More so I myself thought, I was so in love with you

Todo sería más fácil si, simplemente, todo hubiese sido un sueño.

Pero no lo había sido. Y no podía olvidar.

No podía olvidar el brillo de aquellos ojos azules, la sonrisa de su rostro que a veces le dedicaba cuando pensaba que no estaba mirando. No podía evitar recordar su voz, sus risas e incluso sus lágrimas.

En aquellos oscuros días en los que no veía final, tener a su lado a Nakahara Chuuya siempre fue aliviador. Chuuya era fuerte, era seguro de sí mismo, era todo lo que Dazai tan sólo podía fingir ser.

Chuuya no tenía miedo de mostrar sus debilidades, sus defectos. Admitía sus fallos, tenía errores como todo el mundo y hacía que Dazai se sintiese más humano a su lado, quizá porque ni siquiera Chuuya sabía qué era exactamente su misma existencia.

Dazai había visto a Chuuya caer en la desesperación de no saber quién o qué era. Entendía ese dolor. Entendía lo que era estar así de perdido con uno mismo. Pero Chuuya tenía el valor de expresarlo, y Dazai no.

Chuuya siempre había sido más fuerte en todos los aspectos.

Quizá sin él a su lado, aquellos años en la mafia se le hubieran hecho mucho más largos. La poca felicidad que pudo experimentar aquellos días tan solo era por sus amigos. Chuuya se incluía entre ellos.

De alguna manera era feliz estando a su lado cuando hacían misiones. Sabía que podía confiar en Chuuya, y era una pequeña alegría interna el hecho de que el pelirrojo confiara también lo suficiente en él como para no cuestionar casi nunca sus estrategias. Se quejaba, le llamaba maníaco, suicida, loco, pero al final acababa haciéndolo.

Ese tipo de alegría era una que sabía que nunca regresaría, al igual que sabía que esos días habían quedado en su oscuro pasado y no volverían. Pero recordarlo siempre iluminaba un poco la oscuridad que siempre le abordaba cuando rememoraba aquella época.

Recordar siempre suponía dolor. Pero Chuuya hacía que apreciase un poco más esos días, esos en los que ambos estaban juntos. Aún cuando en su corazón sentía todavía el amargor de aquella época, él lograba aliviar esa sensación.

Era como un rayo de sol que salía de entre las nubes de lluvia.

Pero quería olvidarle. Olvidar todo lo relacionado con él. Cuatro años después, después de todo el tiempo y las situaciones que había pasado, no era normal que siguiese pensando en el muchacho que le había acompañado durante aquella época que había dejado atrás.

No podía seguir pensando en él. No podía seguir soñando con él. No podía dejar que los recuerdos se apoderasen de él de aquella manera.

Los sentimientos que creyó haber dejado atrás volvían una y otra vez. Y era absurdo, porque Dazai siempre había sido una persona lógica y había sabido apartar perfectamente sentimientos y pensamientos. Pero al parecer con Chuuya era diferente, y le estaba volviendo loco.

Había momentos en los que simplemente le recordaba. Por cualquier cosa. Quizá veía a alguien pelirrojo, o un sombrero, incluso una botella de vino, o simplemente paseaba y Chuuya era lo primero que se le pasaba por la cabeza. Su sonrisa, su voz, sus mejillas rojas del enfado cuando se burlaba de su estatura.

Y se preguntaba qué estaría haciendo. Si estaría mirando en mismo cielo que él, o por el contrario estaría mirando el mar, que tanto le gustaba.

A veces se preguntaba cómo estaría. Desde que se fue de la Port Mafia sin avisar hace un año, sin decirle nada, Dazai no había sabido mucho más del pelirrojo. Si se volvieran a encontrar, Chuuya no podía disimular su rencor. Dazai, al final, no le culparía.

Después de todo, había sido él quien le había dejado atrás.

A veces se preguntaba, en aquellos momentos en los que su corazón se detenía ante el recuerdo de unos ojos azules que sabía que no volvería a ver pronto, si estaría igual que él. Si le estaría recordando también en esos momentos.

Sabía cómo era Chuuya. Valoraba la lealtad por encima de todo, y él había roto con lo más primordial para el pelirrojo. Se preguntaba si estaba como él, en la soledad de una habitación, observando el cielo de verano mientras revivía un pasado que nunca volvería.

