Capítulo 3 [2da Ola, Duelo y el Diablo]

### **La Segunda Ola de la Calamidad**

El día de la **Segunda Ola de la Calamidad** llegó como una tormenta. En el cielo, un enorme portal oscuro se abrió, decorado con runas brillantes de un rojo amenazante. Relámpagos púrpuras cruzaban el horizonte, y de sus profundidades salían criaturas monstruosas que parecían retorcidas caricaturas de bestias reales: lobos con múltiples cabezas, gólems hechos de roca de lava y enjambres de insectos gigantes con alas translúcidas. Estas hordas descendían desde el portal hacia los campos, aldeas y carreteras del reino de Melromarc.

Un sonido ominoso llenó el aire, como el retumbar de un tambor tribal, marcando el inicio de la destrucción. Era la señal: la Ola había comenzado.

---

### **Los Héroes Empiezan la Batalla**

En el epicentro de la Ola, los cuatro héroes convocados fueron teletransportados, preparados para sus respectivas misiones. Ren, Itsuki y Motoyasu estaban ansiosos, sus confundidos pensamientos invadidos por la lógica de los videojuegos: "Derrotar al jefe. Ganar recompensas. Subir de nivel." Cada uno tenía un equipo con ellos, formado por los aventureros que habían decidido unirse a sus causas.

Motoyasu sostenía su lanza con confianza, mientras declaraba: "Todo está bajo control. Si solo derrotamos al jefe de esta Ola, las criaturas desaparecerán y podremos reclamar la gloria."

Ren añadió con frialdad: "Nos enfocamos en el objetivo principal. Si nos distraemos con las hordas de monstruos, solo perderemos tiempo."

Itsuki se ajustó su arco y habló con una seriedad tranquila. "Exacto, esta es la manera efectiva de hacerlo. Si despejamos al jefe, el reino estará a salvo."

Clark Kent, el **Héroe del Escudo**, no respondió. Había estado callado la mayor parte del tiempo mientras los escuchaba planear. Ahora, miraba al horizonte, su expresión tensa mientras escuchaba con su *super oído* los sonidos distantes de gritos aterrorizados. Era el eco de una aldea cercana siendo atacada, los desesperados pedidos de ayuda de personas que no podían defenderse por sí solas.

"Ustedes hagan lo que quieran," dijo Superman finalmente, con esa calma inquebrantable que desconcertaba incluso a los otros héroes. "Yo tengo algo más importante que hacer."

Sin esperar una respuesta, Clark giró sobre sus talones y se lanzó al aire, impulsándose hacia el lugar donde podía oír los gritos más fuertes.

---

### **Un Protector Mientras el Mundo Arde**

Superman llegó a una pequeña aldea a sólo unos kilómetros de distancia. Lo que vio fue desgarrador. Una horda de monstruos había allanado el lugar. Varias casas estaban envueltas en llamas, el ganado había sido brutalmente despedazado, y los aldeanos corrían aterrorizados intentando salvar a sus familias. Eran hombres, mujeres y niños que no tenían forma de defenderse más que con herramientas de mano o refugiarse detrás de pequeñas barricadas improvisadas.

Sin dudarlo, Superman aterrizó en el centro de la aldea. El impacto de su aterrizaje rompió la tierra, apartando a un grupo de monstruos que avanzaban para atacar a un grupo de niños atrapados contra una pared.

"Todo estará bien," declaró, su tono firme y tranquilizador. "Estoy aquí para protegerlos."

Primero se acercó a los niños, los levantó y los llevó al edificio más cercano que todavía estaba intacto. Después usó su aliento helado para apagar las llamas que amenazaban las casas, haciendo que las paredes estuvieran más seguras.

Las criaturas intentaron atacarlo, pero sus garras y colmillos no lograron atravesar su piel. Superman las enfrentó con una precisión perfecta: golpes controlados que no eran letales pero que enviaban a los monstruos al suelo sin capacidad de seguir luchando. Mientras combatía, su escudo adquirió un brillo especial, absorbiendo la energía de las criaturas y agregándola a sus habilidades.

