El pequeño Jared.

Capítulo 14.

El pequeño Jared.

El silencio del lugar fue roto por las pisadas de las botas de Jared, con cautela, pero con firmeza, ingresó al área de celdas.

—¿No me escuchaste la primera vez? Fuera de aquí, no quiero verte— exclamó Duncan, y para reforzar sus palabras le dio la espalda, recostándose en el catre, sobre su costado y mirando la pared.

—Y lo comprendo— contestó el delta, —pero creo que debes escucharme.

—Hace algunas horas habría aceptado gustoso, ahora las palabras sobran.

—Dije que no quería que te hicieras daño, y al final fui yo quien te lastimó— se acercó un poco más a la celda, —no sabes cuánto lo lamento.

—No lo sé y ya no me importa.

—Si desde el principio te hubiera dicho la verdad esto no habría ocurrido, tal vez te habrías ido, o...

—O te habría aceptado con tus defectos y virtudes— Duncan le interrumpió, sentándose en un solo movimiento y giró para mirarle; —pero eso nunca lo sabremos porque ya es demasiado tarde; me di cuenta de que no confías en mí como individuo, te dije que yo no lo hice, yo no robé, y me humillaste— reclamó; probablemente sacaría provecho del momento y dejaría salir todo su sentir.

—¡No lo hice, no fue mi intención!— Jared tomó los barrotes con ambas manos, era lo más cerca que podría estar de Duncan por el momento, —fui un idiota y me arrepiento de ello.

—¿No fue tu intención?— el beta resopló antes de agregar, —tus habilidades de interacción social no son muy buenas entonces.

El pelirrojo bajó la mirada y tragó saliva, —tienes razón, nunca tuve a alguien cercano, ni siquiera tengo mejores amigos; desde siempre me he refugiado en los estudios y el trabajo, cumplir con el deber ha estado por encima de todas las cosas, era mi prioridad— se enderezó y para decirle de frente y que supiera que no mentía, —cuando apareciste tuve miedo de que todo se desmoronara, tuve miedo de perder el control.

El enojo de Duncan pareció mermar para dar paso a la curiosidad y duda; así que al no obtener negativa o comentario alguno, Jared suspiró y se aventuró a continuar, aun sabiendo que Duncan estaba dolido.

... Hace algunos lustros atrás...

Apretó con fuerza el conejo de felpa gris contra su pecho y rostro, el muñeco era casi tan grande como él, era algo difícil de maniobrar para un niño de su edad, pero aun así lo llevaba a todos lados. Sorbió su nariz y parpadeó tupido dejando salir las últimas lágrimas. Sin duda, extrañaría a su madre.

Permaneció de pie unos minutos más frente a la lápida con letras doradas, no tenía idea de lo que allí decía, apenas estaba aprendiendo a leer y vocalizar algunas sílabas, pero no dudaba que a su madre le hubiera gustado ese enorme arreglo floral que la adornaba.

—Jared, cariño, te vas a resfriar si permaneces allí más tiempo— la mujer mayor le acarició revolviendo sus cabellos castaños cobrizos, —vamos a casa, te prepararé un poco de chocolate.

El niño sólo asintió con la cabeza y, arrastrando los pies sobre la fina capa de nieve que se estaba formando, se dirigió al auto.

Setenta y dos horas después del sepelio ya estaba de nuevo en casa, sus abuelos le habían consentido, tratando de mantener la distracción, pero ahora que estaba en medio de la acogedora sala de estar, aquella donde por las tardes armaba enormes rompecabezas con su madre mientras esperaban el regreso de su padre de la estación de policía, los recuerdos le bombardearon.

—Hijo, sube a tu habitación y quédate allí, te llamaré cuando sea hora de comer— no hubo ni una pizca de consideración en la voz de su padre, y lo entendía, seguramente el hombre lamentaba la pérdida de su esposa.

Jared siempre había sido un niño tímido y, por ende, solitario. Los vecinos solían jugar a la pelota en su jardín delantero, Jared jamás se unió a ellos, prefería pasar el tiempo con su madre, y cuando su padre llegaba, se divertía mucho con los juegos de mesa que compartían, o escuchando algún cuento que su progenitor le leía antes de llevarlo a la cama.

El pequeño Jared, aun siendo muy joven, estuvo consiente de que la pérdida de su madre, Emily, había sido un golpe durísimo para los dos hombres de la casa.

Con el pasar de los meses, su padre pareció recuperar el rumbo. El hombre retomó sus horarios completos en la estación de policía. Jared siempre admiró a su padre, no cualquier niño podía presumir de tener como padre al mejor policía del distrito, aquél que prontamente se convirtió en detective: condecorado y con el mayor récord de casos resueltos en relación a su rápido ascenso.

