• colour my life •

AU en donde tu mundo es blanco y negro hasta que la primera persona que amas acepta tus sentimientos.

* * * *

Rosa

Izuku Midoriya tenía solo ocho años cuando se dio cuenta que lo que sentía por Kacchan era amor.

—Hijo, eres muy joven para eso —dijo una alarmada Inko ante la confesión de su hijo—. ¡Todavía tienes varios años para sentirlo!

—Pero yo estoy seguro, mamá. Yo amo a Kacchan.

Había estado convencido en aquel entonces. Quizás fuera su corazón aleteando cada vez que Kacchan hablaba frente a la multitud o la forma perfecta en que todos sus infantiles rasgos parecían encajar ante sus ojos. O el como lucía tan heroico pese a su corta edad; tal como si Kacchan pudiese salvarlo de todos los miedos y dolores.

Las niñas de la escuela solían decir que cuando un niño molestaba a una niña es porque gustaba de ella. Bueno, ellos eran dos niños pero no podía ser tan diferente ¿no?

Era maravilloso amar a Kacchan. Pensar en él antes de dormir y mirarlo de reojo en las horas de clase. Era hipnótico, algo que su pequeña mente no era capaz de comprender y le atraía, a pesar de lo dificultoso que a veces resultaba congeniar con él.

—¿Qué tanto miras, Deku inútil? —gruñó Kacchan, con sus amigos custodiándolo de fondo— ¿Acaso estás enamorado de mí?

Su voz sonaba tan desdeñosa que todos sus amigos rieron. Pero Izuku no se dejaba intimidar por ellos. No lo haría, no cuando sabía que estaba enamorado de Kacchan.

Y él sabía bastante bien lo que englobaba la palabra amor. Su madre se lo había advertido a lo largo de los años: que no lo tomase a la ligera, que el primer amor siempre sería el más importante de todos y el que marcaría su futuro.

Pero para Izuku, amar a Kacchan tenía todo el sentido del mundo. Quizás era demasiado joven e inexperto para conocer dichosos colores, pero estaba seguro que cuando veía su amigo de la infancia algo cambiaba en el mundo a su alrededor.

Tal vez eso eran los colores tocando a la puerta de su mundo gris.

Algo nuevo ocurriría.

Y él estaba preparado.

Así que cuando fue donde Kacchan, justo durante unos minutos en que él estaba solo, Izuku tenía el corazón colgando de sus manos.

—¿Qué quieres, inútil? —preguntó el otro— ¿Estás buscando una golpiza doble?

Pero Izuku no respondió al instante, tomando aire y tratando de apaciguar su corazón.

—Kacchan, yo te amo.

Esperó por medio segundo el estallido del mundo nuevo, ese que surgiría cuando Bakugo Katsuki aceptase sus más puros sentimientos.

Pero el mundo se puso negro para Izuku en menos de lo que pudo asimilar lo que estaba pensando.

Katsuki le acababa de meter un puñetazo que lo dejó inconsciente.


Amarillo

Las esperanzas y el amor de Izuku Midoriya no murieron a sus cortos ocho años, si no que se alimentaron con el correr del tiempo, llenándolo de dulces ilusiones que ardían con la fuerza del sol y las incontables estrellas en la galaxia.

Para cuando tenía trece, la mayoría de los niños de la clase comenzaba a cuchichear sobre el amor y los colores.

Era lo único que parecía importar en esos días.

Sus compañeras suspiraban por los chicos, mientras que ellos alardeaban sobre lo duro de sus corazones que no caerían ante cualquier persona. No era una cosa banal.

Pero Izuku los miraba con ojos cautelosos. Él no podía creerse que los demás no pudiesen disfrutar de algo tan bonito como el amor, incluso si era unilateral.

Él seguía mirando de reojo a Kacchan, anhelando su cariño en silencio. Todo lo que siempre obtenía eran maltratos y regaños de las personas a su alrededor.

No es que fuese un secreto que seguía enamorado de Katsuki.

—¿Y tú, Bakugo? —preguntó Kirishima, otro compañero, con una sonrisa pícara— ¿Ya le echaste el ojo a quien va a pintar tu mundo?

—Cállate —gruñó el otro—. Eso es una estupidez y es inservible. No me interesa ver los colores.

