Capítulo 9: Calwen

   Ya no sabía cuánto tiempo había estado caminando sin destino. Aun así, tenía la certeza de que habían pasado varios días.

Con el atardecer del primer día, se había cernido sobre mí un nuevo temor. Este lado del mundo era completamente extraño y nuevo para mí, ¿Cómo iba a saber qué criaturas merodeaban por allí? Estaba completamente sola y desprotegida. Cuando el Sol se escondió, y desapareció entre los extensos montes cubiertos de verde, cerré mis ojos. Esperaba que el frío regresara a mí, y que alguna ventisca pasara a mi lado. Sin embargo, nada de eso ocurrió. Todo permaneció igual a cuando había luz. Sí, había viento, pero este era cálido. Sentí que podía seguir caminando sin temerle a nada; nadie podía lastimarme. Por primera vez en varias semanas, permanecí en vela toda la noche, y continué mi viaje.

Era ya el alba cuando algo cautivó mi atención: una gran cantidad de agua en el suelo. Me acerqué hacia allí, desviándome levemente del camino que había estado siguiendo. Jamás había visto algo igual. Parecía un estanque, pero el agua en su interior no se encontraba congelada. Cuando mi vista se clavó en el agua fresca y cristalina que se hallaba ante mí, sentí cómo mi garganta se secaba, y el deseo de probar este dichoso elixir de vida, me invadió. Jamás me había puesto a pensar en lo sedienta que me encontraba, y el calor proveniente del Sol no mejoraba la situación. Miré hacia mis costados con nerviosismo, ¿Será potable? Me arrodillé con intención de tomar un poco de ella, pero luego, la duda me invadió. ¿Y si la tomaba y me enfermaba? ¿Y si no me gustaba? ¿El agua de allí era igual a la que había en Catwell?

Entonces, miré hacia abajo. Mi rostro se veía reflejado en la superficie cual espejo. Mi cara estaba demacrada por el cansancio y la falta de un buen baño en varios días. Luego, algo me sacó de mis pensamientos, una presencia al otro lado del lago. Levanté mi cabeza para observar lo que se hallaba en el otro extremo del lago: un ciervo. El animal ladeaba la cabeza con tranquilidad, y se inclinaba sobre el agua. Comenzó a beberla con placer mientras me miraba de reojo, como si esperara que yo hiciera lo mismo. Lo observé curiosa, ¿Así se veían los Alces aquí? Miré al cielo, que no era de color celeste como el día anterior, sino una mezcla entre anaranjado y rosado, mientras el Sol despertaba y comenzaba a salir de su cuna.

Decidí arriesgarme. Si al ciervo no le hacía daño, a mí tampoco. Junté mis dos manos y las hundí bajo el agua. Estaba fresca. Tratando de que no se me resbalara entre los dedos, me las llevé rápidamente a la boca. Era exquisita. Debía admitir, sin embargo, que la que teníamos en Catwell era bastante más fría. Cuando hube tragado, repetí el proceso varias veces hasta que mi sed se sació por completo.

Mi camino siguió durante el resto de la mañana hasta el almuerzo. Para ese momento, ya estaba preparada. Había estado recogiendo bastantes frutos de los árboles que había encontrado. Lo único que debía hacer ahora era sentarme en algún lugar tranquilo para disfrutar de su sabor. A lo lejos divisé un árbol que podría proporcionarme sombra. Corrí torpemente hacia él, y me senté de un sopetón. Saqué los frutos rojos que había encontrado, y no tardé en devorarlos. Definitivamente se habían convertido en una obsesión, y era decepcionante no saber cuáles eran sus nombres.

Una vez terminada la merienda, mi travesía continuó. Ya estaba cansándome. La verdad no tenía ni la menor idea de adónde iba, ¿Y si nunca lograba salir de esta situación? ¿Y si nunca llegaba a ningún lugar? Entonces, vi a lo lejos un camino de piedra. Con un poco de esperanza de que éste me condujera a algún lugar civilizado, me decidí a seguirlo. Poco a poco, noté como la cantidad de árboles y vegetación iba disminuyendo. Me preguntaba por qué. Al mismo tiempo, descubrí que el camino se iba consolidando. Las rocas se volvían cada vez más grandes. Pronto, en lugar de piedras, caminaba sobre cemento. Estaba maravillada. Estas cosas no se veían en Catwell. Los caminos del reino en dónde solía residir estaban hechos de tierra, o eso creía, ya que nunca había podido ver el suelo realmente: siempre estaba cubierto por una extensa capa de nieve.

Llegué al cabo de una hora a un lugar donde se juntaban tres caminos distintos. Me detuve en seco, ¿Cuál era la dirección correcta? No podía quedarme allí para pensarlo. Me decidí por el camino del medio. Avancé unos pocos pasos cuando el terror comenzó.

Empecé a oír ruidos aturdidores a mí alrededor. Venían de todos lados. Vi como una especie de carruaje, pero más moderno, frenaba brutalmente a unos pocos pasos de mí.