El hombre ya no le contaba historias infantiles ni armaba rompecabezas con él, pero cada vez que podía le arropaba antes de dormir y nunca faltó comida. Jared jamás olvidaría cuando su padre se disculpó por no haber estado presente el día en que se le cayó el primer diente de leche. Pero todo valía la pena porque su padre era un héroe, su héroe. Su entrega y su fuerte sentido de justicia hacían que destacara, él era sin duda el mejor.

Entonces, más tarde, cuando Jared cumplió los nueve años, escuchó gracias a su progenitor un relato fantástico acerca de la existencia de los cambiaformas, supo que su padre lo era, su madre lo fue, sus abuelos también lo eran y que, al cumplir la mayoría de edad, él atravesaría por su primer cambio y sería presentado oficialmente a la manada. Su padre le prometió que estaría allí para él, que no sucedería como cuando perdió su diente le leche.

A pesar de saber que era un secreto y que por el momento sólo podía hablar de ello con su familia cercana, el entusiasmo del pequeño Jared fue mermando a medida que notó el distanciamiento de su padre, Max.

El hombre comenzó a llegar más tarde a casa y de muy mal humor, el pequeño Jared lo atribuyó a los deberes del trabajo: seguramente no era fácil ser un exitoso detective. Las llegadas tardes se fueron extendiendo, tanto que a veces no veía a su padre en uno o dos días. Trató de convencerse de que todo estaba relativamente bien, incluso cuando encontró el frigorífico vacío y tuvo que usar el dinero que sus abuelos le daban, las monedas eran suficientes para mantener a un niño contento, pero se dio cuenta de que era muy poco para comprar verdadera comida.

Una madrugada escuchó ruidos en la planta baja, así que, armándose de valor, tomó su viejo conejo de felpa, lo apretó contra su pecho y fue a investigar; él recordaba haber colocado todos los cerrojos, nadie habría podido entrar, a menos que fuera...

—¿Papá?— exclamó a mitad de las escaleras, mirando la silueta del hombre echado en el sofá individual, con una botella en la zurda y el control de la televisión en la diestra. Max no había llegado a casa en dos días seguidos, durante ese tiempo no atendió las llamadas de su hijo ni tampoco le dio aviso alguno, simplemente había desaparecido por cuarenta y ocho horas.

El mayor viró el rostro con parsimonia para mirar a Jared, el halo de luz de la pantalla y el cabello ya algo largo del niño le dieron una vista que le disgustó, así que frunció el ceño y exclamó, o más bien gruñó, —Oh, diablos, cada día te pareces más ella.

El pequeño Jared no comprendió al instante, sólo atrajo lo más cerca que le fue posible aquel conejo y dijo, —Qué bueno que estás aquí, te extrañé.

—¿Todavía tienes ese estúpido muñeco?— escupió el hombre.

—Mamá lo hizo para mí.

—Ya estás bastante grandecito para que sigas lloriqueando a tu madre.

Ese había sido un comentario que no se esperó, pero tras unos instantes se atrevió a bajar lo que restaba de las escaleras; entonces pudo sentir el aroma del cigarrillo, alcohol y un perfume desconocido en el hombre.

—¿Dónde estuviste?— preguntó curioso, el aroma era similar al perfume que su abuela usaba, sólo que más dulzón.

—No te importa.

—Eres mi papá— dijo lo obvio, porque aún si era trabajo, el pequeño Jared se preocupaba por el bienestar de su padre.

—¿Y eso te da derecho a cuestionarme? Más vale que cierres la boca, no estoy de humor para tu interrogatorio.

—Pero yo sólo quier- antes de terminar su argumento, Jared sintió ardor, frio y a la vez caliente en la mejilla izquierda, luego su trasero se estampó en el suelo; todo sucedió de manera tan repentina y rápida que no pudo procesarlo a la misma velocidad.

—¡Te dije que cerrarás la boca!— exclamó el hombre desde su metro sesenta y cinco de altura.

El menor se encogió en el suelo y se frotó el área afectada, sintiendo una humedad en su labio inferior; su padre le había golpeado y no a manera de castigo, como las pequeñas palmadas que recibió en el trasero, que más que herirlo le asustaron cuando tenía siete años.

—Ll-lo siento.

—Más vale que lo hagas; y córtate ese cabello— exclamó el hombre, pasando por encima de su hijo y subiendo las escaleras hasta su habitación. Y aún después de escuchar el fuerte portazo, Jared se quedó allí, con el murmullo de la televisión mezclándose con sus sollozos.

