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Evelyn siempre había sido una persona supersticiosa, desde chiquita. Capaz se debía a un leve caso de trastorno obsesivo-compulsivo, pero ella siempre llegaba al punto de atribuirle la buena o mala suerte a distintos sucesos o objetos de su vida. Por ejemplo, porque había cambiado sus zapatillas de lugar aquella mañana, le había ido mal en el examen; o el gato blanco que se le había cruzado hace unas horas era un buen augurio, por lo cual ganarían el partido de esa tarde.
No creía que sus supersticiones llegaran tan lejos, como al punto de creer que porque no se lo había cogido a Emi la noche anterior, habían perdido la final contra el Barcelona. Pero, a pesar de que sonaba ridículo, había cierta parte dentro suyo que creía que podía tener algo que ver. Con eso, o con todo lo que había pasado las últimas semanas.
Rodeada de malas vibras, había transmitido aquella energía al juego de esa tarde y había acabado errando el penal que determinaba al ganador de aquella Champions. Y aun así, incluso aunque no hubiera sido supersticiosa, se hubiera sentido culpable por la derrota de todas formas.
Las lágrimas le caían por los cachetes. Sentada sobre el círculo blanco pintado sobre el pasto sintético, agarrándose las rodillas, Evelyn escondía su cara de las cámaras porque no quería ser vista llorando, no quería que le saquen fotos para presumir en las redes sociales, pero no se necesitaba mucho cerebro para saber qué estaba pasando. Y sí, se culpaba a sí misma, porque ni siquiera era que la arquera había atajado el penal: ella había pateado y le había errado al arco, y no sabía si se debía a los nervios o a la presión o a qué, pero tampoco le importaba.
Le importaba que habían perdido. Que había trabajado para llegar a la final, que había anotado un hat-trick, y que aquello no había sido suficiente para poder sostener la copa. Bueno, sí, le quedaban muchas Champions por delante, pero la culpa la carcomía; sabía que sus compañeras también encontrarían la manera de culparla eventualmente y aquello la destrozaba por dentro.
A las familias de las jugadoras les fue permitido bajar a la cancha. Todos los chicos de inmediato se hicieron paso entre la multitud en busca de Eve, que se encontraba aislada del otro lado del predio, llorando frente al arco. Emi fue el primero en llegar a ella: se arrodilló en frente suyo y la abrazó, a pesar de que la chica no pudo moverse para devolverle el gesto. A él le dolía verla llorar, así tan destrozada y más sabiendo todo el esfuerzo que había empeñado en aquel campeonato, pero no sabía cómo calmarla.
"Está bien, mi vida, está bien..." le decía, frotándole la espalda en una manera que esperaba que fuera confortante.
Los jugadores la rodearon. Incluso Lautaro estaba ahí, con el ojo todavía medio hinchado y el corte en su pómulo a medio sanar. Julián se sentó al lado de Evelyn y le tocó la espalda suavemente para asegurarle su presencia, mientras que Leandro, Rodrigo y Scaloni se mantenían parados, apenados ante la derrota de la enana.
"Dios, qué pelotuda," farfulló Evelyn. "¿Cómo voy a errar un penal de mierda? La puta madre."
"Todos erramos penales alguna vez," le aseguró Julián.
"Yo no," dijo Emi. Todos lo miraron y se rieron. "Pero si me metieron unos cuantos."
"Sí, ¿pero alguna vez perdieron una copa por eso?" Evelyn levantó la vista.
Sus cachetes y nariz estaban completamente rojos y de sus ojos todavía caían lágrimas, aunque ella se mantenía seria, como si no quisiera seguir llorando mientras todos la miraban. Ante sus palabras, los chicos se quedaron callados. Fue Leandro quien saltó.
"No importa igual. Que hayan perdido no es tu culpa y de todas formas, es tu primera Champions, Eve. Si te fue así de bien en la primera, siendo tan chica, ni me imagino todas las copas que vas a ganar en el futuro cuando tengas más experiencia," dijo, tratando de consolarla.
"No es tu culpa," le dijo Rodrigo. "Obvio que no. Si metiste tres goles, loca. En todo caso, sería culpa de tu equipo, que te jugó una mala. Erraste un penal, pero eso no significa nada: no es tu culpa porque tampoco era tu responsabilidad."
Las palabras de los chicos no la consolaban en absoluto. Lo que la consolaba era que estén dando su mayor esfuerzo por tratar de consolarla. Que se preocuparan de esa manera, que buscaran en sus cerebros las mejores palabras para ayudarla, le generaba una calidez inusual en el pecho. A pesar de la tristeza y la culpa que todavía no la abandonaban, sentirse así de querida, acompañada, tenerlos cerca, ya era premio suficiente.