Pronto, los aldeanos comenzaron a organizarse bajo su liderazgo.

"¿Puedes moverte?" le preguntó con amabilidad a un anciano herido.

El hombre apenas podía asentir, pero con la ayuda de Superman fue llevado fuera del alcance de los monstruos.

"Todos hacia la mina del pueblo. Allí estarán seguros," les indicó Superman, liderándolos como un verdadero defensor. Cuando algunos aldeanos intentaron quedarse para luchar contra los monstruos, él se detuvo a hablarles: "Déjenme a mí. Su prioridad es vivir. Las vidas valen más que cualquier otra cosa."

---

### **Enfocados en el Jefe de la Ola**

Mientras tanto, los otros tres héroes avanzaban hacia el epicentro de la Ola. A su paso, ignoraban en gran medida a las hordas de criaturas que atacaban los pueblos y caravanas del reino. Sus pensamientos estaban centrados únicamente en la derrota del jefe de la Ola.

Ren lideró un asalto directo usando su espada para cortar un gigantesco dragón con una técnica especial. Motoyasu utilizó su lanza para perforar un gólem que guardaba la entrada al lugar donde el jefe se encontraba. Itsuki proporcionó apoyo desde la distancia, disparando flechas imbuidas de magia.

Finalmente, llegaron al jefe: un colosal **demonio quimera** que combinaba las mejores partes de varios animales en un horror sin igual: cabeza de león, cuerpo de serpiente con escamas negras, y alas de murciélago descomunales. El jefe rugió y comenzó a lanzar devastadores ataques mágicos, haciendo que los héroes tuvieran que coordinarse para resistir.

"¡Así se hace, equipo!" gritó Motoyasu con entusiasmo mientras golpeaba al jefe con su habilidad máxima.

Después de un duro enfrentamiento, lograron derrotar a la criatura. El jefe rugió por última vez antes de desintegrarse en partículas de luz oscura, marcando el fin de la Ola. A medida que se desvanecía, las criaturas que quedaban también desaparecían en el aire.

---

### **Reunión tras la Ola**

Cuando los héroes regresaron a la capital, fueron recibidos como los grandes campeones que acabaron con la Ola. Sin embargo, mientras el pueblo celebraba, comenzaron a llegar rumores.

"¿El Héroe del Escudo estuvo aquí?" preguntaron los aldeanos rescatados.

"Él fue quien nos salvó. Sin él, nadie habría escapado con vida," dijeron los sobrevivientes.

Los tres héroes escucharon esto con incredulidad. Motoyasu fue el primero en hablar entre ellos.

"¿Cómo pueden tener el descaro de darle crédito cuando ni siquiera estuvo en el combate contra el jefe?"

"Es solo un truco," sugirió Ren, frunciendo el ceño. "Salva a unas pocas personas para ganarse la confianza del pueblo, pero no hizo nada para acabar con la amenaza real."

Itsuki asintió, aunque con más reserva. "Quizás nos está usando. Tal vez tenga motivos ocultos."

Sin embargo, en el fondo, cada uno sintió una punzada de duda sobre sí mismos. ¿Habían hecho lo correcto al ignorar a los pueblos para ir directamente contra el jefe? Pero su orgullo les impidió admitirlo.

---

Superman, por su parte, estaba en las afueras de la capital, ayudando a reconstruir los pueblos dañados por la Ola y asegurándose de que cada superviviente recibiera los primeros auxilios que necesitaban. Mientras los héroes buscaban fama y reconocimiento, Superman continuaba haciendo lo que mejor sabía hacer: salvar a quienes necesitaban un protector.

