Capítulo 21: El trato

Durante toda esa noche, y la mañana del día siguiente, me dejaron sola. Me apoyé contra la pared de hielo, preguntándome qué tan gruesa era, y no porque me importara, sino porqué debía tratar de concentrarme en otras cosas para evitar pensar en las palabras de Mafera. Miré la cerradura de mi celda, ¿Cómo funcionaba el mecanismo? No importaba. Las palabras de la reina aún rondaban por mi cabeza, parecían frases llenas de veneno, y por más que intentaba apartarlas de mi mente, no lo conseguía.

Ya para el mediodía, cuando el hambre se comenzaba a sentir, me comencé a preguntar si alguien me traería comida después de cómo me había rehusado a probar bocado alguno de lo que me había ofrecido ella. Me senté con las piernas cruzadas, y por un momento cruzó mi mente la idea de contactar a Thomas, pero las descarté en seguida. Desde lo ocurrido la noche anterior, Mafera había mandado a dos guardias a custodiarme. Ambos se hallaban a los costados de la puerta, y parecían atentos a cada movimiento que hacía. No quería poner en riesgo a mi amigo de al lado, debería contener mis ganas de hablarle.

Las horas pasaron, y el almuerzo no llegaba. Apreté mis dientes con fuerza. No haber aceptado la comida de Mafera había sido algo estúpido. Ahora me encontraba en medio de esta pequeña guerra de voluntades en la que era evidente quién saldría vencedora.

Y en todo ese día, no comí. A eso de las siete de la tarde, mis dos custodios me indicaron que los siguiera, y a los pocos segundos, me encontraba en un gran comedor. Un candelabro de cristal colgaba del techo, y en el centro de la sala se encontraba una gran mesa de madera. Estaba cubierta por un mantel blanco con pequeños bordados que llegaba hasta el suelo. Y sobre la mesa, pude ver todo tipo de exquisiteces, muchas de ellas eran extrañas y completamente nuevas para mí. En la cabecera, me esperaba la reina de Catwell con su singular sonrisa en el rostro. Me ordenaron que me sentara a su lado, y así lo hice.

— Come— ordenó nuevamente Mafera señalando la mesa y asegurándose de que esta vez la viera. No podía negarlo, se me hacía agua la boca. Ella tenía razón, necesitaba comer. Me estaba debilitando físicamente, y no podía hacerle frente de esa forma.

— No seas terca, come— me dije a mí misma, pero no me moví. Negué con mi cabeza reiteradas veces, sometiéndome a mi orgullo a pesar de lo que sentía. Ella se reclinó en su asiento, y miró hacia el banquete que se hallaba frente a nosotras. Me sirvió agua en la copa que tenía al frente, pero no tomé ni un sorbo.

— Me gustaría saber dónde tienes a mi amigo, Simon— pregunté de repente y con vos firme. Permaneció en silencio—. Sé que está en este palacio, y me gustaría verlo.

— ¿Tienes alguna otra debilidad qué declarar?— preguntó. Me quedé sorprendida. Estaba haciendo todo mal, le acababa de decir que Simon era mi amigo, y estaba segura de que ella utilizaría dicha información a su favor.

— Solo quiero verlo— respondí inclinando mi cabeza hacia adelante.

— ¿Por qué?— inquirió impasible.

— Quiero saber qué le hiciste.

— Nada. Pero podría ocurrirle algo pronto— ante esta respuesta, mis ojos se endurecieron—. Su libertad está a la venta, si quieres...

— Dudo mucho que yo tenga algo que te sirva.

— Te subestimas demasiado. Claro que tienes algo valioso... Pronto descubrirás que todo en la vida tiene un precio, y el oro no es lo único con lo que se puede pagar.

— ¿Y cuál sería el precio?— pregunté luego de varios segundos.

— Mmm... ¿Cuánto vale tu amigo? No lo sé, tú dime.

— Solo libéralo— pedí suplicante. No quería que Simon fuera parte de esto, ni que sufriera por mi culpa.

— Tres meses. Ese es un precio justo. Tres meses durante los cuales me escucharás con atención, y vivirás en mi palacio con libertad, pero sin escapar— decretó ella las condiciones. No comprendía... más que una tortura parecía un sueño vivir allí. Al menos era mejor que mi pequeña prisión... sin embargo, algo no encajaba allí.

— ¿Cómo sabré que estará a salvo?— pregunté suspicaz.

— Lo dejaré ir ahora mismo si así lo requieres— ofreció molesta. Asentí con lentitud. Les hizo una seña a mis guardias, y estos se retiraron al instante.

