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"We'll be just fine, it's
a matter of time 'til
our compass stands still."
La final de la Champions League femenina había sido programada para el catorce de febrero – San Valentín. Emi ya había acordado con su entrenador que se iba a quedar en Alemania con Evelyn hasta el dieciséis y después volvería a Birmingham a tiempo para jugar los primeros partidos de la Premier League, y la chica no podía encontrarse más feliz ante esto, ya que significaba que lo tendría a su lado por los siguientes días.
En cuanto a ella, estaba saturada de entrenamientos. Tenían seis días hasta el partido más importante del campeonato. Todavía estaban quedándose en Alemania, entrenando todas las tardes en un predio alquilado por la federación, pero viajarían a Países Bajos un día antes de la final y concentrarían ahí. Los días de la chica estaban extremadamente ocupados: sesiones continuas de hielo y electro, masajes, condicionamiento físico, entrenamientos, entre otras cosas. Evelyn se encargaba de pasar el poco tiempo libre que tenía descansando o con los chicos y su papá, que también planeaban quedarse con ella hasta la final aquel catorce.
La verdad, a pesar de que estaba exhausta, Evelyn la estaba pasando de lo más bien.
No había vuelto a ver a Lautaro desde el almuerzo hace dos días; no le molestaba, pero algo le decía que sus palabras no habían sido más que una promesa vacía, como si hubiera estado tratando de convencerse a sí mismo, pero a este punto, aquello ya no era amor – era una obsesión. No era sano para ninguno de los dos y Evelyn no sabía cómo arreglarlo, por lo que simplemente se mantenía alejada, dejando que él haga su vida y ella, haciendo la suya.
Emi la mantenía bien ocupada, de todas formas. No solo en cuanto al sexo, sino también en torno a todo lo otro. La sacaba a comer o a pasear cuando podía, la obligaba a descansar si lo necesitaba, le recordaba todos los días sobre sus veinte minutos de hielo en las piernas, le hacía masajes después de sus entrenamientos. Sabía que Evelyn tenía el cráneo medio grueso, entonces se aseguraba de que ella no tuviera ningún dolor que estuviera escondiendo, porque no quería volver a vivir lo que ya habían vivido. Y Evelyn no podía creer que había dado a parar con un hombre que daría la vida por protegerla, porque jamás había sentido eso por alguien y no lo entendía realmente, pero amaba sentirse así.
Era la noche del ocho de febrero. El grupo se encontraba en el buffet del hotel para cenar (a este punto, Evelyn ya ni cenaba con su equipo, ya que quería pasar tanto tiempo como fuera posible con sus amigos antes de no volver a verlos por varios meses), sentados en una mesa larga. Scaloni no estaba ahí; una vez más, había salido a comer con la mujer que había conocido en el partido, que Evelyn ahora sabía que se llamaba Victoria. Lo veía feliz a su papá, como satisfecho con lo que tenía, menos estresado y con la atención un poco más dividida entre su trabajo y su vida personal, y eso la ponía contenta.
Aquella cena con el grupo era una de las primeras veces que Evelyn lo veía a Lautaro después del almuerzo hace dos días. No se hablaron, ya que ella se sentó al lado de Emi y él no se atrevió a acercarse. Lautaro podía sentir como el hombre lo miraba de reojo, como si supiera que había pasado algo entre él y Evelyn, pero quizás solo estaba siendo paranoico.
Evelyn no habló mucho durante la comida. No porque no quisiera, sino porque estaba cansadísima. A pesar de que estaba contenta y satisfecha, no podía esperar ir a la cama y darse un merecido sueño, ya que el entrenamiento de esa tarde había sido tedioso.
Terminaron su charla de sobremesa a eso de la una de la mañana. El buffet ya había cerrado, lo único que quedaba abierto era el bar, que también cerraba en media hora. Algunos de los jugadores se fueron a sus habitaciones, algunos se quedaron abajo. La chica aprovechó para sentarse junto a su mejor amigo en la barra y apoyar la frente contra la encimera, bostezando.
"¿Sueño?" le preguntó Rodrigo.
"Estoy matada," le contestó ella.
Él tarareó una respuesta. Miró por sobre su hombro e hizo contacto visual con Lautaro, por lo que volvió a mirar a su mejor amiga y tocó el siguiente tema con delicadeza.
"Che, Eve," la llamó, ella con la cara todavía enterrada contra la barra.
"¿Mm?"
"¿Pasó algo con Lauta?" preguntó, dubitativo.
Evelyn se levantó y lo miró con el ceño fruncido. "Eh. No, ¿por?"