---

### **La Fiesta de la Victoria**

La sala del gran salón del castillo estaba decorada con lujos propios de la realeza. Candelabros brillaban intensamente mientras nobles de todo el reino saboreaban banquetes opulentos. Había música, risas y una atmósfera de celebración palpable. La **Segunda Ola de la Calamidad** había sido vencida, y el rey Aultcray Melromarc no había escatimado en festejos para conmemorar la ocasión.

En el centro del salón, sobre un estrado decorado con los colores reales, se encontraban los **tres héroes**: **Motoyasu, Ren e Itsuki**, vestidos con trajes formales, rodeados de aplausos y admiración. Las palabras de los nobles y el propio rey alababan sus hazañas, destacándolos como los pilares de la defensa del reino. Pero había una notable ausencia... el Héroe del Escudo, **Clark Kent**, no estaba entre ellos.

Superman llegó más tarde, discretamente, sin fanfarria, vistiendo sus ropas típicas, completamente ajeno a las pretensiones del evento. Lo único que le interesaba era ver si el reino aprovecharía esta victoria para continuar ayudando a quienes lo necesitaban. Sin embargo, apenas atravesó las puertas, las miradas se clavaron en él. Muchos lo estudiaban con una mezcla de sospecha y desdén, influenciados por los murmullos de la corte. El rey lo miró con frialdad desde su lugar elevado en el estrado.

“Superman,” comenzó Aultcray con su tono despreciativo. “Qué interesante que finalmente el *Héroe del Escudo* decida aparecer... ¿Quizá para unirse a la celebración sin haber hecho una contribución significativa?”

La sala, llena de nobles y cortesanos, estalló en murmullos. Algunas palabras de aprobación hacia el rey se oían entre la multitud, mientras que otros reparaban en las historias escuchadas del pueblo: Superman había estado ayudando a aldeanos y rescatando inocentes. Pero los actos nobles no parecían interesar al monarca, quien aún guardaba rencor por la humillación sufrida cuando el hombre de acero lo obligó a abolir la esclavitud.

Superman no respondió de inmediato. Su semblante permaneció inexpresivo, como una estatua de acero. Pero su silencio, firme y sin mostrar señales de ofensa, pareció llenar la sala de una tensión incómoda. A lo lejos, la princesa Malty observaba la escena, esbozando una sonrisa apenas perceptible, satisfecha con cómo su padre había comenzado a desacreditar al Héroe del Escudo.

---

### **La Manipulación de Malty**

La princesa Malty —siempre astuta y manipuladora— aprovechó la atmósfera. Deslizándose entre los nobles y susurrando palabras dulces como veneno, comenzó a instalar dudas, agravando las tensiones.

“No sería extraño que alguien tan poderoso estuviera tramando algo por su cuenta…” decía entre murmullos, con una mueca sobrada de inocencia. "¿En qué momento enfrentó al jefe de la Ola? Algunos dicen que lo vieron volando por ahí, haciendo nada más que salvar campesinos. ¿Dónde está la verdadera contribución?"

No tardó en acercarse a uno de los héroes presentes, **Motoyasu**, quien disfrutaba de los elogios tras la pelea. Con un delicado toque en su brazo y palabras dulces, comenzó a envenenar su percepción sobre Superman.

“Héroe de la Lanza,” lo llamó con suavidad. “¿No te parece sospechoso? Él dice ser un héroe, pero se rehusó a combatir al jefe. Quizás está usando sus poderes para ganarse el favor del pueblo… pero, ¿puede alguien así proteger verdaderamente al reino?”

Motoyasu, atrapado en su ego y fácilmente influenciable, aceptó sus palabras. “Claro que no,” respondió, su pecho hinchándose con orgullo. “Si él cree que es digno de ser llamado un héroe, debería probarlo.”

Malty sonrió. “Si lo retaras en un duelo, estoy segura de que podrías demostrarle a todos quién es el verdadero héroe. Después de todo, un escudo... ¿qué puede hacer contra tu lanza?”