Sus regordetas mejillas juveniles se habían puesto de un tono de gris diferente al del resto de su piel. Izuku suspiraba ante esos detalles, tratando de imaginar cómo luciría Bakugo Katsuki al completo, con toda la paleta de colores a su favor.

La maestra les había dicho que tenía el pelo amarillo como el sol y unos ojos más rojos que el fuego. Para Izuku tenía sentido, ya que su sola presencia en su vida era como una estrella ardiente que le quemaba en el pecho.

Había estado tan absorto observándolo, que ni siquiera notó cuando Kacchan lo pilló espiándolo.

Lucía tan furioso y molesto como siempre. Como si Izuku fuese el culpable de todos sus males.

—¿Qué tanto miras, engendro?

Y, sin darse cuenta, le respondió lo único que navegaba en su mente en esos momentos:

—Nada, es solo que te amo, Kacchan.

Aquella vez no recibió un puñetazo pero si una humillación pública al escupir aquellas palabras y ser rechazado otra vez.

Inko estaba demasiado preocupada por Izuku, tratando de convencerlo de que lo que él sentía no era realmente amor. Que era un capricho adolescente y que tenía que dejarlo antes de que fuese tarde.

Que todavía tenía esperanza.

Pero él sí tenía esperanzas, y no necesitaba cambiar sus planes para mantenerla. Izuku no dudaba que su mundo se pintaría algún día, cuando Kacchan finalmente aceptase sus sentimientos.

Algún día, suspiró.


Negro

Para los diecisiete años, Izuku Midoriya ya se había resignado a que Kacchan nunca le correspondería.

Lo había intentado ya muchas veces a lo largo de su adolescencia, en los lugares más inesperados. En fiestas y en el aula; en medio de un partido de voleibol o a través de un mensaje de texto.

A pesar de que su corazón todavía amase aquella imagen juvenil del Kacchan de su infancia, él sabía que en aquel mundo gris y aburrido no había espacio para una pareja como ellos dos; simplemente no parecían encajar juntos, pese a que su alma pidiese a gritos que no se rindiera con su amor. Pero eso no era un desaliento para él.

Izuku solo necesitaba que Kacchan aceptase su amor. Con el corazón sincero y dispuesto a darle la oportunidad de conocer el mundo a color.

El mundo era extraño a su parecer. Había personas que se amaban y mutuamente pintaban el mundo del otro. Existían otras en las que una parte no podía entregar lo mismo que la otra, pero aún así estaban dispuestos a darles el regalo más hermoso a cambio de ese amor que no lograban corresponder.

Y después estaban los casos como el de Izuku. Personas que no podía conseguir que su primer amor aceptase sus sentimientos, y se acostumbraban a una vida grisácea y de soledad.

Pero él no sería de esos.

Kacchan no podía ser tan desalmado.

Así que Izuku esperó hasta la graduación para —una vez más— intentarlo.

—Kacchan, tengo algo que decirte —soltó de repente, minutos antes de que la ceremonia conversase.

Estaba sudando y la túnica le picaba, pero estaba seguro que era más por los nervios que alguna otra cosa.

—Aléjate de mí, fenómeno —Kacchan lo empujó—. Estoy cansado de tus te amo.

—¡Pero yo en serio te am-...!

—¡NO me importa! —exclamó con exasperación, llevándose las manos al puente de la nariz— ¿Cuándo piensas entender que no quiero tu estúpido amor?

Los ojos de Izuku se llenaron de lágrimas. No había podido evitarlo. Quizás aquel fuera el más seco y frío de sus rechazos.

—Pero Kacchan... tú... tú...

El muchacho lo miró a los ojos, por primera vez en toda una vida tal vez. No podía evitar pensar que seguían viéndose bonitos; tan decididos a lo que se proponía —incluso si eso significaba romperle el corazón.

—¿Qué soy tu primer amor? —bufó Katsuki—. Abre los ojos, Deku. No me amas.

—Claro que te amo.

—Claro que no. Alguien como tú no puede amarme. Me niego a aceptarlo.

Midoriya apretó los puños.

—¡Pero dime la razón! —exclamó— ¡Dime por qué no!

—¡Porque no! ¡Eres un inútil y un iluso y no puedes!

Izuku estaba al borde de perder los estribos, pero no quería salir a recibir su diploma de graduación con el rostro surcado de lágrimas y el dolor dibujado en ella.

