#6: Las Pruebas
Los poderosos dioses olímpicos caminaban junto a Superman y Wonder Woman hasta lo que parecía ser un gimnasio. Pero lejos de ver máquinas de ejercicio modernas, este se asemejaba más a un lugar de entrenamiento de la antigua Grecia. Allí los esperaba un enorme hombre cuya musculatura superaba incluso la de Zeus. Aquel ser tenía una frondosa barba castaña oscura y fieros ojos de guerrero. Su cuerpo tenía varias cicatrices, entre las cuales destacaba el rasguño de un felino en su pecho. También tenía unas extrañas marcas en su brazo derecho, como si este hubiera sido quemado.
—Superman —habló el enorme hombre, aproximándose al kryptoniano—. He estado viendo tus proezas por bastante tiempo, kryptoniano.
—¿Y tú eres...? —preguntó Superman.
—Heracles —exclamó con fuerza el dios al quedar frente al héroe. Y, para sorpresa del kryptpniano, la divinidad le extendió la mano—. Me alegra ver que la humanidad tiene un poderoso héroe que la defienda, aunque tus métodos se quedan cortos con algunas amenazas.
—Lo tomaré en cuenta —dijo Superman mientras le daba un apretón de manos a Heracles.
—Suficiente de presentaciones —exclamó Zeus—. La primera prueba consistirá en un levantamiento de mancuernas —afirmó el dios mientras señalaba unas mancuernas doradas en la cercanía—. Cada una tiene el peso aproximado de la Tierra, por lo que veremos quien es capaz de hacer más repeticiones.
—¿Listo Superman? —preguntó Heracles mientras tomaba asiento y su enorme mano se posaba frente a la mancuerna.
—Listo —aseguró el hombre de acero al ponerse en posición.
Ambos sujetaron con firmeza la mancuerna que les había tocado y empezaron a ejercer su descomunal fuerza para levantarla. Las venas en el cuello y el brazo de Superman no tardaron en marcarse y el sudor empezó a bañar su traje. Tratando de ejercer toda la fuerza que podía, sintió como el dolor se iba abriendo paso por los nervios de su brazo. Con cada repetición aquel dolor no hacia más que ir en aumento, mientras que Heracles no demostraba un desgaste tan grande. Los movimientos del griego eran más rápidos y constantes, mientras que su respiración se encontraba relajada. Superman por su parte respiraba cada vez con más dificultad, y termino perdiendo la cuenta de cuantas repeticiones llevaba. Heracles sonrió con arrogancia al ver como Superman no soportó más y dejo caer la mancuerna, tomándose inmediatamente el brazo en un claro gesto de dolor.
—Kal-El no puede continuar, Heracles es el ganador —exclamó Zeus, provocando la risa de algunos dioses.
—Lo hiciste bastante bien, kryptoniano —aseguró Heracles—. Casi llegaste a las diez mil repeticiones, y eso es admirable para cualquier mortal.
—Ahor pasarán a la segunda prueba de fuerza —exclamó Zeus mientras señalaba una pequeña mesa redonda a unos metros—. Deberán jugar a las vencidas, para comprobar definitivamente quien es más fuerte.
Heracles no tardó en sentarse frente a la mesa, expectante de medir su fuerza contra la del kryptoniano. Superman hizo lo propio y ofreció su mano derecha, la cual fue rápidamente apretada por el dios griego. Zeus cerró su puño sobre ambas manos y dio la señal para que comenzarán. El hombre de acero uso toda su fuerza desde el principio e hizo descender casi en su totalidad la mano de su rival. Sin embargo, Heracles logró frenar el impulso a escasos centímetros de la mesa, y no pudo evitar soltar una pequeña carcajada.
—Eres fuerte, Clark —afirmó el hijo favorito de Zeus mientras poco a poco iba elevando su mano—, pero no lo suficiente.
