Capítulo 18: captura

Luz. Mis ojos se entreabrieron con lentitud. No comprendía exactamente qué estaba pasando. Hace tan solo unos minutos me encontraba en las profundidades de un lago a punto de morir, y ahora no sabía bien dónde estaba ni lo que había ocurrido conmigo. Me senté precipitadamente, y comencé a sentir las consecuencias del episodio anterior. Sentí como si me ahogara, y tenía ganas de toser para expulsar de una vez toda el agua que había logrado entrar en mis pulmones.

Una vez que me recuperé, pude concentrarme en mis alrededores. Aún estábamos en el bosque. A mi derecha se encontraba aquel lago, y a mi izquierda, Simon. La preocupación que sentía mi amigo era evidente en su rostro, y me hacía preguntarme cómo había logrado salir del agua con vida. Estaba confundida, y a pesar de haber despertado, nadie me había hablado todavía, nadie me había dado una explicación. ¿De quién esperaba respuestas? ¿De una manada de lobos? Sí, los malditos animales no se habían retirado, y era evidente que nos habían capturado.

Sonreí abiertamente al ver la felicidad en el rostro del muchacho. Esperaba que este gesto lo tranquilizase un poco, y así fue. Por un momento me olvidé de los lobos y de su molesta presencia, estaba a salvo, ¿pero gracias a quién?

— ¿Quién me ha sacado de ahí?— pregunté a Simon.

— Fui yo. Luego de que caíste, los lobos me obligaron a hacerlo. Me empujaron por el mismo agujero que tú, y tuve que nadar hasta llegar a las profundidades para luego regresarte a este lugar. Ya han pasado unas cuantas horas desde el suceso. Comenzaba a creer que estabas muerta.

Eso explicaba todo, y me aterraba pensar lo cerca que había estado de morir aquella vez. Entonces me detuve a pensar, ¿Por qué? ¿Por qué me daba tanto pavor morir? ¿No se suponía que todo sería mejor para mí una vez que lo hiciera? Reflexionar sobre ese tema en aquel preciso lugar, no era algo oportuno.

Algo me sacó de mis pensamientos. Alguien me estaba empujando: un lobo. Hice una mueca, y entendiendo lo que me estaba pidiendo, me puse de pie. Fue así como volvimos a ser prisioneros. Mi magia se había apagado, o algo por el estilo, y ya no podía huir de ellos. Volvieron a arrastrarme por el suelo con sus bocas. Pasaron varias horas hasta que comencé a sentir hambre. Al principio no era tan grave, solo apetito, pero luego el deseo de comer algo se volvió más fuerte. Mi estómago hacía ruidos extraños semejantes a rugidos, y la boca se me secó. Necesitaba beber algo inmediatamente. Pero no veía ningún alimento o bebida a nuestro alcance, y probablemente nuestros captores no me permitirían consumir nada.

El dolor se hizo insoportable, y la sequedad de mi boca se volvió molesta. Entonces, con voz ronca y casi inaudible, pedí:

— ¿Podemos comer algo?

Sinceramente no sabía qué estaba esperando que me contestaran, eran solo animales. Ante mi súplica, todos los miembros de la manada se volvieron hacia mí y comenzaron a gruñir enseñando sus blancos colmillos. Tenía razón, no fue buena idea pedir semejante cosa. Los lobos comen carne, y yo podría muy bien haber sido su almuerzo.

A los pocos días salimos del bosque. Justo en la frontera se encontraba un grupo de guardias encabezado por un hombre bastante joven y de aspecto serio. Utilizaba el traje que llevaba aquella especial división del ejército que se caracterizaba por estar conformada por los favoritos de la reina: Era color blanco desde la armadura a las botas. Todos, excepto él nos miraban con maldad. Por alguna razón los guardias sí eran capaces de sentir, pero solo una cosa: maldad, resentimiento, todos sentimientos malos. ¿Acaso podía controlar Mafera qué cosas eran capaces sentir las personas y qué no? Eso me sonaba a soberbia. Ella no era quién para adueñarse de los sentimientos de la gente.

