Capítulo 19: Prisión
Pasar el día en la prisión más fría del mundo no era algo agradable. Me aburría, pues no tenía a nadie por compañía excepto a los prisioneros de las celdas de al lado. Las primeras horas me las pasé acurrucada en un rincón en el suelo. Mi celda no era grande ni espaciosa, apenas entraba una cama que estaba muy lejos de asemejarse a una. Estaba compuesta del mismo material que el resto del castillo. Era demasiado dura para dormir, y no había diferencia entre recostarse en el suelo o en ella. A los pocos minutos comencé a tener hambre, y me preguntaba si alguien me traería comida de vez en cuando. Me senté y esperé. Nadie venía. Comenzaba a creer que me dejarían morir de hambre, pero no fue así. A eso de las doce del mediodía, cuando yo ya sentía un hambre voraz, escuché el ruido de las llaves y la puerta abriéndose.
Quien entró no fue Jimbo, sino otro guardia que no conocía en lo más mínimo. Llevaba consigo un plato de metal, y una jarra. Dejó la comida y la bebida sobre el piso, y se retiró con rapidez, sin mirarme, sin hablar. Me abalancé sobre la comida sin rechistar. No sabía qué era. Era una mezcla extraña de muchas cosas diferentes que no se veían, en lo más mínimo, apetecibles. A pesar de su apariencia, el sabor no era tan desagradable como creí que sería. El agua, en cambio, estaba helada, literalmente. Al parecer, tanto frío hacía que esta no pudo aguantar en su estado líquido hasta que terminara la comida. Era una pena... porque realmente me estaba muriendo por tomar al menos una gota.
Aprendí la lección, y para cuando llegó la cena, lo primero que hice fue devorar el agua, y luego ir por la comida. Eso fue lo que hice durante los próximos tres días. Había oído de parte de Jimbo, que la reina me juzgaría en persona, ¿Pero, cuándo? Los días comenzaron a pasar y aún nadie sabía el día ni la hora en que esto sucedería. Estaba empezando a creer que eso jamás sucedería, que me quedaría en esa cárcel para siempre.
Un día, la puerta de hielo se abrió estruendosa, y Jimbo se adentró en el pequeño espacio para hablarme. Parecía nervioso y estaba sudando.
— Su majestad, Mafera, hablará contigo en un plazo de cinco días. Ella planea interrogarte— me dijo atemorizado.
— ¿Interrogarme? ¿Qué significa eso? ¿Me hará algo o solo serán preguntas?— pregunté extrañada.
— Créeme, prefieres no saberlo— respondió con cierto temblor en su voz. Si antes no estaba aterrada, ahora lo estaba, y mucho. Cinco días... ¿Por qué no ahora?
— Pues, eso suena muy reconfortante— comenté sintiendo como una ola de escalofríos cubría mi cuerpo.
—Lo siento, pero es mi deber informárselo— dijo con voz cortante antes de retirarse nuevamente.
Tan pronto como se fue, una voz a mi costado dijo:
— Mafera quiere verte, eso no es algo bueno.
Dirigí mi mirada hacia la pared de la que provenía aquella misteriosa voz.
— Ya sé— dije que sequedad— ¿Desde hace cuánto tiempo estás aquí?
La voz calló por unos segundos antes de responder. Era suave y ronca a la vez, y parecía temblorosa.
— No lo recuerdo... más de quince años, seguro.
Ese era un largo tiempo, demasiado. Lo suficientemente largo para sacar a una persona de sus cabales y volverla loca. No continué la conversación, pues no era seguro hablar con extraños, y menos de este tipo. Aun así, me aburría. Y en varias ocasiones sentí la tentación de hablar de nuevo con mi vecino para matar tiempo, pero supe contenerme.
Pasó un día desde el anuncio de mi interrogatorio y ya no podía más. No había nada que hacer, y la falta de espacio me estaba matando. Quería salir de allí lo más rápido posible, aunque sabía que eso nunca pasaría. Entonces, no tuve otra opción.
— ¿Estás ahí?— pregunté con inseguridad.
— Sí— respondió la voz del otro lado.
— ¿Quién eres?— cuestioné.
— Thomas — dijo en voz muy baja— ¿Tú?
