Capítulo 14: La leyenda del Sol
Convivir con Simon era lo más difícil que había tenido que soportar en toda mi vida. Era engreído, y por alguna razón se creía superior a mí. Estaba harta, no podía más. Durante el día él salía con sus amigos; nunca me decía qué era lo que iban a hacer. Todo era normal hasta que llegaba la noche. Entonces, por algún motivo se impacientaba con todos, en especial durante la cena. Parecía estar determinado a hacernos comer lo más rápido posible y que nos fuéramos a dormir. Algo tramaba, lo sabía. Tal vez se escapaba de la casa durante la noche, y quién sabe adónde.
Siempre lo oía partir desde mi cama. Escuchaba con atención sus pisadas, y cómo abría el ascensor. Luego, unas horas más tarde, regresaría tirándose en su cama para dormir hasta la mañana siguiente. ¿Qué escondía? No tenía ni la más mínima idea, pero iba a descubrirlo.
Una noche, escuché como salía en su escapada diaria. Se movía sigiloso en la oscuridad, como si fuera una simple sombra. Me aterraba pensar en la idea de que él podría ser un perfecto ladrón si así lo quisiera. Sin embargo, al parecer algo lo distrajo, ya que tropezó y cayó al suelo. Solté un par de risitas para mis adentros esperando no hacer demasiado ruido. Silencio. No se movió hasta que unos segundos más tarde, se volvió a poner de pie. Avanzó hacia la puerta, y la abrió lentamente. La curiosidad era demasiada, y por medio de un impulso, me levanté de la cama de un salto. Sin siquiera darme cuenta de ello, me encontraba caminando por el corredor en dirección a la puerta, que por milagro había permanecido abierta.
Apreté el botón para llamar al ascensor, que ya no me provocaba tanto miedo, y me adentré en él. Esperaba que Simon no estuviera tan lejos. Tenía que seguirlo y atraparlo con las manos en la masa. Una vez abajo, salí del edificio a las corridas rogando por que no fuera demasiado tarde.
Solté un bufido de frustración. Había sido demasiado lenta. Él ya se encontraba demasiado lejos como para seguirle el paso. Dándome media vuelta, regresé a mi habitación mientras aguardaba el regreso del muchacho.
A eso de las dos de la mañana regresó. Él se encaminaba a su habitación, pero lo intercepté.
— ¿Adónde fuiste?— demandé entre susurros. El joven parecía aterrado, y palideció al ver que lo había atrapado.
— No fui a ningún lado, solo me agarró un poco de hambre, y fui a la cocina.
— Mentira. Te vi saliendo.
— Pues... no había comida, asique fui a comprar un poco.
— Sí, claro, y eso te llevó cuatro horas— respondí con sarcasmo.
— Es que había mucha fila para pagar— se excusó.
— ¿A las dos de la mañana? Si sabes que el supermercado cierra a las once de la noche, ¿Cierto?— pregunté incrédula. Sabía que estaba tratando de mentirme, pero era tan malo haciéndolo...
— Sí, claro... por eso tuve que irme a otro que queda mucho más lejos.
— Ajá— asentí. Mis ojos lo penetraban, y no le creía ni una sola palabra de lo que había dicho, pero decidí dejarlo así. Ya investigaría al día siguiente, y esta vez no se me escaparía de las manos. Le brindé una sonrisa claramente falsa, giré sobre mis talones, y regresé a mi dormitorio.
Con los primeros rayos del Sol, me desperté. Lo lograría, descubriría lo que hacía todas las noches, y porqué nos lo ocultaba. Hoy era el día, estaba segura. Durante toda la mañana, no le quité los ojos de encima. Lo vigilé con constancia, y él nunca me atrapó haciéndolo, era demasiado tonto. Actuaba con normalidad, pero a medida que las horas pasaban, sentía cómo la tensión iba creciendo. Para el atardecer, ya estaba actuando de forma irregular.
— Mamá, ¿A qué hora vamos a comer?— preguntó impaciente.
— No lo sé— musitó Hilary mientras lavaba, secaba y guardaba los platos sucios.
— Pues yo ya tengo hambre— dijo él frotándose el estómago. Lo miré asqueada, ¿Qué clase de persona hacía eso?
