Capítulo 0: Night Raid
En el extrarradio de cierta ciudad se habían dado reportes de actividad sospechosa alrededor del polígono industrial. Algunas noches testigos afirmaban haber visto a camiones de reparto de mercancías circular en dirección a una nave abandonada, escoltados por furgonetas. Otros contaban rumores de que furgonetas blancas con una matrícula que no existía los habían adelantado de manera temeraria en la rotonda situada a la salida de la ciudad, o incluso haber visto a hombres uniformados y armados bajarse de dichas furgonetas blancas y cargar contenedores en barcos a altas horas de la madrugada.
Y cierto chico estaba dispuesto a resolver el misterio... No, mejor dicho, él ya sabía qué se traían estos tipos entre manos, solamente iba a destrozar sus planes hasta que no quedara nada. Después de una investigación de dudosa legalidad, presentó las pruebas a la policía.
El adolescente, vistiendo un chándal negro y con una bufanda celeste alrededor del cuello se adentró en la propiedad; los guardias, sosteniendo sus armas, esperaban la llegada de un camión cargado con mercancía. Pero, lo que ellos no sabían es que ese camión había sufrido un "accidente" y jamás iba a llegar a la parcela. Uno de los hombres se encontraba muerto con un disparo en la frente, y el otro que lo conducía había sido arrestado. La mercancía estaba a salvo.
El chico, sosegado, caminó como Pedro por su casa. Pasó por delante de varios, pero estos estaban tan absortos en su tarea que ni se fijaron. Era como si se les hubiera colado un fantasma, nadie pasó por el control. Y aquellos que lo vieron, no daban crédito que alguien hubiera entrado así como sí con toda su bonita cara; simplemente no podía existir alguien tan imbécil sobre la faz de la Tierra. Debió de ser una sombra ocasionada por la imaginación o la falta de sueño, eso querían creer. Un espejismo, una ilusión. En definitiva, una ficción.
—¿Mm?
Uno de los soldados levantó la mirada. Un muchacho vestido de negro de cabellos blancos con una curiosa y larga bufanda azul que caía a ambos lados de sus hombros hasta casi rozar el suelo caminaba completamente libre por medio del solar.
—¡Eh, tú, mocoso! ¿Qué te has creído? ¡Lárgate de aquí!
Haciendo caso omiso, el chaval siguió caminando todo recto, se dirigía a la nave donde la mercancía era protegida. Cargando el arma, el soldado le apuntó con el cañón; el joven detuvo su paso al notar que más guardias se acercaban hasta que quedó totalmente rodeado.
—¡Manos arriba o dispararemos! ¡Identifícate!
Moviendo un poco la cabeza, el guardia de seguridad pudo ver sus ojos rojos y su espeluznante sonrisa. El de mayor rango se sentía inquieto, notaba un aura extraña provenir de él.
—...
No habiendo contestado a la pregunta, y reanudando su paso, quien le había interrogado apretó el gatillo.
¡Pam!
Un cuerpo cayó sin vida al suelo, sangre saliendo de un orificio abierto en el cráneo y la mirada de los guardias se centró en ese cadáver. El joven no se había movido, pero una baja había tenido lugar.
—¡¡Maldito!! ¡¡Disparad!!
Algunos dudaron si realmente debían pulsar el gatillo, pues había algo extraño en ese sujeto. Pero era una orden de su superior. Acribillaron al menor sin misericordia, a bocajarro. Inmensa fue su sorpresa cuando todas las balas se quedaron congeladas en el aire; ni una sola de ellas había rozado su piel. Una especie de barrera invisible lo protegía de los disparos.
—Release.
De un solo chasquido de dedos, todas las balas fueron disparadas en reversa y los guardias acabaron en el suelo; algunos heridos, otros muertos. El ensordecedor sonido de los disparos, los gritos de terror de los hombres y el nauseabundo olor de la pólvora atrajo a un pez gordo: un muchacho de unos veinte años, cabello corto y negro, y ojos castaños. La funda de una pistola se podía vislumbrar acomodada en la tobillera de sus vaqueros. Varios hombres armados lo acompañaban, y se veían mucho más intimidantes que los cabos rasos que había despachado sin problema.
—¿Quién carajos eres tú? ¿Tienes poderes por casualidad?
—...
—Tipo silencioso, ¿eh? ¿Tienes idea de con quién te estás metiendo?
Isaac caminó hacia él mientras se arremangaba la manga de la camiseta, su brazo se prendió en feroces llamas naranjas y frente al chico de cabellos blancos y ojos rubí, lo miró de arriba a bajo.