En la armadura de aquel oficial se encontraba grabado su nombre: Jimbo Pritchett. No debía de tener más de veinticinco años. Sus ojos eran de un color marrón intenso, y su pelo, lleno de rulos, igual solo que de unos tonos más claros. Era de estatura mediana y un poco regordete. Sentía simpatía por él.

La manada se detuvo justo frente al grupo de guardias, y con sus narices nos empujaron hacia adelante. Parecía que nos entregarían a estos hombres, su misión había finalizado. Y ahora, serían los guardias quienes nos escoltarían al palacio. Me puse de pie junto a Simon, y avanzamos lentamente hacia los hombres. Ellos parecían escudriñarnos con la mirada, sentía que nos estaban juzgando. Entonces, algo extraño sucedió: Jimbo sacó una hogaza de pan de una mochila que traía consigo, y nos la obsequió con una sonrisa.

Aceptamos gustosos la muestra de amabilidad, y una vez que terminamos de saborearla, nos colocaron esposas en nuestras muñecas. Solté un bufido, ese hombre que había parecido amable a simple vista y que nos había dado de comer, ahora, también, nos estaba atando las manos. Esto era muy inusual, muy impredecible.

—Por órdenes de la reina legítima de Catwell, Mafera, ustedes quedan arrestados, y serán juzgados por ella en persona— recitó Jimbo con voz estruendosa. A continuación, fuimos vendados con un par de telas negras y nos condujeron ellos hacia nuestro destino. Sentí una gran inseguridad al caminar a tientas. No sabía por dónde nos estaban llevando, pero podía oír gritos y abucheos. Pronto, todo se aclaró: estábamos atravesando Catwell. Ya había experimentado este espectáculo antes, pero desde otra posición. Al menos una vez a la semana, los guardias pasarían por la calle principal con sus prisioneros. La gente se amontonaba a los alrededores, y comenzaba a gritar todo tipo de atrocidades. Jamás había aprobado tanta crueldad, y ahora me tocaba enfrentarme a esta situación desde el lado de un preso.

Siempre me había preguntado cómo se debía de sentir la gente que sufría toda esta humillación, y ahora lo sabía. Era horrible, en especial porque yo era inocente, ¿Qué había hecho? Nada. No merecía este castigo. Pronto sentí algo estrellarse contra mi cara, algo duro que se convirtió en un líquido espeso al hacer contacto con mi piel: un huevo, supuse, pero jamás lo sabría con exactitud.

Los gritos y los insultos se mezclaban entre sí, y me confundían aún más. No comprendía qué estaba diciendo la gente, pero supuse que era mejor seguir ignorante. Pasaron varias horas y los gritos no cesaban, ¿Tanto odio tenían? No les había hecho nada, incluso no le había dirigido la palabra a la mayoría de ellos en mi vida.

Luego de lo que pareció una eternidad, finalmente los gritos comenzaron a apagarse, por lo que supuse que habíamos abandonado la calle principal, y ahora sí, nos dirigíamos directamente al palacio.

A los pocos minutos, paramos. Me encontraba confundida, ¿Ya habíamos llegado? Una mano fuerte me sacó la venda de los ojos, y al mirar al cielo, vi que era de noche. Me volteé para encontrarme cara a cara con Jimbo.

—Pararemos a descansar, no intenten escapar— nos ordenó cuando la venda que cubría los ojos de Simon fue retirada también. Ambos asentimos de inmediato. Sinceramente, ya no quería escapar. Sentía que esto era lo que el Sol quería, y me había abandonado a su voluntad. Tal vez, esta era la oportunidad que se me había otorgado para desafiar a Mafera.

La noche transcurrió tranquila. Ninguno de los guardias nos molestó. Me preguntaba por qué. Quizá tanto ellos como nosotros, sabían que no deseábamos ir a ningún lado.

A la mañana siguiente, nos despertamos temprano, y Jimbo se acercó con algo entre sus manos. Esperaba que no fueran las esposas de nuevo, pues no sentía ganas de caminar tanto, no ahora.

