3 || El Sabor De Lo Nuevo

Estaba a punto de ir a la cocina por el pedido para Matt, pero Nicolás llega de imprevisto a tocarme el hombro. 

Me roba un suspiro. Volteo. 

Otra vez esa imagen de su rostro delante de mí: su cabello lacio y castaño claro se acomoda a su estilo. Con sus pecas salpicadas no tan notorias. Sus ojos miel, tal como los panales. Labios rosas extraídos de los frutos rojos. 

No podría ser más cursi. 

—Fui a la farmacia por esto —me entrega una caja de aspirinas. 

—¿Disculpa? —en realidad quise decir gracias. Mi boca está cosida. 

—Tu mareo, por el calor. 

—Sí, eso. Muchas gracias de verdad —intento sonreír, al igual que recibo la medicina. 

Una carcajada solitaria se oye a mis espaldas. Es Matthew:

—No es que quiera corregirte, pero eso no es lo adecuado. 

—¿Y según tú qué es lo adecuado? —respondí. 

—Necesitas electrolitos. Alguna bebida de deportistas para hidratarte, y lo más importante; salir de aquí y descansar —gira en eje su banco. 

—¿Lo viste en otro Tik Tok? —intento burlarme. 

—No, estudio medicina.

Matthew es como una caja de sorpresas. 

—¿Estudias en UM? —dice Nicolás, curioso. La Universidad de Miami. Ahí entró Nicolás hace dos años. En los descansos solemos hablar de nosotros para matar el tiempo. Casi se desmaya cuando vio su solicitud aceptada. Había sido una oportunidad caída del cielo y aterrizó golpeándole la cabeza. 

¿Quién habría pensado que terminaría en una buena universidad después de que en la preparatoria fue un desastre? 

—Sí. Este año entré —contesta Matt.

—¿Y por qué quisiste entrar a UM? —pregunto. Suspira, resignado.

—Porque no entré en UAF. La que está en Alaska. Pero basta de mí. Dije que mi nombre sería todo. 

—Un momento... —Nicolás observó hasta la última célula de él—. ¿Fuiste a la fiesta de los de facultad de ingeniería este jueves? 

—Sí, fue mi primera fiesta en la ciudad. 

—¿No fuiste tú el que se peleó con un medidor de luz y se robó un tapete del 7eleven? —no, destino, no juntes a estos dos. Ya comprobé que no son muy buenas experiencias. 

—Claro que no fui yo. Si voy a tomar, sé cuándo parar. Esos fueron mis amigos que me acompañaban de mi facultad. ¿Tú a qué escuela perteneces? 

—A la de derecho. 

—Bien. Miami no es muy grande al parecer. 

—Yo... aún estoy en la preparatoria —entrometo. A Matthew se le salió el corazón por la garganta —, pero de último año —y regresó a su lugar.

—Regresaré al trabajo. María, deberías considerar regresar a casa y descansar. Cubriré tu turno. Al final de todo, te debo una por ayer —y se va. Odio cuando no me da tiempo de hablar porque sabe que contradeciré. 

—Vaya... le gustas o a ti te gusta, cualquiera de los dos —se levanta del sitio, estirándose para relajar los músculos —. Vamos, te llevo a casa. 

—¡Claro que no! —mi rostro enrojece como un fósforo recién encendido. 

—¿No se gustan o no te llevo a casa? 

—No... 

—¿No qué? —quiero reaccionar. No quiero parecer estúpida. 

Me congelé. Nadie lo había notado nunca. O sea, que yo...

—No, la primera cosa —digo. 

—No estoy aquí para saber vidas amorosas. Solo me ofrezco llevarte a tu casa. ¿Puedo? 

A veces, no puedo evitar sumergirme en un océano de sobre pensar cada cosa que me pasa. Parece que mi cerebro es solo un ser y el resto de mi cuerpo es un mero apéndice. 

Siempre busco cada mínimo detalle para entender la verdad. 

Es claro que tengo un problema. 

Incluso siento presión cuando un amigo mío me habla diferente, creo que se debe a un enojo a causa mía. Hasta aprendí a leer el lenguaje no verbal de las personas, así sé con más exactitud qué pasa con la gente que me rodea. 

Soy una analítica que busca las miles de posibilidades que me llevarán a las decisiones de mi vida. Si me voy con Matt, es probable que no quiera ir a casa, y Nicolás piense que estoy loca por irme con un extraño. Y si no voy, me arrepentiré por no perseguir experiencias buenas. 