Pero el corazón se le partía a pedazos y no tenía las manos suficientes para recogerlos.

—Kacchan, por favor —suplicó, tomando de su suave túnica antes de que el muchacho se diese la vuelta—. Te amo.

Katsuki no le dio más que una despectiva mirada, cargada de la más cruda indiferencia de quien no tome pisotear un corazón ya roto.

—Si sigues con eso, tu mundo será gris por siempre.

Y luego se soltó, abandonando a Izuku y sus sueños destrozados, sin mirar atrás.


Azul

Algo cambió en Izuku luego de la graduación.

Finalmente había abierto los ojos, pero no en el sentido que todos deseaban hacerlo. Apenas a los diecisiete años, él se dio cuenta que el mundo era gris y cruel, sin esperanzas ni tampoco amores.

El amor era una mierda. No lo había llevado a ningún lado. Solamente lo había hundido.

Y aunque Midoriya tratase de poner una sonrisa de mentira en su rostro, su madre y su padrastro eran lo suficientemente maduros como para darse cuenta que las cosas no iban nada bien en su monótona y gris existencia.

—Oh, Izuku —su madre le acarició la mejilla—. No pierdas la fe. Algún día vendrá alguien dispuesto a pintarte el mundo entero y mucho más.

—Por supuesto, jovencito —dijo su padrastro, Toshinori, mientras le alborotaba más el cabello—. Si no mírame a mí: apenas con tu madre conocí lo que era el amor.

Él solo los miró con ojos cansados. Aquellas palabras se sentían vacías luego de que el dolor del rechazo lo hubiese drenado por completo.

—Yo ya he conocido el amor. Y es una mierda.

Se arrepintió a los segundos de decirlo. La mirada compasiva de los adultos le revolvía el estómago.

Inko iba a decir algo, pero Toshinori la detuvo. Con un simple gesto ella abandonó el cuarto y dejó a los dos hombres de la familia a solas. Su padrastro inspiró aire antes de hablar:

—Midoriya...

—¿Por qué Kacchan es tan malo? —soltó abruptamente— ¿Qué le he hecho?

Aquello tomó por sorpresa al adulto.

—Supongo que nada. Pero probablemente tu imagen le perturbe a causa de sus demonios personales.

—¿Y qué culpa tengo yo?

—Por enamorarte de él.

—¿Así que ahora todo es por mí?

—Sí y no. Uno no elige de quién enamorarse, pero igual tenemos que hacernos cargo de lo que nuestro corazón decide.

Ambos quedaron en silencio unos segundos. Izuku levantó las rodillas y las apretó contra su pecho; solo quería desaparecer del mundo oscuro y gris que era su vida.

—¿Cómo viviste tantos años así? —inquirió Izuku con la voz débil— ¿Cómo vives luego del dolor por desamor y el eterno recordatorio de tu fracaso?

La figura gris de su padrastro y el cuarto le confirmaban lo inútil que era, hasta incluso para lo más sencillo del mundo —el amor.

Toshinori le sonrió como solo un padre podía hacerlo.

—Pues todavía estoy vivo ¿eh? —rio él—. Y mira que ya van casi cincuenta años.

La pequeña realización golpeó a Izuku de repente, haciéndolo abrir la boca y los ojos con sorpresa.

—¿Tú...?

Su padrastro volvió a regalarle una sonrisa, esa que siempre había admirado de niño. Luego se levantó a despeinarle el cabello.

—El amor no es solo un nuevo mundo de colores, Midoriya —dijo Toshinori con cuidado—. El amor es una explosión que cambia por completo la percepción de todos tus sentidos.

A sus diecisiete no había comprendido del todo las palabras de Toshinori. Después de todo, él podía oír, saborear, tocar y olfatear sin ninguna limitación. Era la vista lo que estaba ligado al amor, lo que lo volvía de alguna manera más especial.

Pero luego entró Shouto Todoroki en su vida y comprendió lo que era tener el mundo de cabeza.


Verde

A Shouto Todoroki lo conoció a los diecinueve años, cuando ambos se dieron cuenta que compartían demasiadas clases como para ser una coincidencia del destino. Y tal vez el hecho de que empezasen a salir pocos meses después era la forma en que las cosas tenían que ocurrir.

