Capítulo 12: El templo del Sol

— ¿Qué hace un templo dedicado al Sol aquí?— pregunté extasiada.

— Pues nada de esto es verdad según yo, pero las leyendas dicen que Catwell, era el pueblo favorito del Dios Sol. Todos lo adoraban ahí, y Él les brindaba bendiciones extraordinarias. Se sospechaba, incluso, que quien gobernaba el lugar era la propia hija del Sol enviada a la Tierra en forma humana. Nosotros, al parecer, envidiábamos los regalos que le hacía el Sol a Catwell, y entonces, construyeron ese templo. Creían que haciéndolo, la magia del Sol los beneficiaría a ellos también. Ahí adoraban al astro igual que cómo lo hacían en Catwell: festejaban las mismas fechas, y de la misma manera. Innumerables bendiciones cayeron sobre nuestro pueblo, pero nunca fuimos dignos de obtener sus rayos. Entonces, un día, Catwell desapareció de la nada. Todos buscaron el reino, pero nadie lo volvió a ver... dónde antes se encontraba un próspero pueblo, solo quedaba un pedazo de tierra seca. Nadie supo nada más sobre él. Y cómo era de esperar, todos comenzaron a temerle a los poderes del Sol, creyendo que había sido Él quien había hecho desaparecer a Catwell junto con toda su gente. Desde ese entonces, ya nadie entra al templo... todos se distanciaron del Sol, y comenzaron a olvidarlo.

— ¡Eso es una tontería! Catwell no desapareció... está en el mismo lugar de siempre, no lo entiendo. Todo esto es una mentira— grité sobresaltando a Robert.

— Yo te dije que eran puros cuentos. El Sol no existe, mucho menos el tal Catwell o la magia. Son puras invenciones— señaló él.

— No es eso lo que quise decir... El Sol sí existe, al igual que Catwell. Lo único que no concuerda con la historia es que Catwell haya desaparecido— traté de explicar mis pensamientos de manera correcta y clara, pero sabía a la perfección, por la terquedad de Robert, que él jamás aceptaría mis palabras. Se puso de pie, y negando con la cabeza, se retiró a su habitación.

Debía pensar... toda esta teoría podría explicar la razón por la que nadie había tratado de acabar con Mafera desde afuera, e incluso por qué habíamos quedado apartados del resto de los reinos vecinos... pero era imposible creer que alguien había vuelto a todo un pueblo invisible, ¿Cierto? Además, no era justo. El Sol no tenía nada que ver con lo que le pasó a Catwell, todo era culpa de la reina de hielo, otra vez.

Cerré mis puños con fuerza para callar mi furia. Debía controlarme y saber manejar mis sentimientos. Tenía que pensar una forma de entrar al templo, allí podría comunicarme con Él... o eso era lo que esperaba. No había sentido su presencia desde hacía unos días, y sentía un hueco en mi alma a causa de eso. Él no me había dicho qué era lo que quería que hiciera ahí. El Sol me diría todo lo que necesitaba saber. Por si no fuera suficiente, estaba realmente intrigada por conocer el interior de la estructura. Me preguntaba qué clase de ritos hacía la gente, y cómo adoraban a la gran estrella.

Luego, pensé en lo que me había dicho Robert... ya nadie podía entrar. ¿Era ilegal hacerlo? Porque no me importaba en absoluto. Mi madre y yo habíamos quebrantado la ley al guardar y esconder libros en casa, y durante años, nadie lo supo. Podía hacerlo, no había ninguna diferencia.

El resto de la tarde me quedé en el departamento, ya no tenía ganas de salir a hacer nada. Necesitaba pensar y planear todo con precisión para que nada saliera mal. Al poco tiempo, Robert regresó a su trabajo, y tuve toda la casa para mí. Tomé una hoja de papel que había encontrado en la mesada de la cocina, y comencé a planear todo. Debía pensar en la manera de salir de allí de noche sin que los dueños de casa se dieran cuenta. Sería difícil, pero no imposible. Al poco rato, ya tenía todo listo, solo debía esperar a que llegara el momento más adecuado para ponerme en marcha: la medianoche.

La cena fue un tanto incómoda. Robert no me hablaba, y yo, lo único que hacía, era mirar a un pequeño reloj que colgaba del otro lado de la pared. En tanto, Hilary permanecía callada, pues claramente se había percatado de que algo estaba sucediendo.

