Worship [Noragami!AU]
Chuuya era un dios y Dazai era su más fiel devoto, si es que alguien muerto podía serlo.
Después de todo, había sido Chuuya quien le había escogido de entre todas las almas que podría haber elegido. Dazai no recordaba nada de su pasado como humano, ni siquiera de cómo llegó a vagabundear entre las almas hasta que Chuuya le escogió.
Lo primero que recordaba eran esos ojos azules, vidriosos por las lágrimas.
Chuuya le dio un nombre y un lugar donde estar. Y a cambio, Dazai había decidido protegerlo con su vida.
—Dazai, ¿qué te parece?
Chuuya, acompañado por una muchacha de cabello negro, le enseñó el yukata. Era naranja con un degradado que llegaba casi a marrón, con una cinta amarilla que juntaba la seda y conjuntado con unas sandalias de madera.
—Te pongas lo que te pongas, seguirás siendo el dios más pequeño nunca visto, Chuuya —sonrió divertido.
—¿No puedes decir nada sin referirte a mi altura, maldito imbécil?
—Como tesoro tuyo que soy, estoy en el deber de decirte...
Esquivó la sandalia que salió del pie de Chuuya, riéndose. El dios rodó los ojos y dio media vuelta, acompañado por el tesoro de la diosa a la que pertenecía ese templo.
Dazai no entendía demasiado bien el amor que tenía Chuuya por las costumbres humanas. El dios decía que eran interesantes, pero Dazai no lo sentía así. Quizá porque había olvidado toda su vida anterior relacionada con los humanos.
Además, no sentía ninguna empatía hacia los humanos. Saber que antes había sido uno de ellos era algo que se le hacía tan raro como decir que el sol era azul. No se sentía identificado con ninguno de ellos. Incluso Chuuya, que había sido toda su existencia un dios, era más empático con los humanos que él, que alguna vez perteneció a ellos.
A veces se preguntaba cómo había sido su vida antes de conocer a Chuuya. Antes de morir, para ser exactos. Nunca se hacía a la idea de él siendo una persona feliz, saliendo con amigos y todas esas cosas que hacían los humanos.
Al lado de Chuuya se sentía cómodo. Como si ese hubiera sido desde siempre su lugar en el mundo. Sabía que el pelirrojo le aceptaba, y con eso era suficiente para él.
—Dazai, vamos.
—¿Al final te quedarás con el yukata azul o el naranja? —preguntó.
No entendía muy bien por qué Chuuya se molestaba en probarse ropa que directamente nadie excepto Dazai y otros dioses verían. Al igual que tampoco entendía ese estúpido afecto al sombrero que siempre llevaba puesto.
—Con el azul —dejó el dinero en el mostrador—, y no gracias a ti.
La chica tesoro de Kouyou había desaparecido de repente, pero Dazai no estaba sorprendido por ello.
—Sigo sin entender por qué hacemos esto.
Chuuya rodó los ojos, cansado seguramente de explicárselo. Dazai entendía lo que decía, otra cosa era que fuera lógico. Chuuya tenía esa tonta tradición de ir a los festivales de verano con un yukata, como si de verdad fuese humano, o lo quisiese ser, simplemente porque le gustaba.
Dazai no comprendía cómo le podía gustar eso siendo un dios. ¿No se daba cuenta de lo bien que estaba siendo inmortal, siendo eterno y sin los absurdos sufrimientos humanos?
—Ya te lo he dicho, Dazai. Siempre puedes quedarte en el templo.
El templo de Chuuya no era muy grande, porque a pesar de que —aunque Dazai nunca lo admitiese en voz alta—, su dios era sumamente atractivo, no era demasiado popular. Aunque tampoco ayudaba que tuviese a sus espaldas el título de «Dios de la destrucción».
Dazai no entendía tampoco cómo alguien como Chuuya ostentaba ese título. El pelirrojo no era el más amable y pacífico del mundo, pero Dazai no sabía qué había podido llegar a hacer para ostentar ese título.