Las manos de ambos hombres volvieron al punto de inicio sólo para empezar a descender hacia el lado que correspondería a la derrota del kryptoniano. Era tal la fuerza que Superman empleaba que este sentía un gran dolor recorrer la totalidad de su brazo. Heracles por su parte lo observaba con feroz calma, notando el gran esfuerzo que hacia su contrincante. Decidido a no prolongar más aquella humillación a la vista de sus pares, hizo descender con fuerza la mano de su rival sobre la mesa, la cual se rompió por el impacto.
—Heracles es el ganador definitivo en las pruebas de fuerza —aseguró Zeus, con una amplia sonrisa.
Superman sacudió su adolorida mano antes de abrirla y cerrarla repetidas veces, mientras los demás dioses se reían al ver su derrota, algunos de forma más disimulada que otros. Sin embargo, y para la sorpresa de todos, Heracles le extendió la mano.
—Diste todo de ti, Superman, y eso es digno de respetarse de cualquier hombre sin importar su raza —aseguró el dios más fuerte.
—Gracias —dijo Superman, aceptando el apretón.
—La siguiente prueba será de velocidad —habló Zeus, alzando un poco la voz.
—¿Competire contra Hermes? —preguntó Superman, cosa que puso tensos a los demás dioses—. ¿Dije algo malo?
—Hermes, mi hijo, esta muerto —declaró finalmente Zeus.
—Fue asesinado —habló Ares—, por sucios alienígenas como tú, al igual que muchos otros dioses.
—Hace tiempo, dioses alienígenas llegaron a la Tierra —habló Zeus, provocando el atento y respetuoso silencio de todos—. Ellos existían desde antes del propio multiverso, y cuando este nació se dedicaron a destruir todo rastro de vida. Cuando trajeron su destrucción a la Tierra, aquel que creo el multiverso los sello aquí. Nosotros, los dioses, existimos como la respuesta del universo a estos seres. Nosotros nacimos con el propósito de poder darle a la creación una forma de defenderse de ellos. Pero en nuestra suprema arrogancia, no creímos que ellos fueran un verdadero peligro para nosotros a pesar de saber desde siempre que ellos estaban aquí, retorciendose y conspirando contra nosotros —afirmó Zeus, antes de dar un pesado suspiro de resignación—. Cuando Darko y sus hijos finalmente se liberaron, casi nos exterminan. Tuvimos que aliarnos con Yahvé, el dios cristiano, y los Æsir nórdicos, y aún así casi perdimos. Mis hermanos, mis hijos, mi esposa... Los vi morir a todos frente a mis ojos. No puedo permitir que eso vuelva a pasar.
—Lamento mucho escuchar eso —exclamó Superman, claramente conmovido por la narración de Zeus—. Estas pruebas... ¿Ese son su motivo?
—Queremos comprobar que tan peligroso eres —afirmó Zeus—. Aún no has hecho nada contra la humanidad y por eso no hemos interferido en tu vida, pero en caso de que lo hagas queremos saber a que nos enfrentamos.
Superman lo comprendió. Sabía que no debía decirlo y que ellos jamás lo admitirían directamente, pero lo sabía; los dioses le tenían miedo por ser alienígena. Estaban aterrorizados de que lo que ocurrió hace tanto tiempo volviera a ocurrir. Apenas lograron sobrevivir aquella vez, ellos sabían que no podrían frenar una segunda amenaza de ese nivel.
—Volviendo al punto —habló Zeus—, tendrás que competir con ella.
Zeus se volteó para darle paso a una diosa de apariencia juvenil. Su cabello rubio y largo le llegaba hasta por debajo de la cintura, y dos grandes alas doradas salían de su espalda. De rostro con finas características y piel algo pálida, el iris de sus ojos tenían los mismos colores del arcoiris. Su vestido también tenía dichos colores, pero estos parecían moverse constantemente.
—Superman —habló la diosa, cuya voz era dulce al oído—, soy Iris; diosa mensajera del Olimpo.
La diosa mantuvo su distancia, observando con enorme curiosidad al alienígena que se presentaba frente a el.
—Me sorprende que Iris este aquí —habló Hebe, la copera de los dioses, a su esposo Heracles—. Ya sabes que no le gusta mucho estar por aquí desde...
