probar a llevar falda alguna vez.

Al decir el chico albino eso, todas se le quedaron mirando con cara extraña, arrugando sus rostros a la par que arqueaban las cejas.

—¿Dije algo raro?

—Jose... ¿Te va travestirte? —preguntó la pervertida y autoproclamada sirvienta Kate Onion.

—¡¡Cl-claro que no, idiota!! —Se sonrojó. Comprendió que había empleado mal las palabras; él se refería a un kilt. Sin embargo, el cachondeo estaba ya servido en bandeja—. ¡Pero se va fresco, ¿es o no es?!

—En la EsteponGO!, hiciste cosplay de Accelerator, de To Aru Majutsu no Index, ¿no es cierto? Podrías hacerlo de Yukina —sugirió la chica zorro bromeando—, o de Emilia, o cualquier otra chica sexy, plana y albina.

—¡¡Os mataré!!

—Selene, ¿te estás riendo de mí?

El misma que se filtraba del cuerpo de la pequeña Goldie era tan intenso que si no fuera porque estaban ya acostumbrados, se hubieran desmayado al instante. Emma temblaba del miedo, mientras su madre y Bonnibel hacían el intento de calmarla, junto con Aitor.

Parte 4

¡Ding, dong!

Llamaban nuevamente a la puerta. Sin embargo, no esperaban visita. Antonio, Cloe y Bonnibel se habían ido a visitar a unos amigos, y Goldie y Aitor se habían llevado a Marinette y Chocola a dar una vuelta por el paseo marítimo a tomar algo, dejando a los chicos solos. Es más, no tenían pensado celebrar su cumpleaños en un principio, por lo que no habían invitado a nadie, solamente irían a dar un paseo a la noche por el puerto y, de encontrarse con alguien, pasar el rato en La Pepa o en El Duende.

Por el olor, sabían de quién se trataba. Jose, tumbado en el sofá, mostró los colmillos, indignado. La cola de Rosie, en cambio, estaba erizada como un plumero cargado de electricidad estática y sus oreas de gato plegadas contra la cabeza.

—Yo abro —dijo el chico.

Abriendo la puerta, una cara conocida fue revelada. Una mujer de estatura media, tez blanca, largo cabello azul, figura escultural y ojos verdes afelinados preciosos con largas pestañas. También poseía orejas y cola de gato. Vestía un traje negro y camisa blanca, de ejecutivo. Y acompañándola a ella, un hombre humano a finales de sus veinte, vistiendo causal, y tres niñas, o mejor dicho, tres gatitas.

—¡...!

Estas pequeñinas entraron a la casa y comenzaron a corretear alrededor del chaval como indios, danzando este también, levantando los pies del suelo como si las losas de barro fueran lava hasta que pasados dos segundos el salvaje remolino gatuno se detuvo, colocándose las tres en fila, de izquierda a derecha, frente a él.

—Niñas, niñas, no hagáis eso. ¿Qué os tengo dicho? Está mal —habló el hombre.

—¡Perdón, papá! —dijeron las tres al unísono—. Lo sentimos, José.

—E-eh... S-sí, no pasa nada. Tranquilos, pasad y sentaos. ¿Queréis algo de beber?

Respondiendo con un feliz y lleno de vida «¡No, gracias!», estas se dirigieron como una flecha hacia la bella chica gato de cabello negro y ojos verdes sentada en el sofá, en posición defensiva. Ella los apartó enseñando sus garras, amenazando con arañarlas de tan solo acercarse un paso más a ella. La madre de las niñas, Rosa Redd, avanzando dos pasos y presentándose ya dentro de la vivienda, inclinó su espalda, agachándose hasta sus ojos realizar contacto directo con los de este. Una línea recta, una presión unilateral.

—Dime por qué no respondías a mis llamadas —exigió agresivamente.

—Hoy estamos cerrados —dijo él con tono condescendiente.

—Muy bien. Entonces... —Ella estiró su brazo y con una sola mano lo cogió por el cuello de la camiseta, elevando sus pies unos centímetros del suelo—. ¿Por qué no me llamaste si ya la encontraste hace días? Para algo te estoy pagando. Para que buscaras a mi hija y la trajeras de vuelta.

Con una maléfica sonrisa dibujada en su rostro, el chico soltó una pequeña pero corta risa.

—Leíste el contrato. No se aceptan devoluciones, ya lo sabes. No hay reembolso.

—¡¿Entonces por qué no la enviaste?!

—Motivos personales —repuso—. No solo he de cumplir con tu solicitud; si la otra parte afectada no desea volver, no puedo obligarla a hacerlo. Ahora, suéltame.

—¡Serás...!

Reuniendo las fuerzas de sus músculos, en específico del abdomen y la espalda, asestó tremendo cabezazo en su cara, haciéndola retroceder, llevándose la mano a la nariz. Lágrimas se escurrieron de las comisuras de sus ojos y gotas de sangre oscura y espesa cayeron.

—¿Quién coño te crees que eres para venir a mi casa a agredirme? Te doy tres segundos de ventaja antes de que saque, yo mismo, a patadas. Vuelve mañana a las 10:30 a.m., en la cafetería del hotel.

—¡Grr!

Colocando su mano sobre su hombro, el joven hombre que al parecer era su marido, negó con la cabeza, le dijo que no había por qué hacer las cosas así. Que lo dejara y lo hablaran otro día. Pero ella, cabezona como ella sola, se negó. Su nariz, aparentemente rota, estaba sana, solo quedaba el pequeño rastro de sangre al haberse roto los capilares por el testarazo.

—He venido a llevarme a mi hija Rosie, no te interpongas.

—¡Jose! —gritó la susodicha—. ¡¿Mi madre te pagó para que me buscaras?!

—Así es —respondió Marina en su lugar—, No Name se creó como plataforma para buscarte cuando desapareciste hace ya cuatro años. Luego se unió al servidor un muchacho que nos ayudó a organizarnos y usar la magia para enfrentarnos a los terroristas de Nuevo Amanecer al no ser posible dar contigo.

—¡Cállate, estúpida Marina! —ordenó con lágrimas fluyendo de sus lagrimales, haciendo el gesto de apartarla con el brazo exageradamente—. ¡Quiero que salga de él! Jose... Dime... ¿Me habías vendido?... Dime que no, que no es verdad. Que no es cierto... ¿Estabais todos comprados?

Él se dio la vuelta. Las tres hermanas mostraban los colmillos y las garras, a cuatro patas alzando el lomo y sus colas totalmente despeinadas, porque había golpeado a su madre. De una sola mirada de sus ojos rosados, apagados como los focos de un coche aparcado, las intimidó tanto que se cayeron de culo al suelo y comenzaron a llorar desconsoladamente.

—Comprados no; solo hacía mi trabajo. Tal y como he dicho unas líneas atrás —explicó él llevándose su mano derecha a la cintura y elevando la izquierda, mostrando la palma de la mano izquierda y cerrando los ojos—, no pienso entregarte si no lo deseas; paso de cobrar este dinero ya, de todas formas, el caso estaba siendo un suplicio.

Ahora, dirigiéndose a la madre, la confrontó tajante y directamente.

—Rosa Redd... Respecto a tu solicitud, la cual queda absolutamente cancelada, hay un aspecto de la misma que nunca me aclaraste cuando me hiciste la petición... ¿Por qué motivo, exactamente, la buscabas? Si ella huyó por voluntad propia, no hay nada que yo pueda hacer, salvo contactarla. ¿Qué es, Rosa? ¿Dinero? ¿Control? ¿Orgullo? ¿O todas ellas juntas? Nee~... Responde.

—Eso no es de incumbencia, mocoso...

—Rosa, déjalo, por favor —le rogó su esposo.

De un guantazo, esta apartó su mano de su cuerpo, y, mirándola por el rabillo del ojo, con fuerte expresión de odio, frente a todos los presentes, pronunció unas horribles palabras que jamás debieron haber salido de su garganta, dirigidas claramente a su hija Rosie Redd.

No debí parirte.

—A-ah...