— Entonces, Rachel, ¿Te gustó la ciudad?— preguntó ella sacándome de mis pensamientos.

— Sí— respondí a secas. Ella, al ver que sus preguntas no eran muy bien recibidas, optó por permanecer en silencio. Tan pronto como terminaron de comer, se retiraron a su cuarto. Sonreí, todo marchaba de acuerdo a lo planeado. Ya eran las nueve de la noche, solo quedaban tres horas más. Realmente no hacía falta esperar tanto, pero lo hice de todos modos, por precaución. Debía asegurarme de que realmente estuvieran en el más profundo de los sueños antes de ponerme en marcha.

La espera en mi habitación se hizo interminable. De vez en cuando miraba hacia el reloj digital que había sobre la mesa de noche con impaciencia. Quería partir ahora. Sin embargo, me recordaba una y otra vez que no era prudente hacerlo, no en ese momento en el que cualquier ruido podría sacarlos de su sueño ligero.

— Finalmente...— murmuré para mí misma al ver que el reloj ya marcaba las doce. Salté de mi cama, y saqué una linterna que había encontrado en uno de los cajones de la cocina. La encendí con cuidado, y me escabullí a través del pasillo hacia la puerta de salida. Con lentitud, procurando no hacer demasiado ruido, abrí la puerta con un juego de llaves que alguno de los dos había dejado caer accidentalmente. Descendí por la escalera más relajada, sabiendo que ya no podría despertarlos en caso de hacer algún ruido. Salí del edificio, y me perdí entre la multitud de jóvenes que se dirigían a alguna fiesta o juntada con amigos. Realicé el mismo recorrido que esa mañana hasta dar con el templo. De día me había parecido majestuoso, pero bajo la luz de la noche... tragué saliva. El lugar estaba repleto de sombras. Tomé con mis dos manos los barrotes que me impedían el paso. Debía de haber alguna manera de entrar. Examiné con cuidado la zona, pero todo estaba cerrado.

Una idea descabellada entró a mi mente. Tenía el poder del Sol, ¿Verdad? Entonces podía manejar el fuego, o eso decían las leyendas. Coloqué mis manos sobre los barrotes y cerré mis ojos con fuerza esperando que fuego emanara de ellas, pero nada pasó. Miré las palmas de mis manos decepcionada. Luego, miré hacia arriba. Los barrotes no llegaban hasta tan alto... tal vez podía escalar hasta la cima.

Me aferré con fuerza a uno de los caños de metal utilizando mis manos y pies, e intenté escalar. Resbalé un centenar de veces, y caí al suelo. Pero no me rendiría, esta era mi oportunidad de reencontrarme con mi único amigo de verdad, y no la desperdiciaría. Volví a intentarlo, y continué haciéndolo un millar de veces hasta lograrlo, y así lo hice. Ahora, el problema era bajar. Intenté hacerlo con delicadeza, pero no funcionó. Caí en picada hasta estrellarme contra el suelo de roca. Mis manos se rasparon, y un pequeño hilo de sangre caía de ellas, pero no me importó. Me puse de pie con velocidad y subí las escaleras de piedra. Una inmensa puerta antigua se alzaba ante mí. Tenía varios grabados y símbolos. Había una pintura de un pájaro hecho de fuego que se alzaba bajo el mosaico de un sol, mientras desplegaba sus alas con orgullo.

Tiré todo mi peso hacia adelante y utilicé toda mi fuerza contra la puerta en un intento de abrirla, pero no hubo caso. Soltando un bufido, me dispuse a hacerlo nuevamente. Tras varios intentos fallidos, finalmente comprendí que si deseaba entrar, esa no era la manera.

— De alguna forma la gente entraba al templo antes, debe haber alguna entrada, alguna forma de ingresar— pensé mientras escaneaba mi entorno. Me moví hacia la derecha alumbrando la pared en busca de alguna puerta pequeña que estuviera escondida, alguna grieta. Si realmente este sitio estaba abandonado, debía haber, a causa de los años, alguna apertura que me pudiera ayudar con mi cometido.

