36
Para aquel seis de febrero, Evelyn y el equipo del Lyon ya habían viajado a Múnich, Alemania. Jugarían el partido de vuelta de la semifinal contra Bayern como visitante y aquello oficialmente declararía si Lyon pasaba o no a la final, o si se debería jugar una tanda de penales para el desempate.
Evelyn se sentía bastante relajada. Bayern tenía un muy buen juego, pero de todas formas, no sentía los nervios usuales que solían atacarla antes de cada partido, y quizás aquello se debía a que había recibido una inesperada visita esa mañana.
Se había despertado a eso de las ocho y de la nada, le había sonado el teléfono por una llamada de Julián.
"Qué raro vos llamándome, arañita," dijo Evelyn una vez contestó, sus palabras a medio bostezar.
"Bajá, enana," le dijo él misteriosamente sin preámbulos ni explicaciones.
Ella frunció el ceño. "¿Eh?"
"Vení al lobby, dale." La apuró él.
"¿De qué hablás, flaco?"
"Vos bajá."
No dijo nada más y colgó la llamada. Evelyn ojeó la pantalla del celular con el ceño todavía fruncido, pero la curiosidad la mató y no pudo hacer nada más que levantarse de la cama. Se cambió, se enfundó en tres abrigos y se ató el pelo, dejando su habitación en dirección al ascensor. Una vez llegó a la planta baja, le sorprendió encontrarse con un grupo de caras conocidas que definitivamente sobresalían en comparación al resto de la gente.
Julián, papu, Leandro, Lautaro y Rodrigo estaban todos ahí, vistiendo la camiseta blanca del Olympique Lyonnais, con gorras y anteojos puestos y blandiendo carteles con el escudo del club de la joven. La ovacionaron cuando bajó del ascensor y ella los miró en shock; a ellos no parecía importarles las miradas extrañadas de los recepcionistas.
"¿Qué hacen acá?" preguntó ella, acercándoseles, todavía sorprendida.
"Vinimos a bancarte, boluda, ¿qué te parece?" la jodió Rodrigo, apuntando con la cabeza hacia sus atuendos.
"¿Ustedes bancando a un club francés? Raro."
"Al club no, goma, a vos." Papu le tocó el hombro; tenía tres franjas – rojo, azul y blanco – pintadas en el cachete.
Evelyn sonrió y los abrazó fuertemente uno por uno. "No tenían que venirse hasta acá, son unos boludos. Lo veían desde su casa y a mí me venía bien. Ahora me los tengo que bancar acá."
Mientras la abrazaba, Leandro le picó la costilla, juguetón. "No rompas las pelotas, enana."
Ella se rió y se alejó, pero igual los miró, medio confundida. "El partido no empieza hasta la una y media igual. Se les va a correr el maquillaje."
"Ya lo calculamos todo," le dijo Lautaro. "La previa empieza a las once y es mejor llegar con una hora y media de antelación. Son cuarenta y cinco minutos de viaje hasta allá, o sea que más o menos en media hora ya vamos a estar saliendo."
"Ah, son unos locos ustedes." Evelyn se rió. Después, los volvió abrazar rápidamente uno por uno. "Me tengo que ir a cambiar. ¿Los veo allá?"
"Sí, señora."
"Bueno," dijo ella, ya encarando hacia el ascensor. "Gracias por venirse hasta acá para apoyarme, che, en serio. Es un montonazo para mí."
"Y," Rodrigo se encogió de hombros, "a la novia del Dibu se la cuida."
Evelyn frenó. Al notar su confusión, Leandro le explicó. "No puede venir hoy porque tiene un partido, pero nos pidió que vengamos nosotros."
Evelyn sonrió para sí. Aquel hombre la volvía loquísima.
(...)
No pasó mucho hasta que todas las jugadoras del Lyon llegaron al campus de Bayern. Su micro fue recibido cálidamente por hinchas del club y una vez entraron, se dirigieron directamente a los vestuarios. Abrazada por una temperatura de casi cuatro grados bajo cero, Evelyn estaba tiritando, negándose a desvestirse para ponerse el uniforme. Siempre había sido muy friolenta.