Quiero que mi último año sea para encontrarme. 

No quiero seguir pensando en las personas que seguramente no volveré a ver en mi vida una vez graduándome. 

—Sí. Gracias por llevarme. 

Voy a cambiarme al staff. Fue entonces que me alisté de pies a cabeza. Siempre con shorts primaverales, que se camuflan entre tanto verano y costas marinas que lloran. 

Sí, quiero sentirme diferente. 

¿Por qué Matthew tuvo que aparecer hoy? Seguro mis hermanos me matarían si se enteran que me fugué. Verónica hasta se sentiría orgullosa al ver que salgo de casa. Sería un postre a comparación de las rebeldes cosas que ha hecho ella, como escaparse de casa por dos semanas, meter a más de cien personas en nuestro pequeño hogar, fugarse a Tomorrowland cuando dijo que iría a un aburrido campamento escolar (la descarada hasta mandó fotos que sacó de Google Maps).

Dicen que, de todos los hermanos, siempre hay uno más cabrón. Hasta Dios mismo podría confirmar cuando Lucifer creció. 

Verónica es la oveja negra de los hermanos, y yo el eslabón. 

Qué asco ser la pequeña María.

Salgo por la puerta trasera una vez lista. El viento me recibe con una linda calma. 

Matt está ahí, con su casco puesto. Hace sonar el motor como una sinfonía gustosa para él. 

En el asiento trasero está un segundo casco, esperando por mí. No puedo creer que voy a montar eso. La moto, pues. 

Sin albur. 

—¿Y dónde queda tu casa? —no entiendo por qué pregunta si no se sabe las calles. 

—Mejor vamos a otro lado. Quiero ir a un restaurante de Little Havana —un barrio popular, donde habita mucha población latina como yo, en especial cubanos. 

No podría pedir mejor noche que sentirme en casa. De donde yo vengo. De mi gente y tierra.

—Tú serás la guía.

Arranca. 

El viento olea mi cabello con ritmo. Apenas veo las avenidas por el casco, todo parece estar despierto, gritando buen ambiente. 

Quería abrazar este momento. Espero que no acabe pronto. 

Estacionamos en un agradable establecimiento. El cielo oscuro ayuda a que las luces de colores de los letreros se roben la atención. Focos iluminan como luciérnagas. 

Hay música que intenta escapar del lugar. Un restaurante bar con tema tropical. 

Bueno... no es que los latinos sean así todo el tiempo, de sangre caliente y siempre bailando salsa o qué sé yo. Pero en Miami parece ser buena red para extranjeros. 

Matt y yo nos acercamos a la entrada. 

Elegimos una mesa cerca de una ventana y una enorme planta. 

Hay música y demasiadas voces. 

—Buena elección, María —observa el sitio—. ¿Qué clase de música es esa? 

—Supongo que conga. Es un género cubano. 

—¿Esta gente es de Cuba? 

El lugar está atascado. Son etnias no solo de América, parece haber gente de cada continente. Little Havana es un punto turístico al ojo de la ciudad. 

—Sí, seguro los camareros lo son. 

—Debe ser lindo tener una comunidad aquí —dice. 

—En realidad este barrio se fundó a base de los exiliados por la revolución cubana —Matt traga saliva. 

—Oh, que... desafortunado. 

—Pero ahora viven en Miami, seguro ganan más con este restaurante que un licenciado en mi país. Lo que la vida te roba, te lo devuelve, tarde o temprano. 

—Vaya, señorita, pareces ser muy lista. Quisiera brindar por eso —sonríe jovial, y la luz refleja el blanco de sus dientes. 

Matt llama a uno de los camareros para pedir un par de cocteles. No habla español. De hecho, en Miami, al ser el 40% de población hispana, es frecuente encontrar a gente hablando español por las calles. Cosa que solo hago con mi familia y Nicolás. 

Siempre que veía las historias de los chicos de la escuela, me preguntaba lo poco que aguantaban el alcohol. Ahora recuerdo que se puede subir cuando menos te lo esperas. 

Cuando mi vista se empieza a distorsionar, dejo de beber. Solo quiero calentar mi humor. Sé que funciona por las imparables risas con Matt, quien no detenía su sonrisa. Una solitaria gota de sudor se desliza por su mandíbula trazada finamente. Estamos en el mismo estado. 

