Capítulo 2: Ocean Tornado

Parte 1

El día había llegado. Finalmente iban a partir hacia Japón. La idea de ir en barco por sí sola rechinaba bastante, pero nadie era partidario de estar sentados horas y horas en un avión, ni aunque comprasen billetes para uno muy lujoso y viajar en primera clase con toda clase de detallitos; simplemente, no querían. El barco en el que iban a realizar la tan larga travesía España-Japón no era otro que el yate de Bonnie. El cual si uno se ponía tiquismiquis, se referiría directamente a él por un velero. Aunque a ella le gustaba llamarlo así, para dar una mayor impresión. La embarcación de vela no tenía un nombre propiamente dicho más allá de su identificación. Es por eso mismo que Marina, Rosie y Jose, de ocho años de edad, decidieron bautizarlo como Ocean Tornado al estar enviciados a un videojuego del erizo azul de la época, rompiendo una botella de brandy contra el casco en lugar de champán porque no tenían en el mueble de la casa.

Los chicos estaban en la plaza tan tranquilos, a la espera de la hora indicada para dejar a Chocola con Simeon y Claudia en el puerto. Ya habían sido notificados por parte de las gemelas Makishima que New Dawn también había dado con el espadachín extraviado y realizaron varios intentos de recuperarlo. Todos ellos infructuosos, concluyéndose la mayoría como derrotas aplastantes. Afortunadamente, no hubo muertos. Aogami no parecía estar poseído, aunque sí muy perturbado, irritable y a la defensiva, amenazante con usar sus poderes especiales a la más mínima de cambio si no lo dejaban en paz. Quería aislarse para no volver a herir a nadie más. Que era una bomba andante.

Es por eso que no fueron antes a Tokio. Porque sabían que sus enemigos se habían topado con un muro infranqueable. Desconocedores de la magia y aún tratando de rechazar su misma existencia, les era imposible concebir algún modo de contraatacar como es debido frente a artes sobrenaturales que iban más allá de la norma y lo mundano. Chocola estaba jugando al pilla pilla con Marinette y las hermanas pequeñas de Rosie. Goldie y otra chica de cabello nevado intentaban darles caza, saltando y brincando, esquivando los árboles y bancos de la plazuela. Las chicas seguían a lo suyo, todas ellas charlando y comiendo de un paquete de pipas extra grande.

—¡Goldie, porfa! ¿Me puedes llevar un momento a mi casa? Es que se me ha olvidado coger una cosa —le pidió por favor Marina.

—Chi... Je, je. —Ella se rascó la parte posterior de la cabeza, quería reírse un poco—. Lo siento, tía. No puedo.

—¡¿Eh?! ¡Pero si puedes teletransportarte! Apareciste en mi casa y me trajiste en menos de un segundo.

—Respecto a eso... La técnica no funciona así. Necesito «fijar» un objetivo, sentir la fuerza vital de alguien para moverme al instante. Pude contigo porque eres fuerte; para regresar aquí usé la de Rosie.

—Oh, que necesitas un punto de referencia... Vale. No pasa nada, solo quería coger un pijama.

—Yo quiero aprender eso, ¿me enseñas, Goldie? —le pidió su novio—. Si es que no es magia, claro.

—No te voy a enseñar mi técnica característica. Si lo hago, dejará de serlo.

—Pero darling también la usa —arremetió ella.

—¡Ya estoy, chicos! —dijo Manuel.

Acababa de llegar y se quedó totalmente embelesado. Su mirada se quedó grabando únicamente a esa belleza de chica gato, de cabello plateado hasta la base del cuello, camiseta gris y falda escocesa. Su radiante sonrisa era preciosa, pero aun más lo eran sus ojos rubí. Se trataba de una chica que no había visto antes en el pueblo, ¿familiar de Phoebe y Jose quizás? Su voz era angelical, su dulce fragancia a limón fresco era revitalizante, sus gráciles movimientos parecían tallados por seres de otro mundo.

—¡Qué pasa, Manu! —saludó Kate—. Veo que regresaste de la cancha, sudado y con el uniforme. ¿Te molesta que te robe la camisa y la huela?

—Es hermosa...

—¡Hola, Manu! ¿Juegas con nosotros? —saludó la chica.

