01|Problemas
CAPÍTULO UNO.
﹙problemas﹚
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—¿Por qué practicamos afuera? —preguntó Zanny, empuñando mi florete de repuesto.
—Porque el salón de esgrima está reservado de once de la mañana a tres de la tarde —contesté, practicando mi esgrima y utilizando a Zanny como contrincante.
—Déjame adivinar, ¿Von Brócoli es quien reserva el salón de esgrima todos los días? —movió el florete de tal forma que rozó mi cabeza.
—En primer lugar, solo es de lunes a viernes. En segundo lugar, debes tener más cuidado con el florete, nena —dije tomando su espada entre mis manos.
—¿Y qué quieres que haga? No sé esgrima —respondió a la defensiva.
—Eso es porque no quieres, ya me he ofrecido un millón de veces a enseñarte —dije alzando la voz.
—Si te digo que no, es porque claramente no me interesa aprender esgrima, Neru.
—Bueno, pues tú te lo pierdes —le arrebaté el florete juntando las dos espadas.
Las puertas del salón de esgrima se abrieron, dejando ver a Charme Champignon, una verdadera leyenda de la esgrima, ganador de los Juegos Olímpicos cinco años consecutivos. Por supuesto, no sabía nada de este emblemático personaje hasta que lo encontré entrenando con Danilo Von Brocken, era su entrenador.
—El torneo de esgrima se adelantó, tenemos que viajar dentro de dos días a Brasil —pronunció con su característico acento francés.
—¿Qué? No, tengo exámenes esta semana —contesté preocupado.
—No te preocupes por tus exámenes, la escuela entiende que tienen a un verdadero prodigio entre sus aulas, ya está todo arreglado —habló con pasión.
—¿Ya saben mis papás?
—Me parece que esta es una conversación privada —Zanny me tomó de la mano, intentando alejarme de aquel lugar.
—Una conversación que me interesa mucho —la detuve, caminando lentamente.
—Tus padres como siempre están trabajando para darte lo mejor, ¿Oui? Lamentablemente, no van a poder acompañarnos.
—Justo cuando más ocupados están, se les ocurre adelantar el torneo... —se quedó parado en medio del lugar—. No quiero ir, no voy a ir, yo...
—¿Toi, quoi? —su tono de voz cambió, tomando a Danilo por el cuello del traje de esgrima—. A ver, morveux, tú harás lo que yo te diga, ¿en serio vas a desperdiciar una oportunidad como esta?
—P-pero mis papás....
—Tus pères esperan lo mejor de ti. No quieres decepcionarlos, ¿verdad? —le quitó las manos del cuello.
—N-no, y-yo quiero que se sientan orgullosos —dijo cabizbajo.
—Dime que no soy la única que notó la hostilidad con la que lo tomó del cuello, Zanny —apreté el florete entre mis dedos.
—Tranquila, Neru —me tomó del hombro—. Mira —apuntó hacia la tierna escena del abrazo entre Danilo y su entrenador—. Ya está, tranquilízate, nena. Solo esos dos se entienden.
El entrenador pasó su brazo por los hombros de Danilo y lo arrastró hasta la salida, hablando sobre el dichoso torneo.
—¿Estás enojada por lo que viste o porque no vas a poder espiarlo por unas cuantas semanas? —Zanny me pinchó las costillas, riéndose de mí.
—Por las dos cosas, ¿qué se supone que haga en mis tardes libres? —pregunté, olvidándome por completo de lo que parecía una amenaza del entrenador de Danilo.
—No lo sé, tal vez, ¿practicar? —dijo con sarcasmo.
—Qué graciosa eres Zanny, ¿por qué no te unes al circo? —estaba triste—. Tienes que ayudarme, Zanny.
—¿Con qué? ¿Viajar a Brasil? —asentí frenéticamente—. ¿Vos estás loca, nena? Deja respirar un poco a ese pibe.
—Mis padres me tienen prohibido asistir a los torneos de esgrima. Por favor, Zanny —le rogué de rodillas, tomándola de las manos—. Te prometo que si me ayudas a idear un plan para ir a Brasil, yo te juro, por lo más sagrado, que es mi gato, que me cambio de colegio me cueste lo que me cueste.