Habían sido compañeros durante tres años, y eso había dado para mucho. Demasiadas vivencias compartidas que no se borrarían fácilmente. Y aunque nunca pensó extrañar a alguien como Chuuya, una persona sentimental, impulsiva y demasiado propenso a sacrificarse por los demás, se daba cuenta ahora lo mucho que le añoraba.

Ninguno de los dos eran las mejores personas del mundo, sin duda tanto Chuuya como él tenían defectos. Sin embargo, Dazai siempre había considerado a Chuuya demasiado sensible para ser quien era y para lo que se dedicaban. El hecho de que él hubiese dado un cambio en su vida mucho antes que él pelirrojo le sorprendió en cierta manera.

Sin embargo, también era verdad que Dazai no tenía ni una fuerte lealtad ni un gran lazo dentro de la Port Mafia. Chuuya, en cambio, sí.

Aparte de su naturaleza propensa a ser leal a lo que se arraigaba, Dazai siempre había observado que Chuuya conocía muchísimo mejor a sus subordinados de lo que Dazai podía conocer a los suyos. Se sabía cada nombre, cada familiar y podía arriesgar que hasta las fechas de cumpleaños. Cuidaba de ellos y asumía la responsabilidad de cualquier error que hubiese podido tener hasta el más irrelevante peón.

Sin miedo a fallar, Dazai diría que el puesto de ejecutivo más apreciado era para Chuuya sin lugar a dudas. A pesar de lo que pudiese parecer, de lo gritón y violento que podía llegar a ser, en realidad era una de las personas que más se preocupaban por los otros.

Dazai sabía también, que a pesar de lo que dijera Chuuya, se preocupaba por él. Habían estado demasiado tiempo juntos, y era inevitable que un lazo se crease entre ambos.

Quizá estuviera como él. Quizá también le extrañase. Tal vez de los ojos azules de Chuuya saliera alguna lágrima por él.

Si era así, esperaba que le olvidase. Porque Dazai tendría que hacerlo si quería seguir adelante.

Tenía que dejar de sentir su corazón detenerse cada vez que pensaba en él. Cada vez que se imaginaba su expresión cuando le hubieran dicho acerca de su traición. Conociéndolo, no hubiera expresado más que confusión.

Quizá luego sintió rabia. Se podía imaginar a Chuuya perfectamente rompiendo dos muros consecutivos por la rabia. Seguramente le hubiese llamado de todo, y hubiera intentado contactar con él por el teléfono que había apagado previamente, pero del que no se había deshecho, ese con el que jugaba ahora mismo entre manos

Debería hacerlo, pero algo se lo impedía. Era un sentimiento extraño. Ese teléfono simbolizaba su último vínculo con Chuuya, con su pasado, y de alguna manera se negaba a dejarlo ir.

Justo un año después de su salida de la Port Mafia, seguramente Chuuya se hubiese rendido en su intento de localizarle a través de él.

Decidió encenderlo. La pantalla de bienvenida brilló en la oscuridad de aquella habitación, y tecleó el número de acceso —una sonrisa amarga le cruzó el rostro al recordar que era la fecha en la que ambos se conocieron—.

Empezaron a llegar notificaciones. Muchas. Dejó que el teléfono recibiera todas, y empezó a leer. Habían, por lo menos, unas cien llamadas perdidas de Chuuya y unas cuantas más de Akutagawa.

Mensajes tenía de los dos, sin embargo, se fijó que mientras Akutagawa le había llamado durante la primera semana un montón de veces, Chuuya no. Las llamadas del pelirrojo habían sido hasta hacía relativamente poco, había hecho al menos una llamada todos los días.

Los mensajes seguían el mismo patrón. Chuuya al principio estaba escribía escéptico y luego se notaba el enfado. Cuando las palabras no se entendían, suponía que era porque le había escrito bastante subido de alcohol.

Se imaginaba perfectamente a Chuuya bebiendo de su caro vino mientras le mandaba a la mierda.

Los mensajes que seguían se mezclaban entre amenazas y furia. Le decía que en cuanto le encontrase se lo cargaría, y que era, en muchos sinónimos, un imbécil.

