Capítulo 6: El bosque de la oscuridad
Las sombras de los árboles lucían tenebrosas y lúgubres en la oscuridad de la noche. No importaba hacia dónde avanzáramos, todo se veía exactamente igual. Había árboles desnudos, sin hojas, que se mecían al son del viento, y la nieve seguía cayendo tiñéndolos tanto a ellos como al suelo de color blanco.
Ya había pasado un día desde nuestro ingreso en tan sombrío lugar, y nada ocurría. Me desesperaba un poco ver que todo siempre era exactamente igual: podíamos haber estado caminando en círculos todo este tiempo sin siquiera percatarnos de ello. Sin embargo, mi mayor preocupación se encontraba en el hecho de que aún siguiéramos allí para el anochecer. Me aterraba el solo pensamiento de oír los aullidos de los lobos hambrientos durante toda la noche. ¿Quién sabía qué otras criaturas merodeaban por allí? Había sido muy tonto entrar en el bosque solas. A pesar de esto, lo habíamos hecho conscientes de dónde nos estábamos metiendo, y de todos los peligros que nos acecharían una vez dentro.
Por si pudiera empeorar, hacía ya varias horas, me había comenzado a doler el estómago: tenía hambre pero no me sentía capaz de decírselo a mamá, pues yo sabía que no traíamos nada de comer, y que ella se preocuparía por eso si le revelaba mi inquietud. Además, tampoco teníamos agua, y mi garganta se encontraba completamente seca.
— ¿Esto nos llevará a algún lado?— le pregunté a mi acompañante una vez cansada de tanto andar.
— No lo sé. Nos metimos aquí porque no teníamos otra opción, hija, pero creo que fue una mala idea. Estamos perdidas— confesó ella con evidente preocupación. Quería gritar, pero no lo hice. Ya había aprendido que no lograría nada con eso, y que solo empeoraría las cosas. Debíamos permanecer unidas si queríamos salir de esto con vida.
— Todo saldrá bien, mamá, no te preocupes— dije tratando de consolarla. Quería que supiera que no la culpaba, y que nada de esto era su culpa. Pero si no era culpa de ella, ni mía ¿Entonces de quién? ¿Quién era el culpable de todas nuestras desgracias y sufrimientos? El primer nombre que vino a mi mente fue Mafera, pero luego recordé que ella no nos había descubierto hasta... Solté un respingo al recordar la cara de Jenna. Yo creí que era una buena persona en el fondo.
— Estoy un poco cansada, hija, descansemos— imploró mi madre. No tuve que pensarlo dos veces para aceptar su propuesta: finalmente habíamos parado, y no había tenido que quejarme para hacerlo.
Ambas nos tendimos sobre la nieve, quedando completamente mojadas por ella, pero no nos importó. Estábamos agotadas, y no había lugar en dónde apoyarnos, ni siquiera una roca, así que fue nuestra única opción. Ninguna de las dos emitió palabra alguna durante el poco tiempo en el que permanecimos quietas. Nos encontrábamos inmersas en nuestros propios pensamientos, estábamos disfrutando de la poca tranquilidad que nos ofrecía el lugar.
Al poco tiempo mi panza comenzó a estrujarse del hambre, y el dolor se me hacía insoportable, pero estaba determinada a que mi madre no se percatara de ello. Sin embargo, estaba segura de que ella también rogaba por algo de comida. Comencé a mirar impacientemente hacia los costados en busca de algún arbusto, o algo que diera frutos que pudiéramos comer, pero a causa de la nieve, no había vida. Finalmente, armándome de valor dije:
— Mamá, tengo mucha hambre, ¿no tienes algo para comer?
Ella negó con la cabeza mientras se ponía de pie, y me indicaba que continuáramos nuestra caminata. Cerré mis ojos rogando que se me otorgara la fuerza necesaria para continuar sin armar un escándalo, pues no era oportuno.
Las horas pasaron, y la hora más temida por ambas se aproximaba con rapidez: el anochecer. Cuando comenzó a oscurecer, decidimos parar. No había ninguna cueva cerca que nos pudiera brindar refugio, por lo que nuestra última, y en realidad única opción, era acampar a cielo abierto. Era peligroso, lo sabíamos, pero no había otra alternativa. No había hojas, ni madera que nos sirvieran para armar un pequeño fuego, era inútil intentarlo estando rodeadas de nieve. Solo nos quedaba dormir allí, a la intemperie, sin protección alguna. ¡Si tan solo pudiéramos hacer una fogata! De esa forma, si alguna bestia se acercaba, podríamos espantarla.
La oscuridad poco a poco invadió el bosque, logrando que las figuras esbeltas de los árboles se vieran aún más tenebrosas de lo que ya eran. Me aferré al brazo de mamá con fuerza. Ella era la única fuente de protección y cariño que me quedaba. Luego recordé al Sol. Él también me había ayudado varias veces, y le estaría eternamente agradecida. No pude evitar pensar en la luz que irradiaba, y en el calor que sentía cuando estaba conmigo, ¿Por qué no se encontraba aquí ahora? Nos habría sido de gran ayuda. A pesar de esto, recordé su insistencia en que escapara de Catwell, y cuanto deseaba que cumpliera la misión que tenía para mí; una misión que ni siquiera conocía. Tal vez se había olvidado mencionar en qué consistía. Y teniendo todas estas dudas en mi cabeza, caí en un profundo sueño.