—Se sabe mi nombre...

—Estás en la nube... —comentó la sirvienta.

—¿Quién es? —preguntó—. ¿Prima de Phoebe?

—¿Te gusta? Si quieres te la presento. Una lástima que tenga sorpresa.

Eso lo devolvió a la realidad de golpe e inmediato.

—¡¿Eh?! Oye, oye, ¿cómo que sorpresa?

—Venga, ya sabes. —Kate comenzó a deslizar su dedo índice sobre su pecho, dibujando círculos, tonteando con él—. Un buen rabo. Un trabuco. Una tercera pierna. Un trípode.

—¡¿Eh?! ¡¿Es un trapito?!

—Sí. Es Jose. —Kate intentaba contener la risa.

—¡¿Jo... seeeeeee?!

—Dios, qué gallaco, te vas a quedar afónico.

Entonces, la «chica» dejó de correr detrás de las niñas y colocó sus manos en sus caderas.

—Sí, he perdido una apuesta. Ahora déjame, ¿vale? —se quejó. Su voz era la de una chica, incluso su esbelto cuerpo lo aparentaba.

Habiendo dicho eso, Jose regresó al juego. Con la boca abierta, Manuel se acercó acompañado de Kate Onion al banco donde estaba su prima Lucía charlando con Rosie, Marina y Laura.

—¿En serio... que es él?

—¿Aún no te lo crees? Emma le ganó. No hizo falta ni maquillaje, le quedaba bien la ropa. ¿Y sabes qué? Jose está acostumbrado a usarla, le encanta la sensación de libertad que le da usar falda.

—¿Qué demonios... está mal con este mundo?...

Destrozado, quién sabe si fueron sus esperanzas de echarse novia o por ver a su amigo así, hincó ambas rodillas al suelo con aire depresivo. ¡¿Qué le habían hecho?! Las risitas de ellas no hacían más que empeorar la situación. Aún si ese era el precio a pagar por perder en vete a saber qué malintencionado juego de «azar», era demasiado. Habían despertado un fetiche en su amigo.

—Vosotras... sois los verdaderos monstruos.

Viéndolo así de patético, arrastrándose por el suelo de la plaza, Jose se le acercó y lo agarró del brazo. Habló con esa dulce voz de chica tan dulce y compasiva como la de Goldie cuando esta se encuentra de buen humor. Aitor se meaba de la risa, le dolía el estómago. Igual la susodicha novia de este.

—¿Te encuentras bien, Manuel-onii-chan? ¿Te has hecho daño?

Jose lo abrazó como una hermanita pequeña y él lo apartó, disgustado. Era muy incómodo, una sensación interna se movía por todo su cuerpo que lo obligaba a actuar así.

—¿Qué sucede, onii-chan? ¿Ya no me quieres? —dijo encogiéndose, con ojos húmedos.

—¡A-apártate de mí! ¡Estás haciendo que dude muy seriamente de mi sexualidad! ¿Y cómo haces para poner esa voz? ¡Joder, qué asco!

El muchacho se llevó su mano al cuello, acarició su garganta y tosió un poco.

—Está guapo, ¿eh? Si quieres, te enseño a hacerlo. Tienes que levantar el cartílago de la laringe y...

—Por favor. Vístete.

—No puedo. Tengo que estar así 24 horas.

—Por favor. Vístete —repitió con tono robótico.

—Oye, se nos ha roto —anunció.

Parte 2

El tiempo pasaba y no se movían del lugar, habían desperdiciado cerca de dos horas ya, ahí, sentados en la plaza. Unas tapitas por aquí, que si unos canapés por allá, luego me cojo una bolsa de papas y una cerveza. La paciencia se le estaba agotando a Laura Zarza, quien había ido porque, en principio, se iban a despedir de ellos porque se iban a Japón en barco. Los iban a acompañar al puerto, y también estaba el tema de que iban a dejar a Chocola con Simeon, como parte del trato que ambos hicieron, ya que sus hijas eran muy amigas.

—Una cosa. ¿Cuándo nos movemos? Estamos aquí desde la once de la mañana.

—Ahora, ahora. No te preocupes —le contestó Phoebe—. Es casi la hora, vamos tirando.

