II. EL BOSQUE DE LA VIDA

Poco se habían adentrado pero, por lo que habían visto hasta el momento, el bosque parecía proyectar demasiada calma. Melville examinó las huellas por un momento y se puso de pie otra vez; paseó su penetrante mirada por el bosque, intentando conocer el terreno, y dio un paso hacia su hijo.

—No debe haber ido muy lejos —comentó.

El hombre comenzó a penetrar aún más en aquel bosque tan puro a simple vista, de árboles de troncos robustos y altos, hojas de un verde atractivo y brillante, y en el cual no se podía distinguir la tierra del suelo por la espesura de las pequeñas plantas que decoraban el sendero.
Las corrientes de aire eran frescas y agradables, todo lo contrario al acalorado clima que se podía sentir en la costa.

—Buen trabajo al ponerle el toque dramático a la conversación de antes —comentó Melville de la nada, rompiendo el silencio.

—¿A qué te refieres? —preguntó Noah, siguiéndole el juego.

—La conversación con Pollert. ¿Creíste que no me daría cuenta? Mi hija nunca interrumpiría una conversación, y menos para protestar.

—Ah, eso. Pensé que te hacía falta algo de ayuda en la negociación —dijo con una sonrisa pícara en sus labios.

—En realidad ayudó: vi la expresión en su cara suavizarse. Espero que Pollert piense ahora que de verdad somos una familia normal. No me gusta el hecho de estar mostrando tu peculiaridad en cada lugar que vamos. Créeme cuando te digo que no queremos ser un blanco para nadie.

—Mi plan era intentar suavizar el carácter del viejo y, por alguna extraña razón, todos tienden a pensar que los niños no mienten cuando están bajo presión. Tan solo tuve que poner las palabras adecuadas en la boca de Leah... —explicó Noah antes de dar un bostezo.

—No vuelvas a controlar a nadie de la familia sin mi permiso ¿Entendido?

Noah asintió, intentando escapar de la advertencia. Mientras caminaba, pisó una pequeña rama que había en el suelo y, al mínimo crujido, cayó a su lado desde el cielo una gigantesca criatura. El chico había salido volando por la onda de aire antes de percatarse de su presencia.

—¿Qué demonios es eso? Es una bestia que no conozco—aseguró Melville, quien había alzado su arco en dirección a la cabeza del monstruo.

—Es un oso, papá —dijo Noah, poniéndose de pie junto a su padre—. ¡Es un maldito oso de cuatro metros! ¿Qué rayos comen en este bosque?

—No te preocupes por eso y preocúpate por ti. Yo lo voy a atacar de lejos. ¡Tú intenta hacer lo tuyo! —gritó su padre y empezó a disparar flechas desde la distancia.

Dos de ellas se incrustaron en las patas traseras del animal y este rugió tan fuerte que la tierra pareció temblar. Fue entonces cuando Noah puso la palma de su mano izquierda sobre la parte posterior de su mano derecha en dirección a la bestia:

—"Amnesia" —murmuró.

El oso lanzó un manotazo hacia el chico y este, al ver que su magia no funcionaba, retrocedió, provocando que aquel ataque derribara un árbol.

—¿Qué haces, Noah? ¡Utiliza tu magia de una vez! ¡No sé si te diste cuenta pero no tenemos todo el día! —gritó agitado Melville.

—¡No puedo! ¡No funciona! —respondió Noah desde detrás del tronco del árbol recién caído.

Melville gritó algunas palabras prohibidas al aire y tomó la iniciativa sacando de su bolsa un objeto redondo. Su hijo lo observó desde lejos y tragó grueso al ver semejante arma.

—¿No me digas que vas a usar eso aquí? —cuestionó Noah— ¡Papá, vas a destruir el bosque!

—¡No nos queda otra opción!

Antes de que el hombre arrojara la granada, el oso rugió y una gran bola de fuego salió disparada hacia Melville. Noah corrió hacia su padre y lo derribó, haciendo que ambos cayeran en un desnivel, salvándose de las llamas.

—¿Qué rayos es eso?¿Ahora escupe fuego también? —se quejó Noah.

—La granada cayó demasiado lejos —notó el hombre—. Tendré que cambiar de plan. A la de tres corre a tu derecha. ¿Entendido?

Noah asintió después de un leve suspiro y Melville agarró una rama del piso. Desde su escondite, el hombre asomó la cabeza para observar a su enemigo.

—Uno... dos... ¡TRES!

Melville lanzó la rama al cielo y Noah corrió hacia su derecha.
La bestia lanzó una llamarada a la rama en el aire y Noah, aprovechando la distracción, alzó su mano derecha hacia el oso.

—¡Paralyzed! —exclamó, y la bestia se detuvo al instante.

—¿Lo logramos? —preguntó Melville, manteniendo su posición.