— Me llamo Rachel— dije.
— Rachel... es un lindo nombre para una jovencita— apuntó él.
— ¿Por qué te encerraron?
— Por enfrentarme a Mafera, ¿Quién lo diría? Una sirvienta terminó tomando el poder, apoderándose de todo... ¿Qué hay de ti, Rachel?
— Yo... supongo que también enfrenté a Mafera hace tiempo, pero recién ahora lograron atraparme. ¿Por qué te enfrentaste a ella?
— Porque quería proteger a mi familia.
Sonreí por lo bajo. Yo lo había creído un hombre peligroso, y sin embrago parecía conservar su mente en perfecto estado. Y... era un padre de familia que había sido condenado por hacer algo heroico. Me di cuenta de mi error, había juzgado demasiado rápido, pero estaba dispuesta a enmendarlo.
— Es alguien muy valiente— musité, pero no recibí respuesta. Podría jurar que a través de la pared oía a alguien llorar, y eso me partió el alma. ¿Qué debía hacer ahora? ¿Cómo consolar a un hombre con tantas miserias? No había nada que pudiera hacer, así que decidí no hablarle hasta que se calmara un poco.
Así pasaron dos días en que llegué a conocer a ese hombre mucho más de lo que conocía a Simon. Sentía cierta conexión con él, y en distintas ocasiones me dispuse a imaginar cómo sería su apariencia física. Me lo figuraba alto y bastante escuálido debido a la mala alimentación, de ojos marrones oscuros y tristes, y cabellos largo y enmarañado a causa de abandono. Probablemente también tenía barba, y ésta debía llegarle hasta los pies. Me reí un poco, estaba creando la perfecta imagen de un vagabundo, pero él no sonaba a uno. Durante esos días había descubierto muchas cosas, incluso que él sabía bastante información sobre distintos temas, y que sería un gran insulto llamarlo ignorante.
También descubrí que le gustaba leer, y ambos pasamos noches en vela discutiendo sobre distintos libros que ambos habíamos leído. Por supuesto, él tenía mucho más conocimiento literario que yo, ya que la cantidad de libros que había tenido a mi disposición era muy limitada.
Quedaba ya un día para mi encuentro con Mafera, y los nervios habían comenzado a invadirme. Me sentía indefensa, atrapada. Qué irónico, esa era una descripción exacta de cómo me veía en ese entonces. Mis labios temblaban al igual que cada extremo de mi cuerpo. No sabía qué era lo que Mafera estaba preparando para mí, pero estaba segura de que no era nada lindo. Tenía miedo, mucho.
Ese día no hablé con quien ya consideraba mi amigo. Lo último que quería era hablar con alguien sobre cómo me sentía. Iba a explotar. Por lo tanto, me dediqué a hablarle al Sol. Le pedí que me diera fuerzas, que me ayudara en ese momento de dificultad, que no me dejara sumisa ante Mafera, pero no lo sentí. No sentí que Él me estaba escuchando.
Lloré un rato cuando la desesperación se transformó en más grande que mi fuerza para controlar mis sentimientos. Estaba desolada, sola. Las cosas hubieran sido muy distintas si mi madre hubiera estado allí. Ella siempre había sabido qué hacer. Era la más fuerte de las dos, y siempre sabía cómo tranquilizarme en situaciones así.
Cuando ya no tenía más lágrimas para derramar, me di cuenta de que me dolía la cabeza. Tenía mis ojos rojos e hinchados, y un punzante dolor en mi frente. No sabía por qué, pero cuando lloraba en cantidades eso solía pasarme. Un poco aturdida cerré mis ojos. Solo quería desaparecer, esfumarme. Deseaba abrir mis ojos y encontrarme en mi casa junto al fuego leyendo un libro, con mi madre a mi lado sonriendo. Pero eso no era posible, este era el mundo real, mi realidad, y debía enfrentarla sola.
Poco a poco me quedé dormida, y en cuanto desperté ya era tarde, la hora del té probablemente. Sentí hambre de nuevo, ¿Acaso nunca quedaría satisfecha? En la prisión solo había dos comidas: a la hora del almuerzo, y, más tarde, a la cena. Y yo, que estaba tan acostumbrada a comer cuatro veces al día, estaba desacostumbrada a pasar hambre. Luego comprendí lo que debían sentir todas aquellas personas que no tenían el suficiente dinero para comprar comida todos los días. Nunca me había puesto a pensar lo difícil que era ponerse en los zapatos de esas personas. Sentir lo que estaba sintiendo yo todos los días... era algo muy difícil de asumir.