Echando un ojo al teléfono móvil, la gata albina comprobó la hora y se levantó. Levantando ambos brazos, indicó que debían levantar el campamento. En un santiamén recogieron todo, agarraron las maletas y pusieron rumbo al paseo marítimo. De ahí, caminarían hasta el puerto deportivo de Estepona. Las burlas hacia Jose seguían, pero este hacía oídos sordos. Incluso los padres de Selene, que estaban esperándolos sentados en un banco cerca del chiringuito Paraíso del Mar, se reían de él.

—Eh, Cloe. Preciosa sobrina tienes.

—Sí, ¿verdad? Mi hermana siempre quiso tener un niño, pero no hubo suerte. En cambio, trajo al mundo dos hermosas niñas.

—Grr... —gruñó.

—Papá, estás muy guapo.

—Sí, estás muy guapo, primo —siguió el juego Marinette.

—¡Sí, eres una chica muy guapa! —rieron las trillizas a la vez.

—Oye, dejad a Jose de una vez —las regañó Rosie.

No podía enfadarse con ellas, tan solo eran una niñas pequeñas. Además, ya estaba maquinando su venganza contra Emma y las demás. Todo fue ocasionado a partir de una discusión por ver quién hacía las tareas del hogar que se fue de madres y terminó de esa desastrosa manera.

—¿Y cómo está Patricia?

—¡Pft! Es verdad que estás muy guapa, Joe. Te~hee~.

—¡Mm!

—¡He, je, je! Ay, no me pegues. Je, je.

—Mal, Selene, mal. Abrí la persiana y la ventana para que entrara la luz y aire, le arranqué las sábanas y traté de llevarla a rastras al baño para bañarla, pero no hubo manera. Me llevé una buena hostia, con la mano abierta.

—No me fastidies que intentaste desnudarla, Jose.

—Shhh... Sí.

—Pos normal. Pero también es tu culpa por verla como una hermanita pequeña.

—¿Qué quieres que le haga? Es mi hermanita pequeña. Aunque... me preocupa que no pruebe bocado alguno. Pero no puedo coger y borrarle la memoria como si nada hubiera pasado.

—A mí también.

—Le he dejado un pastel de calabacín y beicon con unas bolitas de arroz rellenas de mozzarella.

—Espero que las pruebe, a ella le gusta tu comida. ¿Nos harás otro pastel? Porfi. ¡Y tus salchichas con esa salsita de cebolla y zanahoria! Porfi, porfi, porfi.

Los ojos de Selene centelleaban como estrellas en el cielo nocturno. No podía decirle que no si se ponía así. Uno de los muchos defectos de Jose era ese: le costaba decir «no».

—Está bien, lo haré esta noche para cenar.

—¡Yoshaaa! ¡Gracias, te quiero! —Lo abrazó y le dio un beso en la mejilla. Jose tan solo sonrió, mientras hacía el gesto de meter sus manos en los bolsillos, su manía. Recordando que no tenía.

—Hey, primo.

—Uhu, malo el tono de voz. A ver qué quieres, Goldie —pensó en voz alta, la mar de contento.

—He leído que, al parecer, hacerlo llevando falda es muy excitante. ¿Queréis probar Rosie y tú? Sería interesante para vuestra primera vez, ¿no crees?

—Ja, ja... ¡¡Ja, ja, ja, ja, ja!! —Selene no podía parar de reír, se lo había imaginado todo en su mente y la escena era absurda—. ¡Es que no puedo, tío! ¡Tío, lo siento! Jose, Jose. No, no. No te enfades, Jose. ¿Adónde vas? Frena un poco. ¡Espera! ¡Dormiré contigo!

Parte 3

Patricia estaba tirada en su cama, recostada sobre su lado derecho. Llevaba un buen rato llorando, pero no le quedaban ganas ni para eso. Llevaba tiempo en ayunas, sin salir de su cuarto. Resonaba en sus pensamientos las palabras de sus amigas y su hermanito Jose, que debía levantarse y seguir adelante. Tenía sus dudas. Era tímida y solitaria, su banda solamente eran unos críos como ella que descubrieron la magia o tenían familiares hechiceros y se metieron a jugar a ser magos y «conquistar el mundo». De hecho, la banda no duró mucho, tras los sucesos de Londres y comprobar en primera fila lo que puede llegar a ocurrir si la cosa de sale de control, el grupo se deshizo y volvió a quedarse sola, todos regresaron a sus vidas cotidianas y aburridas. Se había vuelto a quedar sin amigos. Ya nadie volvería a llamarla «jefa».