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Apretó los parpados, dejando rodar gruesas lágrimas por sus mejillas. La otra noche su padre le había pedido que se cortara el cabello y, al no verse su orden cumplida inmediatamente, el hombre le había tomado con fuerza y usado unas tijeras viejas para cumplir su cometido. Jared tenía el cuero cabelludo dolorido por los tirones y algunos rasguños en el cuello, cerca de la nuca. Se miró al espejo y pensó que seguramente sería el hazmerreír del colegio, pensó también en faltar, pero si lo hacía eso seguramente molestaría a su padre. Era verano, y el gorro de lana que se colocó definitivamente le incomodaría, pero era un riesgo que estaba dispuesto a correr.

Esa tarde, su abuela hizo su habitual llamada por teléfono; Jared decidió tragarse todo y decir que estaba bien, que su padre había tenido mucho trabajo y que a veces llegaba tarde, ninguna novedad.

Una mañana, Jared se preparaba para ir a la escuela, cuando alguien tocó a la puerta principal. Con cautela miró por la ventana y reconoció a Dylan, el que fue pareja de trabajo de su padre cuando era policía y patrullaba por los distintos barrios.

—Hola, amiguito— Dylan siempre había sido amable con él, tenía tres hijas, todas un poco mayores que Jared, así que el hombre probablemente anhelaba un varón, ya que cada vez que podía le obsequiaba al niño balones de soccer o muñecos de acción. —¿Está tu padre?— preguntó.

—No— negó con la cabeza, —no desde ayer que se fue a trabajar.

Dylan parpadeó, pero enseguida disimuló su sorpresa; —¿fue a trabajar ayer?

—Sí, y últimamente ha estado llegando tarde a casa—, el sujeto era de confianza, además, el pequeño no veía inconveniente en decir la verdad.

Apretó los labios y asintió antes de lanzar otra pregunta, —¿están tus abuelos?

—No, estoy solo.

—¿Vas a la escuela? ¿Te gustaría que te lleve?

Jared sabía que estaba un poco retrasado y no quería llegar tarde ni mucho menos dar motivo para que su padre le amonestara, así que aceptó.

—Entonces ve por tus cosas, te espero aquí— dijo Dylan con amabilidad. El menor corrió al interior por su mochila y cuando estuvo de regreso pudo escuchar parte de la conversación que el mayor tenía por teléfono: Max no se había presentado a trabajar desde ayer, y al parecer no era la primera vez que hacía eso.

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Los niños podían ser crueles y tontos, y más cuando se juntaban con sus semejantes. Jared trató de evitar al grupo de molestosos de la escuela, pero eso era prácticamente imposible con el cabello castaño-rojizo y los ojos bicolor, además de su piel blanca y pecas que adornaban sus mejillas y nariz.

Jared caminó de prisa tomando un atajo, atravesaría el parque, aquél por el que había que bajar por unas escaleras de concreto y cruzar una cancha de baloncesto.

Pero debió imaginar que la suerte no estaba de su lado, no cuando fue interceptado e intimidado. Trató de atacar con palabras, las únicas armas que tenía; pero los niños robustos y groseros comenzaron a empujarle, trató de defenderse aun cuando el enfrentamiento era injusto y le superaban en número; entonces cayó por las escaleras y se rompió un brazo.

Lloró mucho, había sido un dolor insoportable; pero lloró aún más cuando su padre no estuvo, ni siquiera para pagar la factura del hospital. Dylan le había llevado a urgencias y más tarde sus abuelos llegaron a visitarle y pagar por la atención médica. Su progenitor apareció un día después, sólo para sacarlo del hospital, instalarlo en su casa y dejarlo solo de nuevo; no sin antes decirle lo incompetente que era, ¿cómo era posible que no hubiera podido defenderse ante un grupo de crías de humano?

Estando en casa todo el día, pretendiendo dormir en el sofá, Jared escuchó la discusión entre Dylan y su padre, el hombre en cuestión había abandonado su trabajo por irse con una mujer, había evadido sus responsabilidades y era un mentiroso. Entonces el ideal de héroe que Jared tenía se fue a la basura.

Debido a su condición de cambiaforma se recuperó pronto, pero las cosas empeoraron cuando su padre comenzó a llegar bebido, oliendo a tabaco y le golpeaba; acusándolo de "parecerse a ella".

Pronto Jared ya no lloraba ni suplicaba que detuviera su paliza, simplemente apretaba los labios y agradecía que los golpes fueran en su torso y espalda, aun cuando la piel se abría, pronto sanaba y al día siguiente quedaba poca evidencia.