"I got you some gloves. (Te traje unos guantes)," le dijo Ada, lanzándole un par de guantes de látex, con grip en las palmas.
"Life-saver. (Me salvás la vida)."
Después de encintarse los dedos que todavía tenía adoloridos debido al último partido, a pesar de que seguía temblando violentamente, Andre la obligó a ponerse el uniforme. Se equipó con remera y calzas térmicas; el short, la camiseta y las medias del club; cuello térmico, que le cubría el cuello, la parte inferior de la cara y las orejas; los guantes y los botines. Además, arriba de eso, se puso el buzo y la campera. Aún así, todavía se encontraba tiritando.
Las jugadoras salieron a la cancha para el entrenamiento a las doce y media. Escondido debajo de toda su ropa, desde lejos, Evelyn parecía tan solo una pila de camperas; sabía que tendría calor una vez empezara a jugar pero mientras tanto prefería no morir de hipotermia.
Diviso a sus amigos a lo lejos, sentados en las tribunas, blandiendo los banners del Lyon, y sonrió bajo el cuello térmico. Sintió el pesar del frío mientras calentaba, pero pronto empezó a transpirar bajo la campera, por lo que se la sacó. A cierto grado, el sudor sobre su piel le provocaba aún más frío, pero sentía el interior de su cuerpo lo suficientemente caliente como para no quejarse.
Durante la previa, las jugadoras volvieron al vestuario para una pequeña charla con su DT. Se podía escuchar el repiqueteo de los dientes de las chicas mientras temblaban violentamente. Después de diez minutos, volvieron a salir a la cancha y el partido se dio por comenzado.
Al principio, Evelyn creyó que estaba muriendo. Siempre había sido de preferir el frío, pero su idea del invierno era quedarse en casa viendo películas y tomando sopita de verduras, no ponerse a correr idas y vueltas alrededor de una cancha de cien metros de largo.
Lentamente, logró adaptarse al calor interno y al frío externo. Con los dedos de los pies entumecidos, jugó su parte lo más bien que pudo, pero igualmente se dio cuenta de que las jugadoras rivales, al estar jugando de local, parecían verse muchísimo más cómodas en aquel clima hostil. El frío les alborotaba el pelo y les ocasionaba breves escalofríos, pero no se encontraban al borde del resfrío como las jugadoras del Lyon. Evelyn de inmediato supo que ganar aquel partido no sería tan fácil como había creído.
Como había estado temiendo, en el minuto veintiséis, Bayern logró anotar un tanto. Evelyn se culpó a sí misma por haber errado el uno a uno contra la autora del gol, pero también le echó la culpa al frío, ya que éste la estaba ralentizando. Hasta ahora, Alemania había sido la locación más fría del torneo.
Las jugadoras del Lyon finalizaron el tiempo atrás en puntaje. Andre las llevó al vestuario y no pudo retarlas: sabía que ellas estaban en su mejor juego posible, pero no estaban tan acostumbradas al frío como para ser capaces de batallarlo a la vez que batallaban por la pelota.
"I know we've never played in such cold before, so I can't blame you for it. (Ya sé que nunca jugamos en un frío así, así que no puedo culparlas)," dijo. "Right now, I need each of you to grab some space and continue warming up. I can't let you get cold before you get back on the field. Bayern already has an advantage over us, so try to keep yourselves as warm as possible. (Ahora mismo, necesito que cada una agarre un espacio y siga calentando. No puedo dejar que se enfríen antes de volver a entrar. Bayern ya tiene una ventaja sobre nosotros, así que traten de mantenerse lo más calientes posible)."
"I brought my matera, it's in my bag. (Yo traje mi matera, está en mi bolso)," a Evelyn se le ocurrió, parada al lado de la estufa para calmar el tiritar de su cuerpo.
"What's that? (¿Qué es eso?)" preguntó Wendie.
"It's a warm drink from Argentina. (Es una bebida caliente de Argentina)." Se encogió de hombros.
A Andre la pareció una idea suficientemente buena. Evelyn le explicó brevemente como preparar el mate y una vez que lo trajo, a pesar de que la paredcita de yerba era medio pobre, empezaron a circular el mate. Sorprendentemente, la bebida fue de mucha ayuda para mantener sus cuerpos calientes, y además, a muchas las gustó.