—Aah....

Un gran suspiro resonó en la habitación.

Estirando su brazo, agarró el teléfono móvil apagado y lo encendió.

Los mensajes y las llamadas se habían acumulado. Era obvio de quiénes eran.

—Tengo hambre...

Rodando en la cama, vio el plato tapado por papel de aluminio que Jose le dejó sobre la mesita de noche. A estas alturas lo que se hallara en su interior estaría más frío que el corazón de una ex, no quería moverse de la cama y salir de su habitación, bajar las escaleras y recalentarlo en el microondas. Patricia se sentó en la cama y, tratando de retirar el papel plata, lo rompió.

—¡Tchs! Siempre igual. ¿Qué es?

Se trataba de un pastel de calabacín, beicon y queso, y junto a este, dos bolas de arroz. Dos platos que había leído en el libro de recetas que perteneció a su madre y que se podían comer tanto fríos como en caliente. Al parecer, previó que más tarde que temprano levantaría el papel de aluminio cuando el hambre apretase más fuerte que de costumbre. Bajo la cobertura había un tenedor y un cuchillo.

—Por su forma, parece un flan.

Aquel pastel había adoptado la forma de la fuente de barro. Pinchando con el cubierto, descubrió que su textura era esponjosa, tal y como pensaba, similar a la de un postre. Sin pensarlo mucho, llevó el trozo a su boca.

—Mmm... Parece una tortilla, pero con otra forma. Y es dulce. A ver esto.

Le tocaba el turno a las bolitas de arroz. No sabía si comerlas con las manos o con el tenedor. Le interesaba lo que se ocultaba en su interior, así que las diseccionó, revelando un interior de queso mozzarella. Realmente les encantaba ese queso a ellos.

—Está bueno. Me recuerda... a la comida de mamá...

Cuando terminó de comer, se tumbó nuevamente en la cama. Recordó el talismán que le había dejado en su anterior visita, la gargantilla negra con el cascabel plateado. Aburrida y apática, lo tomó de su mesita de noche. Lo miraba y meneaba, jugueteando con él. Su tañido era calmante.

—... Pensé que era un artefacto mágico, pero solo es un juguete.

Perdiendo el interés en la campanita, la atesoró contra su pecho, cayendo presa de las garras de Morfeo nuevamente.

—Patricia.

—¿Mmm...?

—Patricia —la llamaba la voz.

Era una voz dulce y suave que le era tremendamente familiar, cálida y maternal.

Lentamente, Patricia Clemont abrió sus párpados. Frente a ella se encontraba alguien que físicamente no debía estar ahí. No podía estar ahí.

Porque había muerto.

—Patri, ¿me estás escuchando?

—¡Aaah!

Sorprendida, gritó y se echó hacia atrás, cayendo de la cama y golpeándose contra el suelo.

—Ay, ay...

Únicamente podía maldecirse a ella misma, porque ahora estaba viendo alucinaciones del fantasma de su madre. Sin embargo, Clara le dio su mano y la ayudó a levantarse, acariciando sus dorados cabellos.

—M-mamá... ¿Eres tú?

—Sí. Soy yo.

—Pero... Pero... Estás muerta.

—Sí. Pero estoy bien. Y mi pequeña y mi cariño no lo están, no puedo irme así.

Rompiendo a llorar, Patricia la abrazó.

—Venga, ¿qué tal si ordenamos un poco la habitación? Parece una pocilga.

No eran necesarias las palabras, estas sobraban. Ella estaba ahí. Podía tocarla. Podía verla y oírla, podía sentirla. Parecía todo tan real. Quería disfrutar de este último momento con ella. Hablar con su madre, abrazarla, besarla, llorar con ella.

En definitiva, pasar el tiempo con ella.

Su última reunión con su mamá.

Aunque tan solo fuera un cruel y dulce sueño.

Por lo menos...

Poder despedirse de ella como no pudo hacerlo.