El Héroe de la Lanza, impulsado por el aliento de Malty y por el respaldo del rey, no dudó en hacer su jugada.

---

### **El Reto Público**

Con el salón lleno de nobles entre susurros, Motoyasu alzó la voz desde el estrado, dirigiéndose directamente a Superman.

“¡Héroe del Escudo!” exclamó, llamando la atención de todos los presentes. “Te reto a un duelo. Si tienes algo de honor y valor, prueba que eres digno del título de héroe.”

Superman levantó la vista, calmado como siempre. Los murmullos del salón se convirtieron en un murmullo ensordecedor. El rey, desde su lugar en el trono, sonrió con satisfacción.

"Este duelo será una manera justa de mostrar quién es superior," declaró Aultcray, su voz resonando. "La lanza, un símbolo de ofensiva y fuerza, contra un simple escudo... que solo sabe esconderse."

Ren e Itsuki miraron la escena con expresiones de sorpresa. Aunque ellos también tenían dudas sobre Superman, esto les pareció innecesario. Pero se quedaron en silencio, observando cómo se desarrollaría.

Superman, sin alterar su expresión, respondió con su tono tranquilo. "Si eso es lo que necesitas para darte cuenta de quién es el verdadero héroe, lo acepto."

Sus palabras no contenían provocación ni orgullo, solo una calma inquebrantable que irritó a Motoyasu y confundió al público.

---

### **El Duelo en la Arena**

Al día siguiente, en un amanecer cargado de expectativa, la arena del reino rebosaba de espectadores. Nobles, soldados y plebeyos se reunieron para presenciar el enfrentamiento entre el **Héroe de la Lanza** y el **Héroe del Escudo**. El rey y la princesa Malty supervisaban desde un palco privado, mientras Ren e Itsuki observaban con una expresión neutral pero alerta.

Motoyasu entró en la arena con su lanza brillando, alimentando su ego con los vítores de la multitud. Superman, por otro lado, caminó hacia el centro del campo con su compostura habitual, ignorando los aplausos y las críticas.

El combate comenzó a una señal del rey.

Motoyasu atacó primero, confiando en su velocidad y potencia. Su lanza se convirtió en un rayo de luz que se lanzó hacia Superman. Pero, con una simplicidad desconcertante, Clark esquivó con un movimiento apenas perceptible. La lanza pasó rozando, golpeando el suelo.

Motoyasu continuó lanzando ataques frenéticos, usando habilidades mágicas y avanzadas, pero Superman los contrarrestó todos sin esfuerzo. Incluso el público comenzó a notar la diferencia abrumadora: los movimientos de Superman eran más calculados, como si cada paso y cada gesto estuvieran perfectamente planeados.

Finalmente, con un golpe rápido al aire y desarmante, Superman bloqueó a Motoyasu, tomando la lanza con una mano. El Héroe de la Lanza cayó al suelo tras el impacto de un simple empujón. Perdió el conocimiento al instante.

---

### **Después del Duelo**

La arena quedó en silencio absoluto. Nadie aplaudió. Nadie supo qué decir.

Superman, sin pronunciar palabra, se volvió hacia el rey y los nobles. Su mirada seria y firme penetró en todos los presentes.

"Un verdadero héroe no busca la gloria ni oprime a otros para inflar su ego," declaró con voz firme, resonando por toda la arena. "Un verdadero héroe actúa para proteger a quienes no pueden protegerse por sí mismos. Si no pueden entender esto, entonces quizás ustedes no entiendan realmente lo que significa 'ser un héroe.'"

El público murmuró. Los nobles intercambiaron miradas. Aunque muchos seguían mostrando dudas hacia Superman, otros no podían ignorar la clara manipulación detrás de la princesa Malty y el respaldo del rey hacia Motoyasu. La postura del Héroe del Escudo comenzaba a sembrar la semilla de la discordia contra la corte.