¿Qué pudo haber sucedido para que su padre enloqueciera? Siempre se lo preguntó durante las sesiones de golpes, aquellas que finalizaban cuando Max se cansaba y se quedaba dormido; entonces Jared recogía su ropa, que algunas veces terminaba hecha jirones, y subía a su habitación.

Entonces, un día, su abuela comenzó a hacer más frecuentes sus llamadas, haciendo énfasis en que "podía confiar en ella". El pequeño Jared pensó que no había necesidad de alertar a sus abuelos, que él podría lidiar con ello; pero la mujer mayor no se quedó con los brazos cruzados y le visitó inesperadamente. La abuela se horrorizó al encontrar a su nieto con la espalda amoratada y rasguñada.

Los trámites legales comenzaron, los abuelos maternos pidieron su custodia, pero su progenitor parecía no querer dejarle ir, luchó por él haciéndole pasar más malos momentos; hasta que un día desapareció, abandonando repentinamente y por completo todo, incluso a él. Días después, según las noticias que le dio Dylan: Max se había ido de la ciudad.

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Cuando Jared tuvo su primer cambio, su abuelo estuvo a su lado como guía, ocupando el lugar que debió ser de su padre; y no sólo la transformación, sino que, al ser mayor, más secretos le fueron revelados por su abuela y abuelo; como el hecho de que Dylan era un cambiaforma también, y que el padre de Jared, Max, había encontrado a Karen, su pareja destinada, meses después de la muerte de su esposa.

Karen era una hembra casada con el primer beta de la manada de la localidad, su matrimonio había sido concertado y ahora que se había acostumbrado a las comodidades y a su status respetable dentro de la manada no estuvo dispuesta a renunciar a ello, ni sabiendo que había encontrado a su pareja en Max; su ambición fue tan grande que sólo pasaba algunas noches con él para mantenerlo satisfecho. Pero eso no fue suficiente y Max perdió el rumbo; comenzó a pasar todos los días acechando a Karen y maldiciendo la institución del matrimonio, volcando su ira en Jared, quien cada vez se parecía más a su madre, lo que le recordaba a Max que él también estuvo casado. Al parecer el problema había sido más grande de lo que pensó, ya que el beta de la manada se enteró de la infidelidad de Karen de la peor manera, y tanto ella como Max fueron acusados tomando en cuenta los lineamientos de la manada; porque si bien encontrar a tu pareja era algo muy respetado, el hecho de haber mantenido el secreto y fornicado cuando al menos uno de ellos aún estaba casado era castigado. Fue entonces cuando Max huyó, y semanas después Karen hizo lo mismo; seguramente para encontrarse después.

En un principio Max era el héroe de Jared, todo lo que él quería ser, así que se preparó para ello, ingresó a la academia militar y entrenó duro; pero eso sí, sería una mejor versión que su progenitor, prometiendo sobre la tumba de su madre apegarse a los principios y reglas de conducta, y que jamás abandonaría su deber, que no dejaría que nadie le distrajera de lo que era correcto y justo.

Cuando sus abuelos fallecieron decidió cumplir el deseo de su abuela y regresar a Muna, la ciudad natal de ella, de esa manera pidió permiso para unirse a la manada residente; le pusieron aprueba y lo demás era historia.

..........

Para cuando Jared finalizó, ya se había sentado en el frío suelo de concreto, apoyando la espalda en la pared, sin soltar los barrotes.

Duncan, por su lado y desde su lugar en el viejo catre, tragó saliva de manera pesada, no sabía qué decir.

El silencio se prolongó más de lo que ambos imaginaron, y fue el delta quien decidió romper esa atmósfera lanzando un suspiro antes de decir con convicción.

—Iré a hablar con Omar; te sacaré de aquí, lo prometo— se incorporó, —lo haré, cueste lo que me cueste, y no me importa lo que digan la evidencias ni el estúpido de Alex— le miró con sus bonitos ojos brillantes, —sé que es tarde, pero ahora sí haré lo que verdaderamente es correcto.

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ESPACIO PARA CHARLAR. ¿Qué tal? ¿Les gustó la imagen de Jared del capítulo anterior? Bueno, en realidad es casi como me lo imagino, nada más que con el cabello más claro-rojizo y con menos pecas. // Otra cosa importante que les tengo que comentar, justo en estos días sucedió algo impactante que sacudió mi mundo; más adelante o en las notas finales (las que suelo colocar al final de cada libro) les platicaré qué fue/es.

Les agradezco nuevamente la atención y paciencia. Besos <3  

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