"Está raro," dijo. "Como desconectado. No sé."
Evelyn miró por sobre su hombro y vio a Lautaro sentado en una de las mesas, toqueteando su vaso de cerveza distraídamente junto a Leandro, que contestaba mensajes por el celular. Los cuatro jugadores se encontraban solos en la planta baja, con la única compañía del recepcionista, que estaba ya preparándose para abandonar su puesto.
"Me quiso pedir perdón por perseguirme los últimos meses, en el almuerzo después del último partido," le contó Evelyn a Rodrigo. "Estábamos hablando y llegó Emi y me fui."
"Ah," contestó él, pensativo. "¿Qué te dijo?"
"No sé. Que ya no me iba a buscar más porque no lo merecía. Y que sabía que no lo iba a perdonar, entonces me estaba dejando ir."
Rodrigo negó con la cabeza y Evelyn frunció el ceño. "¿Qué?"
"Sigue enamorado de vos, Eve," le dijo su mejor amigo. "Cualquier cosa que te dijo... no sé, yo creo que lo dijo por vos más que nada. Pero él está demasiado enganchado todavía, se siente culpable... te quiere y no te va a poder dejar ir así nomás. Sin importar lo que te haya dicho."
Evelyn no pudo evitar sentirse culpable. Quería poder perdonarlo, pero su cuerpo no se lo permitía, porque aquello significaba aceptar lo que le había hecho y ella no quería. Pero le generaba culpa que él se sintiera tan mal.
"Está enojado," agregó Rodrigo después de un rato. "Con sí mismo. Le enoja haberte lastimado y haber hecho algo que ya no puede revertir. Lo frustra."
"¿Él te dijo eso?"
"No hace falta. Se le nota en la cara."
Por Dios. Evelyn trataba día a día de dejar atrás su pasado, de vivir el presente con Emi, pero todos los días, las memorias le ganaban la carrera y se le interponían en el camino. Estaba tratando de mejorar, iba a terapia, tenía un novio que la adoraba... pero como era de esperar, su felicidad nunca duraría mucho.
"¿Y qué hago?" preguntó, completamente desconcertada.
Él no sabía cómo contestar a esa pregunta. Evelyn no podía decirle a Lautaro que lo perdonaba, porque no era verdad, pero Rodrigo la conocía lo suficiente como para saber que a ella la mataba saber que él estaba mal y no podía hacer nada al respecto.
"Se le va a pasar en algún momento," declaró, pero sus palabras eran de poca ayuda.
"Espero que sí." Suspiró Evelyn, consternada.
Rodrigo después le dijo que se iba a dormir porque estaba cansado. Le dio un beso y subió a su habitación mientras Evelyn se pedía un shot de tequila; un poco de alcohol no podía lastimarla, además de que necesitaba urgentemente acallar un poco sos pensamientos galopantes que traqueteaban sin cesar entre las paredes de su cerebro. El barman, que ya estaba cerrando, le sirvió la última bebida y después cerró el bar.
Evelyn se tragó el shot de inmediato, haciendo una pequeña mueca ante el ardor y el sabor amargo que se apropiaba del interior de su boca. Miró por sobre su hombro y se dio cuenta que Leandro ya no estaba, por lo que estaba sola con Lautaro. Su idea ahora era encarar para la cama, pero alguien se le acercó. Miró de reojo al hombre que se sentaba a su lado en uno de los banquitos, apoyando su vaso ahora vacío en la encimera, y le sorprendió reconocer a Lautaro.
"¿Cómo te sentís?" le preguntó él de repente.
Evelyn frunció levemente el ceño ante la pregunta. "Bien, ¿vos?"
"Bien, bien."
Se quedaron en silencio, ella incómoda y él inconsciente, y Evelyn consideró darle las buenas noches y subir a su habitación, ya que aquella atmósfera la agobiaba. Sin embargo, las piernas no se le movían y no tuvo más opción que permanecer pegada a ese banquito, toqueteando el vaso de shot vacío. Sintió el tequila lentamente empezándole a hacer efecto, provocándole cierto desapego de sus alrededores.
"Nunca terminamos de hablar nosotros," Lautaro declaró, echándole un vistazo a la chica sutilmente.
"Ajá," respondió ella distraídamente, tensa, sin saber bien qué contestar. "Pensé que ya me habías dicho lo que me tenías que decir."
"Bue, sí. Pero te fuiste así nomás." Lautaro se encogió de hombros, arrastrando un poco sus palabras.