Ren e Itsuki, desde sus asientos, parecían sumidos en sus pensamientos. Por primera vez, empezaron a cuestionar sus propios prejuicios hacia Superman y más aún, las acciones del rey y Malty.

El duelo estaba ganado, pero la guerra política apenas comenzaba. . . . . .

### **Una Cena en la Granja y la Espada de Raphtalia**

El sol se ocultaba detrás de las colinas, tiñendo el cielo de un naranja profundo mientras la luz se deslizaba suavemente sobre los campos de trigo que rodeaban la pequeña granja. El silencio del campo era interrumpido ocasionalmente por el tintineo de algún cubo metálico, el canto de los insectos al anochecer y el susurro del viento entre las hojas de los árboles. Era un momento de calma, un respiro demasiado raro en un mundo constantemente azotado por las Olas de la Calamidad.

**Superman**, el Héroe del Escudo, observaba desde la entrada de una rústica cabaña a su compañera, **Raphtalia**, entrenar en el terreno de tierra que formaba el patio trasero de la granja. La chica mapache empuñaba una espada de madera con seriedad, realizando una serie de movimientos precisos, ligeramente descoordinados, pero llenos de determinación. Sus pies deslizaban pequeños rastros de polvo en el aire con cada paso, y sus orejas de mapache se inclinaban cada vez que se concentraba en un tajo o una estocada.

Superman, como acostumbraba, se quedó callado por unos momentos, apoyado contra el marco de la puerta. Era una vista curiosa, verlo en su rol de protector y mentor en un mundo tan distinto al suyo. Incluso con todos sus poderes sobrehumanos, siempre hallaba en estas sencillas escenas de la vida cotidiana un tipo de paz que no encontraba en las batallas.

Finalmente, decidió romper el silencio con calma:

—¿Por qué te esfuerzas tanto, Raphtalia? —preguntó, manteniendo una voz suave pero firme, como si estuviera hablando directamente al centro de su alma—. Me has acompañado por un tiempo, pero nunca te he pedido que entrenes para luchar conmigo. Podría proteger esta granja y el reino entero por mi cuenta si debo hacerlo. Así que, dime... ¿por qué insistes en convertirte en mi compañera?

Raphtalia detuvo su entrenamiento por un instante, llevando la hoja de madera hacia el suelo y sujetándola con ambas manos. Se quedó en silencio por unos segundos, mirando hacia las montañas en el horizonte, donde las primeras estrellas comenzaban a brillar. Sin embargo, no tardó mucho en recuperar el valor para levantar la vista y mirar directamente a los ojos de Superman. Había gratitud, determinación, y algo más en su mirada… algo que no era fácil de definir.

—Porque incluso los héroes más fuertes necesitan ayuda de vez en cuando —dijo con firmeza, abrazando la espada de madera contra su pecho—. Usted me rescató cuando no era más que una niña rota, alguien que no podía valerse por sí misma. Pero… gracias a usted pude sanar, no solo mi cuerpo, sino mi corazón. Ahora quiero ser fuerte para poder devolverle ese favor.

Superman levantó una ceja con curiosidad. Su rostro permanecía sereno, pero su mandíbula se tensó un poco. Las palabras de Raphtalia tocaban una fibra sensible que él siempre mantenía oculta. Ella continuó, marcando cada palabra como si la hubiera practicado cientos de veces en su mente.

—No quiero que cargue con todo ese peso solo, Superman. Usted lleva demasiado sobre sus hombros... demasiado para cualquier ser, incluso para alguien tan poderoso como usted. Yo… —bajó un poco la mirada antes de terminar su frase—. Yo quiero ser su espada. Quiero luchar con usted, quiero ser la persona que lo apoye en las batallas más difíciles. Y si eso significa entrenar hasta que no sienta los brazos, lo haré. Porque estar a su lado es lo mejor que puedo hacer por este mundo.