— ¡Córrete de la carretera!— aulló quién lo manejaba mientras abría la puerta del vehículo. Un poco apenada, decidí salir de allí y continuar caminando por el costado. Mientras aumentaba el ritmo de mis pasos, podía ver cómo esas máquinas pasaban a toda velocidad junto a mí. Sentí una intensa curiosidad por saber sobre ellas. Eran veloces, demasiado. Nunca había visto algo igual, ¿Por qué no teníamos de esos en Catwell? La rapidez con la que avanzaban y se perdían en el horizonte me desesperaba. Sentía que iba demasiado despacio, que nunca llegaría.

— Esas cosas... Esa gente se dirige a algún lado. Y adonde sea que vayan, encontraré refugio— pensé con entusiasmo. Mi respiración comenzó a acelerarse, al igual que mi frecuencia cardíaca. Sin siquiera percatarme de ello, había comenzado a correr. Sentí cómo mi cuerpo se acaloraba poco a poco, y empecé a sudar. Me detuve al sentir las gotas de agua resbalar por mi frente. Estaba asqueada. Jamás me había pasado esto antes.

— Claro, si nunca antes había sentido calor— me dije tratando de calmarme. Sentía la adrenalina recorrer mi cuerpo de pies a cabeza. Y seguí corriendo.

Comencé a jadear. Había estado haciendo esto todo el día y aún no había llegado a ninguna parte. Todo se había vuelto monótono. Lo único que se veía a los costados del camino de cemento eran diversas plantaciones. Jamás llegaría. Ni siquiera sabía realmente cuál era el lugar al que quería ir. Todo esto era un caso perdido. Mi vida ya no corría peligro, entonces, ¿Por qué me seguía comportando como si así fuera? Me senté a un costado del pavimento para descansar y recuperar el aliento.

Alcé mi cabeza hacia el cielo en busca de alguna señal. Sin embargo, no encontré nada. La luna ya se encontraba a la vista, pero no estaba sola. La curiosidad me invadió al ver como otros puntos blancos brillaban en el firmamento a su alrededor. ¿Eran acaso esas las tan famosas estrellas? Había oído a mamá hablar de ellas en varias ocasiones. Me recosté sobre el césped que se encontraba a las afueras del pavimento. Y mirando cada uno de los astros resplandecientes, finalmente me permití descansar.

Desperté a las primeras horas de la mañana siguiente gracias al estruendoso ruido provocado por esta especie de "carruajes modernos". A regañadientes me puse de pie. Suspiré adormilada: me esperaba un día agotador. Otro extenso día de caminata...

— ¡No!— exclamé para mis adentros. Estaba harta, cansada de caminar sin llegar a ningún lado. No estaba dispuesta a seguir así. Entonces, me paré en el medio de la carretera a la espera de que, cuando alguien pasara, me viera y me llevara consigo.

No pasó mucho tiempo antes de que uno de los vehículos extraños apareciera a la distancia. Para asegurarme de que me viera el conductor, comencé a dar pequeños saltos mientras sacudía mis manos de arriba a abajo. A pesar de mis esfuerzos, éste tan solo me esquivó. Me crucé de brazos ofendida, ¿Por qué no me ayudaban?

A los pocos minutos pasó otro. Probé suerte. Hice exactamente lo mismo que la vez anterior, pero con mejores resultados. Cuando me quisieron esquivar, me moví hacia esa dirección cerrándoles el camino.

— ¡Muévete niña!— gritó un hombre esbelto mientras se bajaba de aquella máquina.

—Disculpe, pero me preguntaba si ustedes pudieran llevarme a dónde sea que estén yendo— pedí tratando de sonar amable. El señor me examinó con la mirada durante varios segundos antes de asentir lentamente.

— ¡Gracias, gracias, gracias!— grité maravillada lanzándome sobe él para abrazarlo. Éste, al ver cómo mis brazos se disponían a rodearlo, me apartó precipitadamente.

— Disculpe señor, pero ¿Qué son esas cosas?— pregunté ingenuamente apuntando hacia su carruaje. Él levantó su ceja derecha, seguramente creía que me estaba burlando de él.

— Autos, niña, ¿De dónde saliste?— preguntó desconcertado ante mi ignorancia.

— Pues...

— Robert, ya súbela al auto— ordenó una voz aguda que venía de adentro. Él obedeció rápidamente, y me abrió la puerta para que entrara. Todo en el interior era color gris. Los asientos eran mullidos y muy cómodos. Estaba entusiasmada.

— ¿Adónde se dirigen?— pregunté cuando Robert encendió el motor y se puso en marcha.

— A la gran ciudad de Calwen, querida. ¿O es que quieres ir a otro lado?— me contestó la mujer que se sentaba en la parte delantera junto al hombre. Calwen... me gustaba como sonaba eso. Allí encontraría todo lo que estaba buscando. Ahora solo me quedaba esperar a que llegáramos.

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