Boquiabiertos, no podían creer que realmente pudiera haber alguien así, que rechazase tan fuertemente y con tanto odio a su propia hija. A alguien de su propia sangre. Mordiéndose el labio inferior con tanta fuerza hasta provocar el sangrado, la joven gata negra, completamente devastada por aquellas palabras que impactaron contra ella como feroces olas en mitad de una tempestad, corrió la distancia entre el sofá y la puerta empujando a los tres de en medio y emprendió la huida mientras sollozaba.

—¡Rosie! —Estiró su mano. Pero ella ya se había ido. Girando levemente a su, entrecerró sus ojos y gruñó, mostrando sus afilados dientes a aquella supuesta «madre». Y, por encima de todo, en el día de su cumpleaños. Si había venido a causar daño, para eso que no hubiera aparecido tan siquiera por la puerta—. ¡Tú...! Te habrás quedado contenta, ¿no? ¡Estarás contenta! —le reprochaba indignado—. ¿Por qué eres así?

—¡Ni se te ocurra tocarme, mestizo de segunda generación!

«Segunda generación», esas fueron las palabras que repitieron como loros las humanas Kate, Patricia y Marina, sin poder sonsacar la razón tras su significado.

¡A un lado, «papaíto»! —dijo calentando el hombro izquierdo—. Esta «primera generación» se va a ir a dormir con el culito bien calentito a casita. Soy un abogado de la igualdad, me da igual que seas una mujer: no me tiembla el pulso a la hora de propinarle una patada voladora a una mujer en la cara.

—Jose, cálmate —le dijo el hombre—. No pasa nada, déjalo. Hiciste todo cuanto estaba en tus manos. Chicas, por favor, ayudadme a buscarla. Os necesita ahora más que nunca. —Juntando sus dos manos, suplicaba para que lo ayudaran—. De corazón os lo pido.

«Él es un ángel...».

—Rosa. Vete al coche. ¡Hazlo!

—...

—Te ayudaremos. —Se levantó Selene—. Vamos, chicas. Rosie necesita nuestra ayuda, no podemos dejarla sola.

—¡Hmph! —Cerró Marina ambos puños de la emoción, llevándolos a su pecho—. ¡Sí!

—Madre mía... —masculló Patricia—, cumpleaños fatal tenía que ser. Estoy con vosotros en esto. Voy a por el palo.

—En cuanto a ti —la señaló Jose con el dedo—, lárgate. Hablaremos luego. ¿Entendido?

—Tchs —escupió ella al suelo—. Haz como quieras. No quiero verla ni en pintura.

—Hermanito, yo me quedo cuidando de la casa y entretengo a los niños.

—Ok, Phoebe.

Abandonando la casa a toda prisa, Selene, Patricia y Jose salieron escopeteados; este les dijo cómo repartirse la ciudad antes de alcanzar la Plaza de las Flores y dividirse, y llamó a Emma y su prima por si se cruzaban con ella, aunque Rosie evitaría ser vista.

—Ustedes, pueden pasar a tomar algo mientras esperan. ¿Té?

—Muy amable —agradeció—. Con permiso.

—Gracias... supongo —dijo Rosa.

—¿Las niñas han merendado? —preguntó la gata de cabello blanco y ojos rubíes mientras ordenaba un poco la mesa baja del salón.

—No, no han merendado.

—Vale. Hey, hey, podéis dejar de llorar, pequeñas. ¿Os asustó mucho Jose? —se dirigió a ellas con una voz muy dulce en tono maternal casi de color de rosas, acariciando sus cabezas—. Hay pastelitos, galletas de chocolate, cereales... ¿Qué queréis, mininos?

—¡Galletas! —respondieron las tres a la vez—. ¡Un vaso de leche y galletas!

—¿Qué más hay que decir? —las alentó con una sonrisa.

—¡Por favor, Phoebe!

—Oh, pero si hasta os sabéis mi nombre. Qué buenos chicas. Dentro de poco vendrán dos chicas con las que podréis jugar arriba. ¿Cuántos años tenéis?

Sincronizadas como un reloj suizo, exclamaron:

—¡Tenemos cinco años!

La mayor de ellas levantó la mano y se presentó.

—Me llamo Lara, y ellas son mis hermanas Lapis y Leia.

—Oh, así que sois trillizas, ¿eh? Qué monas.

*

Había transcurrido casi una hora desde que Rosie salió corriendo de la residencia de los Lemon. Marina se dirigió hacia el Orquideario y comenzó a preguntar si habían visto a una chica de cabello negro corriendo a toda prisa, describiéndola como bajita, ojos verdes y cola de gato, sin embargo nadie vio nada. Selene se encargó de vigilar la zona del paseo marítimo, que se dirigía hacia el puerto y el faro, con los mismos resultados: por allí no había pasado. Patricia se pateó toda la zona que abarcaba el casco antiguo, y Aitor recorrió aquellas menos probables, como bien podían serlo la estación de autobuses o el Palacio de Congresos.

¡Nada, no sé dónde puede haberse metido!

Corriendo mientras hablaba por llamada compartida por teléfono, el chico se disponía a reunirse con Selene y Patricia en la Plaza Ortiz, cuando notó cierto olor a lavanda en el aire, el olor corporal de Rosie.

Jose, ¿estás ahí?

—Estoy, estoy. He encontrado un rastro en la Plaza Ortiz, sé a dónde ha ido. Volved a casa.

Saliendo de la sala presionando el botón de la pantalla con el pulgar, guardó el móvil en el boslillo y Selene, corriendo, llegó doblando la esquina del Tolone, el famoso local conocido por sus batidos de frutas exóticas, smoothies y nachos. Entre jadeos, Jose le ofreció una botella de agua fresquita salida de la nada y ella la cogió.

—Gracias... Y... ¿Dónde está?

—El antiguo cementerio.

—Aah...

La chica zorro morena tragó saliva mientras miraba en dirección a las callejuelas de la zona antigua. Apretó el puño con rabia y le dio una palmada a su amigo en la espalda.

—Adelante. Te esperamos.

—Sí. —Asintió con la cabeza—. Ha ido a ver a su padre. Creo que le haré una visita yo también a los míos.

—Va. Esto... No sé qué decir cuando alguien va al cementerio.

—No te preocupes. Ahora nos vemos.

*

Cloe, Antonio y Bonnie, quienes se encontraron con Aitor por el camino, volvieron a la casa sabiendo que habían tenido visita. Goldie junto con Chocola y Marinette y el resto de las chicas ya se hallaban rumbo a la residencia de los Lemon. Cuando la mujer albina entró por la puerta, solo pudo dedicarle una mirada de total desprecio a la madre de los cuatro niños. Bonnibel se dirigió de cabeza al armario de la cocina a coger un paquete de patatas fritas que abrir con el cual acompañar la retransmisión del partido.

—Ejem... Hola, Rosa.

—Cloé.

—Sin el acento —dijo ella con tono agresivo—. Hola, Finn. Tenía la corazonada de que te dejarías caer pronto, pero no en un día como hoy, 18 de julio. ¿Viniste a arruinar el cumpleaños de mis sobrinos y tu hija? Porque menudas felicitaciones, de seguro has de quererla mucho.

Su tono sarcástico le estaba haciendo hervir la sangre, surgiendo pequeños destellos eléctricos negros y rojos alrededor de su cuerpo. Antonio se sentó en el sofá de al lado y comenzó a hablar con Finn acerca de temas triviales como equipos de fútbol, dinero, trabajo, etc., mientras sus esposas se batían a un duelo de miradas poco amistoso. Aquello era terreno adulto, y ellos sabían a qué se debía dicha enemistad, y el porqué Rosie Redd huyó de casa a los 12 años. La maternidad de las bestias es digna de elogio y de temer. Para ellos no hay nada más sagrado que la familia, aun por encima de su orgullo. Y, al igual que los animales, si alguien los ha tratado bien, lo defenderán con su vida; de traicionarlos, no ofrecerán ni un vaso de agua aunque se encuentre en medio del árido desierto. El muchacho, al margen del hostil ambiente, deseaba que su aún no novia llegara a casa y le salvara el cuello.

—¡Estoy! —dijo una voz. Era Goldie, quien había regresado con la hija de su primo y su hermana pequeña.

—Ay, Goldie, me salvaste. Por favor, vámonos a tu cuarto.