Superman se quedó en silencio un instante, dejando que la sinceridad de las palabras de la mapache colmaran la quietud del aire nocturno. La examinó con sus ojos imperturbables, pero lo que vio no fue solo a una chica entrenando: vio a una guerrera que estaba en su infancia, pero cuya convicción trascendía cualquier límite físico. Fue entonces que se dio cuenta de algo peculiar. Raphtalia ya no tenía la apariencia exacta de aquella niña desaliñada que había rescatado de la esclavitud hacía poco tiempo. Había algo distinto en ella: aunque su corazón seguía siendo noble e inocente, físicamente parecía haber pasado de niña a adulta en poco tiempo: su cabello era más largo, su figura más definida, y sus movimientos más seguros.

—Has crecido, Raphtalia —dijo Superman, con sorpresa en el tono de su voz. Era la primera vez que notaba realmente el rápido cambio en ella, algo que probablemente tenía que ver con las características únicas de su raza. Ella ladeó la cabeza con curiosidad antes de darse cuenta de lo que él decía y sonrió tímidamente.

—¿De verdad? Oh, yo… supongo que el entrenamiento está funcionando, ¿no? —respondió nerviosa, sonrojándose un poco mientras sujetaba con más fuerza su espada de madera.

Antes de que Superman pudiera decir algo más, Raphtalia pareció recordar algo. Sus orejas se movieron ligeramente, como si algo repentinamente cruzara por su cabeza, y dejó la espada a un lado.

—¡Oh! ¡Espere aquí! ¡Ya regreso! —exclamó, sonriendo mientras echaba a correr hacia la cabaña. Superman la siguió con la mirada, visiblemente confundido pero demasiado tranquilo para preguntar qué estaba ocurriendo.

Unos minutos después, Raphtalia emergió de la casa, todavía con su sonrisa cálida. Sostenía un pequeño objeto envuelto cuidadosamente en sus manos, como si fuera un tesoro. Cuando llegó a donde estaba Superman, extendió el objeto hacia él.

—Quería darle esto antes de que se fuera otra vez —dijo, su voz ahora llena de emoción y algo de timidez.

Superman tomó el objeto con cuidado, curioso por lo que contenía. Al desenvolver la tela, encontró un huevo de color brillante, apenas más grande que su puño. Su superficie brillaba tenuemente bajo la luz de la luna.

—Es un regalo —continuó Raphtalia, claramente emocionada. Señaló el huevo con sus dedos antes de explicar—. Es un huevo especial… no sé si será un filolial o tal vez un dragón. Pero creo que un héroe como usted debería tener algo especial… —bajó la cabeza con una sonrisa tímida—. Algo que lo acompañe, además de mí.

Superman observó el huevo en sus manos con genuina gratitud. Sentía el calor y el cuidado detrás del gesto. Aunque el pequeño huevo no podía compararse con su propia fuerza o habilidades, estaba ahí, como un símbolo del vínculo que estaba construyendo con Raphtalia. Un recordatorio de que, aunque él era distinto y parecía capaz de soportar cualquier carga, había alguien dispuesto a elevarlo en sus momentos difíciles.

—Gracias, Raphtalia —dijo finalmente, con una leve sonrisa que iluminó su rostro por primera vez aquella noche—. Estoy seguro de que lo cuidaré bien.

—¡Claro que sí! —respondió ella animada—. Estoy segura de que será un gran compañero. Uno que podrá seguirle el paso, sin importar lo rápido que vuele.

Superman rio suavemente con el comentario, guardando el huevo con cuidado. Luego, miró hacia el horizonte. Su *super oído* ya captaba problemas en una aldea cercana; sabía que debía irse.

—Cuida la granja mientras no estoy, Raphtalia. Y no dejes de entrenar. Puede que aún te falte mucho, pero ya estás más cerca de ser esa espada que dices querer ser.