El oso comenzó a rugir una vez más, esta vez expulsando tanto aire de su boca que amenazaba con desequilibrar a Noah. Este, por otro lado, trató de impedirlo a toda costa: mantuvo sus piernas rígidas, logrando permanecer inmóvil ante semejante ventisca; sus brazos estaban elevados delante de su rostro y su ropa buscaba llevarse el cuerpo del chico con ella. De repente, el silencio volvió a gobernar el bosque, el oso dejó de rugir y se sentó sobre sus patas traseras.

—Increíble hazaña la de impedir salir volando por el rugido de Raxbear —comentó alguien desde la copa de uno de los árboles.

—¿Quién está ahí? —preguntó Melville.

Para un cazador como Melville, el hecho de no saber dónde se encontraba su presa resultaba algo novedoso e incómodo. Aún así, sus ojos viajaban por toda la zona, buscando cualquier indicio que le mostrara la ubicación del emisor de aquella voz.

—No soy vuestro enemigo, solo vengo a hablar. Además, tu hijo y yo tenemos algo en común ¿sabes? —dijo el desconocido, ahora en una posición diferente a la anterior.

—¿Sí?¿Y qué sería eso? —cuestionó Melville.

Un chico apareció silenciosamente a espaldas del hombre y le susurró al oído:

—Magia.

Melville lanzó un puñetazo al girar, pero el chico permaneció totalmente inmóvil a pesar de haberlo recibido en el rostro. La mano de Melville comenzó a sangrar y el desconocido lo miró con total indiferencia.

—¿Qué rayos eres? —preguntó el hombre mientras se vendaba la mano con un trozo de su abrigo.

—Dije que no tenía intensión de pelear —contestó, encogiéndose de hombros—. Disculpa si te has hecho daño pero debo tener precaución. No puedo permitirme perder este lindo rostro.

—¿Por qué sangras? —preguntó Noah, acercándose a su padre.

—Su rostro estaba totalmente duro, como una pared... como un trozo de hielo...

—¿Hielo? —exclamó el chico— ¿No será...?

—Bien, ahora quiero saber: ¿Qué hace un heredero mágico de La Verdad en Deigh? —preguntó el desconocido rodeando a Noah mientras caminaba.

—¿A qué te refieres? No puedo usar magia.

—Por supuesto que puedes. Relájate: en esta isla no está prohibida la magia. Aunque es extraño —dijo acercándose aún más—: no deberías estar aquí... Esto significa que algo está cambiando el curso de la historia...

—¡Oye! ¿En qué te basas para decir que puedo usar magia? —buscó respuestas el joven cazador.

—Oh, esa es una pregunta estúpida —contuvo la risa—. Soy Karamat, por cierto, heredero mágico de Hielo.

—Un heredero mágico... No estaba equivocado, después de todo —murmuró Melville, comprobando su teoría y, tal vez, un poco aliviado: un heredero supuestamente no tendría motivos para delatar a otro... ¿cierto?

—Como escuchaste —agregó Karamat—. Entre mis habilidades está una que me llama mucho la atención (muy útil, además). Se trata de la capacidad de observar la temperatura de los seres vivos. Y créeme, chico, cuando te digo que los cuerpos con magia se distinguen fácilmente —comentó entre carcajadas.

—¿Cómo es posible? —preguntó Noah, intrigado.

—Los seres mágicos tienen una temperatura mucho más elevada —explicó—. No puedes distinguir la diferencia de temperatura entre un humano y un heredero con solo tocarte la frente como cuando tienes gripe, obviamente... Se distingue solo por la habilidad de un heredero de Hielo.

—¿Así que fuiste tú quién nos descubrió? —preguntó Melville, examinando su entorno nuevamente.

—En realidad no. Yo solo puedo detectar la temperatura de lo que veo con mis ojos. Mi hermana fue quien los detectó.

—¿Tu hermana? ¿Está cerca? —se cuestionó Melville.

—Está al final del bosque —respondió confiado el chico—. Su habilidad le permite sentir la temperatura de todo lo que la rodea en un radio de cuatrocientos metros.

Noah examinó al chico un poco más, tratando de buscar algo que pudiera desmentir lo que decía o el por qué les daba tanta información si acababa de conocerlos: su cabello era negro como el mayor de los abismos, ligeras ondas en este resaltando a simple vista; a diferencia de la tez pálida de Noah, la piel de Karamat era incluso más blanca, llegando a parecer uno de esos vampiros de los que tanto se hablaba en viejas historias. El chico era mucho más alto que él (al menos de la estatura de Melville) y sus escuálidos brazos estaban adornados con diversidad de dibujos que parecían fomentar algún tipo de cultura antigua. El chico desprendía ese aire de confianza y seguridad que le decía a Noah que, tal vez, era verdad lo que estaba diciendo.

—Estamos buscando a un chico que entró al bosque. ¿Sabes dónde puede estar? —preguntó Melville, y Karamat guardó silencio.

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