—Aitor, están las niñas delante, pervertido —bromeó ella sonrojándose—. ¿No puedes esperarte a la noche mejor?

—¡Oh, aquí están!

—¡Aquí están, aquí están!

—¡Miau, son bonitas!

Tres gatitas asomaron la cabeza por el hueco de la escalera, meneando sus colas con curiosidad. Al verlas, Chocola y Marinette corrieron hacia ellas.

—¡Hola! Soy Chocola, ella es Marinette ¿Cómo os llamáis?

Comenzando las presentaciones, como la mayor que era, se ofreció a enseñarle su cuarto y jugar, mientras el resto se quedaban abajo. Phoebe sonrió al ver lo bien que se llevaban, ayudando a Bonnibel a servir alguna bebida a los invitados.

*

—Uh, uh... Snif, snif... Uh...

—...

En silencio, caminó hasta su querida amiga de la infancia, quien lloraba a los pies de la tumba de su padre biológico. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, ella se percató, se levantó del suelo y lo miró, con los ojos rojos.

—Te encontré. —Tendiéndole su mano izquierda para calmarla, que podía confiar en él, se sentó en el duro e incómodo suelo—. Sabía que estarías aquí.

—¿Cómo me has encontrado...?

—Estás en celo, noto tu olor. ¿Quieres... que hablemos?

—Umu.

Jose dio un par de palmadas en su regazo con su mano derecha para que ella recostara su cabeza. Rosie se dejó, usando sus muslos como almohada mientras él masajeaba su cabello con suavidad.

—La última vez que me escapé... dijo algo parecido.

—Ya veo... Debió doler mucho. Yo mismo sentí como si me acuchillara en el pecho, no quiero imaginar cómo debiste sufrir en aquel momento.

—Ella siempre trató de plasmar en mí todos los proyectos que no pudo realizar. Todas las actividades a las que me apuntó de pequeña, las insanas horas de estudio... Solo quería jugar.

—Y... ¿Qué pasó aquel día? Cuando tu padre falleció, ella pasó a tener la custodia, ¿no?

—No, ya la tenía. No fue custodia compartida. Tampoco me dejaba verlo.

—¿Eh?

Eso era un dato que él no conocía. ¿Rosa ya tenía la custodia cuando sucedió el choque?

—Sí... Como ya sabes, mi madre es una diseñadora de renombre, lleva su propia empresa y marcas de moda, junto con ese hombre. Papá trabajaba en el mismo sector. Ambos comenzaron como empleados en un pequeño taller, muy enamorados, y me tuvieron a mí. Las cosas no iban muy bien y nos faltaba el dinero, por lo que mamá volvía muy tarde a casa. A veces, cuando regresaba, yo ya estaba durmiendo en la cama. Cada día llegaba más tarde. La veía menos y menos. Incluso se «quedaba a dormir» en el trabajo. A partir de este punto era obvio que algo raro pasaba. Apenas se hablaba con papá.

—Mmm...

—Como tenía talento, una empresa le ofreció trabajo y ella aceptó, para así ayudar a papá con los gastos y con mi educación, y apuntarme a clases. A veces para pasar el tiempo con ella, me llevaba a las reuniones que celebraba la compañía en hoteles de lujo, y me presentó a Finn, su «compañero» de trabajo.

—Lo estaba engañando...

—Sí... Conforme pasaba el tiempo, me pedía que lo llamase «papá». Pero ese no era papá, así que yo lo seguía llamando señor Finn. En poco tiempo, ella se volvió la CEO de la multinacional y la llevó a la cima.

En mitad del aire un pañuelo se materializó, el jovencito lo cogió y se lo entregó para que se limpiara el río de lágrimas que fluía por su cara. Siguió acicalando su pelo y su cola, acariciando con suavidad sus orejas de gato, introduciendo los dedos despacio entre el pelaje y removiendo en sentido contrario a las agujas del reloj, haciéndola ronronear, pero sin llegar a calentarla y ponerla como una moto.

«Entonces... el accidente de coche solamente fue la gota que colmó el vaso».

*

A ciencia cierta, no sé cuándo fue que a mamá dejó de gustarle papá. Aunque somos muy parecidos a los humanos, también somos muy diferentes. Vivimos mucho tiempo, permanecemos jóvenes mucho tiempo, y vemos el amor de otra forma. La vida es un juego de supervivencia, y quizás sea por eso que las bestias a veces somos demasiado frías, al pensar de manera puramente lógica y matemática cómo ganar la partida y dejar un poderoso legado antes de marcharnos definitivamente; otros emplean su tiempo con calma, pues al tener mucho por delante, ¿por qué no pasar un buen rato tumbado en una hamaca frente a las cristalinas aguas del Caribe, tomando un cóctel al atardecer? Viviré siglos, no hay bulla. Quizás, incluso en ocasiones somos hasta demasiado humanos, emocionales e irracionales, rozando lo absurdo.

Por eso, una vez más, me pregunto cuándo fue que dejó de interesarse en él... y comenzó a mirar en otra dirección, abandonando a su hija...

—Papá, ¿mamá se quedará trabajando hasta tarde hoy también?

Esa cena fue especialmente triste. Me acuerdo que estaba sentada en la silla de la mesa, comiendo una sopa de verduras que mi padre había hecho con todo su esfuerzo. No estaba buena, pero no quería hacerle daño. Incluso se había cortado los dedos al querer picar las hortalizas. No sabía qué le echó, pero estaba amarga. Entonces, sonó el teléfono móvil y él lo cogió.

—¿Sí? Hola, querida. Rosie estaba preguntando si vendrás a casa. ¿Eh? ¿No? Hoy también te necesitan. Está bien... Nos vemos mañana.

Aquella fue la última vez que mamá se quedó en casa. Creo que mi padre realmente sabía que la estaba engañando, solamente miraba a otro lado no queriendo aceptarlo. Mamá no volvió, seguramente estaba en casa de aquel hombre joven y guapo, con más dinero que papá. Tuvo que cerrar el taller, y aún tenía que pagar al dueño, a los proveedores, empleados, la casa y el coche.

—¿No vendrá mamá?

—No, cariño, tiene que trabajar.

Días más tarde, mamá volvió a casa, acompañado de un hombre trajeado. No se movieron de la entrada; el hombre elegante al parecer era un abogado de familia y le hizo entrega a mi padre de unos documentos. Pude verlo todo desde la cocina, papá llorando, de rodillas en el suelo, estrujando los folios de la rabia mientras apretaba los dientes. En ese momento él acababa de perderlo todo. Mamá me llevaría con ella. El proceso de divorcio acababa de comenzar. Mamá pasó por el lado de él, sin siquiera mirarlo, y si lo hizo fue con desprecio, caminó hasta la cocina donde estaba yo y me abrazó.

—Te vendrás conmigo, mi pequeña. No podrás vivir bien con tu padre en estas condiciones.

La empujé. No quería que me tocara. Solamente tenía 11 años, pero comprendía cuál era su verdadera cara. Aquella vez que me quiso comprar. Me llevó al parque de atracciones, me divertí mucho, y hasta me compró mi helado favorito. Y entonces...

—Rosie.

—¿Sí, mamá?

La miré a los ojos, porque por fin en mucho, mucho tiempo, finalmente, estaba pasando el tiempo con mi madre. Ella tenía sus piernas cruzadas en la silla de la terraza, acariciando su vientre, y me dijo:

—Voy a casarme con Finn.

—¿Ah? —Solté la cuchara en cuanto escuché esas palabras. Que se casaba con él—. ¿Y papá?

—Estoy pensando en separarnos. Estoy eligiendo lo que es mejor para nosotras. Además, ¿no querías tener un hermanito?

—Pero yo quiero quedarme con papá.

—Finn será tu nuevo papá —añadió—, cariño.

—¡No quiero, no quiero, no quiero! ¡Él no es mi papá! Y las chuches que me da no me gustan. Prefiero los caramelos de frambuesa, no los de fresa. ¡No quiero que el señor Redd sea mi padre! ¡Me gusta mi apellido!

—Pero podrás tener muchos juguetes y vivir en una casa muy grande. Hasta podremos viajar. Siempre quisiste ir a otras ciudades.