Raphtalia asintió con energía, viendo como Superman se elevaba en el cielo nocturno. Ajustó su espada en el suelo y respiró profundamente.

"Un héroe puede ser fuerte," pensó para sí misma, "pero incluso el más fuerte necesita aliados."

Sonriendo, volvió a empuñar su espada de madera y empezó a entrenar de nuevo. . .

### **Un Nuevo Horizonte de Oscuridad**

La sala del trono de Nueva Apokolips era un vasto espacio de pesadilla, dominado por la oscuridad oscura y la opresión. Columnas colosales de piedra negra sostenían un techo perpetuamente envuelto en fuego, y cada rincón de la sala parecía retumbar con el eco de sometimiento, un recordatorio de que el nuevo Apokolips no era hogar, sino un reino de sufrimiento. El aire estaba cargado con energía ardiente, tan pesada que incluso los incautos que lograban pisar aquel suelo encontrarían imposible respirar con normalidad.

En el centro de esa sala, **Darkseid**, el dios del mal, estaba sentado en su trono de obsidiana. Su figura masiva, la encarnación de la tiranía, permanecía inmóvil como una montaña, mirando con ojos brillantes y fulgurantes el holograma proveniente del **Ojo de Guerra**, su máquina de vigilancia universal. En la imagen proyectada, podía observar el planeta que era otra iteración de la Tierra. Parecía igual a la que él había intentado conquistar en su dimensión original, pero con algunas diferencias fundamentales que lo intrigaban y le causaban disgusto a partes iguales.

En su exilio autoimpuesto, después de haber sido derrotado por el Superman de su dimensión, Darkseid había llegado a esta nueva realidad con un propósito doble: tomar este mundo bajo su yugo y encontrar finalmente la **Fórmula de la Anti-Vida**, el arma definitiva que le daría control completo sobre toda forma de existencia… sobre toda mente y alma. Sin embargo, todo parecía desarrollarse de manera distinta a lo planeado.

Desde su trono, su mirada penetrante y monótona contemplaba las imágenes de las Olas de la Calamidad que había desencadenado en este mundo. Monstruos y fuerzas corruptas, diseñadas para sembrar el caos y quebrar los cimientos de los defensores de este planeta. Soldados, reyes y héroes por igual habían caído ante estas fuerzas en otros mundos durante siglos. La estrategia había funcionado antes. ¿Por qué no tendría éxito aquí?

Fue entonces cuando un sonido chirriante interrumpió sus reflexiones. Un grupo de **parademonios**, las criaturas deformes y obedientes que eran el pilar de su ejército, entraron rápidamente en la sala. Uno de ellos, con un semblante que apenas escondía el terror de estar en la presencia de su amo, avanzó cautelosamente, inclinándose en servil reverencia antes de atreverse a hablar.

“Señor… noticias desde el frente de la Ola de la Calamidad,” anunció con una voz ronca y entrecortada. Las palabras salieron titubeantes, como si temiera que cada una de ellas pudiera desencadenar la furia del dios al que servía.

Darkseid giró lentamente la cabeza, sus ojos brillando como carbones ardientes.

“Habla,” ordenó, su voz profunda resonando como el eco de un trueno en la sala. Cada palabra parecía descender con el peso de una montaña, aplastando la voluntad de cualquiera que escuchara.

El parademonio tembló, pero continuó. “Los informes indican que la Segunda Ola... ha fracasado. Fue repelida en gran parte por las fuerzas mortales del reino, pero…” titubeó por un segundo, sabiendo que lo que estaba a punto de decir le costaría caro, “… hubo un único individuo responsable de sofocar la mayor parte de la amenaza.”

Darkseid no movió ni un músculo. A primera vista, parecía mantener la calma. Pero los ojos del parademonio se posaron en el suelo, sabiendo bien que el dios del mal no necesitaba mostrar rabia para que su furia fuera sentida.

“¿Quién?” exigió sin emoción alguna, aunque todo el lugar se estremeció cuando pronunció la palabra.