A Izuku le embelesaba su físico: tenía el cabello partido en dos tonos de gris, al igual que sus ojos y su piel. Le generaba curiosidad qué clases de colores tendría él, si tendría tonos tan radiantes como los habían sido los de Kacchan.

Kacchan. El nombre le seguía provocando un aguijonazo de dolor.

Le habían llegado rumores de que Kacchan ya podía ver el mundo tal y cómo era. No le sorprendió del todo cuando escuchó el nombre de la persona que se había robado el corazón de Kacchan: Kirishima.

Y era tan injusto. Porque por supuesto, Kirishima le correspondía y ahora eran felices juntos. Pero Izuku tenía que vivir amargamente con un amor al que no podía ponerle punto y final.

Pero con Shouto aquel dolor en su pecho parecía disiparse. Su cabello era suave y su piel, tersa. Siempre olía a jabón para lavar ropa y su aliento tenía sabor a menta cada vez que tocaba sus labios tímidamente durante sus citas mirando el atardecer en el parque.

—Me encantas —era lo que Todoroki siempre le susurraba entre besos—. Tu piel, tus pecas, tus ojos.

—¿Qué tienen mis ojos de especial? —inquirió Midoriya, tragándose la bilis por la confesión que estaba seguro llegaría pronto.

—Son tan verdes como las hojas en primavera.

El corazón se le hundió hasta los pies. Él no sabía lo que significaba tan verdes como hojas en primavera. Tal vez no lo sabría nunca. Pero Todoroki lo sabía, y estaba estancado con una persona gris cuando él parecía ser todo color.

Le dolía pensar que la herida de Kacchan y su rechazo podían arruinarlo todo con Shouto o cualquier otra persona que posase sus ojos encima. Su vida se sentía amarga.

Pero a pesar de que su mente y su corazón bloqueaban todos sus intentos de buscar otros caminos en el amor, Todoroki no se rendía ni se alejaba de su lado.

Era dulce, y también como si fuese un sueño. Al deslizarse en los brazos de Shouto se sentía como en una suave nube que lo protegía del mundo hostil.

—Te quiero —le dijo Todoroki luego de casi un año, en una elegante cita que tuvieron mientras veían florecer los árboles de cerezo.

Midoriya no respondió con palabras esa tarde, porque todavía no estaba listo para entregar su corazón gris por temor a oscurecer el de Todoroki también. Simplemente se limitó a besar la comisura de su boca y a trazar un pequeño plan para poder, de una vez por todas, entregarse completamente a Shouto.

Izuku encontraría a Kacchan, y dejaría salir por última vez los fragmentos de su viejo amor jamás aceptado.


Rojo

El hogar de Katsuki y Eijiro era una pintoresca casita a las afueras de la ciudad. No se veía muy cuidada, pero era bonita y acogedora, tal como habría esperado de Kirishima. Izuku se acercó con pasos firmes pero el corazón agitado a tocar la puerta.

No tuvo tiempo de sorprenderse al ver que era Kacchan quien la abría y le miraba a la cara luego de tres largos años. El muchacho quería fingir que no estaba sorprendido, sino más bien molesto de que aquel fantasma de su pasado regresase arrastrándose.

Deku —dijo apretando los dientes—. Tienes literalmente dos segundos para desaparecer antes de que te meta una patada hasta la estratosfera. Kirishima está durmiendo y no quisiera que tu presencia lo despierte. O habrá consecuencias.

—Kacchan... —empezó Izuku. Sentía la lengua pastosa y ya no recordaba nada de lo que iba a decirle.

—¡No me llames así! —exclamó. Sus uñas se clavaban en la madera de la puerta—. Vete y consíguete una vida.

Kacchan trató de cerrarle la puerta en la cara pero él la detuvo con el pie. Estaba seguro que lloraría del dolor luego, pero había otras cosas que lo rompían más.

—Solo quiero saber por qué.

—¿Por qué... que? —Katsuki alzó una ceja— ¿No es obvio que nada quiero saber yo contigo?

—¿Por qué nunca aceptaste mi amor?

¿Por qué no lo aceptas ahora así puedo dejarte ir?

—¡Porque me repeles y preferiría no tener nada contigo! ¡Siempre tan pegajoso y molesto! ¿No sabes lo que es respetar el espacio del otro?