Pero al cabo de las semanas, su ira pareció cambiar. Era más fría, como si estuviese aceptando que no regresaría. Y empezó a escribir de manera casi rutinaria, como si estuviese haciendo un diario con los mensajes que le mandaba.

«¿Sabes? Todo es más tranquilo ahora que no estás. No tengo a nadie riéndose todo el rato de mí, ni tengo que cuidarte para que no te tires de un puente»

Ese era uno de los tipos de mensajes. Podía imaginarlo con una pequeña sonrisa mientras tecleaba en el móvil, quizá con un té al lado —influencia de Kouyou— o tal vez flotando en su salón, como acostumbraba a hacer.

Siguió bajando, y siguió encontrando mensajes de ese estilo. Y seguía imaginándole en diferentes situaciones en las que había podido escribir eso y parecía mentira.

Parecía una broma de mal gusto que el mismo muchacho que le decía que no le soportaba, que le odiaba, le escribiese mensajes cada día desde que se marchó de su vida.

Y aún era peor, porque no se podía creer que fueran lágrimas lo que estaba cayendo de sus ojos mientras más seguía leyendo.

Llegó al último mensaje. Era de hacía unas horas.

«Ya ha pasado un año desde que te fuiste, idiota. No sé ni siquiera si sigo con ganas de matarte, porque ya me he hecho a la idea que no regresarás.»

El mensaje terminó en ese momento, pero minutos después escribió otro.

«Sé que nunca leerás esto, seguramente este número ni siquiera exista ya, pero yo sigo escribiéndote. A lo mejor lo hago más por mí, quién sabe. Pero necesito decirte, aunque sea de esta manera, todas estas cosas, porque no estás y cuando estabas no me atrevía a decirlas.»

Ciertamente, Chuuya parecía una persona más amable por mensaje que en persona. Pero había supuesto que era porque no estaba ahí para molestarle con sus comentarios.

«Ahora que ha pasado un año, me encantaría decirte que el día en que te vea te mataré. Pero aquí solo estoy yo, que sigo siendo un cobarde por decir estas cosas sabiendo que nunca lo sabrás, y sería mentirme a mí mismo. Sé que no podré hacerlo. Y es por el simple hecho de que te quiero demasiado para hacerlo.»

Lo último le atravesó el corazón, y el móvil se le escapó de las manos. ¿Chuuya...?

El aire le empezó a faltar. Respiró profundamente y volvió a tomar el móvil.

«Sé que es demasiado tarde y que nunca lo sabrás. O ya lo sabías y decidiste seguir tu camino igual. También sé que habrá algún momento en el que olvide este sentimiento y pueda definitivamente odiarte. O eso espero. Porque no sé lo que haré si no te olvido.»

Era lo último. Dazai sintió el amargor de sus palabras como si alguien le hubiera puesto un limón en frente y su aroma le hubiese impregnado los pulmones, su corazón y su vida en general.

¿Por qué Chuuya le decía todo eso ahora? ¿De qué le servía? ¿Para qué saber eso ahora que no podía volver atrás y arrastrarlo consigo?

Qué cruel, decirle eso cuando ya no había marcha atrás. Cuando ya no había más opción que seguir adelante sin mirar lo que dejaba tras su paso. Cuando no había otra que olvidarle.

Chuuya se decía a sí mismo un cobarde, pero Dazai no era mejor. Dazai era una persona lógica, no sentimental, y supuso que simplemente su repentino gusto por su compañero era un capricho pasajero de un chico de dieciséis y lo dejó estar.

Debió darse cuenta cuando, a pesar de los años, no pasaba sino que incrementaba. Debió haber visto mejor las señales. Debió haber hecho algo, pensarlo más de una vez, no dejarlo simplemente... Pero no lo hizo.

Solo ahora, un año después de haber dejado la Port Mafia, se daba cuenta de que, quizá, le había querido más de lo que en su momento se decía.

El amargor se trasladó a su sonrisa, y tras configurar el sistema para que no se viese que había leído los mensajes, cerró el móvil.

Sin embargo, no lo apagó.

Volvió a pensar que, ojalá, todo hubiese sido un sueño y que nunca hubiese tenido la maravillosa idea de enamorarse.

Sin embargo no lo era, y aún ahora, soñaba con él, con sus cabellos color fuego y sus chispeantes ojos azul cielo.

Pero eran sueños impregnados con el amargo aroma del limón.

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