El parademonio señaló hacia una nueva proyección generada por el **Ojo de Guerra**. Allí había un hombre flotando en un cielo teñido por la sangre derramada en la batalla. Vestía un traje azul ceñido, una capa roja y un símbolo icónico en el pecho: una S rodeada por un contorno dorado. Un **escudo de esperanza**, como lo llamaban algunos. Aquel hombre había enfrentado las hordas de criaturas y las había derrotado con precisión brutal, sin permitir que una sola vida inocente se perdiera.

Superman.

El parademonio apenas musitó el nombre que ahora causaba una tormenta en la mente del conquistador: “Es... el hombre del traje azul... con la capa roja y la S.”

Darkseid cerró los ojos por un instante. El recuerdo del Superman que lo había derrotado cruzó por su mente, pero no despertó miedo en él. Lo que sentía no era más que un odio profundo que hacía temblar la superficie volcánica de New Apokolips. Mientras que el Superman de su dimensión lo había incapacitado con su superioridad moral y fuerza inquebrantable, ahora, en esta nueva realidad, la misma figura volvía a amenazar sus designios y sembrar inconvenientes en sus planes.

—Otra Tierra… otro Superman… —murmuró lentamente, como si cada palabra se condensara en veneno puro. Luego apretó sus puños y miró al Ojo de Guerra—. No importa. Todos los Superhombres caerán, uno por uno, sin importar de dónde provengan.

Darkseid se levantó de su trono, irradiando una presencia tan aplastante que los parademonios cercanos retrocedieron instintivamente. Con un gesto lento, pero lleno de autoridad, extendió su mano.

—Ya ha interferido demasiado en mis planes. Si cree que puede detenerme de nuevo, se equivoca. Ahora debe aprender dónde reside la verdadera fuerza. No será suficiente derrotarlo... también lo obligaré a quebrar todo lo que representa, y qué mejor manera de hacerlo que enfrentarlo con las herramientas ideales para su destrucción.

El parademonio levantó la cabeza lo suficiente para hacer la pregunta que flotaba en su mente. “¿Cómo... cómo lo lograremos, señor?”

Darkseid sonrió. No era una sonrisa agradable, sino una expresión que goteaba crueldad y ambición. Sus ojos brillaron con un destello aún más intenso.

—Los seres de este mundo valoran a sus héroes, y creen que destruyendo otro mundo lo resolverá. Aprovecharemos esa duda. Enfrentaré a este Superman con los héroes de esta dimensión. Les haré creer que *él* es la causa de su sufrimiento, que su naturaleza lo hace peligroso para el mundo que juraron proteger.

Con un paso adelante, Darkseid extendió su otra mano, y de su palma surgió una pequeña esfera de energía púrpura que parecía vibrar con una vida propia.

—Desplegad ahora a mis parademonios en este mundo. Manipulad a los héroes invocados que defienden estas tierras y conducid sus percepciones hacia donde me convenga. Cuando llegue el momento, Superman no tendrá más opción que enfrentarlos... y ellos aprenderán lo que es pelear contra la fuerza de un dios verdadero, por mucho que él lo intente evitar.

El parademonio asintió rápidamente y salió corriendo para cumplir las órdenes. Mientras tanto, Darkseid miraba una vez más la imagen de Superman luchando en la Tierra. Su poderosa voz resonó en la sala vacía:

—No hay escapatoria. Ni aquí, ni en ningún otro mundo. Haré que este Superman fracase como jamás ha fracasado antes. Y cuando lo haga... vendrá a mí, roto y dispuesto a entregarme la Fórmula de la Anti-Vida.

Las llamas de Apokolips rugieron con fuerza, como si la misma tierra respondiera con aprobación a las palabras de su amo. La guerra aún no había terminado y el verdadero enfrentamiento apenas estaba comenzando.

Fin del Cap3.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top