Parte 4

El mundo donde las historias que no llegaron a ser escritas se realizan.

La habría besado en la frente y abrazado si tuviera forma.

Por eso, no pudo hacer otra cosa que dedicarle una gentil, amable sonrisa y sentarse a su lado.

Parte 5

—Mmm...

La sal de las lágrimas, podía saborearlas.

Patricia despertó lentamente de su sueño, para comprobar que había sido todo una ficción.

Junto a ella, el cascabel de fría plata de su hermano José.

—Heh~.

Sonrió.

Parte 6

El puerto deportivo de Estepona. Lugar preferido de los adolescentes del lugar para ir de fiesta y relacionarse en las noches de los jueves. Restaurantes para comer, bares donde tomar unas tapas y copitas, y sitios donde bailar hasta el cansancio, aprovechando que la noche es joven. Cercanos al mar con su olor a sal, a la lonja, los pescaítos secándose al sol, los almacenes de los pescadores, y múltiples barcos entrando y saliendo durante el día, tanto pesqueros como recreativos.

Y allí vieron el hermoso velero Ocean Tonado, el «Tornado del Océano», esperando. Una embarcación de vela cuyo casco era blanco y azul celeste, un barco que, comparado con sus hermanos recreativos, era más llamativo. A ojo, unos 15 metros de eslora. Subidas ya en el barco estaban la Afrodita escocesa y la vampiresa conversando con dos individuos: Simeon, este de brazos cruzados, y Claudia. Una tercera persona, quien resultaba ser Nana, saltaba y no paraba quieta.

—¿En serio vais a ir a Japón en barco desde aquí? Estáis flipaos —comentó ella.

—Bueno, sabiendo la de trucos que tienen bajo la manga, no me extrañaría algo como que este velero volase o alguna locura así —dijo Simeon—. Después de todo, usáis magia.

—No, déjate. Este barco es mi casa, no es mágico ni tiene armas —puntualizó la vampiresa con apariencia de niña de primaria—. Y ni falta que hace cuando nosotros mismos somos las armas.

—¡Heeeeey! ¡Chocolaaaa! ¡Miraaaa!

—¡Nana!

De un brinco, la gatita abordó el barco y abrazó a su amiga sin soltar su salmón de peluche. Simeon se volvió a Jose, quien se subió y lo saludó con la mano. Cargaba con la maleta de su hija y llevaba un papel y una chapa amarilla en la mano derecha.

—Aaah...

—Eeeh...

Las caras estreñidas de ellos dos no tenían precio.

—¿Y tú quién eres? —soltó el líder.

—¿Jose? ¿Eres tú? —preguntó blanca como la nieve Kaiser.

—Sí. Soy yo. Estoy muy mona, ¿verdad?

—Por qué... —A Simeon se le atragantaban las palabras. Muy seriamente se preguntaba qué clase de bizarro fetiche tenía el compañero—. ¿Por qué coño vas vestido así? ¿Te va lo...?

—Escucha, perdí una apuesta. No le des muchas vueltas.

—¿Hasta tú pierdes apuestas?... —dijo Claudia con pesar.

—Oi, ¿a qué vienen esos ojos de pez muerto?

—Mmm... Hola —saludó Rosie Redd a los dos—. Esto... ¿Qué tal?

La situación era incómoda, aunque entendible. Eran enemigos, y habían tratado de matarse Claudia y ella con anterioridad, y ahora por caprichos del mal llamado destino, debían, por lo menos, intentar llevarse bien al ser sus hijas mejores amigas. Inocentes pequeñas de ocho años de edad que no tenían nada que ver con lo que hicieran sus padres adolescentes adoptivos con superpoderes.

—¿De verdad ese es el Emperador de New Dawn, Simeon? —preguntó Manuel, confuso—. A mí me parece un tío muy normal, si no tenemos en cuenta el pelo y ojos sacados de anime, claro.

—Oye, es guapo —le dijo susurrando al oído Laura a su mejor amiga Lucía.

—Sí, sí que lo es.

—Deja que te ilumine un poco —inició Goldie—, no todo es blanco y negro; el mundo más bien es una fea escala de grises sin sentido. Bien podría pasarte el pasado de Simeon, Manu, pero no quiero que te quedes en un rincón llorando.