Una sonrisa endemoniada se dibujó en su rostro mientras sus pupilas se dilataban.
—Desaparece, puta —dijo el entrometido.
No habiendo nada más que añadir, una batalla dio comienzo entre Isaac y el forastero de cabello nevado. En el interior de la nave industrial, cinco personas discutían cómo se repartirían las ganancias que obtendrían con la mercancía. Todos ellos eran Estrellas, y poderosos usuarios de habilidades bajo las órdenes del segundo comandante más poderoso de toda la organización. Cuatro chicas. La chica de cabello rojo llamada Lidia estaba sentada sobre una caja con su novia Helena, cuyo pelo era negro y le llegaba a los hombros. La rubia Natalia y la morena Diana habían dado de comer a la "mercancía". El camión que debería haber llegado para transportarla estaba tardando demasiado.
—Isaac no responde, ¿qué está pasando fuera? —se preguntó la joven, sosteniendo el teléfono.
—No lo sé. Quizás él ha venido de nuevo y han comenzado otra pelea —dijo Helena.
—¿Por qué se iba a presentar el jefe sin avisar? Siempre nos dice el día que vendrá. Esto es muy extraño, deberíamos ir a ver si ha pasado algo —sugirió Diana.
Un fuerte golpe, como un puñetazo, las puso alerta. ¿Alguien trataba de llamar a la puerta? El sonido era demasiado fuerte, casi como si alguien quisiera tirar la pesada y enorme puerta de hierro abajo. ¿Habría sido el viento? El pronóstico del tiempo no era desde luego bueno, y el móvil indicaba tormenta eléctrica por la madrugada. El segundo golpe dejó una abolladura, y se hizo el silencio. El tercero no fue un golpe, más similar a una explosión. La pesada placa de metal que se deslizaba sobre raíles lateralmente fue reventada y una nube de polvo inundó la estancia. Debido al impacto y para evitar que entraran partículas dañinas en sus ojos, se cubrieron, asustadas por lo que pudiera haber ocurrido al otro lado.
No sería la primera ni la última vez que el jefe se enojaba de esa manera y usaba sus alas para destruir todo a su paso, incluyendo a sus propios subordinados. Dos corrientes de viento despejaron la polvareda, revelando al sujeto que irrumpió en el lugar.
—¡A-aah!
Un chaval que mediría metro y medio de altura. Vestía un chándal negro, la chaqueta estaba abierta y colocada sobre sus hombros como una capa, mostrando su roja camiseta interior. Sus cabellos eran blancos como la nata, sus ojos de color carmesí como un demonio, y destacaba la extraña bufanda azul que rodeaba su cuello, cubriendo su boca. Pero... eso no fue lo que hizo que el terror atacara sus corazones, dejándolas completamente paralizadas.
El chico estaba completamente manchado de sangre, sangre que no era suya... y tenía fuertemente agarrado "algo" con su mano izquierda que, al caminar, dejaba un horrible rastro de sangre. Cuando todas dirigieron sus miradas a ese "algo", se percataron que se trataba de Isaac. O mejor dicho, la parte superior del mismo.
—Ahh... —suspiró—, mirad lo que me hicisteis hacer.
Como si fuera un trapo sucio e inservible, el monstruo arrojó el cadáver a los pies de sus amigas, cuya cara de horror y ojos en blanco hizo que el vómito atacara la garganta de más de una.
—Y bien, ¿quién es el siguiente?
Él extendió sus brazos, como si esperase que le fueran dar un abrazo; nada más alejado de la realidad, era una señal de advertencia. "Si no se rinden, acabaré con todos ustedes". Un relámpago convenientemente iluminó la escena, y el trueno ensordecedor añadió un mayor punto de tensión cuando vieron aparecer detrás el reguero de cadáveres, todos ellos mutilados. Este individuo no era para tomárselo a broma. Había derrotado a Isaac, un Estrella con el poder suficiente como para volverse Administrador. El #2 se estaba planteando el ascenderlo. Y este desconocido salido de ninguna parte lo había asesinado así sin más.
Tenían más que razón suficiente para temerle... pero nunca había que subestimar a los Estrellas. Aunque son el eslabón más bajo de aquellos con poderes en las filas de la organización, y por separado sus poderes son prácticamente poco útiles e ineficaces, sus habilidades combinadas pueden poner en serios aprietos a uno de los más fuertes Administradores, incluso a un Comandante. Más bien eso último quizás fuera una exageración.
—¡¡Malditooo!!
