V: DESAPARECIDO
Entre los gigantescos árboles se comenzaron a observar las siluetas de Melville y Noah que deambulaban, a punto de caer, de vuelta al pueblo. Leah corrió hacia ellos y abrazó a su hermano. Pollert no tardó en llegar y se quedó boquiabierto al ver el desastre que quedaba de lo que ellos vestían al entrar al bosque: sus camisetas estaban destrozadas, llenas de agujeros y suciedad, como si hubieran estado de supervivencia por una semana y no por dos horas.
—¿Qué sucedió? —preguntó el viejo, sin poder despegar la vista de la venda que tenía Noah en su antebrazo derecho.
—Los animales de esta isla son fuertes —comenzó Melville luego de abrazar a Amalia, que acababa de llegar a su lado—. Encontramos al chico como prometimos, pero de vuelta nos topamos con un oso gigantesco, y luego vino otro y otro...
—¿Dónde está él?
Melville sacó un trozo de tela ensangrentada de su bolsillo y se la mostró a Pollert:
—Esto es lo que queda de él —concluyó.
El viejo miró al cielo, sin saber cómo afrontar esa noticia, ¡sin saber cómo decirle a Neil lo ocurrido! Sus ojos parecieron aguarse, tal vez por la muerte de uno de los suyos, o tal vez por el hecho de que el pobre Neil perdiera a su hermano mayor.
—Por favor, Amalia, guía a tu marido e hijo a su cabaña —habló el viejo, en un claro estado de shock.
—¿Tenemos una cabaña? —preguntó Noah con las pocas fuerzas que le quedaban.
—Decidí darles una pequeña recompensa por ayudar a buscar al chico... Gracias por arriesgar sus vidas por nosotros...
Noah bajó la cabeza, sin saber cómo reaccionar ante la palabras del viejo, y caminó junto a su hermana hasta la pequeña cabaña, para nada frágil a simple vista a pesar de estar hecha de madera.
Una vez dentro, Noah se quitó la camiseta y se lavó la cara con el agua de una cubeta, limpiándose la sangre.
—¿Estás seguro que era necesario hacer esto, papá? —preguntó Noah, esta vez con una voz fuerte y firme, como si su energía hubiera vuelto.
—No podíamos hablar sobre aquellos dos —dijo este, quitándose las botas sentado en una silla—. Además, el chico detonó una bomba que traía escondida y destruyó la mitad de la cueva. ¿Cómo íbamos a explicar eso sin poner en peligro la identidad de Karamat y Avril?
—¡Pues como sucedió, joder! —Noah se dio cuenta de que alzó demasiado la voz y Melville lo ignoró después de darle una mirada.
—¿Alguien me puede explicar qué pasó? —preguntó Amalia parada entre su esposo e hijo, ladeando su rostro a ambos lados esperando respuesta de alguno de ellos.
Después de un breve silencio, cuando ella parecía darse por vencida, Noah comenzó a quitarse la venda del brazo:
—Observa —le dijo a su madre, mostrando su antebrazo derecho.
—No tienes nada... —susurró ella.
—Por supuesto que no. Soy un heredero mágico: mis heridas curan a mayor velocidad que las del resto.
—Noah, hijo mío, no soy idiota —aseguró Amalia, sujetando el rostro de su hijo con ambas manos delicadamente—. Ya sabía que tus heridas curan mucho más rápido y que la venda era un paripé para concretar la falsa historia que le contaron al viejo. Quiero saber qué pasó en el bosque. Está claro que le mintieron a Pollert.
Amalia nunca había sido una mujer que le gustaran las mentiras. Su propia convicción y forma de ser, además, le impedían quedarse a gusto sin la información de lo que pasa junto a ella.
Noah apretó la mandíbula en un signo de indecisión. Su padre agarró una manzana que había sobre la mesa y salió de la cabaña sin decir una palabra.
—Lo que necesitas saber es que Deigh y Allvar, aparentemente, están en guerra.
—¿Guerra? —Amalia se quedó boquiabierta— ¿Cómo pueden estar en guerra? Verifiqué muy bien los archivos antes de partir de Sannhet. Deigh no debería estar en guerra con nadie. Ni siquiera tiene un ejército...
—Un comandante de Allvar declaró la guerra a Deigh hace tres días.
—Lo que demoramos en llegar a Deigh... —susurró ella y se sentó en la orilla de la cama, en estado de pánico.
Apoyó los codos en sus muslos y sujetó su cabeza como si no tuviera fuerzas para sostenerla por mucho más tiempo. Amalia estaba desmoronándose por el peso que tenía la obligación de cargar.
—Todo es mi culpa. Todo es mi culpa —repetía—. No teníamos que haber venido a esta isla. Nos van a matar. No podemos estar en medio de una guerra. Leah es una niña...
—Mamá —el chico tomó asiento al lado de su madre y le dio un abrazo—. Todo va a salir bien. Lo prometo.