—No lo sé, si ahora te pones así con Von Brócoli, no quiero ni imaginarme cómo te vas a poner en el colegio —se estaba haciendo la difícil.
—Te prometo que me voy a comportar, además, capaz y no toquemos en el mismo salón —crucé los dedos para tocar en el mismo salón que ellos dos—. Vamos, Zanny, ayúdame a convencer a Federica de que me deje viajar a Brasil.
—Bueno, nena, tal parece que Von Brócoli te apaga las neuronas, ¿vos no acabas de hacer una llamada? —me preguntó, como si la respuesta fuera la más obvia del mundo.
—¿Llamada? —me golpeé la cabeza, haciendo memoria—. ¿Te refieres a mi llamada con Franco? —asintió, levantando los brazos, agradeciendo al cielo—. ¿Qué tiene que ver Franco con que me ayudes a convencer a Federica de que me deje viajar a Brasil?
—A veces se me olvida que pensar es tan difícil, por favor, perdóname por pedirte algo tan complicado como usar esa cosa dentro de tu cabeza llamada cerebro —el sarcasmo de Zanny era su mejor cualidad, al menos cuando no lo usaba contra mí.
—No utilices tu sarcasmo conmigo, señorita —la apunté acusatoria con un dedo.
—¿Dónde está Franco, nena? Es una pregunta muy fácil, ¿dónde está el mellizo?
—¿Franco? —me golpeé la frente.
—¡En Brasil, Neru! ¡Franco está en Brasil! —exclamó, tomándome de los hombros.
Cuando escuché a Zanny decir que Franco estaba en Brasil, no pude evitar sonreír de oreja a oreja, lanzándome a los brazos de mi mejor amiga, dando saltitos de la felicidad.
—¡Ya sé qué hacer! —grité de la emoción—. ¡Gracias, gracias, gracias! —agradecí hasta el cansancio—. Espera, ¿qué hora es?
—Ya pasa de la hora, nena —mi alegría se esfumó en un segundo.
—¡No, Greta me va a matar! —recogí mi mochila del esgrima, metiendo los floretes con torpeza.
—Recuérdame por qué seguimos siendo amigas tú y yo —se acercó a cerrar el cierre de la mochila, que yo estaba buscando como loca.
—Porque tengo dependencia emocional, y te lo dije el primer día que nos conocimos —me acomodé la mochila en la espalda—. No te vas a deshacer tan fácilmente de mí y hazle como que quieras.
Zanny era mi persona; si me atreviera a matar a alguien, ella es la persona a quien llamaría para que me ayudara a sepultar el cadáver.
—Perdón por usar mi sarcasmo en ti, linda —me abrazó, juntando nuestras cabezas.
—Está bien, preciosa, me pasé de estúpida. Tienes razón, Danilo Von Brocken no deja a mis neuronas pensar —admití sin miedo a ser juzgada.
—No sos estúpida, no vuelvas a decir algo como eso —me regañó—. Y ahora apúrate, si no quieres que tu gran idea se vaya al caño.
Nos despedimos con un beso, caminando en diferentes direcciones.
—¡Te llamo cuando lleguemos al campo! —exclamé, y sin más me fui.
Corrí a toda velocidad hacia la casa, porque si Greta llamaba a Federica, me tenía que ir despidiendo del viaje a Brasil, y eso significaba despedirme de Danilo Von Brocken.
Llegué abriendo el barandal, dejándolo abierto. Cuando tomé la perilla de la puerta, esta se giró sola, encontrándome con Antoine y Pedro, el chef y el chófer de la mansión Fritzenwalden, acompañados de lo que parecían dos bomberos.
—¿Qué pasó aquí, Antoine? —les pregunté desconcertada.
—Lo que pasa es que la señorita Maia se encerró en su cuarto —me llevé las manos a la boca—. Greta se subió por la escalera, tratando de sacar a Maia por la ventana.
—¿Qué Maia hizo qué? —este era mi fin—. ¿Dónde está Greta? ¿Está bien?
—Tuvimos que llamar a los bomberos para que la ayudaran a bajarse de la escalera, porque al parecer, la señora tiene vértigo —negué con la cabeza sin parar.
—Yo la voy a matar —dejé caer la mochila en la entrada de la casa y corrí a la cocina, encontrándome con una verdadera escena de terror.