Salieron a la cancha una vez finalizados los quince minutos, con las lenguas calientes y con sabor a yerba en sus gargantas. Aunque se cagaron de frío de todas formas, pudieron lucharla. Si Bayern lograba meter otro gol, entonces Lyon quedaría eliminado. Si perdían aquel partido en un 1-0, tendrían que recurrir a una tanda de penales para el desempate, pero Evelyn les tenía un pánico secreto a los penales. Era demasiada presión la cual ella encontraba innecesaria.
Sin embargo, aquello fue exactamente lo que sucedió. A Lyon le fue imposible remontar el partido y perdieron 1-0, oficialmente rompiendo su racha de once partidos invictos en aquel campeonato. Esto significaba que ahora les seguían los penales. En las tribunas, Lautaro y Leandro se abrazaban de los nervios, reviviendo todo el Mundial de nuevo en sus cabezas.
Las jugadoras elegidas para llevar a cabo los penales fueron Ada, Evelyn, Eugénie y Delphine. La segunda sintió una oleada de pánico mientras Wendie, la capitana, hacía el sorteo junto a la capitana rival. Bayern patearía primero.
Como era usual, la primera jugadora rival logró convertir.
Una vez que le tocó al Lyon, Ada se posicionó a algunos metros de la pelota en el punto blanco para preparar su carrera. Apoyó sus manos en su cintura y respiró hondo hasta que el árbitro por fin tocó el silbato, dándole permiso para patear. Y pateó, y convirtió. No era ganadora del Ballon D'Or por nada. 1-1.
Evelyn observó con ansias y cierta angustia como la segunda jugadora del Bayern también convertía, pero a la vez, sintió un rayo de esperanza cuando Delphine logró anotar el segundo tanto. 2-2.
La tercera jugadora de Bayern metió otro gol, tanto como Eugénie. Esto las dejaba en otro empate más. 3-3.
La más mínima ilusión junto con un torrente de ansiedad le recorrió el cuerpo a Evelyn cuando la arquera de Lyon logró atajar el pelotazo cruzado de la cuarta jugadora del Bayern. Sintió la esperanza, pero a la vez, supo que todo el peso ahora recaía en ella. Si no convertía su penal, tendrían que seguir pateando hasta el desempate, por lo que tenía que anotar el último tanto sí o sí.
Su arquera le lanzó la pelota y ella la atajó, apoyándola en el punto blanco frente a ella. Como cábala, posicionó el escudo de la UEFA dibujado en la pelota apuntando hacia arriba y después se alejó unos pasos, respirando profundamente para calmar la ansiedad que le bombeaba en el pecho. Podía escuchar su corazón latiéndole en la garganta y mientras el árbitro tocaba el silbato, se preguntó si alguien más podría escucharlo.
A pesar de que solo dos metros la separaban de la pelota, llegar hasta ésta le costó horrores; se sintieron como horas hasta que finalmente logró atizar hacia el arco. Fue un breve momento de desesperación. Había pateado su penal directo al centro del arco después de haberse vagamente acordado de las palabras de Emi: los arqueros siempre se tiran. Y, efectivamente, así era.
La arquera de Bayern se lanzó hacia la izquierda y la angustia le invadió el rostro cuando se dio cuenta que la pelota fue a parar al centro de la red en lugar. Una vez el arco se sacudió con el pelotazo, haberse deshecho de toda aquella ansiedad tan de repente hizo que Evelyn ni siquiera pudiera salir corriendo para festejar su pase a la final. Las piernas le temblaban entonces solamente pudo tirarse de rodillas al suelo, extendiendo los brazos hacia arriba y mirando hacia las tribunas, donde los hinchas de Lyon ovacionaban con la felicidad del mundo.
Aquel último gol no significaba que hayan ganado el campeonato, todavía les quedaba un partido. Pero ya haber clasificado para la final en su primera Champions League le parecía un logro que, incluso aunque no obtuvieran la victoria, podría atesorar. Ahora, esperaba poder dar su máximo en el último partido del torneo y, si tenía suerte, llevarse a casa una copa.
(...)