Evelyn frunció el ceño y se inclinó hacia adelante para observarle bien la cara. Lautaro se puso nervioso frente al contacto visual con aquella chica, pero ella no se dio cuenta. Le fue fácil notar el rubor en los cachetes del hombre, el cual estaba inducido por el alcohol que había tomado, y le cayó la cuenta.
"Lauta, ¿estás borracho?" le preguntó.
"Un poco," admitió él.
Evelyn asintió con la cabeza y apoyó el vaso de shot boca abajo, haciendo ademán de levantarse de su banquito con un chasqueo de su lengua.
"Me voy a ir a dormir. Mañana hablamos, si querés, cuando estés sobrio," le dijo ella, fría, habiendo ya tenido malas experiencias con el alcohol que no buscaba revivir.
"Bancá."
Ella se paró y él también, dejando el vaso en la encimera. La agarró de la muñeca para impedir que se le escape, de nuevo.
"Mañana hablamos te dije," volvió a repetir ella, ojeando nerviosa la mano del chico encarcelando completamente el perímetro de su brazo.
"Hablemos ahora, por favor. Te estoy esperando hace meses," recalcó él, intentando atraerla hacia sí.
"Soltame," le dijo, mirándolo a los ojos fijamente para que se de cuenta de lo que estaba haciendo.
"Eve, dale, por favor."
Ella trató de zafarse de su agarre, pero aquello solo hizo que él apretara incluso más fuerte. Ahí sí, Evelyn sintió cierto dolor, por lo que dejó escapar un pequeño quejido y Lautaro aflojó casi de inmediato. Cuando logró que la suelte, ella se frotó la muñeca, dedicándole una mirada asesina.
"Si te digo que hablamos cuando estás sobrio, hablamos cuando estás sobrio, Lautaro," escupió firmemente con los dientes apretados.
"Perdón, Eve, no te quería lastimar," dijo Lautaro casi de inmediato, acercándose a ella para intentar tomarla suavemente de la cara.
Ella intentó alejarse, justo cuando Emi entraba al buffet en busca de su novia. La escena le olió extraña casi de inmediato: todo el día, había visto a Lautaro dedicándole miradas extrañas a Eve sin que ella se de cuenta, y ahora los veía juntos, y veía el vaso de cerveza en la barra, y lo veía a él intentando tocarla, y la veía a ella tratando de alejarse... él nunca había sido una persona capaz de contener su ira.
Corrió hacia la pareja y apoyó sus manos en el pecho de Lautaro, empujándolo fuertemente contra la barra. Evelyn dejó escapar un pequeño jadeo de sorpresa, ya que no lo había visto venir.
"¿Qué mierda hacías, Lautaro?"
"Pará, tranquilo," le contestó él, alzando su mano para conseguir que un poco más de distancia los separara, en caso de que el arquero explotara.
Evelyn le tocó el hombro a Emi. "Che."
Él no se sacudió del contacto, pero quiso. Se quedó en silencio, no contestó nada. Sentía su cuerpo en llamas, la ira serpenteando dentro suyo como llamas vivas. Lautaro se sostuvo contra el borde de la encimera, mirándolos a ambos con los dientes apretados y un músculo en su mandíbula contrayéndose notoriamente.
"Emiliano," lo llamó Evelyn con firmeza. "Vamos, dale. Calmate."
Por primera vez, el hombre apartó la mirada de Lautaro y la miró a ella. Su expresión se suavizó de inmediato y extendió el brazo para tocarle el pómulo gentilmente. Ella lo miró, inexpresiva, y se dejó tocar, agarrándole la mano para llevarlo de nuevo a la habitación para así evitar una confrontación peligrosa. Emi le dedicó una última mirada asesina a Lautaro antes de seguir a su novia en dirección a la puerta.
Pero el alcohol te enceguece.
"Loco de mierda," susurró Lautaro para sí mismo, pero casi demasiado fuerte, por lo que Emi lo escuchó.
Evelyn no lo pudo frenar esta vez. Tampoco lo pudo deducir antes de que pasara, pero sintió el pánico cuando su novio volvió a darse vuelta y no dudó en atizar a Lautaro en la mandíbula. El hombre volvió a caer contra la barra, con la cabeza volteada para al costado debido al impacto, y de inmediato se llevó la mano a la cara.
"¿Qué mierda te pasa?" escupió Lautaro, incorporándose nuevamente para presionar las manos contra el pecho de Emi y empujarlo.