—Nuestro padre la estuvo buscando —afirmó Heracles—. Tengo entendido que sólo vino para esto y luego se volverá a marchar. Después de todo, no hay muchos mensajes que nosotros podamos mandar en estos días.
Heracles desvió su mirada un momento hacia Wonder Woman, quien observaba todo junto con Hestia, la diosa del hogar.
—Deberías ir con ella, a intentar hablar —dijo Hebe, a lo que Heracles no respondió.
—Bien —exclamó Zeus—. Tendremos una carrera alrededor del mundo. Quien vuelva antes al monte Olimpo, será el ganador.
—Te sugiero que vueles —exclamó Iris.
Afrodita se posicionó frente a ambos competidores, y sin perder oportunidad le guiño un ojo a Superman. Sin más alzó su mano derecha y al descenderla, la diosa y el héroe empezaron su carrera.
—¿Y qué haremos mientras los esperamos? —preguntó Tritón, dios de los mares.
—Tengo ganas de matar algo —comentó Ares, como si fuese algo normal.
Diana, quien se encontraba recostada contra una de las columnas del lugar, seguía conversando con Hestia. Pero interrumpiendo abruptamente la conversación, Heracles se hizo presente.
—¿Podemos hablar? —preguntó el dios, notando como Hestia se retiraba.
—No tengo nada que hablar contigo —aseguró Diana.
—Luchaste bien allí abajo —intentó hablar el León del Olimpo—. Es un orgullo que tan brava guerrera sea hija mía.
—Soy hija de la reina Hipólita —vociferó la amazona—. No te reconozco como padre.
—Lo hagas o no, es mi sangre la que corre por tus venas y es mi fuerza lo que heredaste —exclamó con cierta molestia Heracles, quien notó el odio y el asco en la mirada de su hija—. Sólo quiero tener comunicación contigo, hija. Lo que pasó entre tu madre y yo ya quedó en el pasado.
Heracles atravesó varias columnas tras recibir un poderoso golpe sin advertencia. Levantándose de entre los escombros, observó como una furiosa Diana se le aproximaba.
—¡Tú y tus hombres violaron por días a las Amazonas! —gritó llena de furia—. ¿¡Cómo te atreves a decir que eso quedó en el pasado!?
—Niña insolente —exclamó con molestia Heracles.
—¡Suficiente! —gritó Zeus, cuya voz sonó con la fuerza de un trueno—. Estoy tan cansado de las constantes peleas entre nosotros. ¿No entienden que los dioses debemos permanecer unidos? ¡El Olimpo debe prevalecer!
—El Olimpo es un chiste, padre —afirmó Ares—. Ya no somos un poderoso frente unido de dioses que puede contra cualquier enemigo, así como Roma ya no es el imperio que fue, ni Grecia es la cúspide de los valores que engrandecieron Occidente. Sólo tú te aferras a vivir un pasado que nunca volvera.
—¿Y cual sería tu solución, Ares? —preguntó Zeus, notablemente molesto.
—No hay solución porque no hay problema —afirmó Ares—. Simplemente debemos seguir cada uno nuestro camino. Deja atrás de una maldita vez tu sueño de un Olimpo reunificado.
Zeus apretó sus puños con inmensa furia, incluso provocando que pequeños rayos emanaran de estos. Y con inmenso cansancio, simplemente se limitó a agachar la mirada con resignación.
Superman e Iris se encontraban igualados en su carrera, llegando a rozar la velocidad de la luz. El kryptonianos se empeñó desde el principio en aquella carrera, deseando que aquellas pruebas terminarán lo más rápido posible. Sin embargo, la atención de Superman se desvió hacia la construcción de un edificio pues veía como uno de los trabajadores se encontraba en caída libre. Sin importarle la carrera, se lanzó hacia el hombre y redujo su velocidad para poder atraparlo sin causarle herida alguna. Pronto descendió con el varón en el suelo, ganándose la mirada de otros trabajadores.