—Tomen, este es su desayuno. No es mucho, pero es todo lo que puedo ofrecerles— dijo el guardia presentándonos un cuenco con agua, y unos pedazos de pan. Era poco, pero lo agradecimos. Comimos y bebimos, y cuando terminamos, volvieron a vendarnos luego de atar nuestras manos a nuestras espaldas. La personalidad de Jimbo era una incógnita para nosotros. Aún no sabíamos del todo si era bueno o malo, amigo o enemigo. Sus acciones señalaban que era un hombre bondadoso, pero sus palabras indicaban lo contrario. Ya no sabía qué creer.

Continuamos caminando. Estaba comenzando a impacientarme, ¿Por qué rayos el palacio quedaba tan lejos? Estaba cansada, y quería llegar de una vez. Al pensarlo mejor, me arrepentí. No sabía de qué era capaz Mafera, y sabía que lo descubriría una vez que llegáramos.

Ese momento, tan esperado y tan detestado finalmente llegó. Cuando nos hallábamos a pocos metros de la entrada, las vendas fueron removidas. Mi boca se abrió de admiración. La estructura estaba construida de hielo sólido. Se alzaban hacia arriba dos torres inmensas a los costados del castillo, que no eran nada comparado a como se veían de lejos.

Jimbo, con un ademán de su mano, nos ordenó que lo siguiéramos. No pude detenerme a observar mucho el interior, ya que los pasos del guardia eran largos y rápidos, y tenía que hacer un gran esfuerzo para seguirle el ritmo.

Tomó una antorcha que colgaba de la pared, y nos condujo a través de un pasaje oscuro. Luego, descendimos por una escalera de caracol hecha de piedra para evitar caídas y tropiezos, que se internaba en las profundidades del castillo. Tardamos varios minutos en llegar a pisar el último peldaño. Lo que vi allí abajo me asombró un poco. Había un millar de celdas con barrotes gruesos hechos de hielo. A medida que avanzábamos por ese temible y oscuro pasillo, los prisioneros gritaban de dolor y desesperación. Todos y cada uno de ellos se abalanzaban hacia las puertas de sus celdas y asomaban sus manos a través de los espacios entre los barrotes.

Cerré mis ojos. Sentía mucha pena por aquellas personas, y me preguntaba cuántas de ellas habían sido encerrados injustamente. Pero un pensamiento más oscuro comenzó a atormentarme, ¿Qué si me dejaban allí por el resto de mi vida? ¿Perdería la cabeza también? No quería terminar como ellos, sumida en la desesperación. Tan pensativa estaba que no me percaté cuando Jimbo frenó. Me volteé para ver frente a mis ojos una celda vacía. El soldado tomó un juego de llaves de su bolsillo, y abrió la puerta. Allí metió a Simon, y esperaba que también a mí, así al menos no estaría sola. Sin embargo, la puerta se cerró.

El camino hacia la mía fue más largo. Jimbo recorría todos los corredores como si se supiera de memoria todos aquellos pasajes. Después de dar tantas vueltas y giros, finalmente el guardia encontró lo que buscaba: una celda vacía. Tomó nuevamente el juego de llaves y tomó una de ellas. La metió por el ojo de la cerradura, y la giró una, dos, tres veces hasta que, con un pequeño ruido metálico, la puerta se abrió. Jimbo se hizo a un lado, y tomándome del brazo, me metió adentro. Me mantuve junto a la puerta mientras él la cerraba nuevamente. Era increíble, sentía bondad en él. Mis ojos buscaron los suyos esperando encontrar alguna señal, pero él me evitó. Sin darse cuenta me había mostrado un gran gesto, uno del que muchos carecían: el arrepentimiento.

Podía ver en sus actos que él sabía que nosotros no éramos malas personas o criminales, y parecía avergonzado de lo que estaba haciendo. No lo culpaba por sus actos, yo hubiera hecho lo mismo. Jimbo solo estaba siguiendo órdenes de alguien mayor, alguien con el poder suficiente para destruir todo lo que él amase. No conocía su historia, pero por alguna razón, Mafera no estaba siendo capaz de controlar sus emociones, pues ella, de haber podido evitarlo, jamás hubiera permitido que uno de sus guardias sintiera lo que él sentía: compasión.

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