1.
El autobús aún no llegaba, ya varios se encontraban esperando a que lo hiciera, pero comenzaba a tardar.
Tres clases de segundo año, sin dudas un gran número de alumnos que viajarían a aquella travesía.
Muchos estaban entusiasmados, pero también existían unos cuantos, los que se encontraban con un gran fastidio por tener que ir a la expedición.
Entre ellos, estaba William Bailey, quien hacía poco había cambiado su apellido a Rose.
— ¡Es Axl, No William!
YA CÁLLATE Y DÉJAME NARRAR, bueno, como decía, William-
— AXL.
LO MISMO, PERO MÁS BARATO, Axl consideraba un rotundo fastidio ir al campamento, ¿gastar todo su verano con una tropa de imbéciles? ¡Menuda estupidez!
Por lo cual, esperaba con los brazos cruzados, mientras sobre su cabellera larga, lacia y pelirroja se encontraba un pañuelo azul amarrado. Sus amigos aún no llegaban, supuso que tardarían más en llegar.
— Obvio que sí, ya dijiste que eran una tanda de inútiles.
AXL DEJA DE INTERRUMPIR MI NARRACIÓN.
— ¿Y SI NO QUIERO QUÉ?
TE MATO EN LA HISTORIA PORQUE SOY LA ESCRITORA Y PUEDO HACERLO.
— Ah ya, está bueno pues.
En fin, seguía allí esperando-
— ¿Me dispararán?
En ese momento un avión cayó sobre el pelirrojo y murió, ¿ALGUIEN MÁS QUIERE QUEJARSE DE MI NARRACIÓN? ¿NO? Ok, estupendo.
Mientras Axl moría, pero sobrevivía, a la parada llegaron apresuradamente un grupo pequeño de amigos.
Sus nombres eran Steve Clark, Phil Collen y Rick Allen, y viendo cómo el avión empezaba a volver a elevarse, corrieron a ver a Axl.
Y yo que dije que escribiría una historia seria.
— ¡Dios! ¿Estás bien? —preguntó Steve.
— Me acaba de caer un avión, así que sí, fíjate que estoy mejor que nunca —respondió el pelirrojo poniéndose de pie—. ¿Ustedes?
— ¡Genial! ¡Estoy muy emocionado! —exclamó Rick contento.
— Es de los ñoños que se emocionan, ¿no? —preguntó Axl.
— Hey no lo ofendas —habló esta vez Phil—. Allí llegaron tus amigos, vámonos.
Los otros tres se alejaron y Axl se dirigió con su grupo de amigos, comenzando a hablar animadamente junto a ellos.
Mientras, otros dos amigos llegaban.
— De verdad, rubia, tienes que dejar de despertarte tan tarde —dijo el primero, de cabellos azabaches.
— Eh... ¿disculpa? —preguntó el rubio contrario arqueando una ceja—. ¿¡Quién diablos estuvo despidiéndose media hora de sus gatos!?
— Por Dios, Roger, no aceptas ninguna queja —rodó los ojos el azabache.
Roger bufó.
— ¡Freddie!
El nombrado se dio vuelta, logrando ver como un castaño se acercaba a paso rápido, con tan solo una mochila, lo cual era bastante poco para el tiempo en el que estarían, y comparándolo con las ocho maletas que el azabache, quien en efecto era Freddie, llevaba.
— ¿Qué pasa? —preguntó.
— ¡Llegué temprano!
Roger reprimió una risa y siguieron hablando.
Más y más alumnos fueron llegando, hasta que tras un rato también lo hizo el autobús.
Todos subieron y guardaron sus cosas en los lugares asignados. Eran tres autobuses, uno por cada clase.
Y los tres partieron, llevando a los emocionados —o hastiados— jóvenes que se dirigirían a aquel lugar.
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