—Creo que no me terminaré esto —aparto la copa unos centímetros lejos. Siento el licor raspando mi garganta como una aguja. Se llama Daiquiri, es ron blanco con jugo de limón. 

—¿Por qué? ¿No te gustó? Quieres, pedimos otro —ofrece. 

—No es eso, en realidad está dulce, pero no quiero embragarme y siento que no puedo más. 

—Oh. Yo me lo tomaré por ti entonces —guiña un ojo para tomarse hasta el fondo. 

...

Fueron horas. 

Matt paga la cuenta y nos vamos. 

Ahora, en su moto, volvemos a andar por los laberintos. 

Seguimos. 

Estacionamos. 

¿Y ahora cómo cuento que nos atascamos en una guerra de besos?

Sonará precipitado el detallar que rentamos una habitación de hotel para una noche que solo usaremos unas cuantas horas. 

Seguramente pensaré toda la semana que hice una locura, pero también sé que de vieja pensaré que disfruté mi juventud. 

Corrimos por el pasillo luminoso del hotel en busca de la habitación. Guardando silencio, donde intento contener las risas para no molestar a los demás huéspedes. 

Cuando la encontramos, Matt pasa la tarjeta de acceso. 

La puerta se abre y luego se cierra. Nada escapa. Nadie sabrá. 

Matt me toma de los muslos para cargarme a la altura de su cintura. Se sienta en el borde de la cama, sintiendo el calor de una noche improvisada. 

Mis rodillas tocan las sabanas, mientras él sostiene mis caderas, apresándolas más. 

Se quita la camisa. Bajo la oscuridad su piel es lúcida y lechosa, como si fuera una figura de cerámica. 

Mis manos sienten cosquillas cuando rozan por su torso. Sudan de los nervios, de la esperanza de hacerlo bien. 

Toma de mi cabello largo, acariciándolo y enredando sus dedos en él, haciéndome sentir parte de la canción más placentera, de esas que te provocan cosas inexplicables cuando las escuchas. Matt es como esa melodía suave, que inicia despacio y luego estalla. 

Cuando es mi turno de quitarme la ropa, me vuelvo roja, pequeñita. Aseguro que es lo que quiero ahora. 

Matt Grant gana, pero, sobre todo, yo. 

Busca mi satisfacción total, pues observo cómo me sonroja con sus ojos de depredador. Sus labios los humedece con la punta de su lengua, intentando saciar su hambre. Está colorado del rostro gracias al alcohol y calor del momento. 

Me toma con sus manos, que son capaces de cubrir la totalidad de mis pechos en un simple apretón. 

Es como si mi cuerpo estuviera moldeado a la medida de sus manos para encajar. 

La poca luz que entra por las orillas de las persianas es apenas servible. Aunque puedo sentir su respiración sobre mis hombros, la esencia de Matt se manifiesta cada vez más, al punto de que salgan suspiros de mí. 

Me roba un beso feroz, mordiendo mis labios al punto de dejar sus dientes marcados. Es como una desesperación el besarnos. 

Es deseo, es lo que es.

...  

Los rayos solares se cuelan, ardiendo mi vista. 

Estoy completamente libre de prendas. Matt lleva su pantalón negro de mezclilla puesto, aún soñando sobre la cama con el pecho desnudo. 

Lo veo, y su cabello esparcido por su frente lo hacen notar tan tranquilo. Un suspiro sale, lleno de paz. 

Me levanto y me pongo mi ropa interior, luego solo mi blusa. 

Checo mi celular que está sobre el buró. En la pantalla de bloqueo hay como veinte llamadas perdidas de mamá. Unos cuantos mensajes de Verónica también. 

Ya valió... madres. 

Bueno, conociendo a mi madre, solo le diré que me quedé en casa de Summer, mi mejor amiga. Se le pasará en cuánto me vea salva y sana. 

Los mensajes de mi hermana son tonterías como, "oye wey, préstame tu chamarra rosa". Me conoce y sabe que nunca me iría de fuga. 

O eso no haría la pequeña. 

Pero, justo a las 11:18 p.m. de ayer, Nicolás me había mandado un mensaje:

Hola, lamento la hora, pero me gustaría hablar con vos de algo. 

Anne Lou acaba de terminarme.

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