— Entonces comeremos ahora— respondió su madre. Una gran sonrisa de satisfacción cruzó el rostro el muchacho, y este comenzó a preparar la mesa tan rápido como pudo.
Cuando ya todos estábamos saciados, nos retiramos a nuestras respectivas habitaciones. Me quedé sentada de brazos cruzados en el piso. Solo debía esperar a que él saliera e hiciera lo de siempre. Los minutos pasaron, y después se transformaron en horas. Aún no había señales de que él hubiera salido. Era extraño. Comenzaba a creer que no saldría esa noche cuando finalmente lo sentí. Se estaba moviendo en dirección a la puerta. Salí de mi cuarto en puntillas de pie y avancé tras él. A pesar de estar a tan solo unos metros de distancia, aún no se percataba de mi presencia. Él tomó uno de los ascensores, y una vez que entró, yo llamé al siguiente. Deseaba que la maquina se apurara, no quería perderlo de nuevo.
Cuando salí, pude ver la figura negra a la que perseguía, y corrí tras él. Me escabullí entre las sombras de los edificios. Cuando ya había pasado un tiempo, él frenó frente a una construcción. Lo miré intrigada mientras trepaba unas rejas negras, y caía del otro lado. No podía creer lo que mis ojos veían, ¿Estaba irrumpiendo en una casa ajena? Hice lo que él, y subí las escaleras que conducían hasta la puerta. Me planté en seco. Frente a mí yacía la pintura del ave de fuego. Era el templo. ¿Qué rayos hacía él aquí?
Busqué la grieta por la que había entrado la última vez, y me adentré en el lugar. Salí con cuidado intentando no hacer ruido, pues no quería llamar la atención de Simon. Me apoyé sobre la pared del rincón más oscuro, y observé. El chico llevaba unas flores en sus manos, ¿de dónde las había sacado?
El joven colocó el ramo sobre el trono dorado que había en el centro, y luego retrocedió. Se sentó sobre el suelo, y cerró los ojos. Movía sus labios sutilmente, pero no podía oía más que murmullos inentendibles. Así permaneció durante un largo tiempo. No hacía nada más, me estaba aburriendo.
— ¿Qué se supone que estás haciendo?— pregunté olvidando que él no sabía que me encontraba allí. Simon se volteó temeroso, y al verme surgir de las sombras, se tranquilizó.
— ¿Qué pasa contigo? No tenías que seguirme— me reprochó Simon.
— ¿Qué era ese ritual, esa cosa que hacías?— pregunté ignorando su enfado.
— Así es cómo hablamos con Él— me dijo señalando la imagen del Sol que sobresalía del trono. Me crucé de brazos indignada, ¿cómo era posible que él supiera cosas sobre el Sol que yo no? Al menos ya tenía la certeza de que él creía en la existencia del astro.
— Pues yo hablo con Él, pero no así— repuse extrañada, a lo que él se encogió de hombros. Era la primera vez que hablábamos sin discutir, y debía aprovechar la ocasión para sacarle toda la información que quisiera.
— Dime sobre las inscripciones en la pared— ordené señalando los grabados y símbolos. El joven se puso de pie, y se dirigió hacia donde yo señalaba. Durante varios segundos observó el muro, y luego dijo:
— Es solo una leyenda, una antigua profecía conocida como "La leyenda del Sol".
— Pues quiero saberla.
— Es bastante simple, cuenta la historia de Miwa y Mafera... También dice algo de un invierno eterno que tendrá fin... cosas sin sentido.
Mi rostro se oscureció. Todo eso estaba lejos de ser algo sin sentido, al menos para mí, que comprendía todo.
— ¿Puedes recitar la profecía de la que me hablaste?— pregunté con curiosidad.
— Pues, dice así: La Luna, con su eterna oscuridad caerá de los cielos para perseguir a sus enemigos. Todo lo logrará, el mal se expandirá, pero no todo se perderá. La luz de la esperanza implantada por el Sol, renacerá. El bien y el mal se combinarán, quien en las tinieblas se hallaba, luz podrá encontrar. Y a aquel que la luz portaba, las sombras sacudirán. Al final, la unión es lo que vencerá, y el equilibrio se restaurará— dictó Simon como si se supiera todo el verso de memoria. Silencio. Durante un tiempo permanecí callada tratando de comprender la profecía, pero no encontraba lógica en aquellas palabras.