— Buenos días— dije aún medio dormida cuando desperté a la mañana siguiente. Mi madre me devolvió el saludo con gentileza. La miré fijamente durante unos minutos mientras la inspeccionaba con la mirada. Ella no había dormido mucho, quizá nada. Era evidente: tenía ojeras bajo sus ojos, y se veía que estaba luchando con todas sus fuerzas por no quedarse dormida.
— ¿Mamá? No dormiste esta noche, ¿cierto?— pregunté con genuino desconcierto.
—Sí dormí— respondió ella. ¿Cómo se atrevía a mentirme en la cara? Cualquiera, incluso la persona más tonta de este mundo, se habría dado cuenta.
— No, no es cierto. Mira, descansa. Yo vigilo que nada pase. No nos hará ningún daño retrasarnos unas horas más— ofrecí tratando de sonar segura y convincente. Ella pareció dudar un poco en un principio, pero pronto, su deseo de dormir se apoderó de ella.
Me encontraba sentada en el suelo. Mi ropa ya estaba completamente mojada, y no me podía importar menos en ese momento. Sí, me estaba muriendo de frío, pero no había forma de no empaparse. Estaba meditando todo lo ocurrido desde el principio, cuando oí un crujido. Ahogué un grito de sorpresa, y me levanté rápidamente. Había alguien, o algo cerca. Nuevamente se oyó el ruido. Me aproximé hacia dónde lo había escuchado con cautela. Era una estupidez: si llegaba a haber algo allí, ¿Cómo me defendería? Sin embargo, seguí caminando. Tenía un buen presentimiento, sentía que lo que sea que hubiera generado esos ruidos, no me haría daño.
— Cielos— exclamé al ver de qué se trataba. Frente a mí, había un Alce, y a pesar de lucir completamente normal, podía ver cómo de él desprendía una tenue luz. No era muy notable, pero pude percatarme de ella. Me acerqué lentamente, y a pesar de que el animal, completamente salvaje no me conocía, no se movió. Estaba a tan solo unos metros de él cuando se volteó y dio unos pasos hacia atrás con lentitud. Quería que lo siguiera...
— Mira, Sol, sé que estás ahí, pero ahora no puedo ir contigo, mi madre me está esperando— le informé entre susurros al Alce. Era algo loco, jamás había creído que algún día le hablaría a un animal, y menos insinuando que él era el Sol. El Alce ladeó la cabeza y se acercó a mí. Sus ojos se clavaron en los míos tratando de persuadirme para que lo acompañara, pero permanecí inmutable. Entonces, algo ocurrió. El animal se desintegró de la nada, y en su lugar, apareció un ave enorme y majestuosa. Era de fuego puro, y del tamaño de un halcón: un fénix. El ave extendió sus alas y se elevó en el cielo hasta perderse de vista entre las nubes.
Me quedé allí sorprendida, ¿Qué había pasado? Eso había sido lo más extraño que había presenciado en toda mi vida. Luego, la desesperación me invadió al pensar en lo que yo había dicho.
— ¿El Sol se habrá enojado?— me pregunté al recordar la manera irrespetuosa en la que había rechazado su pedido. Después de todo lo que Él había hecho por mí, había sido muy desagradecido de mi parte responderle de semejante forma. La culpa no tardó en invadirme.
Decidí regresar junto a mi madre, que aún seguía dormida. Había sido una mala idea abandonarla. ¿Y se le hubiera pasado algo durante mi ausencia? Jamás me lo perdonaría de haber sido así.
Por suerte nada pasó. Al poco tiempo despertó, y continuamos el viaje. Aún no habíamos encontrado nada de comer, y yo ya no era la única con hambre. Nuestras fuerzas, que se habían renovado luego de nuestro descanso, se desvanecieron con más rapidez de la que habíamos esperado. Entonces, entre el frío y el hambre, ambas nos desplomamos sobre la nieve. No me sentía bien, y me estaba mareando. Poco a poco mis ojos se cerraron, y nos quedamos allí tendidas sobre el suelo, inconscientes.
Abrí mis ojos lentamente un tanto aturdida. Me preguntaba cuanto tiempo había pasado. Sentí una presencia a mis espaldas. Miré hacia mi costado para encontrarme con mamá, que aún no había despertado. Entonces, me puse de pie con torpeza, y me di la vuelta para ver quién estaba allí. Era él, el Alce. Se aproximaba hacia mí a paso lento y constante mientras llevaba algo en su boca. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, dejó caer aquello que llevaba consigo.
— ¡Gracias!— exclamé tomando entre mis manos lo que se me había otorgado: comida. Eran frutas. Sin embargo, eran desconocidas para mí. No eran frutas conocidas en Catwell, y me preguntaba en dónde las había hallado, pero no formulé la pregunta. Luego de asegurarse que tenía el alimento necesario, el animal se desvaneció tal y como lo había hecho la última vez, dejándome asombrada y maravillada. Mis labios no se movieron, las palabras no salieron, pero en mi interior le estaba dando las gracias a aquélla criatura o ser que me había ayudado. Y estaba completamente segura, de que por más que no lo había dicho en voz alta, Él sabía todo lo que pensaba y pasaba por mi mente, a toda hora, y en todo momento.
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