— ¡Ajá!— grité extasiada al encontrar justo lo que necesitaba: un agujero en la pared bastante pequeño y estrecho, pero lo suficientemente grande para que yo cupiera. Me arrodillé, y de cuclillas, me introduje en el pasaje. Tomé la linterna para iluminar el camino, y proseguí. Avanzaba lentamente a rastras. Podía oír pequeños, pero no por eso menos aterradores, ruidos de garras. "Ratas" pensé asustada mientras comenzaba a acelerar. Cuando al fin salí, y pude ponerme de pie, sentí mis músculos relajarse, pues no había encontrado ningún problema o compañía no deseada durante mi cruce hacia el interior de la construcción.

Todo estaba oscuro. No veía nada más que lo que el radio, muy limitado, de la linterna me permitía. Alumbré las paredes. Había distintas inscripciones en algún idioma que no podía identificar con claridad, y varias imágenes y símbolos color dorado. Me encontraba impactada por la belleza que me rodeaba, y solo podía pensar e imaginar en cómo habrían sido las cosas cuando el lugar era concurrido e iluminado por la luz de la estrella a la cual la gente venía a adorar allí. Suspiré resignada, esas imágenes solo permanecerían en mi imaginación... jamás podría verlo con mis propios ojos.

En el centro, contra un muro, se hallaba un trono de oro sólido en cuya cabecera se alzaba la forma de un círculo dorado. Lo examiné por varios segundos, era bellísimo. Me senté en el centro de la sala mirando en dirección al trono. Ya no había nada más qué ver... cualquier cosa sería opacada por la obra de arte que permanecía frente a mí.

— ¿Dónde estás?— pregunté en voz alta al vacío — Necesito hablar contigo. He venido aquí solo para eso.

— ¿Por qué aún luego de haber presenciado tantos signos de mi permanencia contigo sigues buscando mi rostro?— preguntó una voz potente que resonó por toda la estructura e hizo temblar el suelo. Cerré mis ojos con temor, pero me mantuve firme.

— ¿Me tienes miedo?— preguntó la voz al ver mi reacción.

— No— mentí descaradamente.

— ¿Por qué me mientes justo a mí? Yo puedo ver más allá de lo que se ve. Puedo sentir tu miedo... y tu necesidad de verme en persona para creer que estoy contigo— replicó el Sol con decepción.

— ¿Entonces sí estuviste todo este tiempo?— pregunté con voz temblorosa.

— ¿Lo dudas? Rachel, Rachel... tienes tantas buenas cualidades pero la fe te falta, querida mía— susurró Él con suavidad y ternura.

— ¡Mentira! Yo sí creo en ti— señalé indignada.

— Y sin embargo, cuando ya llevas un tiempo sin ver alguno de mis signos, entras en pánico— refutó. No sabía que contestar... si lo pensaba, era cierto. Siempre estaba buscando señales del Sol, y hasta había dudado si seguía conmigo luego de haber cruzado el muro entre Catwell y Calwen.

— No te volveré a fallar— prometí arrepentida. Sentí una corriente de aire cruzar el lugar, como si Él hubiera suspirado.

— No, nunca digas nunca. Lo que te pido no es sencillo, y caerás, te lo aseguro, más de una vez. No prometas cosas que no sabes si podrás cumplir, pues cuando no lo logras, la falta es aún más grave.

— ¿Qué quieres que haga?— pregunté finalmente tratando de cambiar de tema.

— Rachel, debes volver a Catwell, y buscar a Mafera— reveló con simpleza.

— ¿Qué? No tiene sentido... Tú mismo me ayudaste a salir de ahí, ¿y ahora me pides que vuelva?— pregunté confundida.

— No cuestiones mis métodos, solo haz lo que te digo. Si te ayudé a escapar, fue porque hay algo aquí que podría ayudarte. No hubieras podido sola, necesitas ayuda, y aquí la encontrarás— explicó el Sol.

— ¿Qué clase de ayuda? Hilary y Robert ya me están ayudando— remarqué ofendida.

— Sí, pero no es a ellos a quien necesitas para esta tarea en particular. Debes buscar a alguien más— explicó.

— ¿A quién?— pregunté impacientándome.

—A Simon— respondió con voz estruendosa.

— ¿Quién rayos es Simon y cómo lo encontraré?— pregunté totalmente perdida.

— Él está más cerca de lo que crees... sus destinos ya se cruzarán. Ahora vete, regresa con aquellos que te han acogido, no queremos que se percaten de tu ausencia...

Asentí, y dando media vuelta, me marché.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top