El grito de odio de Natalia se asemejó al rugido de un fiero animal, pero él solo se lo tomó a risa provocándolas con un "¿Qué piensan hacer, matarme?".
—¡Ngh!
Disparada a una velocidad de infarto, la pelirroja Lidia trató de golpearlo, pero vio su puño bloqueado por la mano del jovencito. ¿Cómo podía ser tan fuerte si medía metro y medio? ¡Es un niño!
Manteniendo la distancia, Helena comenzó a correr en círculos, introduciéndolo en un tornado que, en teoría, debería terminar por reducirlo a pedazos. Pero lo estaba soportando con bastante sencillez.
—¡¡¡...!!!
Un sarcófago de tierra surgió del suelo, atrapándolo. La visión fue la de una venus atrapando a una mosca. Lidia proyectó bolas de fuego y Natalia atacó con relámpagos, convirtiendo el vórtice en una letal tormenta de fuego en miniatura. No importaba quién fuera, incluso si se trataba de un Comandante. Nadie podía salir vivo de la Dama de Hierro. Ese chico a estas alturas habría muerto ensartado por las afiladas púas que atravesaban sus órganos como un pincho moruno, y de no haber fallecido en el acto, tampoco duraría demasiado siendo cocinado dentro del tornado como un pavo en un alto horno.
—¡Lo logramos! —celebró Lidia—. ¡Eso te pasa por matar a nuestro Isaac!
El tornado se disipó y el pesado sarcófago de roca cocida cayó al suelo.
—Isaac... —lamentó Natalia.
Dos crujidos se oyeron, y alguien salió de detrás del sepulcro tronando su cuello. Era imposible, pero allí estaba él, ileso.
—N-no... no es posible. ¡Él es...! ¡¡¿Qué es?!!
—Ay, me habéis ayudado con el nudo que tenía en la espalda. De verdad, muchas gracias. Quizás en vez de dedicaros al tráfico sexual deberíais estudiar para fisio o quiropráctico.
No daban crédito. Vieron cómo quedó atrapado en la más letal de las trampas. ¡Nadie podía sobrevivir a eso! Se trataba de una muerte absoluta. ¡¿Cómo escapó con vida?!
—Nyehehehe~ Parece que es mi turno. ¡Allá voy!
—¡E-ese aura...! ¡El aura...! —Natalia seguía balbuceando palabras sin sentido.
Mostrando sus dientes de sierra como un tiburón sonriente, el muchacho extendió su brazo y agarró la cabeza de Lidia, estrellándola contra una placa de metal.
—¡Gagh!
—¡Oye, mira qué cama más cómoda te he encontrado! ¡¿Qué te parece?!
—¡Nnghh! ¡Ggghhhhh!
—¡Me alegro que te haga tanta ilusión que estés a punto de llorar de la alegría! —rio él a carcajada limpia—. ¡Me haces muy feliz!
Presionaba su cuello con muchísima fuerza, casi no podía respirar. El mocoso estaba volando, desafiando las leyes de la física. Era un agarre del cual simplemente uno no podía liberarse.
—Hey... ¿Sabes que el cuerpo humano tiene algo llamado "bioelectricidad"? Voy a jugar un poquito con ella.
—Eek. ¡Guaaaaaaaah!
El cuerpo de Lidia comenzó a convulsionar fuertemente, sus ojos se movían rápidamente y espuma blanca salía de su boca. Un rayo invisible la estaba golpeando por dentro, hasta que no pudo aguantar más y su mano cayó inerte. La chica había quedado pegada a la placa de metal como una pegatina, de pie.
—Ohh... Ahora que la miro, no es muy cómoda para echarse una siesta...
Apretando sus dientes, la chica de nombre Diana y cuyo poder era la telequinesis dio un brinco.
—¡¡¡MALDITO HIJO DE PUTAAAAAA!!!
Mientras el brutal asesino aún se encontraba de espaldas murmurando algo para sí mismo, ella dio un brinco con el que casi roza el elevado techo con su cabeza; había agarrado una enorme viga de acero e iba a aplastarlo con todas sus fuerzas.
—Esto ya no es divertido... es triste.
—¡Diana, no! —trató de alertarla Helena. Pero era demasiado tarde, Diana quería vengar a toda costa la muerte de su hermana Lidia.
—¡¡Mm...!! ¡¡Buagh!!