Izuku no estaba dejándose intimidar.

—Te amo. Creo que jamás podré dejar de amarte, aunque estoy seguro que nunca querría estar contigo —habló mientras los ojos se le llenaban de lágrimas.

Katsuki lo tenía agarrado del cuello de la camisa pero él no apartaba la mirada de aquellos grises que presuntamente ardían más que el fuego.

En ese momento, parecían la cosa más muerte que Izuku jamás había visto. Quizás más muertos que su alma.

—Y yo te dije que no te soporto y no quiero saber nada contigo. Llévate tu amor a otra parte.

—Si no fueras tan necio...

Kacchan golpeó con un puñetazo la puerta de madera, astillándola un poco. Unos pasos resonaron en la lejanía.

¡Bakugo! ¿Qué demonios está pasando? —chillaba la voz de Kirishima con horror.

—Vete o serás un río de sangre en el asfalto si no lo haces —gruñó él, muy cerca de su rostro—. Y ya supéralo de una vez.

Entonces lo arrojó a la entrada y cerró la puerta de un golpe. Izuku quedó allí tirado, con los ojos secos y las piernas como si fueran de plomo. Su cerebro intentaba procesar aquello, trataba de regañarse a sí mismo por seguir metiendo el puñal en la herida que jamás sanaba.

Esa noche regresó a los brazos de Shouto, que le sonrió y lo acarició con sus labios con todo el amor que Kacchan jamás tendría para él. Incluso lo dejó llorar sin atosigarlo con preguntas.

—Te amo —fue lo que Izuku dijo antes de que Shouto se durmiera en sus brazos.

—Yo también te amo —le respondió con un susurro.

Y el mundo seguía exactamente igual de gris y amargo. Pero Izuku estaba harto de aquello.


Gris

Mucho después de aquella tarde en casa de Katsuki algo cambió en Izuku. Quizás su mundo seguía siendo gris, plano y monótono a los veinticinco años pero los ojos de su alma estaban adaptándose a un nuevo tipo de vida.

Había aprendido a apreciar la belleza del gris-plateado cada vez que la luz del sol bañaba los objetos. Sus dedos eran más diestros a la hora de acariciar o tocar, haciendo de ello todo un arte. El cuerpo de Shouto era su lienzo preferido.

Su entonces prometido sabía acerca de su condición pero jamás había preguntado. Tal vez esperaba que fuese Midoriya el que dijese algo, lo que sea sobre su pasado.

Pero él solo quería enterrarlo.

—Ochako nos ha invitado a pasar el fin de semana con ella y con Tsuyu —dijo Izuku con una sonrisa al pensar en su simpática mejor amiga de la universidad— ¿Qué opinas?

—Bueno, Momo también ha estado fastidiando con que la visitemos —suspiró Shouto—. Pero creo que prefiero que nos quedemos en casa.

Izuku sonrió con lascivia. A pesar de que estaban en el parque, trepó hasta el regazo de Todoroki para poder besarlo más cómodamente. Shouto le decía que sus pecas siempre se sonrojaban cuando quería ser sexy para él.

La vida juntos era buena. Y de alguna manera el estar al lado de Todoroki le ayudaba a espantar todos los demonios de los fracasos del pasado.

Todoroki era su ventana al futuro. Kacchan seguía siendo un pozo oscuro hacia al pasado.

—Cásate conmigo —repetía Shouto con insistencia.

Pero Izuku jamás le respondía, porque no estaba seguro de qué responder.

Hasta que la respuesta le llegó tres años después, junto con una noticia que le cayó como un balde de agua fría en medio de un cálido sueño: Kacchan estaba muerto.

Muerto. A sus veintiocho años, por conducir alcoholizado luego de una pelea con Kirishima. Muerto, atrapado entre los restos de metal y dejando atrás toda una vida que tenía por delante.

Dejando atrás a Izuku, una vez más.

No pudo evitar llorar al escuchar de la noticia. Sabía muy bien que ellos dos en ningún plano de existencia hubiesen tenido una oportunidad, pero las lágrimas salían escandalosas como el luto de una herida de amor que ahora que nunca cerraría. Por la diminuta esperanza que jamás moría en el corazón de Izuku, pero ahora se había marchado junto con Kacchan.