— Tres meses es mucho...— traté de razonar el trato con Mafera.

— Para comprar una vida, yo creo que es poco. Solo quiero mantener una serie de diálogos contigo durante estas semanas.

— No sé a qué estás jugando, pero no lograrás que haga nada por ti

— ¿Tan poca fe te tienes? ¿Crees que eres lo suficientemente débil para ser influenciada por mí en tan poca cantidad de tiempo?— preguntó con tono convincente. No respondí a sus preguntas y me limité a clavar mi mirada en el suelo.

— ¿Tienes miedo?— preguntó burlona.

— No de ti ni de lo que puedes hacer— mentí levantando la cabeza. Sí, tenía mucho miedo, pero no lo admitiría jamás.

— ¿Entonces aceptas?— preguntó ella extendiéndome su mano. Era blanca y pálida, parecía tan frágil... Asentí y enlacé mi mano con la suya, cerrando así nuestro pacto. En ese momento entraron los guardias arrastrando a Simon. El chico estaba desaliñado, y una gran barba se le había formado. Sus ropas estaban empapadas y sucias, y se notaba que apenas lo habían alimentado en estos últimos días.

— Suéltenlo afuera del palacio— ordenó Mafera. Los guardias obedecieron si cuestionar, y arrastraron al prisionero afuera del palacio, y lejos de mi vista. ¿Qué garantía tenía yo de que realmente lo hubieran soltado? Ninguna, pero no me atrevía a desconfiar de la palabra de una bruja como la que tenía al frente.

La reina se puso de pie y me indicó que la siguiera. Me condujo a través de los extensos corredores de su palacio, y se detuvo frente a una de las tantas puertas que había en ese lugar. La abrió estruendosamente. Era una habitación amplia y preciosa, como el resto del castillo. Había una gran cama pegada a la pared que tenía sábanas de seda, un armario grande de color blanco en cuyo interior había miles de vestidos blancos y azules, y un balcón que daba al exterior. Me quedé asombrada ante lo que estaban viendo mis ojos. Tantos lujos... ¿Todos míos? Nunca hubiera pensado que algo así me pertenecería.

Luego de unos minutos, Mafera se retiró, y quien se adentró en la habitación fue Jimbo, el soldado.

— ¿Quién eres tú? No te pareces a un soldado normal— pregunté curiosa.

— ¿Qué quisiste decir con eso?— retrucó enojado.

— No quise ofenderte. De hecho considero que lo que te dije fue más bien un cumplido.

— No intentes nada, niña.

— Según lo que yo veo, eres tú quien tiene el arma.

— Así es, recuerda eso— amenazó desconfiado. Luego de decir esto, sonrió con vergüenza.

— Mafera me asignó como tu guardia personal— dijo con voz monótona.

— No pareces muy a gusto con tu trabajo, ¿Por qué sigues haciéndolo?

— No tengo mucha elección...

Y así, esa tarde llegué a conocer muchas cosas de Jimbo Pritchett, entre ellas, su historia. Él había nacido en una familia muy pobre, y al no poder pagar los impuestos, Mafera los castigó. Ella encerró a toda la familia, y Jimbo, que era apenas un niño, fue criado en el palacio y vigilado muy de cerca por la reina. Cuando él apenas tenía cinco años, sus padres y hermanos fueron ejecutados, y Mafera transformó al pequeño en uno de sus mejores soldados.

— Pero, ¿Tú no estás de acuerdo con lo que hace ella?— pregunté.

— ¿Cómo podría estar de acuerdo con la persona que mató a toda mi familia solo porque eran pobres?

Comprendía ahora la personalidad del hombre, y por qué, siendo tan joven, era miembro del ejército.

Al día siguiente, me levanté temprano. Era increíble lo cómoda que era mi nueva cama. Me levanté y comencé a inspeccionar el ropero hasta encontrar algo que me quedara, estaba cansada de usarla misma ropa todo el tiempo. Justo cuando estaba por salir, apareció Jimbo.

— Su alteza desea que desayune con ella— me informó. Suspiré resignada, recordando el trato que habíamos hecho el día anterior, y asentí.

— Siéntate— ordenó Mafera al verme entrar. Obedecí sin rechistar.

— Come— señaló las tortas que había sobre la mesa. Mis ojos se posaron en una en particular, una que parecía hecha de frutos rojos. No aguanté más. Tomé una pequeña porción de esa torta y la serví en plato mientras veía la satisfacción que se dibujaba en el rostro de Mafera. Al ver la expresión de su cara me detuve. Clavé mi vista en el plato, pero sin tocarlo.