Cuando ella no contestó nada, Emi la volvió a abrazar y está vez ella sí contestó al gesto, dejando que él la sostenga y enterrando su rostro en su amplio pecho. Él le acarició la cabeza y le besó la frente y ella no pudo evitar sollozar un poquito más.
"¿Querés que te lleve a casa?" le preguntó Emi.
"Tengo que volver con las chicas," dijo ella, apartándose de él mientras sorbía por la nariz.
Se limpió la cara con el dorso de las manos y se levantó al mismo tiempo que Emi. Los miró a todos y sus ojos pronto cayeron en su papá, que se acercó a ella y la envolvió en un cálido abrazo. Scaloni le besó la cabeza y le acarició la espalda, apenado.
"Jugaste como la puta madre, Eve," le dijo. "No te jodo."
Ella no contestó, simplemente acurrucándose contra el pecho de su papá para sentir aquella calidez paternal. Una vez que se separó, él mantuvo un brazo alrededor de los hombros de su hija mientras ella miraba a todo el equipo. Rodrigo le agarró la mano suavemente.
"Gracias por venirse hasta acá, en serio les digo," agradeció ella, volviendo a sorber por la nariz. Scaloni le besó la cabeza una vez más.
Evelyn se pasó de uno en uno por cada uno de sus amigos, abrazándolos individualmente por un largo rato. Cuando llegó a Lautaro, ella no dudó en abrazarlo también – aquella era su primera interacción, la primera vez que se veían desde la pelea. Y ella estaba muy enojada con él, pero el hecho de que él estuviese ahí, bancándola, era un granito de arena y era suficiente por ahora.
Emi después la abrazó y le besó la cabeza, susurrándole en el oído para que el resto no pudiera escucharla por sobre el griterío de la multitud a tan solo unos metros de ellos.
"Yo te voy a llevar a Grecia igual, ¿okay?" le dijo, manteniéndola cerca suyo. "Copa o no, me la chupa."
(...)
La premiación tuvo lugar casi veinte minutos después del final del partido. Las jugadoras del Lyon fueron premiadas con medallas de plata y Evelyn recibió lo que sería el primero de muchos premios en su carrera, el cual era el Premio a la Mejor Jugadora de la temporada en el campeonato. Aquel reconocimiento fue suficiente para subirle los ánimos: la derrota se encontraba todavía fresca en su mente, pero ser reconocida por su desempeño en su primera Champions League, en uno de sus primeros campeonatos, era como una bendición.
Sus compañeras la festejaron insaciablemente hasta que fue hora de irse; en los vestuarios, la siguieron festejando, haciendo lo posible por levantarle los ánimos y hacerle saber que la derrota realmente no era su culpa. El trofeo en su mano era prueba suficiente de aquello.
Antes de subirse al micro, mientras las jugadoras del Lyon salían del vestuario para ya encarar hacia el hotel, Lucas se le había acercado a Evelyn. Ella ya no lloraba – de hecho, ahora incluso sonreía –, pero la culpa le enfriaba el pecho, por lo que el abrazo que le dio el chico fue suficiente para calmarle la ansiedad por al menos un rato. Él la felicitó y le habló como otro jugador de fútbol cuando le dijo que su desempeño en el partido había sido verdaderamente destacable, y que el trofeo que se llevaba a casa no solo era merecido, sino que dárselo a otra jugadora hubiera sido un error. Evelyn le agradeció incontables veces hasta que Andre la obligó a subirse al micro, por lo que ella volvió a abrazarlo a Lucas y partió con su equipo de vuelta hacia el hotel.
Apenas llegaron, empezaron a hacer sus valijas. A las nueve de la noche, el equipo y el plantel técnico embarcaron en un viaje en micro de hora y media hasta el aeropuerto de Ámsterdam, donde tomaron un vuelo a las once de la noche hacia París. Aquel viaje duró otra hora y media y para la una de la mañana, ya estaban en camino a Buenos Aires, en un vuelo directo de casi catorce horas de duración.
Evelyn no pudo dormir en toda la noche. No solo porque odiaba los aviones con todo su ser (le daban claustrofobia, detestaba el olor del aire presurizado, hacía mucho frío, no había espacio, se le tapaban los oídos; la lista seguía), sino también porque la culpa se había apropiado de ella y parecía no querer soltarla. Sus compañeras ya le habían probado más de una vez que jamás la culparían por la derrota, pero ella no podía evitar pensar que aquello solo era una falsa fachada que escondía lo que realmente creían. Quizás esos pensamientos se debían al hecho de que se había olvidado de tomar su medicación para la ansiedad aquella mañana antes del partido.
Quizás el hecho de que se había olvidado de tomar su medicación para la ansiedad había sido el motivo de la derrota.
Quizás tenía que cerrar un poco el orto.
(...)