—¡No quiero, me quedo aquí! ¡Y me gustan los juguetes que tengo, no quiero otros!

—No se lo digas a papá, ¿eh? Esto es un secreto entre nosotras dos —me dijo sosteniendo mis manos con una sonrisa. No era de maldad, pero... ahora me doy cuenta que ella realmente no comprende las emociones de los demás, solo trata de imitarlas—. ¿Vale?

Yo ya sabía que tarde o temprano la cosa reventaría; por algún lado tenía que aflorar, y fue justo en el peor momento. Tras rechazar a mi propia y egoísta madre, comprendí que ella ya no era mi madre: era el enemigo. Había desestabilizado todo mi mundo, tirado por tierra toda nuestra felicidad, y dejado a mi padre en la ruina emocional y económica. Daba asco, sentía asco de mí misma porque podía haberle dicho a mi padre lo que pasaba desde aquella reunión en el hotel de lujo donde me lo presentó e insistía en que llamara «papá» al señor Redd.

Papá regresó adentro, casi arrastrándose, destrozado, con la cara roja y sorbiendo los mocos. No hubiera deseado que lo viera jamás así, tan abatido.

—P-perdón... —Yo lloraba, y no sabía muy bien por qué—. Mamá me dijo que no te lo dijera.

Levantó la cabeza de manera casi robótica y abrió muchísimo los ojos. Pude ver toda la rabia que circuló por su cuerpo y recibí un tremendo manotazo. Fui levantada del suelo y me choqué la cabeza contra el armario bajo del fregadero, donde se guardaban los trastos de la limpieza, el cubo de la basura y el filtro del agua. Pero no me dolió, no sentí dolor. Pero estaba igualmente llorando.

—¡Buaaaaaah!

Fue un impulso. No sabía qué era o que había hecho. Rápidamente él corrió hacia mí y me abrazó, cubriéndome con todo su cuerpo. Esa tarde lloramos los dos juntos. Pero yo no lloraba porque estuviera triste, sino por todo el daño que le había hecho. El proceso del divorcio fue rápido y sencillo, apenas mi di cuenta. Papá perdió absolutamente todo. Su trabajo, su dinero, su casa... y tremendamente endeudado. Solo le quedó su coche, donde pasó a vivir, y subsistía visitando comedores sociales y paseando por las calles. A veces amigos del instituto lo reconocían y les dejaba quedarse un tiempo en sus casas y le ofrecían algo de comida y bebida. Daba pena verlo así. Aunque mamá tenía la custodia total, podía verlo; pero ella no quería que me visitara porque era un hombre débil y fracasado. A mí no me importaba eso, era mi papá y yo quería verlo, así que en cuanto podía me escapaba; tampoco me caían bien mis hermanas pequeñas.

Cuando lo encontraba, paseaba de él dado de la mano e íbamos al supermercado a coger lo descuentos. Comida en una nevera que era muy barata, normalmente precocinados o productos lácteos que vencían ese mismo día o a la mañana siguiente, patatas fritas, lasaña o pastel de atún. El pastel de atún era... gracioso. Una base de pan Bimbo de sabor avinagrado, atún de lata desmenuzado con huevo duro mezclado con mayonesa, y la yema del huevo cocido rayada por encima. En unos de estos paseos, ya fue cuando cometí mi mayor pecado. Ya era grande el haberle causado tanto daño al no contarle que mamá lo estaba engañando y estaba embarazada de otro hombre. Y este rompió todas las gráficas.

Unos amigos de papá celebraron una barbacoa en el parque de los Pedregales, y él me llevó. Lo pasamos muy bien, comimos y bebimos hasta hartarnos. Comenzó a llover, una tormenta eléctrica. Llovía con mucha fuerza, y los rayos y truenos se veían sobre la montaña. A la vuelta, pasando la gasolinera, quería que me comprara un paquete de patatas fritas como siempre hacía. Pero él no llevaba dinero encima para comprarme un paquete de patatas fritas.

—¡Quiero un paquete, papá!

—No, Rosie —me dijo mirándome por el retrovisor mientras conducía—, no tengo dinero.

—¡Pero yo quiero un paquete, papá! ¡Quiero un paquete!

Comencé a patalear y a hacer ruido. Dijo muchas veces que no y comencé a llorar; caprichos de una niña pequeña. Él se volvió y me riñó. Lo último que recuerdo de ese viaje fue que él gritó, dio un brusco giro al volante, y todo se quedó en negro. Cuando desperté, veía todo borroso y me dolía el cuerpo. Unos hombres vistiendo uniformes negros con una raya verde me sacaron del coche, comentando algo acerca de mi cola y mis orejas, y volví a quedarme dormida con el ruido de las sirenas de las ambulancias y el torrencial que estaba cayendo de fondo con sus truenos como bombas. Cuando desperté, estaba en el hospital. Por mi culpa, de haber sido tan caprichosa, distraje a mi padre. El coche patinó e invadió el carril contrario, y un camión nos llevó por delante. Él falleció en el acto y yo sobreviví gracias a mi regeneración. Yo lo maté. Maté a mi propio padre.

*

—Ya veo... —murmuró el miz albino. Sus lágrimas cayeron sobre el rostro de la gata de brillante cabello negro. Usando psicometría fue capaz de ver sus recuerdos como en una cinta de vídeo. Sabía todo cuánto había sucedido, todo por lo que ella había vivido. A los 12 años, no aguantando más, ella abandonó su nueva casa para irse lo más lejos posible; se odiaba a sí misma por lo que había hecho, pese a que fue un accidente. En su marcha, pasó por las calles de Madrid sobreviviendo como podía, llegó al País Vasco donde fue acogida por una familia. El pueblecito estaba dominado por New Dawn y sus espers, y obligaban a su gente a pagar el «impuesto revolucionario». El padre de la familia llevaba una empresa de rutas turísticas y no podía pagar tanto. Rosie se encontraba fuera comprando y cuando regresó se encontró a su familia de acogida muerta, tiroteados estilo ejecución con un tiro en la nuca. Sedienta de venganza ella los asesinó y fue encontrada por G.U.N., luchó a su lado un año y desertó porque no le gustaban sus maneras y se refugió en un pueblo de Castilla y León. Allí contactó con Patricia—. Pasaste por mucho. Ahora comprendo por qué no te gusta matar... Tú misma mataste con tus propias manos a sus ejecutores para vengar a quienes considerabas tu familia y a tu nueva hermana.

—¿Mmm? Viste... ¿Viste mis recuerdos?

Las venas de la mano del muchacho estaban brillante de un color azul eléctrico, semejantes a circuitos. Progresivamente este se desvaneció, regresando su color de piel al mismo blanco enfermizo de siempre. Aunque ella se autoflagelara por lo sucedido, él no quería que se sintiera una pecadora, pues no cometió ningún pecado.

—Sí... Escucha, aunque indirectamente causaste la muerte de tu padre, fue un desafortunado accidente, una mala broma del destino, realmente no fue tu culpa. Eras una niña, nada más. Sin embargo, es algo que deberás cargar para siempre en tu conciencia hasta el día en que mueras. Eres fuerte, muy fuerte, mucho más fuerte que yo, Rosie. Pero recuerda: no estás sola, siempre estaré a tu lado para echarte una mano. Esto no es algo con lo que puedas tú sola. Deja que te ayude, llevaré la mitad de la pesada carga que llevas sobre tus hombros. Caminemos juntos de la mano por esta senda, si eso te hace feliz. —Con una sonrisa amarga en su rostro, llorando, le tendió la mano para que se levantara; tenía amigos que se preocupaban por ella, una nueva familia—. ¿Qué me dices? ¿Me dejarás entrar en tu corazón y ayudarte?

—Jo... Jose... ¡Buaaaaaaaah!

Parte 5

—Bueno...

—¿Sí...?

El ambiente era tenso. El aire del salón estaba extremadamente viciado, y el malestar era casi tangible; podría ser cortado y servido como entrante sobre uno de los platos de patatas fritas vacíos de la mesita.

—Me parece muy bonito, Rosa, hacerle esto a tu hija, arruinando su decimosexto cumpleaños. Ah, también cambiar de hombre como la que cambia de pañuelo, solamente porque no daba la talla. ¿Qué faltaba Rosa? ¿No era bueno en la cama? ¿No había feeling? O, ¿quizás se debía al dinero? La naturaleza es hermosa, pero también muy perra.