— Amigos míos, veo que al fin se han reunido— se oyó la voz del Sol haciendo eco en el interior del templo. Sonreí encantada con su presencia, pero el muchacho parecía aterrorizado, como si nunca hubiera tenido contacto directo con Él.
— Sí, finalmente creo que estamos listos para partir— le comuniqué segura.
— ¿Partir a dónde?— me preguntó entre susurros Simon.
— A Catwell, ustedes regresarán a mi pueblo. También veo que han leído la profecía...— musitó la voz con un tono más grave. Ambos asentimos inseguros.
— Pero no la entendemos, ¿A qué se refiere con "A quien la luz portaba, las sombras sacudirán"?— pregunté nerviosa.
— Eso, Rachel, no te lo puedo decir, tendrás que averiguarlo por tu cuenta. Solo debo pedirte que te cuides y seas fuerte. Recuerda, nada es lo que parece— me dijo con tristeza. Los nervios y las dudas comenzaron a invadir mi mente, ¿Estaba en peligro? ¿Algo malo iba a pasarme? Solo de algo estaba segura, Él lo sabía y no me lo quería decir. Por un momento sentí una profunda decepción, si podía advertirme, ¿por qué no lo hacía?
— ¡Dímelo!— imploré poniéndome de rodillas e ignorando el rostro sorprendido de Simon. Sin embargo, había olvidado una cosa: nadie puede controlar al Sol. Él, ignorando mis súplicas desapareció, como siempre.
— Vamos— ordené con tristeza. El muchacho me siguió sin rechistar: estaba mudo de la sorpresa. Ninguno de los dos abrió la boca en todo el recorrido de regreso, pues ambos estábamos demasiado inmersos en nuestros pensamientos.
No comprendía qué era lo que estaba sintiendo, era una mezcla extraña de muchas cosas: miedo, preocupación, nerviosismo, enfado... Simplemente me parecía egoísta de parte del Sol que no me lo dijera. Sabía que la profecía tenía algo que ver conmigo, y si yo era la luz, ¿Quiénes eran las sombras? El futuro se veía incierto. Esto era algo que estaba relacionado conmigo, y que me afectaría de forma directa, tenía todo el derecho del mundo a saber de qué se trataba. Si tan solo no le hubiera pedido a Simon que recitara la profecía... si tan solo hubiera permanecido ignorante no me hubiera sentido tan mal en ese momento.
Miré hacia mi costado, el chico caminaba con la mirada clavada en el suelo dando grandes zancadas. No comprendía por qué se veía tan mortificado. Él no había descubierto que algo malo le pasaría en el futuro. Es más, debería estar saltando de alegría por haber conocido a la estrella resplandeciente.
Atravesamos la entrada principal del edificio en silencio, y ni siquiera nos miramos mientras el ascensor subía. Nos metimos en la casa nuevamente, sin que nos importara ser descubiertos o no, y regresamos a nuestros dormitorios.
Permanecí varias horas tumbada en mi cama, ¿Cómo podría dormir ahora? La revelación había tenido un impacto demasiado grande en mí. Me volteé varias veces sobre mi misma intentando encontrar una buena posición para dormir, pero no había caso. Nada de lo que hiciera esa noche me ayudaría a estar tranquila. Sentía un doloroso vacío en mi pecho, como si presintiera que días oscuros se aproximaban.
Solté un suspiro prolongado, había sido un error descubrir la profecía. Deseaba que al despertar a la mañana siguiente, todo hubiera sido un sueño. Quería olvidarlo. La curiosidad me carcomía por dentro, y la nostalgia me invadió al recordar que pronto tendría que partir de regreso a Catwell. ¿Por qué debía hacerlo? Regresar a ese lugar solo pondría en marcha la profecía. Podía evitarla. Si no volvía, jamás tendría que volver a ver el pálido rostro de Mafera.
Pero vaya, no era oportuno burlar al destino. Mientras me tranquilizaba lentamente, comencé a conciliar el sueño. Desde ese instante, lo único con lo que soñaría durante las noches sería un par de ojos celestes mirándome con frialdad... Ahora comprendía por qué nunca es conveniente saber el futuro.
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