—No, gracias. No metas recuerdos de otros en mi cabeza. Nuevamente, gracias.

—¿Entonces, cuándo quedamos para esa barbacoa? —Se rascaba Claudia su oreja derecha—. El verano finaliza dentro de poco y volvéis a los estudios. Será complicado quedar estando en bachillerato, ¿no?

—Sí. Es mucho estudiar, estudiar, estudiar, y apenas tener vida social —se lamentaba Rosie, agachando la cabeza—. Aunque peor será segundo, eso sí que será un infierno.

—Las pruebas de acceso a la universidad, sí. ¿Selectividad lo llamáis?

—Así es. ¿Tienes pensado hacer alguna carrera, Claudia?

—No. La verdad, no tengo ni idea de qué podría estudiar. Si te soy sincera, estoy contenta siendo ama de casa. Pero hace falta algo más que eso en la vida... Se me da bien cocinar y cuidar niños, podría tirar de eso. ¿Y tú?

—Quiero ser enfermera —respondió la gata azabache—. Me gusta ayudar a la gente y no le tengo miedo a la sangre.

—¿Qué hay de ti, Jose?

—¿Oh? —Se dio la vuelta, estaba hablando con Simeon de videojuegos y cómo se había encontrado un error en el código que permitía abusar del RNG para obtener mejores objetos al vencer enemigos—. Ni idea, no lo sé. Algo de idiomas, supongo.

—¿Qué tal Turismo o Traducción e Interpretación? Se te dan bien los idiomas.

El chico se lo pensó dos veces. Tenía sus razones para ello.

—No me llama la universidad, la verdad. Prefiero un grado superior. Ya veré de aquí a ese momento, me quedan dos años. No me presiones.

—Yo lo veo más bien con algo de economía. Su hermana y él son unas bestias manejando el dinero. Espera, ¿filosofía? Jose.

—¡¿Qué?! Estoy hablando, déjame.

—Je, je, je. Parecéis un matrimonio —rio Claudia—. ¿Y las niñas? ¡Niñas!

—Están abajo jugando, no te preocupes —le respondió la mar de calmada Bonnibel. Pero por su mirada, claramente notaba algo extraño en ella. La Bruja de la Escarcha estaba notoriamente interesada en Claudia Kaiser, la Comandante. No le quitaba ojo de encima. Cada centímetro de su cuerpo era examinado como en un TAC, como si quisiera extraer una información concreta.

—Mmm... Ya veo. Vaya fallo de programación. ¿Lo solucionarán con una actualización?

—¡Yo qué sé! Pero espero que no sea pronto, está bueno para conseguir objetos rarunos fácilmente.

—¡Eh, coneja! —gritó Marina.

—¡No me llames así!

—Siento lo del otro día. Casi te mato. Espera, que subo.

Emma silenciosamente analizaba a aquellos cinco. Costaba creer que realmente fueran enemigos. Quizás, «enemigos» no fuera la palabra adecuada. Sus ideologías estaban enfrentadas, sí. Pero tal parecía que no las personas. ¿Era porque sus hijas los unían? ¿Porque G.U.N. era el enemigo en común que los perseguía? New Dawn, psíquicos renegados, violentos y peligrosos, algunos con pasados oscuros, de abuso y abandono. Y Supernovas, que quería poner un final al terrorismo de New Dawn, formado por víctimas directas e indirectas de sus atentados, pero no de la misma manera que G.U.N. Un conflicto de esa escala no se generaba solo por un mero capricho de unos críos, había algo más detrás. G.U.N. los usaban como máquinas de guerra, no los trataban como personas.

Entendía las ansias de libertad y paz de Simeon y compañía, pero estaban enfocando mal sus esfuerzos e ira. Matar gente inocente no era la manera. Debían ir de frente contra esos supuestos Guardianes de las Naciones Unidas, títeres de la ONU.

—¿Verdad que el coco rallado no pega? Sabe a arena.

—Sí. Coger toda entusiasmada un bombón de chocolate negro, para descubrir que el relleno es de coco, menuda decepción —expresaba su disgusto Claudia.

—¿No os gusta el coco? —preguntó Marina, extrañada—. Darling, pero tú comiste coco en la feria de julio, esos que están con el agua al lado de las trufas y los altramuces.