—Cloé, no quiero ser descortés, ¿pero estás buscando gresca? Creo que ya te vale de lanzar puyitas.

—Es sin el acento; sé que lo has hecho a posta. ¿Yo, buscando pelea? Para nada. Pero, ¿sabes qué creo que sea? No puedes soportar que otros se escapen a tu control. Si tu hija se te escapa, temes perder el control de todo. Los hijos no son una posesión, ¿entiendes? Ella se fue de casa bajo su propia decisión; será una menor, ya, pero a partir de los doce años un bestial ya es independiente. Y a mí me parece que se las ha apañado bastante bien sin una madre. ¿Es el orgullo lo que te duele o que necesitas que la niña esté en casa para recibir el seguro tras la muerte de tu marido?

—Por lo menos yo no dejo que mis hijas desaparezcan de repente y estén en batallas a muerte en el país vecino contra terroristas armados y con poderes —respondió ella a sus tiritos.

Finn y Antonio solamente podían comunicarse por la mirada. Era demasiado peligroso intervenir en la conversación, pues esta solamente podía empeorar.

—Es la maternidad de la naturaleza —le comentó al oído el padre de Goldie.

—Sí —concordó Finn Redd—. Son auténticas bestias. Pobre del ladrón que le robó el bolso y empujó a Lapis al suelo haciéndola llorar. Le partió la cara, literalmente.

—¡Ja! Me parto, si supieras la que armó mi mujer en el banco. La cogieron de rehén con la pequeña y los tipos acabaron para el arrastre. El que se atrevió a disparar aún no ha salido del hospital, tiene que aprender a andar de nuevo. Los otros dicen que no quieren salir de la cárcel con tal de no encontrarse nuevamente con ella.

—¡La madre del cordero! ¡¿Qué les hizo?!

—Bueno... Es una Lemon —rio rascándose la cabeza—. Algo que un humano simplemente jamás podría llegar a comprender.

—¡Bonnie! —la llamó Emma—. Voy a recogerlos. Me han llamado.

—Vale, yo trataré de mientras suavizar un poco aquí la situación. Porque la cosa está recomplicada.

«Voy a necesitar más licor de manzana. ¿Le pido a Jose que haga licor de chocolate?».

—¡Sí, por favor! —gritó emocionada Goldie desde el piso superior— ¡Licor de chocolate!

—¡¡Pero si tú no lo puedes tomar, anormal!! ¡¡Leva leche condensada!! —Arrugando el rostro, ella vertió el poco líquido verdoso que quedaba de la botella en el vaso ancho—. A todo esto... ¿me acaba de leer el pensamiento? Qué miedo.

Parte 6

Emma habló con Jose y Rosie durante el camino de regreso a casa, sobre cómo confrontarían a su madre y qué harían después de hacerlo. Rosa Redd tenía la custodia en su poder al su madre divorciarse y no encontrarse su padre en las facultades necesarias para que fuera compartida, aparte que de no haberse producido el divorcio, Rosa se habría hecho de la custodia de todos modos al fallecer su padre. Bonnibel, su amiga más íntima, se convirtió en la tutora legal de los gemelos albinos tras la muerte de sus padres por petición de Goldie Lemon madre, ya que su familia más cercana, sus tíos, vivían en Francia. En esta ocasión Bonnibel no podría ejercer de madre, mucho menos ganar los papeles para adoptar a Rosie. Rosa no lo permitiría, ella aún es una menor y tendría que regresar a casa en contra de su voluntad.

—Ya estamos en casa.

Habiendo puesto un pie dentro de la vivienda, la mujer gato de cabello teñido de azul y brillosos ojos verdes le dedicó una mirada repulsiva, difícil diferenciar si de odio, asco o tristeza, pero de decepción había mucho en ella. El ruido de fondo producido por la cháchara se había detenido, y la televisión fue apagada mediante el control remoto que estaba en las manos de Phoebe; las niñas estaban en el segundo piso, el cuarto de Chocola. Junto a la escalera se encontraba Cloe, cruzada de brazos y golpeando su larga cola blanca contra el suelo, marcando el territorio, claramente enojada. De un solo movimiento de los brazos, dio una orden: «Todos, salid fuera un momento, por favor». Obedeciendo sin rechistar —y cómo no obedecer—, salieron en fila por la puerta y se sentaron en torno a uno de los bancos de la plaza; solamente quedaron en el salón cuatro personas: Rosa, Cloe, Rosie, y Jose.

En lo que tendría que haber sido una emotiva reunión madre-hija, con Rosa corriendo hacia ella y abrazándola, esta le puso la cara del revés de una cachetada en la mejilla, haciéndola saltar las lágrimas. Cloe colocó su brazo por delante de Jose, para que no hiciera nada imprudente.

—¿Tienes idea de qué tan preocupada estaba?

—Seguro tan preocupada como para que se te cayera el pelo —respondió Rosie escupiendo veneno.

—Aun así, sigo siendo tu madre. Soy quien está a tu cargo, no puedes huir de casa e irte a otra parte porque te enfades. Has estado escondida cuatro años, Rosie.

—Tu madre tiene razón, Rosie —interrumpió la madre de la gata francesa—, eso que hiciste estuvo mal. ¿Sabes qué tan preocupados estábamos? ¿Cuánta gente te estuvo buscando durante años? Nunca se dieron por vencidos, siempre te buscaron.

—¿Lo dices en serio, Cloe?

Ella asintió, y señaló.

—Deberíais hacer las paces...

—Pero antes —la cortó Jose, dando dos pasos al frente—, debes admitir tu error. Retira tus palabras de manera sincera; heriste a Rosie hace cuatro años cuando pronunciaste esas palabras de que «no era tu hija», y lo volviste a hacer hoy nuevamente. Has de entender que las palabras tiene poder, porque de no hacerlo, honestamente pienso que es mejor tener una ma...

Presintiendo lo que su sobrino iba a decir, rápidamente Cloe Lemon le cerró la boca de una fuerte patada que hizo que el chico gato de metro y medio de altura cruzase la sala de punta a punta, golpeándose contra la chimenea y cayendo las fotos enmarcadas de su familia sobre su estómago.

—Ni se te ocurra siquiera pensarlo. Sé lo que ibas a decir, Jose... «Mejor tener una madre muerta a una tan horrible como ella», ¿cierto?

—¡Ha, cof, cof! Aau...

—...

—Rosa... Mi sobrino te ha hecho una pregunta. ¿A qué esperas? Responde. Di de una buena vez lo que tienes que decirle a tu hija que hemos hablado entre nosotras.

—¿Mamá...? —preguntó Rosie mirando a su progenitora a sus ojos—. ¿E-es eso cierto?

—... —Apartando la mirada y volteando el rostro a un lado, lo dijo alto y claro—: Yo no tengo ninguna hija llamada Rosie. ¿Puedo irme ya? Tengo que hacer la cena.

Indudablemente, no se podía discutir que eran madre e hija. La pequeña gatita extraviada la abrazó, y ella solamente suspiró para, acto seguido, arrodillarse y abrazarla también. Hacía su mejor esfuerzo para retener las lágrimas y no mostrar sus sentimientos en público, pero le fue prácticamente imposible. Era natural, una madre que no había podido ver a su hija, que estuvo desaparecida durante cuatro largos años por su culpa, por las cosas tan terribles que le dijo.

—Si hay algo que quieras decir, dilo luego, Jose.

—Umu. —Asintió—. No, nada.

*

—Ya salen —avisó Phoebe a los demás.