Esa tarde, Evelyn, los chicos y Scaloni salieron a almorzar a un restaurante de la zona. Se sentaron y pidieron sus platos, y en algún punto mientras comían, Rodrigo trató de hacer un brindis por la finalista, pero ella lo cagó a patadas por debajo de la mesa para que cerrara el orto y él se murió de la risa ante su cara roja de la vergüenza.
Ahora, se encontraban en los últimos bocados. Julián, quien estaba sentado al lado de Evelyn, había estado ojeando la ensalada de la chica con una mueca de decepción durante toda la comida.
"¿Posta vas a comer eso nomás?" le preguntó él por fin.
"Tengo el estómago re revuelto todavía. Esto me alcanza." Se rió ella, pinchando una lechuga y extendiéndole el tenedor para que él pruebe.
Julián hizo una mueca y se alejó, volviendo a su plato de carne como si las verduras le generaran repulsión, y Evelyn se le cagó de la risa. Terminó su plato tranquilamente y después se paró para ir al baño. Mientras se dirigía hacia el de mujeres, sin embargo, se cruzó con Lautaro, que salía del de hombres.
"Che," la llamó él, aprovechando el momento a solas para poder charlar un poco con ella.
Evelyn frenó y lo miró. No quería ser maleducada: le agradecía eternidades que haya hecho toda una movida para ir hasta Alemania solo para verla jugar, pero el gesto, por más agradable que sea, no eliminaba todo el dolor que él le había causado. Ella sabía que Lautaro había estado intentando redimirse por meses, y a pesar de que ella ya no estaba enojada con él, a pesar de que ya había superado todo, no podía evitar querer mantenerse alejada. El hecho de que la había lastimado una vez implicaba que era capaz de hacerlo de nuevo, incluso aunque ya no estuvieran juntos. Y quizás pensar eso era muy rebuscado, pero Evelyn solo quería protegerse a sí misma.
"Felicitaciones," le dijo él cariñosamente, tocándole el hombro con suavidad.
"Gracias." Sonrió ella, creyendo poder mantener una amistad espaciada con él.
"Jugaste muy bien, posta," siguió Lautaro. Evelyn le dedicó una última sonrisa, medio forzada medio no, e hizo un ademán para seguir camino, pero él volvió a hablar. "Escuchame, te quería preguntar algo."
Ella suspiró para sí. "Decime."
"Yo..." empezó él, dubitativo. "Bueno, no sé. Te quiero decir, en realidad. Que ya no estoy buscando que me perdones, porque sé que no lo vas a hacer. Y tenés razón, la verdad: debería haberme dado cuenta antes que no merezco que me perdones y debería haber dejado de insistir. Pero... bueno. No sé. Te quería mucho, Evelyn. Te quiero mucho. Y que te me vayas así tan fácil... no sé. Me agarró pánico de perderte tan rápido."
"Lautaro..." intentó ella, pero él negó con la cabeza.
"Esperá," dijo. "Te quiero decir esto porque quiero que entiendas que yo ya no te voy a seguir insistiendo. Que vos no merecés que el pelotudo que te lastimó te esté persiguiendo todo el día. Y yo quiero lo mejor para vos, así que no lo voy a hacer más. Acepto que vos ya no me vas a perdonar y que yo... que yo la cagué y que ya está. Que esto es mi culpa. Y por eso ya no te voy a perseguir, a pesar de que te quiera un montón. Y, bueno, nada. Te pido perdón por haber seguido insistiendo cuando debería haberme alejado."
Evelyn no sabía bien por qué él le contaba esto. Capaz quería ponerle un cierre final a todo aquello, y la verdad que eso le generaba cierto alivio a la chica. No lo iba a perdonar y tampoco iba a pretender que quería volver a formar una amistad con él, porque eso solo sería forzarlo. Si surgía algo, surgía. Pero sino, ahí terminaba.
Mientras tanto, al menos, podría sentirse en paz.
"Gracias," le dijo sin pensarlo dos veces, dejando escapar un pequeño suspiro aliviado. "Lautaro, yo..."
En realidad, no supo bien qué quería decir. No porque no lo había pensado, sino porque las palabras se le perdieron en la garganta cuando miró por sobre el hombro del chico y vio algo. No, algo no — alguien.