—Me gusta el coco, pero no rallado ni los yogures de coco, Marina.

—A mí ni en el yogur, no me gusta. Horrible.

Cloe fue la única que se envalentonó a subir al barco estando aquellos dos monstruos fugitivos y los confrontó cara a cara. Los obligó a disculparse por haber causado la muerte de su hermana gemela y el hermano de su marido. Incluso Rosa, los padres de Selene y demás amigos sentían esa «presión» desde el muelle apretarles el pecho. Tenían miedo. Claudia y Simeon no abrieron la boca durante todo el sermón, temían que, si llegaran a hablar o decir algún pero, les pusiera la cara del revés de un guantazo.

Fueron quince eternos y largos minutos.

—Bueno, ¿nos vamos? —Aplaudió la pelirroja con una forzada sonrisa en su rostro—. Tardaremos semanas en llegar. De día en día se casa mi tía.

—Sí, tiene razón. Vámonos.

—Vale.

Al parecer, Nana y Chocola lo escucharon y subieron las escaleras hacia la cubierta. Claudia amablemente les dijo que se dieran de la mano para no caerse. Las dos pequeñas hicieron caso y Nana le dio la mano a su madre. Asimismo, Claudia se la dio a Simeon, quien se despidió con un corto «chao» y los cuatro desaparecieron del sitio. Los presentes estaban sorprendidos; ellos, no tanto. Sabían del funcionamiento del poder del teletransporte. Simeon podía desplazarse al instante en un radio de 80 metros. Repitiendo la acción consecutivamente, y si tenía las suficientes fuerzas, podía recorrer largas distancias a gran velocidad sin la necesidad de volar. Por decirlo de algún modo, iba saltando en el espacio.

Rosie le metió un cocotazo a Jose con el puño.

—¡Aah!

—¿Desde cuándo Claudia y tú sois tan amigos? ¿Eh?

—Sí, os lleváis demasiado bien. ¿Nos estás engañando con ella, darling?

—¡Claro que no! Solo somos amigos, ya está. ¡A ella le gusta Simeon!

—Nope. Reconozco esa clase de vibra —atajó Emma, empeorando la situación para el albino—, es mucho más estrecha que eso de «solo amigos».

—¡¿Porque me lleve muy bien con una chica ya automáticamente tiene que ser mi novia o qué?! Me he criado rodeado de chicas, es normal que haga amigos más fácilmente con chicas que con chicos.

—Eso es verdad, pero tus ojos reflejaban «amor», Jose. —La intromisión de Bonnibel Rose terminó por hundirlo en lo más profundo de las aguas del puerto.

—Dejadlo ya, en serio... No tengo nada especial con ellaaa.

Despidiéndose de sus amigos y familia, embarcaron.

Viajarían en el barco Goldie, Phoebe, Jose, Rosie, Marina, Selene, Aitor y Emma.

Parte 7

—¡Ya hemos llegado! ¡Bienvenidos al Santuario!

«Ay, Dios. Me ha taladrado los oídos», pensó Simeon.

Ya habían aterrizado en su base secreta, una isla oculta en algún lugar del Atlántico. Playas de arena blanca y fina, frondosas palmeras decorando los jardines de las casas que formaban aquel pequeño pueblo tropical, un paisaje paradisiaco sacado del Caribe. Chocola y Nana corrían por la orilla detrás de ellos, mientras Simeon y Claudia se dirigían a su casa. En el puerto de la isla que ellos llamaban Santuario el crucero Olympus estaba siendo reparado.

Un muelle de madera se extendía sobre las aguas transparentes, cuyos caminos se ramificaban y daban a parar a chozas que flotaban sobre las aguas. Quedaba en claro por qué recibía ese nombre, verdaderamente era un santuario. Un lugar de descanso, relajación y resguardo. Lugar donde evadirse y estar protegido, a la par que a tus anchas. La suave brisa, el sol del verano, las transparentes aguas en las que tortugas se podían ver sumergidas nadando junto a bancos de coloridos peces.

—¡Qué bonito! —exclamaba Chocola, observando las tortugas marinas—. Tengo hambre.

—Es una tortuga, no te la comas. ¿Quieres ver el barco?

—Sí, ¡venga!