Dejando los móviles y guardándolos dentro de los bolsillos, se acercaron a la puerta de la casa. El trío de «indios» danzaba la mar de contentas alrededor de su hermana mayor Rosie, quien aún se enjugaba las lágrimas con sus puños, acompañada de su madre. Jose iba detrás junto a su tía, el primero con una cara de póquer, y ella sonriendo confiada, de brazos cruzados. Era algo que debía ser atendido desde ambos puntos de vista, tanto del de los jóvenes como el de los adultos. Era bastante obvio que Jose se posicionara del lado de su «amiga», al tener la misma edad; pero del lado de los adultos había otras que solo ella, como la adulta que era, podía comprender. Rosa se arrepentía muchísimo de las cosas que hizo en aquellos días, y la fachada de dureza y frialdad construida para protegerse a sí misma, como un cascarón, y ocultar su verdadera, frágil y sentimental personalidad, no ayudaban demasiado. También, ellos al ser semihumanos, buscan a la pareja más óptima y estable; esa era la razón por la cual se separó de Alberto, porque no ofrecía lo necesario para sustentar el alimento y el dinero. Podrían llamarla fría, interesada, manipuladora o calculadora, pero... ¿no una madre haría lo que estuviera en sus manos para darle lo mejor a sus retoños? Y... si te enamoras de otra persona, a la hora de elegir, ¿no es mejor optar por la segunda, dado que si realmente amas a la primera jamás te habrías enamorado de la segunda en primer lugar?

—Rosie —dijo Finn, su padrastro—, si aún sigues enfadada... puedes quedarte un poco más con tus amigos, te daremos tu tiempo.

La abrazó con cariño. Aun no siendo su verdadero padre, la quería como tal.

—Puedes regresar y visitar a tus hermanitas cuando quieras, ¿vale?

—Um... —diciendo que sí, aceptó el achuchón.

Una vez zanjado el caso, ya la fiesta podía continuar. Pese a que Antonio insistió en que se quedaran, no desearon interrumpir y ser una molestia, por lo que se montaron en el coche.

—¡Adiós, adiós!

—¡Adiós, niñas! —se despidió Jose—. ¡Siento lo de la mirada, volved pronto a jugar con mi hija!

—¡Feliz cumpleaños!

Al parecer el matrimonio Redd y las niñas no lo sabían, pues por la manera en la que sus ojos se abrieron de par en par y casi la mandíbula no rozó el suelo, soltaron un «¡¿Qué?!».

*

—Me alegro que hayáis podido reconciliaros —le comentó su marido—, no sabes cuánto me alegro. Estos últimos cuatro años han sido muy duros... Tchs, y tiene una hija... La madre que lo parió.

—Yo también —dijo Rosa con lágrimas en las orillas de sus ojos—, me alegro que se me otorgara una segunda oportunidad. He tenido mucho tiempo para pensar todas las cosas que hice mal como madre y no volverlas a repetir; me absorbí tanto en mi carrera profesional que dejé de lados mis deberes como madre... Él tiene razón, fui una madre horrible...

—Pero ya no lo eres, Rosa. Tus hijas te adoran, ¡pffft!... —Finn trató de aguantar el ataque de risa.

—¡¿Qué?! ¡¿De qué te ríes?! —exclamó ella indignada inflando los mofletes como un pez globo—. ¡Eres muy malo!

—Ja, ja. No nada, es solo que deberías dejar de lado la fachada esa de «perra fría» que usas en el trabajo.

—¡Oye! ¿En serio piensas eso?

—Claro. Pregúntale a los empleados. Ya verás.

—Esta noche duermes en el sofá, que lo sepas.

—Claro, claro. Y luego, como te sentirás sola, te escabullirás y dormirás en el sofá conmigo, y las niñas encima.

Parte 7

Por fin, el cumpleaños se estaba celebrando. Desplegando la mesa de madera plegable, habría sitio para todos. Antonio se encargaba de hacer la carne a la barbacoa y el pescado en la plancha eléctrica. Del interior del armario de la escalera, donde se guarda la aspiradora, Jose sacó distintas botellas de cristal llenas de licor; esta se encontraban situadas al lado de frascos de cristal herméticos con fruta flotando en líquido con ramas de canela: los futuros licores que estaba preparando. Y había uno en especial que a Goldie le encantaba, su licor especial de ciruela roja seca. Pero si había uno excepcional, ese sería el que estaría listo en unas semanas, siendo el licor de café italiano. Un experimento que ni él mismo sabría cómo quedaría. Igual sabía demasiado amargo llegando a ser imposible de beber, o en su punto justo y ser el néctar que remplazase al de los extintos dioses olímpicos. La maestría de Antonio dando la vuelta a las chuletas y filetes demostraba que no era un novato o mero aficionado a la cocina. No por nada él era director de cocina de un aclamado restaurante. En cuanto a Cloe, ella era instructora de defensa personal y dirige su propio gimnasio. Enseguida el cuerpo de Emma comenzó a temblar: si un semihumano adulto sin entrenamiento podía lanzar un tanque blindado como un juguete, uno entrenado, con nociones de artes marciales, iniciado el largo recorrido del mago, y el manejo del chi, ¿en qué nivel de amenaza podía clasificarse tal monstruosidad? El rango SS que llevaba puesto en la frente aquel albino no era por gusto o haberse rajado a un Comandante, sino por lo que representaría a futuro.

«La leyenda urbana era cierta... Bonnibel convierte en monstruo cualquier pupilo que acoja bajo su ala».

Tras hartarse de comer carne, pescado y ensalada, llegaba por fin el postre: la tarta de cumpleaños. Un pastel de chocolate blanco y negro con dos velas en forma de número, formando el 16, la edad de los cumpleañeros Phoebe y Jose, y también Rosie. Tras finalizar la canción de Cumpleaños Feliz, soplaron para pedir un deseo que no debían contar a nadie si, como indica la tradición, deseaban que este se hiciera real.

—¡Vamos a abrir los regalos! —exclamó Marina saltando de la emoción—. ¡Vamos, vamos!

Entregándoles las bolsas, se había acumulado una buena cantidad. En su mayoría era ropa, como pantalones, faldas, sudaderas o gorras de parte de Bonnibel y sus tíos. Los regalos de sus amigos ya eran más personales. Aitor le regaló a Phoebe un bolso blanco del que llevaba tiempo mencionando cada dos por tres como oferta del Carrefour, y un libro a Jose. Rosie recibió una pulsera de plata con el grabado de una estrella. Goldie, Camila y Marina le compraron juntas a Jose una bolsa y una mochila nuevas, ya que Bonnibel se las quemó en Edimburgo por haberle robado este la BMX a William Brown. Emma les regaló dos bufandas a juego a los gemelos. Selene, con las mejillas ruborizadas, le hizo entrega de una bolsa blanca con rayas rojas y azules. Al abrirla este se quedó impresionado: unos tenis rojos y blancos con relámpagos negros en las bandas, plantilla de esponja y amortiguación, y punta metálica.

—¡Son los que quería! —Dejándolos en la mesa, abrazó a la chica zorro y le dio dos besos, casi haciendo que saliera vapor de sus orejas—. ¡¿Cómo lo sabías?!

Avergonzada, lo empujó y tartamudeó antes de hablar en condiciones mientras las demás reían.

—B-bueno... Odias ir a comprar ropa, pero cuando fuiste conmigo estuviste un buen rato mirándolas. Y en el avión las mencionaste.

—Pero... estos valen casi 70 pavos. ¡Te quiero, Selene! De verdad, te quiero.

—D-deja de abrazarme, por favor... Uuuh...

—Oh, cierto —dijo dirigiéndose a Rosie—. Esto es para ti.

Introduciendo su mano en el bolsillo derecho, Phoebe sacó una bolsita de tela y se la dio. Ella abrió la palma de su mano y del interior de la bolsita salieron dos colgantes de plata cuya forma era de medio corazón. Un colgante de enamorados.

—Ooh... ¿En serio?

—Hermanita, te superaste.

—Así los dos vais a juego —rio rodeándolos con el brazo y juntándolos.

—¡Joo! ¡¿Por qué no me regalaste eso para mi cumpleaños, Jose?! —se quejó Marina—. ¡Eres muy malo!

—¿Perdona? —Se volvió el miz albino—. ¿Y la pamela que tienes qué pasa? La cosí yo.

—Mmm... Pero quiero algo más explícito, no ropa.

—¡Espera, espera, Rosie! La sorpresa aún no acaba —dijo Kate.

Desde hacía ya varios minutos que lo estaba sosteniendo. Un extraño paquete alargado, cualquiera pensaría que dentro habría una tabla. Al dárselo y notar que pesaba alrededor de cinco kilos, lo dejó sobre la mesa y comenzó a despedazar el papel de regalo, revelando así la obra maestra.