—Pero me aburro...
Puso sus brazos sobre Chuuya, inclinándose sobre él mientras esperaban el tren para volver al templo.
—Como siempre —el pelirrojo reclinó su cabeza y se apoyó en el pecho de Dazai.
El castaño se apoyó en su cabeza, cerrando los ojos.
—Vas a ir esta noche al festival, ¿verdad?
Chuuya afirmó, y Dazai volvió a abrir sus ojos para mirar los azul cielo del pelirrojo.
—Sí, ya lo sabes. ¿Me acompañarás?
Dazai nunca le acompañaba. En los años que llevaba al lado de Chuuya como su tesoro, nunca lo había hecho, pero Chuuya siempre se lo preguntaba a pesar de saber la respuesta de antemano.
No le gustaban los festivales de verano. No por nada en especial, simplemente no le gustaban. Los fuegos artificiales, el calor, la gente, las risas... Dazai solo de pensarlo no lo soportaba, a pesar de que estaría con Chuuya.
No hizo falta que dijera nada para que Chuuya sonriese resignado.
—Ya sé, ya sé, no lo harás.
El tren llegó, y ambos se separaron para subirse.
—Sabes que no me gusta, Chuuya.
—Nunca lo has probado, Dazai —cada año le decía lo mismo—. Algún día deberías intentarlo.
Dazai estuvo a punto de contestar, pero entonces alguien pasó por su lado para salir del tren al que se habían subido. Una persona de cabello blanco. Y parecía haberle visto.
Era imposible que ese chico le hubiese visto. Es decir, estaba muerto.
De repente se le apareció la imagen de un muchacho de cabello blanco sonriéndole. Parpadeó, y se desvaneció de su mente.
—¿Dazai? ¿Estás bien?
Una mano se apoyó en su hombro, y el castaño miró al dios con ojos asustados mientras trataba de asimilar lo que acababa de ocurrir.
—¿Dazai? Me estás asustando. Oye...
El tesoro respiró profundamente y esbozó su mejor sonrisa.
—¿Sí? Parece que lo he conseguido. Te asustas muy rápido, Chibi. Así los demonios te matarán rápido.
Chuuya le dio un golpe mientras las puertas se cerraban. Por mucho que Dazai buscó a través de las ventanas del tren la silueta de aquel chico, este parecía haberse desvanecido.
—Eres un idiota.
Dazai rio y cambió rápidamente de tema. Chuuya le siguió el juego, para su alegría, y así no tuvo que pensar más en aquel muchacho de cabello blanco.
Después de todo, era imposible que le hubiese visto.
★★★
Chuuya a veces no entendía a Dazai.
No sabía bien lo que le gustaba o disgustaba, si estaba feliz o solo fingía para él. Si añoraba la vida como humano o la aborrecía pese a no recordarla.
Siendo su tesoro, se suponía que debía conocerlo más que a nadie. Sin embargo, Chuuya tenía la creencia de que Dazai simplemente era impredecible.
Se sentó en la barandilla, mirando los fuegos artificiales mientras soplaba el molinillo de viento que tenía entre manos.
No entendía tampoco la repulsión de Dazai por ir a los festivales. Según había visto en su pasado cuando lo convirtió en su shinki, en su vida humana era una de las pocas cosas que le gustaban.
Chuuya sabía muchas cosas de la personalidad de Dazai mayormente por haber visto su pasado. Si no lo hubiera hecho, seguramente no pudiese ni siquiera entender lo que decía.
Y aunque sabía que Dazai le tenía un respeto como tesoro suyo que era, había visto cómo muchos dioses caían ante la traición de sus tesoros. Y Chuuya confiaba en Dazai, pero tenía miedo de que algo así pudiera pasarle. Sobre todo esos últimos días en los que Dazai no tenía su típico brillo burlón en los ojos, y no quería hacer nada más que encerrarse en el templo. Chuuya sentía la tristeza de su tesoro, porque al igual que todos los sentimientos, era algo que Dazai no podía ocultar.