—¡¡Papááá!! ¡Mamá! Vamos a ver el barco.

—Está bien, pero volved pronto, ¿vale? —les dijo Claudia—. ¿Qué te pasa, Simeon?

—No, nada. Estaba dándole vueltas a lo que nos ha dicho la tía de Jose... También, la de veces que Jose me ha repetido y repetido que tenga cuidado con su hija.

—Si quieres te leo las instrucciones, otra vez —bromeó.

—No, gracias.

—«1: Que no coma demasiados dulces y cuidado de dejar el frigorífico abierto, no vaya a beberse un cartón de leche entero (le encanta la leche). 2: Lavarse los dientes antes de acostarse y leerle un cuento». Y la más importante: «3: No acariciarle la cabeza ni decir "Eres una buena chica" mientras se le acaricia la cabeza; si llora por la noche o tiene pesadillas y no podéis calmarla, presionad el botón y vendré volando».

—Esperemos que no haya que hacer eso. ¿Pero por qué no podemos decir esa frase?

—¿Quieres que te pegue? ¡Gai y su séquito le decían eso mientras la violaban, Simeon!

—Perdón... —se disculpó—. Me...

—¡No puedes olvidarte de algo así! ¡Es serio, ¿sabes?!

Enojada, su chica lo adelantó, cogiendo ella la maleta y dejándolo atrás.

—Debo dejar de desconectar el cerebro. —Quedando como un estúpido insensible, se palmeó la cara—. Idiota.

Parte 8

Por su parte, los Supernovas ya se encontraban en alta mar. El intrépido velero surcaba el mar Mediterráneo acompañado de blancas gaviotas que lo acompañaban como fieles camaradas, disfrutando el gato albino apoyado en la baranda. A pesar de haber estado en el barco incontables veces y hasta haber vivido un tiempo en él, siempre le causaba ilusión navegar.

Al principio, todos creyeron que no habría espacio para tanta gente dentro del barco. Pero en cuanto bajaron las escaleras a lo que sería el salón, se percataron que daba la ilusión de ser más grande por dentro de lo uno podía ver desde fuera. El espacio era pequeño pero cómodo, bien organizado. Un caso curioso, pues era sabido por todos que Bonnibel era un desastre para la limpieza, siempre dejaba todo por los suelos, perdía exámenes y papeles, se olvidaba el bolso... Si no se olvidaba la cabeza algún día era porque no podía. Emma estaba allí para ayudarla a limpiar y poner todo en su sitio, no los engañaban.

Aquello tenía un escritorio con un portátil, la radio y «chismes de barco» como lo llamaba Rosie. Había una cocina que contaba con una vitrocerámica, horno y fregadero, una mesa grande donde podían sentarse todos a comer alrededor, otra mesa para cartas, estanterías repletas de libros de toda clase, dos percheros y tres cuartos de aseo, uno de ellos con ducha. Camas había bastantes: dos camas dobles en la popa, dos camas simples y otra doble en la cabina de proa. Así, sin problema podrían dormir todos en el precioso velero.

Jose, muy pillo, ya se había pedido el camarote de proa, donde podía dormir un matrimonio y presumiblemente era el mejor sitio de todo el barco, y el cuarto de Bonnie. Incluso contaba con un cuarto de baño. Literal, desde la ventana que daba al exterior Jose y Selene podían entrar a su cama. Goldie y Aitor se pidieron una cama doble de las de popa. A Rosie no le parecía bien la idea de dejar a su novio con su amiga Selene. Le gustaba. Quién sabe si Selene intentase mover ficha esa noche, durmiendo juntos en el mismo camarote, en la misma cama.

Discutido también era por todos el trayecto del barco: ir hacia el sur, virar en Cabo Verde y cruzar el océano Índico. Tardarían meses si seguían esa ruta. Pese a todas las demandas, la vampiresa siempre respondía lo mismo:

—No os preocupéis, llegaremos en tres días. Os lo prometo.

—¿Cómo? —se preguntaron todos.

Y fue en ese momento que notaron la existencia de un décimo tripulante. Un polizón.

Una muchacha de catorce años, baja estatura y autoproclamada sirvienta y amante de Jose Lemon.

Así fue como Kate Onion se unió a la aventura.

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