—¡Wow!

Todos los presentes reaccionaron igual, dilatándose sus pupilas. Dentro de aquel paquete se encontraba una funda, y dentro de la funda una preciosa lanza de color azul oscuro, con decoraciones doradas y azules y un peculiar anillo dorado sosteniendo la punta. Lo suficientemente larga para que alguien pueda acostarse sobre ella. Teniendo la empuñadura azul marino y dorada con forma de círculo.

—Preciosa, ¿verdad? —Ella sonrió—. Estuvimos trabajando todo este tiempo él y yo. Está hecho de un material especial que repele la magia.

—Por eso nos evitaban, la estaban forjando —dijo Aitor.

—Me... ¡¡Me encanta!! ¡Trae aquí, cebollita!

Fue hacia ella y levantó a Kate Onion por las axilas como una niña pequeña, para su disgusto. La elevó en el aire varias veces, gritando y suplicando para que la bajara, que la iba a matar si la lanzaba demasiado alto. Patricia, interesada en la lanza, inspeccionó el arma y no pudo determinar exactamente qué técnicas habían empleado aquellos dos locuelos.

—Una lanza de calidad incalculable, emocionalmente y materialmente hablando, claro.

—Pero ese es mi regalo, princesa de los vientos. Jose, ¿por qué no le das ya el suyo, y así ella te da el tuyo? Regalo por regalo, sentimientos del corazón por sentimientos del corazón. ¿No es hermoso el amor?

Mientras él se rascaba la oreja, la autoproclamada sirvienta de los Lemon le trajo el regalo a Rosie, para que se lo entregase. ¿Y el de Jose? ¿Dónde lo tenía guardado?

—N-no... Prefiero esperar, me da vergüenza mostrarlo.

—Em... V-vale. T-toma... el tuyo... —Temblando, le dio el cuadrado morado de papel de regalo. Tenía toda la pinta de que iba a ser ropa. Arrancando el papel, no supo qué decir—. E-es...

Una sudadera con capucha de color morado, con una estrella amarilla en el centro y letras bordadas en negro que decían «DEVIL» dentro de la figura de cinco puntas. Totalmente hecha a mano, cosida por Rosie con mucho esfuerzo. Últimamente ella había pasado mucho tiempo con su hermana en su cuarto, que es también su taller y tiene una máquina de coser.

—D-di algo... no te me quedes mirando —dijo jugando con sus pulgares.

—Mañana mismo me la pongo. Es de manga larga —comentó introduciendo la mano—, finita, fresca para el verano, calentita para el invierno, huele a lavanda como tú y es tan preciosa como tú.

—¡Mira! —Le dio un empujón, haciendo que cayera al suelo—. ¡Deja de decir esas cosas, Jose! ¡Dame ya mi regalo, maldito gigoló!

«Creo que no sabes qué es un gigoló».

—Vale... Pero con una condición: daros la vuelta y cerrad todos los ojos. Y no los abráis hasta que yo diga. Rosie, tú quédate frente a mí y solo cierra los ojos, ¿vale? Vosotros, haced algo raro y electrochoque que os lleváis.

Haciendo caso al cumpleañero y menor de los gemelos, cerraron los ojos, quedándose en la más absoluta oscuridad de no ser por el potente foco y la luz de las farolas de la plaza y de los salones de casas vecinas.

—Je, je... ¿Me estás quitando la ropa en serio, Jose? ¿Qué estás haciendo? Me haces cosquillas, ji, ji... Oye, ¡¿dónde tocas?!

—Espérate. Te va a encantar, verás.

—Vaaale. Te hago caso, no abro los ojos.

«Ya está haciendo algo pervertido otra vez...».

—Uno, dos, tres... ya podéis abrirlos.

—Aah...

El plato que Cloe Lemon sostenía entre sus manos se escurrió y no se rompió contra el suelo de no ser porque la bufanda de su sobrino se estiró, lo agarró y se lo devolvió, haciendo los flecos el gesto de «OK». El bastón rojo de Patricia cayó al suelo produciendo un sonido hueco «blonk». Todos estaban con la boca abierta.

Rosie se sentía una persona diferente. La ropa que llevaba no era la misma. Absolutamente todos se quedaron sin aliento al verla a ella. Rosie Redd se encontraba vistiendo un hermoso vestido veraniego blanco que se transparentaba un poco, con preciosos lazos blancos y la espalda al descubierto. Hecho a medida, realzando su figura y busto, y con pamela también blanca con un lazo, poseía aires dignos de un vestido de boda.

—Jooooder... —exclamó Kate—. Sabía que era algo grande, pero no esto. ¿Lo cosiste tú, en serio?

—No me lo creo... —Comenzó a llorar de la felicidad—. ¿De verdad esto es para mí? Es demasiado, Jose.

—Nah, no es nada. Solo me ha costado unas 72 horas de trabajo, día y noche. Haría cualquier cosa por ti, Rosie. Tú lo sabes.

Saltando a sus brazos, Rosie lo abrazó y lo besó en los labios. Patricia caminó hasta ponerse al lado de las patidifusas Marina, Selene y Kate, dándoles unas palmadas de condolencia.

—Dejémoslo... Hemos perdido. Y por todo lo alto...

—Um, um. —Asintieron las tres como muertos vivientes.

—Increíble, y pensar que ha superado la habilidad innata de Phoebe para coser —mencionó Aitor impresionado por aquella pieza de arte.

—Sí... —estuvo de acuerdo Goldie—, es hermoso.

—Parece un ángel —habló Camila.

—Es que está inspirado en eso, Cami —le explicó Goldie recuperándose de la impresión—, está inspirado en eso... Quiero lucir uno así en mi boda con Aitor.

—Sí... Te verías igual de hermosa —concordó su novio—. ¡Espera un segundo, ¿que qué?!

Bonnibel reconocía aquel diseño del vestido, similar al que vio en los folios arrugados dentro de la papalera. Había reciclado el material desechado del fallido Astral Dress y lo reutilizó para dibujar cómo sería un vestido especial para Rosie. También, esa era la razón por la que la miraba tan fijamente, le pedía que durmieran juntos en la misma cama y la manoseara. De manera sutil recababa los datos necesarios, aunque eso le costara más de una hostia con la mano abierta que dejaba impresa una marca rojiza en forma de mano en su mejilla.

—¡Qué bonita! —exclamó Chocola

—Oooh... Pareces una diosa, Rosie —le dijo Marinette.

—Son los Hermanos Sastre, no hay duda de ello. Goldie.

—¿Sí, Patri?

—Él fue quien te hizo el traje de fiesta de la muerte que usaste en Londres contra «Angel» Alice. ¿Verdad?

—Sí, mi primito español lo hizo. ¿Queréis todas vestidos? Aunque, deberá veros desnudas. ¿Seguro que queréis?

—¡Hazme uno, Jose! —saltó Camila. ¡Quiero uno!

Deshaciéndose el vestido en partículas de luz y siendo materializado en las manos de Jose, Rosie fue dejada en su chándal negro y blanco con la letra R.

—Si no quieres ponértelo porque enseña mucho la espalda y no quieres que se te vea la cicatriz, no pasa nada.

—¿Qué dices? No, no. Ya eso no me preocupa. Bueno sí. No tanto, quiero decir. Tan solo un poco.

—¡¿Tiene una cicatriz?! —exclamaron todos como un coro.

—Sí —admitió avergonzada—, es del accidente.

—¡Pero no te vi nada cuando llevabas el bikini! —saltó Phoebe.

—Eso es porque uso magia ilusoria.

—Jose, hay un regalo que yo aún no te he dado —dijo Kate inflando su (casi) inexistente pecho—. ¡Mi virginidad!

Él, enojado por su comportamiento, la reprendió dándole un azote en el culo con el matamoscas.

—¡Aaaaah! ¡Eso duele! ¡¿Pero qué haces?!

—¡Valórate más, joder! No eres una dama de compañía, ¡y tienes solamente 14 años! ¿Te parece bien darle tu primera vez al primero que te entre por los ojos? Eso hay que hacerlo con la persona que verdaderamente te gusta, de quien realmente estés enamorada. Lo tuyo no es amor, Kate, es obsesión... porque te salvé la vida. No me debes nada. ¿Queda claro?