La noche llegó, y la cena igual. Tan pronto como el carcelero entró en mi celda, me abalancé sobre la comida. La saboreé lentamente, recordando que tal vez esta sería mi última comida en la vida. Una vez que tanto el vaso como el plato estuvieron vacíos, y yo llena, me quedé dormida nuevamente hasta el amanecer.
Me desperté abruptamente a eso de las cinco de la mañana. Nadie me había dicho a qué hora sería mi encuentro con Mafera, y era algo que debía saber. Definitivamente no era lo mismo enfrentarme a la muerte ahora, al mediodía o a la noche. Me recliné sobre la pared de hielo y permanecía sentada varias horas. Examiné mi celda con la mirada, estaba bastante asegurada. Me acerqué a la puerta, y asomando una de mis manos por los barrotes, pregunté:
— ¿A qué hora es mi reunión con la reina?
Ninguno de los guardias que custodiaban la entrada a mi celda respondió, por lo que me vi obligada a repetir la pregunta. Esta vez, ambos soldados se miraron entre sí y se voltearon a verme.
— Al anochecer.
Suspiré aliviada, aún quedaba tiempo. No planeaba huir, era imposible. Esa opción había sido descartada hace tiempo, pero me daba más tranquilidad saber que todavía tenía varias horas de tranquilidad por delante. A los pocos minutos me arrepentí de haberme despertado tan temprano, aún tenía mucho tiempo. Me incliné sobre la pared un largo rato, y no pasó mucho tiempo antes de que el sueño se volviera a apoderar de mí. Pronto, me encontraba en mi propio mundo, un mundo lleno de felicidad, donde Mafera no existía, y Catwell era lo que solía ser.
— Levántate si quieres comida— me despertó una voz fuerte y amenazadora. Era quien me traía el almuerzo, pero parecía estar ese día de muy mal humor. Me levanté de un salto, y me acerqué a él para que me diera la comida habitual.
— Aquí tienes, escoria— rugió con repugnancia mientras tiraba mi plato al suelo. Lo miré confundida, pero pronto desvié mi atención hacia el alimento, que yacía en el suelo. Salvé todo lo que pude, y no fue poco, pero el agua fue un caso perdido. Comí gustosa, y cuando hube terminado, regresé a lo que estaba haciendo antes.
— Hola, Rachel— se oyó la voz de al lado. Pegué mi oreja a la pared para escuchar mejor.
— Hola— respondí.
— ¿Qué pasa si después de hoy no te vuelvo a ver?— inquirió él con tristeza.
— Volveré, ella no me matará, estoy segura.
— No me refería a la muerte. Es evidente que tienes algo especial... quizá Mafera...
— Ella no puede arrancar mi poder.
— Precisamente eso es lo que me temo.
No sabía a qué se refería, pero no tenía ganas de preguntar, sentía demasiado miedo.
— Ella no logrará nada.
— Ya lo veremos... dicen que es muy manipuladora.
Las horas pasaron, y con ellas, mi ansiedad aumentaba. Toda la tarde me quedé pensando en qué estaba tratando de decirme Thomas. ¿Manipuladora? Eso no tenía sentido, ¿Por qué Mafera trataría de manipularme? Lo descubriría en algunas horas.
Estaba oscureciendo cuando finalmente Jimbo entró a mi celda. Me tomó del brazo, y esposándome primero, me condujo a través de los laberínticos corredores del castillo. Había cuadros colgando de las paredes, todos ellos retratos de la reina. Durante el camino a la sala del trono, creí haber visto al menos un millar de puertas de todos los tamaños. ¿Para qué necesitaría ella tantas habitaciones? Jimbo se detuvo al final del pasillo. Ante nosotros se alzaba una puerta gigante con decorados tallados en el hielo. Ésta se abrió súbitamente, y fui conducida hacia adentro. Era hora de enfrentarme a mis peores temores. Ya no había vuelta atrás.
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