—¿Se encuentra bien, caballero? —preguntó Superman, tras lo cual observó a su alrededor—. Va a necesitar agua y descansar un poco.
—Gracias —murmuró el hombre, entrando en si—. Me salvaste la vida, gracias.
—Para eso estoy, caballero.
Superman se apartó mientras los demás trabajadores asistían a su compañero. Elevándose a los cielos, el hombre de acero notó como Iris lo estaba esperando.
—Lamento eso —se excusó Superman—, pero no podía dejar que ese hombre muriera.
—No debes disculparte por hacer lo que los héroes hacen —aseguró Iris con una pequeña sonrisa.
Ambos seres reanudaron su carrera, aunque con pausas periódicas. Robos, incendios, accidentes automovilísticos, Superman se tomaba su tiempo para ayudar en todo lo que pudiese e Iris lo esperaba con paciencia. En cambio, los dioses en el Olimpo ya se estaban cansando de esperar a los dos competidores. Finalmente Iris apareció en el lugar, con sus alas resplandeciendo de un dorado intenso. A los pocos segundos llegó Superman, habiendo perdido nuevamente.
—Ya era hora —exclamó Hefesto, dios de la herrería.
—Eres veloz, Superman —afirmó Iris—. No temo admitir que me hiciste esforzar.
Ares, quien jugaba con una flecha entre sus dedos, la quebró al escuchar tal afirmación. 《¿Es qué todos van a alabar a este alienígena bastardo?》se preguntaba el dios de la guerra.
—Ahora, Superman, tendrás que competir contra mi —habló Zeus, ganándose la atención de todos—. Veremos que tan poderosa es tu visión de calor en comparación con mis rayos.
—¿Contra qué dispararemos? —preguntó Superman.
—Uno contra el otro —respondió Zeus—. Por la seguridad del Olimpo, vamos a transportarnos a un área desértica donde no podamos dañar nada ni a nadie.
Zeus movió sus manos sobre el suelo y de este se abrió un portal que mostraba un desierto. Inmediatamente lo atravesó junto con Superman, mientras los demás dioses sólo observaban. Ambos hombres de pusieron a una distancia adecuada mientras se preparaban. Los ojos de Superman se fueron tornando rojos y empezaron a largar humo pues estaba concentrando una gran cantidad de poder. Zeus juntó sus manos mientras pequeños rayos brotaban de sus brazos. Al separar sus manos, un poderoso rayo se materializó entre ellas. Ambos lanzaron sus ataques, provocando un estruendo pocas veces visto en el mundo. La tierra tembló bajo sus pies y los pies de ambos se afirmaron. Superman apretaba sus dientes y puños por el esfuerzo que estaba realizando, mientras Zeus iba aumentando la potencia de su ataque poco a poco. Pero a pesar del inmenso esfuerzo del hombre de acero, su ataque terminó siendo superado por el poder del dios del rayo. La electricidad divina impacto contra el kryptoniano quien gritó del dolor mientras salía disparado.
Cuando Superman despertó, se encontro a si mismo sobre el suelo del Olimpo y con un dios apuntandole con la mano derecha. Aquella mano brillaba con tal intensidad que parecía ser el Sol mismo, y en cierta forma lo era. Aquel ser era el titán Helios; dios del Sol, y le estaba otorgando energía solar al kryptoniano para que se curase más rápido de sus heridas. Finalmente, Superman se sintió en plenitud de sus capacidades.
—Gracias —dijo Superman, pero Helios simplemente lo ignoró y se alejó de él.
—Has vuelto a perder, Kal-El —exclamó Zeus—. La verdad creí que podrías soportar mejor esa cantidad de energía. ¿Te encuentras bien?
—Estoy bien, gracias —aseguró mientras se sacudia un poco la ropa.
—Te queda una última prueba —aseguró Zeus—. Deberás enfrentar a Ares.
Superman observó al dios al dios de la guerra, quien sonreía como una hiena que se regodea de su presa herida.
—Krytoniano, no sabes como voy a disfrutar esto.
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