Amalia juntó fuerzas hasta de donde no tenía para evitar estallar en llanto en brazos de su hijo. Ella había jurado proteger a su familia y darles siempre lo mejor. De algún modo, sentía que les había decepcionado; sentía que iba a destruir su propia familia. Nunca había sido una mujer débil y se había prometido siempre mantener la frente en alto, pero cuando se trataba de sus seres queridos no podía evitar sentir un terror inmenso.
Pasaron los días y, pese a estar atento Noah a cada movimiento dentro en la isla, nada ocurrió. Allvar aparentemente no había hecho su jugada aún pero, ¿qué tan ilusos debían ser los que vivían en Deigh para caer en tan evidente emboscada?
"¿Por qué no vienen?" se preguntaba un chico.
Era impredecible cuándo Allvar comenzaría a mover sus piezas en este juego, pero Noah ya había logrado ver a través de esta falsa tranquilidad. Después de pensarlo bastante, su padre había llegado a la misma conclusión: si no había ocurrido nada era porque ya habían hecho su jugada.
—Lo más probable es que ya haya alguien infiltrado entre los ciudadanos de Deigh. Esperarán el momento acordado e intentarán destruir la isla desde adentro —había comentado Melville una noche.
¡Y no se equivocaba! La mañana siguiente comenzó todo:
—¡No está!¡Mi hijo no está! —gritaba llorando una mujer frente a Pollert.
—Vamos a encontrar a Neil. Por favor, Grigna, trate de calmarse —aconsejaba el viejo sin tener idea de lo que pasaba.
La cara de Pollert lo decía todo: no sabía qué hacer.
Deigh es la isla de menor desarrollo de todo tipo, sobre todo tecnológico y militar. Deigh no cuenta con más de diez personas con capacidades para el combate y no tienen manera alguna de defenderse. No había posibilidad alguna de que evitaran lo que estaba por suceder.
—¿Qué ocurre? —preguntó Melville, caminando hacia el lugar donde todo el mundo se había recién congregado.
—El hermano pequeño del chico que fueron a buscar al bosque ha desaparecido esta mañana —informó el viejo.
—¿Alguna idea de a dónde pudo haber ido? —preguntó, dirigiéndose a la madre esta vez.
—Es un niño de diez años. Sabe muy bien que no puede salir sin mi permiso.
Grigna sopló su nariz contra un pañuelo y volvió a mirar a Melville. Este la examinó por unos segundos y preguntó:
—¿Su hijo tiene algún rasgo específico?¿Alguna manía o algún gusto que pudiera incentivarlo a escaparse de casa?
—No, no creo...
El hombre la miró fijamente, intentando que le dijera cualquier cosa que pudiera ayudar, y ella recordó algo:
—Neil, mi hijo, a él... él tiene un gusto algo peculiar por las historias sobre catástrofes —confesó—. Ahora que lo menciono en voz alta... Neil estuvo actuando algo extraño desde que Allvar nos declaró la guerra...
—¿Crees que sabía algo que no podía contar?
—No lo sé. Puede ser.
—¿Ya buscaron en todas las casas?
—Sí, Melville. Lo único que queda es el bosque... —comentó el viejo, haciéndose a un lado para toser.
—Voy a entrar con mi hijo una vez más al bosque para buscar a Neil —aseguró Melville, examinando su entorno en busca de algo fuera de lugar—. Quédense todos unidos dentro de una misma cabaña hasta que volvamos y por nada del mundo entren al bosque. Esto podría ser obra de Allvar.
Noah esperaba a su padre en la entrada del bosque con semblante de cansancio.
—¿No pudiste dormir bien? —le preguntó el hombre mientras se adentraban en el paraíso verde.
—¿Tú pudiste? Cada vez duermo menos: este tema de Allvar me impide conciliar el sueño —contó Noah dando un bostezo.
—Todavía nada —comentó Karamat, bajando de un árbol y parándose frente a ellos—. La bahía está vacía desde hace días. Nadie se ha acercado siquiera.
—¿Avril no ha captado nada irregular? —preguntó Noah, y el chico negó con la cabeza.
—Ella apenas ha descansado. Se mantiene alerta en todo momento pero nada pasa.
—Tenemos la teoría de que están ya en la isla —agregó Melville—. Neil, el hermano pequeño del espía que se suicidó, está perdido desde esta mañana. Tengo un mal presentimiento sobre esto.
—Vamos a la cueva a decirle a Avril y luego nos ponemos a buscar.
Apenas Karamat comenzó a caminar, por entre los arbustos a un lado de Noah pasó rápidamente algo que puso en alerta a los tres.
—¿Qué fue eso? —quiso saber Noah.
—No bajen la guardia. Probablemente es un enemigo —dijo Melville.
Pasaron unos minutos y nada volvió a interrumpir la calma del bosque.
Volvieron a emprender su pequeño trayecto hacia la cueva sin poder despegar los ojos de sus alrededores.
De la misma forma que alguien a sus alrededores no podía despegar sus ojos de ellos.
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