La enorme viga fue detenida por alguna especie de campo de fuerza invisible que solo se pudo observar una vez hubo recibido el golpe, tornándose azul cobalto. Su propio ataque había sido repelido; tosió sangre y un agudo dolor se propagó por todo su cuerpo, acababa de recibir su propio ataque por duplicado. Por si fuera poco, una lanza de arena la empaló por el hombro y la elevó a casi seis metros de altura.
—Si vas a hacer un ataque sorpresa...
Un pequeño sismo sacudió la nave, y lanzas de arena crecieron del suelo, atravesándola en un horroroso y sangriento espectáculo.
—¡Ga-aah...! ¡Aaaak!
—... no grites.
Las lanzas de arena desaparecieron conviertiéndose en partículas de luz y la chica cayó de espaldas al suelo, inconsciente. Ninguna de las armas dañaron órganos vitales, pero el dolor era tal que parecía un juguete roto. No podían comprender cómo funcionaba su poder, pero esto no era nada comparado con todo lo visto anteriormente.
—¡¡Dianaaa!! —gritó su compañera—. ¡Natalia, haz algo! ¡Tenemos que huir! ¡Eres la jefa!
La muerte poco a poco se dirigía hacia ellas, caminando lentamente, disfrutando del miedo de sus víctimas, reflejado en el brillo carmesí que se desprendía de sus pupilas; Natalia no dejaba de murmurar cosas sin sentido y demás palabras ininteligibles.
—No puede ser... No puede ser verdad... No es humano...
—¡Muévete, maldita sea! —Helena jalaba de su brazo con todas sus fuerzas, pero estaba clavada en el suelo como un árbol—. ¡Corre, me cago en la puta! ¡Corre!
—¿Eh? —El chico las miró con curiosidad—. ¿Qué pasa?
—¡¡¡...!!!
Haciendo uso de su gran velocidad, Helena se desplazó. El chico se encontraba detrás suya, mirándola por encima del hombro.
—Muy lento.
Al oír su voz, ella no lo podía creer. Se supone que solo ella era capaz de moverse a esas velocidades, pero ahí estaba él, observándola con esos ojos de monstruo, mirándola por encima del hombro.
—¡¡Gasp!!
Hizo el intento de despegarse y huir, pero el chico retrajo su dedo índice y le dio un toque en la sien. Helena cayó deslizándose por el suelo fuera de combate mientras humo salía del lugar del impacto; parecía que había recibido un disparo.
—Bueno, solo quedas tú.
—Hababababababa...
—¿Eh? Oye, di algo. Muévete. ¡He, he, he! ¿Le he movido el cerebro?
Al percatarse de que su cara estaba a centímetros de la suya, retrocedió, tropezó con sus propio pie y cayó de culo al suelo.
Tan aterrada estaba ella por la bestia que tenía enfrente que, en lugar de usar sus poderes, sacó su arma del bolsillo y le apuntó. Temblaba tanto que se le cayó de las manos. Al recogerla, efectuó tres disparos con su Beretta 92, no atinando al blanco inmóvil situado a menos de dos metros de ella.
—¡Ah, ah, ah! ¡E-eeeeeh!
—¿No sabes disparar? Tranquila, deja que te enseñe cómo se hace.
Le arrebató la pistola de las manos y se la llevó a la cabeza. Sonriendo, disparó. Un terrible dolor semejante a la picadura de cierta hormiga asaltó su cuerpo y se echó al suelo gritando de dolor, agarrándose el hombro. Una herida de bala en su hombro.
—Eh... ¿Sabes qué pasa si se invierte el flujo sanguíneo de un ser humano...? Yo tampoco... ¿Lo probamos?
Al ver que su dedo buscaba meterse en la herida ocasionada por la bala y que no podía hacer nada para impedírselo, viendo su muerte inminente, perdió el conocimiento.
—¿Ah? Se ha desmayado. Y se ha meado encima del susto.
Comenzando a actuar con normalidad, observó la escena que había montado. Se había metido demasiado en el papel. Todas estaban por los suelos, a excepción de la electrocutada, quien aún se mantenía en pie.
—Bueno, a hacer mi trabajo.
—¿Te divertiste lo suficiente, primo?
Dándose la vuelta, una chica aún más baja que él. Cabello y piel blancos, y ojos rubí. Sostenía una cámara digital con la cual había grabado todo.
—Goldie —se dio la vuelta sorprendido—. ¿Tú no estabas en Francia con tu equipo? ¿Y qué te ha pasado? Estás hecha unos zorros.
—Nah —se rascó ella la oreja—, digamos que la cosa no va demasiado del todo bien en Avignon. Necesito que me eches una zarpa o dos. Pero, primero, rescatemos a estas niñas.
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