— Poner comida en tu plato no significa comer— apuntó. Tomé un tenedor de plata, y corté un pequeño pedazo de la torta. Me lo metí en la boca y lo saboreé. Era delicioso, probablemente el pastel más rico que había probado en mi vida. Pero no me precipitaría. No me abalanzaría sobre él, no al frente de la reina.

— ¿Simon está a salvo?— pregunté. Por un momento pude ver oscuridad reflejada en los ojos celestes helados que me observaban.

— ¿Por qué te interesa tanto?

— Quiero asegurarme de que cumpliste tu parte del trato.

— Sí, está libre. Pero no entiendo por qué lo aprecias tanto, ¿No te das cuenta de que te estaba usando? Era evidente de que quería aprovecharse de tus poderes

— ¿De qué hablas? Yo no sé manejarlos, y él, hasta hace unos días, no sabía ni que los tenía— dije indignada. ¿Cómo podía asumir semejante barbaridad?

— Nunca debes confiar en tus amigos, todos podrían traicionarte.

— Mientes. Tú lo dices porque nunca tuviste amigos— devolví.

— Mentiras... Mentira fue todo lo que tu madre te dijo...

— ¿Estás insinuando que tú eres quien dice la verdad? Me resulta difícil de creer.

— Yo tengo la verdad que tu madre no te contó... pero te la diré cuando aceptes tu destino.

— ¿De qué estás hablando?

— ¿No te preguntas por qué no te he matado aún? La oscuridad reconoce a los suyos, y tú portas mucha oscuridad pequeña, más de la que puedes imaginar. Tanto potencial...

— Yo no soy como tú— fueron las únicas palabras que pude pronunciar.

— ¿Cómo estás tan segura?

— Estoy bastante segura.

— Realmente me odias... ¿será que lo que detestas es a ti misma? Odias a lo que puedes llegar a convertirte algún día— continuó susurrando.

— No me convertiré en nada— declaré enfadada.

— Es inevitable

— Nada es inevitable.

— Eso es lo que tú crees... o lo que esperas.

— Es lo que me enseñaron.

— Y por supuesto, crees en todo lo que te enseñaron ¿aún no comprendes nada?

— Comprendo todo lo que está pasando aquí— dije intencionalmente.

— Yo puedo contarte muchas cosas, muchas verdades. Fuiste muy ingenua en escuchar a tu madre, al Sol... ellos no saben nada.

— Saben mucho más que tú.

— Pero eran egoístas. Apuesto a que no te dijeron nada sobre esa profecía...

La profecía. Ella sabía sobre la profecía. Podía darme todas las respuestas que necesitaba, finalmente el asunto se aclararía.

— Dime— pedí. Mafera esbozó una sonrisa triunfal.

— Cuando la profecía dice "Y a aquel que la luz portaba, las sombras sacudirán" se refiere a ti. ¿Has visto? Incluso el Sol sabe en lo que te convertirás, y no ha hecho nada para evitarlo. No te ayudó cuando te capturaron, te dejó sola. Él nunca te contó cual sería tu destino, ¿cierto?— preguntó con la voz de una serpiente. Tenía razón. Él no había querido decirme, me lo había ocultado. Y si el destino no existía ¿Por qué había una profecía? Comenzaba a creer que toda mi vida era una mentira.

— Mi destino es destruirte— susurré insegura.

— ¿El Sol te dijo eso?— preguntó Mafera entre carcajadas. Otro punto a su favor. Él no me había dicho explícitamente que esa era mi misión. Esa era una conclusión que yo misma había sacado, ¿Pero era cierto?

— Tú destino es unirte a mí, y reinar Catwell para siempre. El Sol siempre lo supo. Que ingenuo fue al pensar que lograría apartarte de este reino. ¿Sabes por qué te pidió que huyeras? Para que no te unieras a mí y tomaras lo que realmente te pertenece: Poder, gloria. Él sabía que si tú seguías tu destino nada nos pararía, ni siquiera Él. Fuiste muy ingenua en creerlo tu amigo. Solo te engañó.

Cada palabra que decía se clavaba en mi corazón como una espada filosa. Me sentía traicionada, humillada. Me sentía una inútil. Ya no sabía qué estaba bien y qué estaba mal. No sabía en quién creer. Y ese día, mi vida comenzó a derrumbarse lentamente.

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