—¡Sí que te debo algo: mi vida!

—¡Y yo ya dije que nooo!

—Aún queda un regalo. —Bonnibel sonrió—. Cuando terminemos de comer la tarta, bajemos todos juntos abajo y juguemos. ¿Qué os parece?

—¿Jugar a qué? —preguntaron todos.

La mayor sorpresa estaba guardada en el salón.

—¡¡Uuuoooo!!

La nueva consola que ellos tanto querían y por la que habrán tenido que trabajar bastante para poder comprarla. Ni medio segundo tardaron en sacarla de la caja, enchufarla a la regleta, conectar el cable HDMI y arrancarla para comenzar a jugar a sus juegos favoritos.

*

Ya muy de madrugada, estaban todos durmiendo. Sea por el cansancio del día tan movido que habían llevado o los efectos del licor, acabaron exhaustos, sobando en el sofá. En pie únicamente quedaron Cloe Lemon y Bonnibel Rose, las dos recostadas en dos tumbonas en la azotea, mirando el cielo nocturno carente de estrellas a causa de la contaminación lumínica tan abrumadora de la Costa del Sol. A lo sumo podían verse el brillo intermitente de algún satélite, y alguna estrella si se tenía algo de suerte. Las dos tomaban chupitos del licor de ciruela que Jose había preparado.

—Impresionante el vestido. Qué envidia me da. Por cierto, Bonnie, ¿les darás algún día el diario de su padre?

—Aún no es el momento. Phoebe ya lo superó, pero Jose aún no.

—Ah. Yo puedo entrenarlos en las artes espirituales, soy una experta en ello. Pero, claro, Marina se va mañana por la tarde a Honolulu.

—Ya es mañana, Cloe —le recordó la bruja maestra del hielo, recalcando que habían pasado de las 00:00 horas.

—¿Ya ha pasado una semana? Buf, el tiempo vuela. Ojalá ellos pudieran estar aquí para ver lo fuertes que se han vuelto. Pensar que en poder bruto ya haya sobrepasado a su madre, je, je. Se vienen cosas muy interesantes, ¿no?

—Quién sabe —respondió con nostalgia removiendo el contenido del vaso—. Aprenden muy rápido, y el ki no veo que tarden en hacerlo suyo. Total, ya habían entrado en contacto con él antes al usar Bloodshed, y para abrir puertas.

—Lo sé. Desde muy pequeños aprendieron a abrir cerraduras desde fuera usando el ki, sin saberlo. Pero es normal, usar las artes espirituales es innato en las bestias.

—Hablando de bestias, sigue empeñado en utilizar el poder completo del Bloodshed en estado base. Mira que le he dicho que lo deje, que le acabará pasando factura. Anda que usar el Bloodhed Original contra Gai, no sé cómo sobrevivió. Se estabilizaría absorbiendo maná del aire o robándoselo a Gai conforme el suyo propio se agotaba. Eso sí, la paliza que le propinó... Fiu. Pero sufrió un caso agudo de déficit de maná como efecto rebote.

—Ese idiota... La técnica de Bloodshed se inventó no solo para sobrepasar uno sus propios límites, sino para emplear el poder que nos brinda nuestra forma de monstruo en forma humana. Sin embargo, es una técnica fallida, estúpida, inútil y suicida. Desbordamiento excesivo de energía vital al ambiente, destrucción de los glóbulos sanguíneos, rotura de capilares, venas y hasta arterias, y seguramente la muerte. Es como querer pasar todo el contenido de una garrafa de agua de ocho litros a una tacita de té.

—Trató de crear un power-up, un Vestido Astral. Usar la energía desbordada para crear la ropa y blandirla de otro modo, como un arma, sin que se desperdicie. De todas formas, es energía perdida que no se va a recuperar. De quedarse sin fuerzas o caer derrotado, se quedarían desnudos y totalmente indefensos. Es inútil.

—Je, je. ¿Te imaginas la cara del enemigo ante tan absurda escena? Y, Bonnie. —Aproximándose a la sexy rubia, lamiendo su mejilla con una mirada seductora, metiéndose con ella y poniéndola nerviosa, le dijo al oído—. ¿Cuándo les dirás que «aquel tipo anónimo» que les enseñó a usar la magia y proporcionó las bases fuiste tú?

—No lo sé; además, creo que ya lo saben, solamente que se lo tienen callado.

—También de que la razón por la que no los han atacado aún es porque les interesan, y porque G.U.N. te tiene un miedo atroz. Yo aún les guardo mucho rencor, por culpa de estos putos mercenarios bajo órdenes directas del Vaticano es que casi nos llevan a la extinción. Perdona, me voy por las ramas, ja, ja. A lo que iba, conejito cariñoso. Después de todo, eres uno de los cuatro magos más poderosos que existen. Uno de los Cuatro Grandes Reyes Celestiales.

—Sí, pero dos están muertos. Y hay algo que me preocupa.

—¿El qué?

—Yo no les di el dinero.

—¿Eh?

*

Rosie se encontraba acostada en la cama de Jose, abrazada a este. Ese era su último regalo.

—Deja de acariciarme, ahora estoy caliente por tu culpa. Ahora tienes que hacerte responsable.

—¿Lo dices en serio? —Se incorporó casi de inmediato—. Venga, hagámoslo.

—¡No, idiota! Lo decía en broma. Estoy en celo, podría quedar embarazada.

De un golpecito de su dedo en la frente, Rosie cerró los ojos gimiendo «¡Au!».

—Tooonta, ¿por qué crees que se inventaron los preservativos? Además, podría preguntar en la farmacia si tienen Marvelon.

Rodeándola con su brazo derecho, la besó en los labios. Prácticamente salía vapor de sus oídos. Con su mano izquierda libre, chasqueó los dedos.

—¿Eh? —Continuó intentándolo hasta un total de cinco veces, sin resultado.

—¿Por qué palilleas?

—Mmm... Qué raro. —Sentándose al borde de la cama, abrió el primer cajón de los tres de la mesita de noche situada al lado de la cama, pero un triste cajón vacío es todo lo que había—. ¿Y los condones? ¿Quién me los ha cogido? Y no solo eso, también la caja de pañuelos y el lubricante.

Los dos se miraron a los ojos fijamente durante diez segundos, esbozando una pícara sonrisa. Habría que dejarlo para otra noche. Mientras tanto, cierta gatita lujuriosa se encontraba estrenándolos con su novio y gastó toda la caja esa misma noche.

Entre líneas 3

—Sluuurp, este zumo está muy bueno. ¿Verdad, Claudia?

—No sé, lo noto un poco ácido. Y tiene mucha azúcar.

Los dos Comandantes se encontraban en la ciudad de los héroes de Reino Unido, disfrutando de la brisa marina y el sol que tanto caracterizaba el sur de Andalucía. Sorbiendo del brick de zumo de manzana verde mirando las gaviotas volar, notó que su amigo no contestaba. Levantando sus gafas de sol y sosteniendo la capucha para que no volara, lo llamó.

—Kyle. ¿Kyle?

—Wow.

Dándose la vuelta, pudieron ver a un chico gato de medio metro de altura, de cabellos blancos y ojos rojos, sudadera morada y pantalón deportivo corto y negro paseando dado de la mano de una joven gata negra de cabello largo y azabache y ojos verdes como esmeraldas luciendo un flamante vestido blanco que realzaba su elegante figura y mostraba su preciosa piel.

—Hala.

Ella era el centro de atención de todo el paseo, atrayendo todas las miradas de los transeúntes. Si no se trataba del más bello vestido de bodas, no sabría decir entonces qué era.

—Qué vergüenza, Jose. Nos están mirando.

—¿Qué dices? Te están mirando a ti porque eres preciosa. Muac. —Le dio un beso en la mejilla, volviendo su cara tan roja como un pimiento habanero—. Vamos al Tolone a tomar algo con la clase.

—Quiero uno —expresó la Comandante.

—Pues ya me dirás tú de dónde sacas uno de esos. ¡La leche!

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top