Porque ahora nunca podría ver el cielo azul ni las hojas verdes en primavera ni el vestido rosa de la boda de Ochako, ni el brillante sol amarillo ni los ojos y cabello bicolores de Shouto. Todo seguiría siendo gris, blanco y negro; una eterna monotonía con la cual tendría que hacer las pases.

Él no podía dejar de llorar por aquello. En realidad no sabía por cuál de todos los motivos estaba deshaciéndose en lágrimas.

—Dímelo —suplicó Shouto, por primera vez en todos esos años y con el corazón roto por el llanto de su prometido—. Cuéntame la historia.

E Izuku se la dijo, sin omitir detalles aunque él pareciese un verdadero idiota humillado que solo sabía sufrir por amor.

Porque su existencia se había basado en sufrir por el amor no correspondido en lugar de cultivar un poco más de amor propio. Esperaba que no fuese demasiado tarde para él.

Y que Shouto no sintiera como un reproche el que no pudiera darle los colores.

—Izuku —lo llamó Shouto en cuanto terminó de hablar—. Cierra los ojos.

Reticente, con los ojos bañados en lágrimas, hizo caso de la petición y esperó en la oscuridad a que Todoroki tomase la iniciativa.

—Dame la mano.

La tomó sin vacilar, acariciando cada dedo y fragmento de piel, trazando un mapa a través de sus pecas hasta su rostro con sus cálidos labios.

Segundo, embriagó a Izuku con su colonia para después de afeitar y el shampoo de su cabello, todo mezclado con el exquisito aroma a vainilla que desprendía el hogar que compartían.

Luego besó la boca de Izuku, haciéndolo que probase la calidez de su lengua y el sabor de las pastillas de menta que tanto le gustaban.

Y por último, se separó de su boca solo para pegar los labios a los oídos de Izuku y susurrar de una manera que acabó erizándole todos los vellos de la piel:

—No puedo darte un mundo de colores, pero puedo darte todo lo demás. Hoy y para siempre, por el resto de nuestras vidas. Porque te amo, y amarte es más que solo pintar el mundo de colores. Amarte es transformar ese mundo en algo nuevo y lleno de sensaciones.

Izuku lo besó, y en ese beso sintió las lágrimas saladas que no paraban de salir de sus ojos.

Así que esto se siente amar en serio, pensó, con el corazón a punto de estallarle y la piel ardiendo por tocar solo un pedazo más.

Y la verdad era que no se imaginaba alguna cosa mejor que aquello.


Multicolor

Los años pasaron y el mundo que sus ojos captaban seguía siendo gris y aburrido.

Pero el Izuku que había vivido toda su vida al lado de Shouto tenía un mundo mucho mejor para presumir. Uno donde sus dedos, su boca y sus oídos eran los protagonistas; porque solo aquellos que saben apreciar de todos sus sentidos y aprender a amar con ellos, son los que han comprendido todo lo que hay que saber de la minúscula existencia humana.

Sobre lo simple y sencillo que es amar. Sobre lo vasto y hermoso que es el amor por alguien más.

A pesar de que las heridas no sanasen del todo, y el «y si...» lo asaltaba algunas madrugadas, el llegar a la noche y encontrar la cálida mirada de Shouto Todoroki valía mucho más que cualquier rojo, amarillo, azul, verde o violeta.

Mucho más. Porque simplemente los colores no alcanzaban para describir lo bello que podía ser amar a Todoroki.

—Cierra los ojos —le pidió Shouto como todas las noches, con su aliento susurrando en su oído y erizándole los vellos de la nuca.

Y luego tomó su mano.

* * * *

Omg, no sé hace cuanto tiempo que tenía este OS ya hecho y nunca lo subí porque me olvidé ;__;

Bueno, no hay mucho que decir (?) el TodoDeku me malacostumbró al fluff y ya no recuerdo lo que era escribir drama haha pero espero que quedase bien.

El colorblind AU es muy famoso pero le hice mis modificaciones como aclaré al inicio. Quería hacer algo totalmente nuevo.

Dedicado a ziall-x-phan y PortgasDRaven porque hasta para subir drama nos ponemos de acuerdo (?)

Muchísimas gracias a todos los que siguen estos pequeños OS, espero los disfruten <3

¡Nos vemos en el próximo! Besitos.

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