Suspiró. Nunca comprendería a Dazai del todo, eso estaba claro.
Sintió unos brazos que le rodeaban por detrás, y se sorprendió al ver los vendajes que cubrían la piel de su tesoro rodeándole por la cintura. Giró la cabeza hacia atrás, encontrándose con los ojos marrones de Dazai.
Sus ojos brillaban. Pero no era el típico brillo burlón que ponía cuando se divertía molestándolo. Era diferente, más especial.
Le hacía sentir como si fuera el único Dios en el universo, y Dazai su más fiel devoto.
—Dijiste... —calló, buscando las palabras que se le habían olvidado cuando vio sus ojos—. Dijiste que no vendrías.
Era la primera vez que Dazai acudía al festival. A pesar de las proposiciones de Chuuya, Dazai siempre había insistido en no ir. ¿Por qué estaba ahí entonces?
—Por una vez, supongo que no hará daño.
Sonrió, y Chuuya sintió la felicidad de Dazai recorrer su cuerpo, indicándole que era sincero.
El pelirrojo se fijó que llevaba también un yukata. Era naranja, como el que él no se había comprado, pero con más tonos marrones que amarillos.
Chuuya sintió una emoción recorrer su cuerpo, pero esta vez no sabía si era suya o de Dazai. Ni siquiera podía ponerle un nombre, pero hacía acelerar su corazón y embriagaba el aire, haciendo que respirar se hiciese difícil.
Si no fuera porque era un dios, diría que estaba sufriendo algo parecido a un infarto. Pero no era precisamente desagradable.
Sintió el abrazo de Dazai haciéndose más fuerte y su rostro se enterró en el espacio que había entre su cuello y su hombro. Chuuya sonrió también.
—¿Sabes? En realidad estás muy bien en ese yukata —Chuuya se sorprendió ante el comentario, no solía decirle ese tipo de cosas.
—Vaya, por una vez eres sincero.
—No te acostumbres —sintió la risa sobre su piel—. Aunque seas mi dios, sigues siendo el dios más pequeño de entre todos los dioses.
—Es difícil acostumbrarse cuando lo siguiente que sueltas es una estupidez —Chuuya le dio un codazo y Dazai se quejó, pero luego rio.
Chuuya suspiró mientras cerraba los ojos. Segundos después sonrió y cerró los ojos, dejándose llevar por la calidez de Dazai, que contrastaba con el viento.
—Chuuya... —su nombre se escuchó tan bajo que, de no ser porque estaban bastante lejos de los fuegos artificiales y no había gente, Chuuya no lo habría oído—. Nunca renunciarás a mí, ¿verdad?
El mismo sentimiento que Dazai tenía cuando se encerraba en el templo volvió a recorrer a Chuuya, haciéndole abrir los ojos.
—¿Eso era lo que te preocupaba, idiota?
—Tienes muchos shinkis que darían lo que fuera por ser tu tesoro —dijo—. Y además, soy más de estrategia y tu estilo de...
—Mientras más hablas, más tonterías sueltas, imbécil. ¿Qué demonios dices? —rodó los ojos—. ¿No hemos ganado muchas batallas juntos? ¿No eres tú mi tesoro?
—Aún así...
—¿Siendo tan listillo como eres y no puedes entender eso? ¿Eres imbécil?
—Pero...
—Deja de pensar en tonterías, Dazai. No arruines lo único que se te da bien hacer.
Dazai rio nuevamente, y su mirada se volvió a clavar en el azul de sus ojos.
Chuuya quizá nunca llegase a comprender del todo a Dazai, sin embargo, sí entendía que su mirada era sincera y llena de devoción.
Y con eso le bastaba.
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