Nicolás y Maia estaban levantando a una Greta desmayada del suelo, intentando despertarla.
—¿Qué hicieron, chicos? —exclamé preocupada, corriendo para ayudarlos a levantar a Greta—. Por favor, despierta, Gretita. Tienes que llamar a Federica y decirle que yo no tengo nada que ver con esto.
—Pero, ¿qué decís, nena? Todavía que te ayudo para que vos vayas y veas a tu noviecito y así me pagas —Maia me golpeó el hombro.
—Cuando te dije que no le sacaras canas verdes a Greta, no me refería a que la mataras del estrés, nena —le di unas cuantas cachetadas suaves en la mejilla a Greta—. Federica nos va a matar si se entera de esto.
—¡¿Qué le pasó a Greta?! —todos volteamos hacia donde provenía el grito, encontrándonos con Martín.
—¡¿La mataron?! —exclamó Tomás detrás de Martín.
—¿La pueden cortar con decir pavadas y salir de aquí? Está desmayada —habló Nicolás histérico.
—¿Qué voy a hacer? Si Federica se entera de que mataron a Greta, se la va a agarrar contra mí y no me va a dejar viajar a Brasil —pensé en voz alta.
—¿Brasil? —preguntó Maia confundida—. ¿Por qué quieres ir adonde está Franco, nena? —me quedé callada, dándole tiempo a Maia de malinterpretar todo—. No me digas que te gusta Franco —comenzó a gritar de la alegría—. Ahora sí que vas a ser parte de la familia.
—¡¿A Neru le gusta Franco?! —exclamó Tomás emocionado.
—¡A Neru le gusta Franco! ¡A Neru le gusta Franco! —comenzaron a canturrear Maia, Martín y Tomás.
—¡Cállense! —exclamé molesta—. ¡Por supuesto que no me gusta Franco! ¡Dejen de decir estupideces!
—Entonces, ¿por qué quieres ir a Brasil? —me preguntó Maia pícara.
—Después te cuento —corté la conversación, levantando la cara de Greta—. Pero no va a servir de nada si Greta no sobrevive a esta pequeña broma que le hiciste, Maia.
—¡Que yo no le hice nada, nena! ¡Cortarla con echarme la culpa! —soltó a Greta, haciendo que casi se fuera de lado, cuando Martín y Tomás la sostuvieron del otro lado.
—Tienes razón, tú no tuviste la culpa, Maia de mi vida —le hablé bonito—. Ahora ven y ayúdame con Greta, si no quieres que tus hermanos mueran aplastados.
—Neru, si tú te casas con Franco, ¿qué vamos a hacer nosotros? —me preguntó Tomás con ilusión.
—Tommy, no le hagas caso a Maia, a mí no me gusta Franco, ¿te acuerdas del pacto que hicimos Franco, Nicolás y yo hace muchos años? —le pregunté tranquilamente.
—Que ustedes tres iban a ser trillizos —respondió inseguro.
—Exacto, nosotros somos trillizos de mamás diferentes —contesté lentamente—. Eso quiere decir que ya soy parte de la familia.
—Yo quería que Franco y tú se casaran —habló desanimado Martín.
—¡Olvídense de ese tema, chicos! —alcé la voz desesperada.
Nicolás abrió la puerta de la cocina, acompañado de Pedro.
—Gretita, Pedro no me cree que vos le diste el día libre, ¿no que es verdad? —Maia tomó la cabeza de Greta, moviéndola de arriba hacia abajo, mientras Martín hizo lo mismo con su mano.
Cuando estuve a punto de detenerlos, Tommy se subió a la isla de la cocina, poniendo su manita sobre mi boca.
—Muchas gracias, Greta —se despidió Pedro.
—¿Qué están haciendo? —pregunté con desesperación—. Necesito irme de esta casa, si Federica sabe que soy cómplice de ustedes, no me va a dejar ir a Brasil.
—¿Por qué quieres ir donde está Franco? —preguntó desconcertado Nico.
—¡Porque le gusta Franco! —exclamó Tomás, festejando con Maia y Martín alrededor de la inconsciente Greta.
—¿Qué está pasando aquí? —preguntó Antoine, entrando a la cocina.
Estábamos en graves problemas.
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