Entrecerró los ojos. Capaz era producto de su imaginación. Pero, ¿cuántas veces al día ves caminando a un hijo de puta que no entra por la puerta y está más bueno que el pan?
Ese definitivamente era él.
"¿Ese es Emi?" se preguntó a sí misma con cero recolección de la conversación que estaba teniendo con Lautaro hace un segundo.
El hombre frunció el ceño ante la repentina declaración, pero pronto siguió los ojos de la chica por sobre su hombro y vio a Emiliano. Alto como era, el hombre se hacía paso por el restaurante, ojeando las mesas como si estuviera buscando a alguien y sobresaliendo notoriamente entre toda la gente que le llegaba al hombre.
Ambos Evelyn y Lautaro creyeron que estaban alucinando por un momento, pero igualmente sintieron emociones muy distintas. Evelyn no lo podía creer, porque wow, Emiliano realmente estaba ahí y estaba ahí y lo iba a ver y wow. Y Lautaro tampoco lo podía creer, pero porque la puta que me re mil parió.
Inmediatamente, con una sonrisa enorme iluminándole el rostro, Evelyn dejó a Lautaro atrás y corrió hacia Emi. El hombre no tardó mucho en divisar a la chica que se le acercaba, por lo que extendió sus brazos y dejó que Evelyn se lance contra su cuerpo con la fuerza de su emoción, que no lo movió ni un paso. Los clientes del restaurante se dieron vuelta extrañados para ver la escena, pero a ninguno de los dos les importó. Evelyn lo abrazó con fuerza, elevada del piso por los brazos de Emi sosteniéndola fuerte por la cintura.
Antes de darse cuenta, había pasado un mes. Hace un mes que no lo veía a aquel hombre. Y un mes no es tanto, pero se habían sentido como décadas; la memoria de ellos dos llorando juntos en el aeropuerto se sentía tan distante y tan olvidada que Evelyn la empujó con fuerzo y se ciñó a lo que tenía en frente. Realmente lo estaba viendo, estaba oliendo su aroma y estaba enterrando su nariz en su cuello y por favor, qué hacía ese hombre ahí, por qué había venido y mierda, mierda, mierda, cómo lo había extrañado.
"¿Qué hacés acá?" le preguntó, extasiada y sin aliento, una vez que él la bajó.
El corazón de Emi latía a mil por hora y por más que lo intentó, no pudo separar sus manos de la cara de la chica. No porque no quisiera, sino porque su cuerpo no se lo permitía; como si ella fuera un imán y él, un metal. Se atraían y no se separaban.
"Te vine a ver a vos, Evelyn, ¿qué pensás?" dijo él, recorriéndole el rostro con los ojos para por fin ver en persona todos los detalles de su ser que se habían cruzado por sus sueños.
Evelyn no tenía palabras, lo único que salía de su boca eran sílabas incoherentes. "Pero... pero, ¿y tu club?"
"La luché con toda, no sabés." Emi se pasó la mano por el pelo a medio jadear. "Le tuve que suplicar a mi entrenador que me deje quedarme hasta la final. Me puse de rodillas y todo."
"¿Te pusiste de rodillas?" Evelyn arqueó una ceja ante el repentino pensamiento que le cruzó la cabeza.
"Qué malpensada."
Ella se rió. "No lo puedo creer, Dios."
De inmediato, se volvió a lanzar a un abrazo. Emi le sacó el pelo de la cara con una mano y después la beso, el movimiento de sus labios tranquilo contra los de ella. Su corazón se aceleró y Evelyn lo sintió contra su cuerpo, por lo que lo abrazó aún más fuerte.
"Vení, vamos a la mesa," le dijo ella a él una vez que se dignaron a separarse.
Juntos, de la mano, se dirigieron hasta la mesa donde estaba sentado el resto del grupo y después de saludar, se sentaron uno al lado del otro. Y Evelyn sintió la mano de Emi en su muslo, y sintió las mariposas en su estómago, y sintió las inmensas ganas que tenía de volver al hotel y comerle la boca.
a/n –
quieren otro capítulo +18?
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