Eran las dos de la tarde para cuando el avión aterrizó en el aeropuerto de Buenos Aires. Las chicas estaban hechas mierdas, con el pelo inflado, los pies hinchados, los oídos tapados, poco descansadas, (una vez más, la lista seguía). De allí, fueron llevadas en micro hasta el predio de Ezeiza, donde ya podrían ir cada una a su casa a disfrutar de unas merecidas vacaciones de diez días antes de tener que obligatoriamente volver a sus respectivos clubes.
Cuando el avión de los chicos aterrizó, Scaloni pasó a buscar a su hija en un taxi y se fueron de vuelta a su casa, aunque después de desempacar, Evelyn no tardó mucho en anunciar su salida hacia la casa de Emi. Su papá la miró preocupado, le dio un forro y empezó a hablarle sobre protección como si fuera su primera vez, pero ella no le permitió decir nada más antes de salir corriendo, roja de la vergüenza.
Evelyn llegó a la casa de su novio a eso de las tres y media de la tarde. Emi la recibió agarrándola de la cintura y atrayéndola hacia sí para besarla con ferocidad sin antes siquiera decirle hola.
"Bueno, che, cerrá la puerta por lo menos." Se rió Evelyn entre el beso, dejando que Emi introduzca su lengua dentro de su boca para profundizar el contacto.
Él hizo caso, cerrando la puerta de entrada de una patada antes de estampar a la chica contra ésta para seguir atacándole la boca. Ella se dejó tocar.
"Agarrá mi teléfono," le susurró él de repente, empezando un sendero de besos de su boca a su mandíbula.
Evelyn frunció el ceño, sorprendida por la repentina orden. "¿Eh?"
"Está en mi bolsillo."
Ella todavía se encontraba confundida, pero igualmente, buscó el dispositivo en el bolsillo de sus jeans y lo sacó.
"¿Qué — dios mío — qué hago con esto?" dijo Evelyn a medio gemir cuando Emi se dispuso a marcar la piel de su garganta, dejando chupetones y mordidas a lo largo de toda su piel.
"Abrilo. La clave es 1410."
Evelyn hizo caso, sosteniendo el teléfono por sobre los hombros del chico mientras él se mantenía enterrado en su cuello. "¿Ahora?"
"Abrí WhatsApp. El primer chat, la última foto."
Otra vez, ella siguió sus órdenes mientras él le desabrochaba los botones de la camisa uno por uno. Eligió el chat indicado (¿quién mierda era Gerardo?) y abrió la ultima foto.
"Lee," le dijo Emi.
Evelyn escaneó el documento que le mostraba el celular con los ojos.
"Recibo de boleto electrónico, preparado para Scaloni, Evelyn Mariana. Fecha, 20 de febrero de 2023. Aerolínea, Air France. Salida, Buenos Aires, Argentina. Llegada..." Evelyn se congeló y Emi se separó de ella con una sonrisa pícara para ver su reacción. "...Mykonos, Grecia."
Él asintió con la cabeza y ella lo miró a él, y al teléfono, a él, y al teléfono, incontables veces, con la boca medió abierta del shock. Tenía muchas preguntas, y la primera que se le ocurrió probablemente no fue la más apropiada.
"Per- Pero, ¿cuánto te salió esto?" le preguntó, sus ojos abiertos grandes como platos, estupefacta.
Emi se empezó a reír. "¿Qué te importa, enana?"
Evelyn negó con la cabeza. "Pero, ¿y tu club? ¿No era que te dejaban quedarte hasta el dieciséis?"
"Por Dios, eso te lo dije para que sea una sorpresa, Evelyn."
Ahí sí, ella frunció el ceño. "¿Hace cuánto compraste esto?"
"Un mes y medio. Capaz dos," confesó él sin vergüenza alguna.
Evelyn se percató lentamente del hecho que Emi había comprado aquellos pasajes ni bien habían hecho la promesa; es decir, él no planeaba llevarla si ganaba el campeonato, porque la iba a llevar de todas formas.
"Creí que íbamos a ir si ganaba la Champions." Evelyn todavía no lo podía creer.
"El premio te lo merecés igual, Evelyn. ¿Sabés cuánto me importa que no hayas ganado?" La miró él, ahora completamente serio. "Ya te lo dije una vez y te lo voy a decir de nuevo, enana: copa o no, me la chupa."
Evelyn volvió a mirar el teléfono y después, con la boca todavía medio abierto y una expresión de completo shock, se inclinó hacia él y lo abrazó. Sintió ganas de decirle algo, pero como no sabía qué, no dijo nada.
"Dios mío, Emi," susurró, sin palabras, mientras él sonreía. "Dios."
Emi sí estaba seguro de que la amaba.
"Ahora sí," empezó él, todavía sumido en el abrazo, "te voy a llevar a mi habitación y voy a hacerte lo que debería haberte hecho ayer."
"Por favor," pidió ella.
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