Sorprendentemente, a pesar de la gran diferencia de altura, logró hacer que el hombre perdiera el balance y retrocediera unos pasos. Evelyn ya ni siquiera intentó pararlo: en lugar de eso, se agarró la cabeza y observó mientras los dos pelotudos se cargaban uno contra el otro, blandiendo sus puños como espadas y lanzando golpe tras golpe. A Emi le era muchísimo más fácil dominar la pelea gracias a su tamaño, pero extrañamente, Lautaro aún así lograba derrotarlo de vez en cuando.
Justo en ese momento, Scaloni volvía de su cena. Entró al hotel ya vacío y al escuchar el sonido proveniente del buffet, giró para ver a dos de sus jugadores moliéndose a piñas, con su hija parada al lado dándoles la espalda, esperando que terminaran de romper las pelotas porque sabía que ella no podía pararlos físicamente. Scaloni inmediatamente corrió hacia ella y le tocó el hombro.
"¿Qué carajo está pasando?" preguntó, alarmado.
"Ya ni sé," le contestó ella, encogiéndose de hombros.
Scaloni la miró con el ceño fruncido y tomó un paso hacia los chicos. "¡A ver!"
No le hicieron caso.
"¡Chicos!"
Nada.
"¡SE CALMAN, LA RECALCADA CONCHA DE SU MADRE!" gritó, agarrando por los hombros a Emi para alejarlo de Lautaro, que estaba en el piso abajo suyo.
Se hizo un silencio repentino y ensordecedor en el buffet y Evelyn alzó las cejas con una sonrisa divertida: no debería, pero aquella situación le parecía incluso algo cómica, con los dos jugadores cagándose a piñas como nenes y el DT teniendo que separarlos como un papá enojado.
"¿Se puede saber qué mierda les pasa?" preguntó, pero cuando los dos chicos hicieron ademán de hablar, él hizo una seña. "¡Se callan!"
A Lautaro le rezumaban chorros de sangre de la nariz y de un corte horizontal en su pómulo derecho, además de que su ojo estaba hinchado y violeta. Emi, por su parte, tenía pequeñas heridas sangrantes en la sien, el puente de la nariz y el labio, todas causadas por el anillo que Lautaro siempre llevaba puesto en su dedo medio.
Scaloni los miró, enojado, y ambos se encogieron en sus lugares. No se arrepentían de nada, pero sí se sentían avergonzados.
"¡Son grandes ya, cómo se van a estar agarrando a las piñas así! ¿Son pelotudos?" gritó el mayor, moviendo los brazos exageradamente a sus lados. "Vayan a limpiarse ya mismo. No los quiero ver más."
De inmediato, ambos jugadores dejaron el buffet con las cabezas gachas, sin atreverse a mirar a Evelyn a los ojos, aunque ella se mordía el labio inferior y negaba con la cabeza con una pequeña sonrisa en el rostro. Realmente no sabía cómo reaccionar fuera del hecho que aquello le parecía bastante gracioso.
"¿Vos estás bien? ¿Te lastimaste?" le preguntó su papá, y ella negó con la cabeza. "¿De qué te reís, Evelyn? ¿Por qué no los frenaste?"
"¿Pensás que no lo intenté? ¿Qué, querés que me meta en el medio y me coma una piña?"
"No, no. Claro que no."
"Yo no los puedo frenar si tienen temperamentos de mierda, pa."
Scaloni se mordió el interior del cachete. "¿Por qué peleaban?"
Evelyn dudó, pero por fin, se encogió de hombros. "No sé. Lautaro estaba medio en pedo y me agarró y Emi pensó que me estaba lastimando."
"¿Y te estaba lastimando?" Él hombre dio un paso hacia adelante, de repente, más preocupado todavía.
"Sí," admitió, pero inmediatamente aclaró. "Pero no se dio cuenta. Me pidió perdón en seguida, solo estaba borracho."
Scaloni negó con la cabeza. Nunca entendería la necesidad de su hija de proteger a todos, sin importar que tan malo era lo que habían hecho. Hablaba como si fuera su culpa y parecía dispuesta a incluso mentir para proteger a Lautaro.
"Yo te lo dije," Scaloni declaró, su voz suave, agarrándola por los hombros para abrazarla.
"No empieces." Ella negó la cabeza contra su pecho y él le besó la frente con suavidad.
"No empiezo nada," dijo él, encogiéndose de hombros para declarar su inocencia.
"Lautaro es buen pibe, pa, vos lo sabés. Es un amor. Solo... no sabe dejar ir."
Scaloni no respondió nada. Con ella, siempre era solo algo.
a/n –
qué opinan de evelyn?
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